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ABC MADRID 17-05-1955 página 38
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ABC MADRID 17-05-1955 página 38

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC. M A R T E S 17 DE M A T O DE 1955. EDICIÓN DE LA MAÑANA, PAG, 49 Santo Patrón, de quien ella era tan devota y en cuya fiesta, aun en los últimos años de su vida, incansable, recorría los rincones de la villa. En esta hora de paz y de concordia entre españoles, por encima del drama tremendo qus hemos vivido, vuelve a nosotros hoy el recuerdo de una figura nacional qus si contó con el cariño sincero de la mayor parte de los madrileños, supo ganar también la simpatía y el respeto incluso de los que eran enemigos de los principios y de las instituciones que ella representaba. Por ello se adhieren al homenaje desde las más altas jerarquías de este régimen basta los más humildes, en verdadera devoción a su recuerdo y en auténtica hermandad de todas las clases. E incluso se une a nosotros, desde lejano exilio, la voz de quien regía la villa a la muerte de ia infanta, en los comienzos de la gran catástrofe republicana. Elocuentemente el marqués de Luca de Tena lia evocado el recuerdo de la señora y ha explicado la trayectoria de este homenaje. Aun siendo miembro de la Comisión, me corresponde a mí felicitar y dar las gracias a mis compañeros, por el acierto con que llevaron sus trabajos y supieron interpretar la voluntad de ¡os suscriptores. Me da título para ello, además, el que la labor más importante, que fue la de reunir los fondos y preparar el concurso, estaba ya realizada cuando me incorporé a ia Comisión organizadora. Que el recuerdo de la Infanta Isabel, bondadosa amiga de todos los madrileños, nos sirva para que seamos todos mejores los unos con los otros, para que se borre todo encono y rencor y que nuestra villa tenga el espíritu alegre y generoso de su alma sencilla y buena. DISCURSO DEL MINISTRO DE OBRAS PUBLICAS Habló en último lugar el ministro de Obras Públicas, conde de Vallellano. Después de cariñosas palabras de saludo para das personalidades asistentes, dijo que no podía ser para él ni más grato ni más honroso el tener que intervenir en el acto que se celebraba en memoria de la augusta dama a la que hasta su muerte conservó la fidelidad de su afecto y su recuerdo. Por ello- -añadió- -he de expresar la satisfacción inmensa que recibe el Gobierno al ver cómo merced al Ayuntamiento de Madrid y a la iniciativa de los que fueron siempre fieles a un recuerdo y a una idea, han podido plasmarla en una obra maravillosa, con las mismas perspectivas que Goya utilizara para pintar la pradera de San Isidro. En su identificación total y absoluta con el pueblo, la ilustre dama no mostró preferencias entre sus clases sociales, sino que abogó por la conjunción de todas ellas. Por este cariño y este amor se recordará siempre este día de San Isidro, en el que la infanta Isabel volvía de la verbena con toda clase de pequeños regalos que el pueblo de Madrid la entregaba como prueba Üe su afecto y devoción. El pueblo de Madrid ha sabido corresponder en forma exaltada y el Gobierno da las gracias a cuantos han conseguido llevar a la realidad proyecto tan hermoso para perpetuar la memoria de la egregia Señora. El ministro terminó sus palabras afirmando: Se verifica el acto inaugural en estas circunstancias gracias a una España rescatada que, al reintegrarse a su condición tradicional de Reino, ha permitido la celebración de acontecimientos de esta clase. Todos los oradores fueron muy aplaudi- En ionio al monumento de la infanta Isabel, el día se presentaba como del viejo y eterno mayo: sol claro y bullicioso, batido con alegre viento del Guadarrama, jugando a regalar frío invernal, y con presagio de lluvias finas sobre la pradera de San Isidro. Así conoció la infanta estas mañanas madrileñas cuando bajaba a beber el agua del Santo: Primavera desconcertante, como la vida misma y como había sido la suya y la de su madre y como habría de ser el final de su existencia. La paz le venía ahora en la piedra rígida del monumento que ayer ofrecía, es verdad, una tierna porosidad, una blandura bondadosa. Estaban alrededor de su escultura los invitados, algunos de los cuales habían gozado de su amistad y aun de su protección. Y la Banda Municipal preparada con sus castizos irosos de zarzuela, sofocados todavía en un silencio como para no estremecer a destiempo el españolismo de aquella regia criatura (dos veces fue proclamada princesa de Asturias) tan poco propicia a ser evocada en piedra. No habían llegado todavía los ministros ni el alcalde... Las sillas permanecían casi vacías y ocupadas tan sólo las de inferior rango. Una muchedumbre alerta estaba de pie fuera del cordón: es esa masa madrugadora que llega antes y se marcha después del mundo oficial. Estaba el Municipio de La Granja, como en el nuevo juego del corro del destino, que va y viene, que se encoleriza y dulcifica, evocando a aquella otra princesa del corro veraniego, en donde la tertulia crecía tolerante y palatina. Y estaban también sus amigas, protegidas por algún echarpe más bien otoñal... Pero había algo renovado y estupendo, como una consigna que fuese dada sin pronunciarse y que iba de una a otra generación en la reverencia de Corte: allí estaba doña Sol, duquesa de Santoña (otra edad y otro tiempo) y allí estaba la condesa de Elda (otro tiempo y otra edad) F en segunda fila, perdida en las sillas más anodinas, pero afilada la vista y en pie su emoción, una señora, una señorita: Margot Bertrán de Lis, con su velito negro, que daba sombras femeninas a un rostro animado; con su collar de per- de su personalidad, el ofrecimiento insólito de seguridades para residir en Madrid; y allí la había asistido en su agonía en el convento de la Asunción, y en el entierro solitario en el Pere Lachaise. Margot Bertrán de Lis, la señorita Bertrán de Lis como su hermana Juanita, había sucedido a la marquesa de Nájera en esta compañía de la infanta. Juanita cumplía el turno del i al ig y Margot la otra mitad del mes, y si su hermana, cerrados los ojos para siempre, no podía contemplar la ceremonia de ayer, ella, al cabo de los veintiún años de servicio con doña Isabel, llegaba a estell otro acto, al epílogo de los epílogos: Es la primera ceremonia oficial a que asisto desde que murió la infanta y decía esto con una sencilla fe que, en definitiva, era el extraordinario salto en el vacío, la incorporación de la vida vivida a la historia fija, solemnizada: era como el crecer en la sombra de su propio tiempo. Todavía quedaba media hora para la inauguración oficial, ausentes en otros actos los ministros y el alcalde, cuando un golpe de viento levantó la bandera nacional que cubría la figura de la infanta. Los invitados se pusieron en pie y el gentío lanzó su salva de aplausos. ¿Golpe de viento? ¿Ángel de la ternura, que quiso entregar esta otra nota inaugural, quitándole, en memoria fidelísima a la allí perpetuada, tiesura o excesivo protocolo? ¿0 golfillo de verbena que tiró del cordón de la bandera para anticipar, popular y consecuente, el orden de su ceremonia? Así tenía que ser y así era: un homenaje a la infanta habría de crecer en una hora al margen de lo previsto, gozándose en esta verdadera democracia en la que se sostienen tan sólo los que, como ella, tiener. un rango. Se oían frases que recordaban su carácter. Eran las voces de la fidelidad, de quienes fueron sus amigas: allí estaba la condesa viuda de Romanones, v allí también la hija y nieta de los Coello de Portugal, que sirvieron a la infanta, la marquesa viuda de Oquendo. Eran palabras que reflejaban las grandes y bellas nubes del día, mitad soleadas y mitad cargadas de lluvia, de la evocación: Era igual con todo el mundo, era constante con todo el mundo. La ceremonia inaugural llegaba puntualmente. Los sillones, dorados y tapizados de rojo, fueron ocupados por la familia, los Barbones y tas Bavíeras. Llegaban los ministros: venía el alcaide... La litografía isabelina se convertía en fotografía satinada. corrió ¡a bandera nacional que lo recubría, la Banda Municipal interpretó el Himno Nacional, escuchado de pie por la concurrencia. Teminada la ceremonia, la niña Pilar Aílonza Ruiz depositó al pie de ia escultura un ramo de flores encarnadas y amarillas, v a continuación lo hicieron otras mucha? personas. las y sus guantes blancos, y entre la blancura de sus guantes y el blanco grisáceo de sus perlas, el otro blanco indefinido de sus cabellos. Había pasado la vida: hacía veinticuatro años que había acompañado a París a doña Isabel a su destierro, aun cuando la República había dedicado a Su Alteza, tal la fuerza dos por. la muchedumbre que se congregó en los alrededores del monumento y, al final del acto, cuando el conde de Mayalde des- CIMA Ventanas v mamparas de hormigón para industria, MAYOR, 12. Teléfono 21 98 07,

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