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ABC MADRID 22-05-1955 página 5
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ABC MADRID 22-05-1955 página 5

  • EdiciónABC, MADRID
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NO de los primeros alemanes que yo traté a mi llegada a Berlín fue el doctor Rumpelmayev. Vivía conmigo en la pensión Grube y llevaba la cabeza completamente afeitada, lo iue le permitía a uno observársela a placer. Era una cabezota enorme. En ella destacaban numerosos bultos o promontorios que, a primera vista, parecían chichones, pero los que, según un huésped de la pensión, gran aficionado a la frenología, representaban las distintas circunvoluciones cerebrales de nuestro ilustre compañero de mesa. -Fíjese usted- -solía decirme el frenólogo por lo bajó- Aquel bulto tan desarrollado que tiene el doctor Junto al occipucio es el bulto de la memoria. El de más allá es el del cálculo, y el de más acá, el de la investigación. Ahora- -añadía a veces- -el doctor se rasca la filosofía. Ahora trata de espantar una mosca que se le ha posado sobre el sentido del orden... -Lástima grande- -le insinuaba yo- al joven discípulo de Oall- -que el doctor Rumpelmayer no lleve sus bultos convenientemente numerados o con unas. iniciales que sirviesen para indicar sus diversas funciones. Si los llevara así, su mujer sabría siempre a qué atenerse, y cuando fuera a acariciarle la cabeza con mano amante, podría estimular en ella a voluntad unas facultades ü otras. ¿Que deseaba, por ejemplo, un abrigo de pieles? Pues todo consistiría en frotarle repetidamente al doctor el bulto de la generosidad. ¿Que, por el contrario, alguna lagarta pretendía sacarle un automóvil a su marido? Pues con unos cuantos pases sobre el bulto de la avaricia o sobre el de la economía doméstica, tal vez se pudiera evitar la catástrofe. -No es mala idea- -me respondía el frenólogo. Y el doefcor Rumpelmayer, totalmente ajeno a nuestras lucubraciones, pedía un suplemento de kartoffeln y se las zampaba concienzudamente. Casi siempre pe- U día un suplemento de kartoffeln porque era hombre de gran apetito, y mientras completaba con ellas la magra pitanza de Fran Grube, yo pensaba para mis adentros: -Está bien que este alemán tenga esta cabeza a fin de que nos resuelva problemas con ella, nos invente productos químico- farmacéuticos o nos aclare algunos puntos de la historia universal, que todavía encontramos todos demasiado oscuros. Para mi uso personal yo, desde luego, prefiero la mía, pero es indudable que en mi cabeza no podrán cocerse nunca las Ideas ni los conceptos que se cuecen en la del doctor Rumpelmayer. No en Vano la cabeza de Rumpelmayer parece una olla express y, llegado el caso, yo creo que en ella podrían cocerse hasta salchichas. El doctor Rumpelmayer era un hombre más bien menudo y chiquitín, y cuando salia a la calle con su enorme cabeza- -en realidad nunca salía con otra- -semejaba un buzo. Llevaba siempre un levitón muy doctoral, con algunas manchas de grasa tan bien distribuidas por las solapas y los faldones, que yo sospechaba a la Irma, nuestra camarera, de colocárselas a diario con el mayor cuidado. Sin manchas su levita hubiera resultado demasiado frivola y mundana, y el buen doctor hubiera perdido personalidad dentro de ella. Entre otras obras documentadísimas, el doctor Rumpelmayer escribió una, en ocho grandes tomos, sobre las Perversiones del sentido moral y decadencia de la ética innata bajo el Emperador Justiniano pero, ¿quién no hubiera escrito a su vez una obra sobre las perversiones del sentido moral y decadencia de la ética innata bajo el Emperador Justiniano, teniendo una cabeza como la de mi ilustre compañero de pensión? ¿Es que hubiera podido, acaso, hacer alguna otra cosa con ella? Julio CAMBA (Dibujo de Lorenzo Goñi.

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