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ABC MADRID 10-07-1955 página 7
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ABC MADRID 10-07-1955 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página7
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aquella puerta inmóvil. Sus afanes fueron inútiles: nadie vino en su auxilio tampoco. Rendida de llamar, sin saber lo que hacia, dio vuelta a los muros, y cuando llegaba a la espalda de la casa, vio con placer y con asombro, recostada contra la tapia y protegida por la sombra de ésta, una cazuella llena de agua. La mujer miró esto: pero no pudo mirar- -a tal extremo la cegaban la sorpresa y el júbilo- -que al mismo tiempo que ella, y movido por iguales deseos, se dirigía hacia el cacharro un mastín enorme, con el pelo erizado, la boca abierta, la baba colgando y los ojos codiciosos y brillantes. Al distinguir a la mujer, el perro lanzó un gruñido; la cíngara levantó la cabeza y, comprendiendo las intenciones del animal, apresuró el paso; uno y otra llegaron a la ves ¿Quiénes eran? ¿De dónde al lado del cacharro, y se devenían? ¿Por qué atravesaban tuvieron un instante para conel estéril camino, con una criatemplarlo en ademán de desatura enferma al lado y un sol fio; la mujer extendió el braimplacable en el cielo, los inzo, y su enemigo, al advertir dividuos de aquella caravana? el movimiento, acortó distan ¿Quiénes eran? Una familia cia y se puso delante de la cade cíngaros, huérfana ás pazuela con las pupilas encendre, que recorría Europa imdidas y enseñando los dientes. plorando la pública caridad. No pensaba en huir; hallá ¿De dónde venían? Del inmebase dispuesto a d e f e n d e r diato pueblo, en el que no puaquel cacharro lleno de agua. do detenerse la mujer un lns- ¡Ah, tú también! -gritó U tan te siquiera para llenar su cíngara, contemplando a su cántaro vacio, parque los aladversario con rabia- ¡Pues deanos la hablan amenazado no la tendrás! con golpearla, a ella, a la miY descargó un vigoroso puserable, a la vagabunda, a la ñetazo sobre el hocico del bruja, a la gitana, si no partía mastín. inmediatamente de allí, sin Este dio un salto, apoyó soalimento, sin agua, sin repobre el pecho de la joven sus so, con su hijo enfermo, con patas delanteras, la obligó a sus pies heridos, con su pecho caer al suelo e hizo presa en exhausto, maldita de Dios y su hombro. La cíngara lanzó perseguida de los hombres; y un grito de dolor y de furia; la infeliz mujer, amedrentada, y, sin acobardarse, frenética, sola, sin sostén, sin ayuda, desesperada, eoglendo con amabandonó la aldea y prosiguió bas manos la garganta de su su marcha entre empolvo y el enemigo, apretó con rabia, con calor, volviendo de cuando en ira, con frenesí, con heroico y cuando los ojos para contembrutal arranque, mientras el plar a su hijo enfermo y eleperro le desgarraba el hombro vándolos después, con expresión amarga y rencorosa, en el distante Era U hijo, la carne de su carne, el que con sus afilados colmillos. lugarejo, del que sólo podía distinguirse la reclamaba un socorro del que dependía acaLa lucha siguió breves instantes empetorre de la iglesia destacando en el espa- so su existencia; y ella, su madre, no po- ñada, silenciosa, terrible; los dos combacio de su contorno gris. día prestárselo; en vano registró con ansia tientes se revolcaban por el suelo, dispuesen el interior del cántamelo: estaba vacío, tos a vencer y procurando conseguirlo, para no quedaba mi una gota de agua en su lo cual clavaba el perro sus colmillos ea El niño enfermo, incorporándose traba- fondo. I a mujer miró al cielo; en el cielo los hombros de la mujer, y clavaba ésta josamente sobre la alforja que le servía no había una nube; registró después el ca- sus dedos en la musculosa garganta del de cama, extendió sus brazos en dirección mino solitario, los campos de trigo, las pla- mastín... De prento el perro exhaló un quejido dode la joven, y dijo con voz débil! nicies, las praderas, el horizonte entero; en- ¡Madre! ñn, ¡nada! no encontró nada. Aquella tie- loroso, abrió la boca y cayó de espaldas. La cíngara respondió al llamamiento, rra sedienta parecía decir a la cíngara, Los dedos de la cíngara lo habían ahodirigiéndose precipitadamente al sitio que mostrándole sus fauces contraidas y secas: gado. Esta se alzó del suelo jadeante, pálida; ocupaba el muchacho. ¿Agua para tu hijo? Aquí no hay agua- ¿Qué quieres, hijo mío? -murmuró, para nadie. ¡Que se muera de sed como yo! su corpino, roto en jirones, dejaba al descubierto su pecho y sus hombros, en los dejando al niño de pecho Junto a su herY la cíngara, abrasando el cuerpo del mano dormido y rodeando con sus brazos muchacho, repetía con gesto de ñera y que aparecían tres heridas anchas y profundas; por los labios de aquellas heridas la garganta del enfermo, ademán de loca: brotaban tres hilos de sangre, -Agua- -respondió éste- Dame agua... Pero la cíngara no hizo caso; dio con el- ¡No hay nada! (No puedo darte nada! tengo mucha sed, ¡Me quema aqui! ¿Dónde voy a encontrar ahora agua, hijo pie al cadáver de su enemigo; cogió la Y señalaba con un dedo su pecho tem- mío? cazuela, objeto de la lucha; corrió en busbloroso y desnudo. ¡Pobre mujer! Allí no brotaba más ca de su hijo, y sin cuidarse ni acordarse- ¡AguaI- -gritó la madre con espanto- siquiera de sus heridas, ni de sus sufriQue un manantial: el de su llanto, jAgua! ¿Dónde encontrarla, hijo? mientos, ni de la sangre que corría por- ¡Agua! -repuso el niflo- jMe muero De pronto la cíngara sonrió, con una son sus hombros, abrillantada por los rayos del de sed! risa de esperan za; a cuatro pasos del grupo sol, acercó el cacharro a los labios del enY entreabría sus labios abrasados por la alzábase la caseta de un peón caminero; su fermo y le dijo con sonrisa alegre y voz íiebre, y miraba a su madre con miradas puerta cerrada, con sus ventanas, predecía cariñosa: tan suplicantes, tan llenas de amargura, la ausencia del dueño; pero acaio estarla- -Aqui tienes agua. ¡Bebe, hijo míol que ésta se puso pálida y rompió en so- dentro alguien que pudiera atender sus súJ. D. llozos. plicas, y la Joven golpeó nerviosamente (Ilustraciones de Guijarro. flaco y ceniciento pollino, de vientre angosto y lomo huesudo, con las orejas gachas, el rabo caído y las patas llenas do esparavanes, sosteniendo por carga única dos anchos alforjones que caian a uno y otro lado de la albarda; dentro de ellos, sobre un montón de trapos y paipeles, iban dos niños, que se servían mutuamente de contrapeso, cfreeiendo a la vez doloroso contraste, pues mientras el más joven dormía con la cara echada hacia atrás, la sonrisa en la boca. y la salud en las mejillas, el ¡mayor, de edad de cinco aflos, retorciéndose sobre el inconcebible camastro, miraba a su madre cen ojos muy abiertos, extraviados por la fiebre, y contraía sus labios a impulsos de internos dolores, y agonizaba de calentura bajo aquella atmósfera de iplomo.

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