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ABC MADRID 19-06-1955 página 11
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ABC MADRID 19-06-1955 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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alargan por las puertas hacia las prodigiosas cocinas... Por eso, las campanas comprenden a Toby y le animan con sus angélicas lenguas de bronce, en su último y pobre dia de calle y de vida. ¡Toby Veck, ten buen ánimo, pronto van a cesar tus trabajos, Toby Veck! Y entre la in- Bella ciencia debe ser la Campanotogía, Oír campanas y saber dónde suenan, sin que con este conocimiento pier dan su encanto incomparable. A B C, 24 de mayo de 1955. S IEMPRE que pienso en mi Compostela natal, llega hasta mí- -la veo, la oigo- -sonora de campanas barrocas y románicas, como un rebaño excelso, que pastorease entre las más hermosas nubes del mundo, dirigido por la grave voz de la Berenguela campanas de amanecida dé ISan Francisco, San Félix y Santa Susana; campanas infinitas y melancólicas de Belvis, el Carmen y Santa Clara, dísueltas en la invernía de las tardes agoniadas, o tristemente jubilosas entre el Iiquidambar de los musgos con reflejos de oro poniente. Campanas, para malos y buenos, ejemplares y disipados, monjas, rulotes y frailes. Campanas de maitines y laudes, sextas y nonas, completas y vísperas. Campanas... Dickens nos ofrece un entrañable personaje, Toby Veck, mandadero autorizado, cargado de años, de frío y de penas entre el viento y la niebla de Londres, mientras Big Ben convoca, ante la chimenea plácida, a la Inglaterra fabiana, manchesteriana y filantrópica para el té de las cinco y el enternecimiento por los propios pobrecitos (huérfanos dickensianos. Toby, con la carne de gallina, la nariz amoratada, los ojos rojos, los dedos de los pies como de piedra, envuelto por la humedad, pegajosa como un gabán mojado, mientras los paraguas humeantes giran en torno a él como una danza, tiene tan sólo Una compañía: la de las campanas, con las que se siente identificado, ya que, como él, están colgadas en todo tiempo, azotadas por el viento y la lluvia, mirando sólo a la parte exterior de las calientes y ricas casas, no acercándose nunca a los fuegos flameantes- -entre los que sólo suena la campanilla, caricatura de la campana, -e Incapaces de participar en ninguna de las cosas buenas que se diferencia de la ciudad apresurada que no entiende tan alto lenguaje, transportan a Toby, que, empapado, sonríe dulcemente, hasta el amor de Dios. Antes, en los tiempos denominados de atraso la campana, servida por maestros campaneros, verdaderos acordistas, era popular y querida. En ciertos instantes, como recuerda bellamente Huysmans, se desnudaba de sus sones, como el sacerdote se despoja de su casulla, para conversar con las gentes en días de mercado y de feria, invitaba a debatir las cuestiones en la propia nave de la iglesia, imponiendo, con la santidad del lugar, cierta probidad en los debates, que es hoy una de las cosas más absolutamente perdidas. Tenemos un hondo amor por las campanas, bautizadas como las personas y ungidas con el crisma de salvación que las consagra. Son la voz exterior de la Iglesia, como el sacerdote es su voz interior, y con el tiempo, al igual que los aguardientes añejos conservados en roble, se afinan envejeciendo; tornándose su canto más sutil y más amplio, perdiendo las posibles desafinaciones que el aire transporta líquidamente en ondas de amplitud y. maravilla. Y, a propósito, concuerdo total- f mente con Alvaro Cunqueiro en que es el sonido de las mil campanas de Santiago el que, repicando sobre pipas y duelas, logra el milagro de que los vinos en Compostela sean tan hermosos. Los más antiguos liturgistas nos revelan con tierno entusiasmo el simbolismo de las campanas. Juan Beleth, que vivió por el 1200, declara que la campana es la imagen del predicador, y su vaivén nos dice que el sacerdote debe elevar y rebajar, alternativamente, su lenguaje, a fin de ponerlo más al alcance del pueblo. Para Hugo de Saint- Victor, el badajo es la lengua del oficiante, que golpea los bordes del vaso y anuncia asi a la vez las verdades de los dos Testamentos. Según el nacional de Guillermo Durand, la dureza del metal significa la fuerza del predicador y la percusión del badajo contra los bordes expresa que debe golpearse a si mismo para corregir sus propios defectos antes de reprochar a los demás sus pecados. El madero del que pende la campana indica, incluso por su forma, la Cruz de Cristo, y la cuerda con que se lanza al vuelo alegoriza la ciencia de las Escrituras, que fluye del misterio de la misma cruz. i Y los libros sobre las campanas I Con qué veneración eran leídos... Aquel De Tintinnabullis por J e r ó n i m o Magius; aquel Tratado de las Campanas de Juan Bautista T h í e r s aquella Recopilación curiosa y edificante, acerca de las campanas dé la iglesia, de Dom Remi Carrei; el grueso volumen del arquitecto Bearignac, así como los clásicos y excelentes De Campanls Commentarius de Angelo Rocca, y De Tintinnabulo de Perclchellius. Por ellos sabemos que los antiguos fundidores o santeros conocían el oficio estupendamente, arte éste que, como otros muchos, se halla hoy en plena decadencia. Hay quien afirma que la inferioridad de las aleaciones de nuestros días se debe a que los fundidores ya no imploran a San Antonio el eremita cuando está el bronce en el horno. Por lo demás, en la Edad Media, los fieles arrojaban a la fundición alhajas y metates preciosos, modificando asi la aleación de cobre rojo y fino estaño, enjoyándola con lo que de más valor tenían. Hoy, frente a las grandes urbes tentaculares sin corazón ni sonido, nos queda a los que vivimos en el campo todavía la honda delicia de las campanadas, alegres o graves, compañeras de los moribundos, los sembrados y los surcos, los centenos en verde y las amanecidas y solpores a la hora del Ángelus Guando, en la santidad azul de la mañana, canta, húmeda de aurora, la campana al deana... Hay también campanas en las ciudades sumergidas del mar Céltico, aunque son pocos los privilegiados que las oyen. Pero quede para otro día. José María CASTROVJEJO

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