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ABC MADRID 29-05-1955 página 21
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ABC MADRID 29-05-1955 página 21

  • EdiciónABC, MADRID
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LA FELICIDAD Y LOS PROBLEMAS DE NUESTRO TIEMPO ON César vive en la vieja ciudad, frente a la Catedral. Es un caballero joven todavía, filósofo, érudt, tz, escritor. -La casa de don César es pequeña, resoleta, con las paredes encaladas y dos ventanitas que miran a la plaza provinciana, donde las niñas juegan al corro mientras cantan antiguos romances; Frente a sus ventanas se alza la Catedral, que es de piedra dorada, con un rosetón gótico del siglo x n i y unas torres barrocas del XVHI. Por la plaza, entre lasi niñas que cantan los viejos romances, pasa el sañor obispo, vestido de rojo; los canónigos, con un bisbiseo de manteos; las aldeanas, con sus cestas golosas, y los burgueses, que se dirigen al casino o. te barbería del Polariego. Porque la ciudad tiene, entre sus instituciones fundamentales, este casino y esta barbería, Don César es socio del casino, ontertulio de la barbería y amigo del señe obispo, de los canónigos, de las aldeana y de las niñas. Don César es jovial, amefto, re- ¿esa salud y optimismo. Parees que ha descubierto el secreto de la felicidad y de la vida. Don César se ha dado cuefcta de que los tiempos actuales son duros y difíciles. Son ios tiempos de máquina, del cálculo. Y el hombre, en su auténtica humanidad, casi desaparece ame ese fárrago, ante esa hojarasca. Don César ha visto claro el problema y lo ha resuelto bumanamente, egoistamente, inteligentemente. Don César ha renunciado, pues, a ese mundo hostil y agrio y se ha refugiado en su torre marfileña, en la dulzura arcaica de su vieja ciudad, en su casita blanca de la plaza ¡provinciana, frente a la Catedral. Porque, ¿qué es la felicidad? La felicidad e rodearnos de, las cosas que nos agradan. La felicidad puede lograrse de dos maneras: con un gran poder capaz de crear esas circunstancias a nuestro alrededor ó- con una gran conformidad que nos adapte a las circunstancias. La felicidad no es la riqueza ni la pobreza. Cierto que necesitamos de unmínimo material, debajo del cual la felicidad sólo puede darse en seres excepcionales, místicos y santos. Necesitamos Un alimento que nos sostenKa, un techo que nos cobije, un vestido que nos cubra y abrigue. Después de eso, tan peco, la felicidad es un problema de cada uno, que no puede tener una definición general. Y don César ha resuelto el suyo con belleza, con equilibrio, con elegancia, con filosofía. Casi podríamos decir que don César es lellz. Don César pertenece a, mi generación, la del 36. Y luchó con ella. Ddn César fue un arrogante oficial del Ejército en la Guerra de Liberación V calzó botas altas con señoras espuelas... Don César vivió en Madrid, ostentó cargos de honor. Don César vivió humanamente, ardientemente. Tuvo aciertos y cometió errores. Pero n todo momsnto sus labios estuvieron dispuestos para el dialogo ama hle y su mano tendida a la amistad, noble. Y todos sus adiós, aun los más insólitos, se revistieron siempre de un sesgo delicado, de elegancia e ingenio. t Don César piensa que hay ahora en el mundo demasiadas máquinas, demasiados ruidos, demasiadas prisas, demasiadas fórmulas para hacernos felices. Y también, aunque parezca una blasfemia, demasiada ciencia y demasiada técnica. Don César dice que la ciencia y la técnica podrían haberse detenida en 1914. El piensa, que no necesitamos las velocidades de miles d kilómetros por hora, ni el calor de millones de grados. Renunciemos- -dice- a ir a París o a Boma en tres horas, D si es que esos mismos aparatos que nos llevan pueden servir para destruir a Roma y a París en tres minutos. Prefiramos el riessrc incierto de un naufragio a la certidumbre de que el radar se utiliza pava aterradores instrumentos homicidas. Renunciemos a odas las ventajas de los motores atómicos si la energía nuclear ha de convertirse en atroces in? genios p a r a sembrar la muerts y la desolación en millares de kilómetros cuadrados. Nada. de eso sirve para hacer la felicidad del hombre. Bien están las comodidades y el confort pero bastaban la comodidad y el ernfort de 1914. Había ya entonces trenes, barcos de hélice, telégrafo, teléfono y luz eléctrica, asepsia y cirugía sin dolor. El siglo XIX nos habla legado todo eso. Debimos de caber hecho un alto en el progreso técnico y dedicarnos a buscar, en el progreso moral, las mismas conquistas. Asi la Humanidad hubiese progresado de verdad, equilibradamente. Pero no lo hicimos y desorbitamos el problema. Hemos sido ambiciosos y orgullosos, y Casi estamos tentando a Dios con nuestras máquinas diabólicas. Y hemos lvldado cosas fundamentales: la adorable lentitud de la vida, la cortesía, la tertulia, el amor complicado y sutil a la mujer, la transigencia y la gracia. Y hasta la aventura, el riesgo, la fatiga y lo imprevisto, que también hacen de la existencia una cosa llena de emoción y sorpresas. Dan César vive en la vieja ciudad, adonde no llegan ni el avión ni el tren. Pasea por las rúas con los canónigos y saluda ceremoniosamente al señor obispo. Acuds a las tertulias. En el casino se comentan las noticias de les periódicos. Que si los barbares van a atacar por fin el Occiden- te y habré guerra. Don César discute con el señor deán, profesor de Teología Moral y Dogmática. lAy. si un taquígrafo pudiera recoger los donosos comentarios de den César! En la barbería del Polariego se trata de les temas eternos: de mozas, de mercados, de cosechas, de la rondalla que el Polariego dirige y que va de excursión K Rivanoba y a Ferrera. Porque el Polariege es otro filósofo, es un barbero sabio y chispeante, tocador de instrumentos de cuerda, arqueólogo, cronista local, metafísica y peluquero confidente de canónigos y prelados. Es, como su ciudad, un tipo de otros tiempos. La vida pasa mansamente en la vieja ciudad. Don César, en su cuarto, está sentado ante un limero de cuartillas blancas. Una be cañada de fuerte sol penetra a bor. betones Vn la estancia, cortando el aire con su cono de luz multicolor. La piedra de la Catedral, en aauella hora, parece más dorada que nunca. Las niñas juegan al corro y cantan el romance medieval de la infantina que se fue a tierra de moros. Los niños juegan al marro, un juego militar dend hay combates y prisioneros. En una esquina, bajo los álamos, una pareja de novios se arrulla, mirándose a los ojos. En ctra esquina, una aldeana vende frutas y quesos. Son las eternas actitudes del hombre: cantar, amar, guerrear, comerciar. Bajo la arcada gótica, aparece el perfil aguileno y solemne del señor obispo, envuelto en sus púrpuras, sus oros y 3 us ébanos. Los niños guerreros y las niñas cantoras se acercan a besarle el pastoral anillo. Don César, frente al rimero de las cuartillas intactas, contempla la escena, medita y empieza a escribir. Las campanas, perezosas, parece que bostezan. Acaban de dar una hora cualquiera. Una hora má en la Historia mínima y cotidiana de España y del mundo. J. E. CASARIEGO (Di: u 3o de Sáenz de Tejada.

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