ABC MADRID 06-05-1955 página 19
- EdiciónABC, MADRID
- Página19
- Fecha de publicación06/05/1955
- ID0000497227
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Padre Rosendo Salvado, abad de Nursla. Nueva f EL PADRE SALVADO RECAUDA FONDOS TOCANDO EL PIANO s- -CUANDO se atraviesan los inmensos I y salvajes territorios del Oeste ausV- traliano, es una verdadera satisfacción toparse con la Misión de Nueva Nursia. Un conjunto de viejos edificios se agrupa en torno a un monasterio y a una iglesia. Una escuela mixta, un magnífico hotel con escaleras y balcones de estilo español, un hospital, talleres y un cementerio fueron el núcleo de la misión más lejana del mundo cristiano Todo esto, y la maravillosa lección que encierra la comunidad, es obra de unos sacerdotes españoles. Al llegar a la Misión, una castiza puerta de hierro forjado se abre al visitante. Después! de desalterarnos con unas copas de vino blanco de las vides de Nueva Nursia, nos adentramos en estos lugares que fueron escenario de sacrificios y luchas ante la hostilidad de unos salvajes y la dureza de una región inhóspita. Ahora todo es acogedor y apacible. En el monasterio abundan las obras de arte. Junto a las reliquias de los ¡primeros tiempos de la Misión hay un San Jerónimo pintado por Ribera, una talla anónima italiana de una Virgen a la que los nativos llaman Dama Blanca y una serie de obras de Guido Reni, Giordano y Gagliards Berna rdino. La biblioteca encierra algunas de las obras más valiosas de Australia. Hay ejemplares de San Agustín con ciento cincuenta años de vida, un misal del siglo XVII; un Codex Vaticanas de cuya edición quedan escasamente 50 ejemplares y, sobre todo, un libro de San Gregorio, impreso en 1643, en Zaragoza. Es difícil explicar la emoción que produce tener este ejemplar entre las manos, sabiendo que nos separan más de 20 mil kilómetros de la bella capital aragonesa. La historia de Nueva Nursia, como sucede siempre que interviene. españoles en la Historia, es la del triunfo del coraje y de la fe sobre la inhóspita geografía y la enemistad de los nativos. Nueva Norcia nace de los sueños misioneros del padre Rosendo Salvado, que en 1845 se hace a la mar, en compañía del padre José Serra, para fundar la Misión más alejada de Roma. Mientras se encaminan hacia estas tierras, los dos benedictinos españoles saben que la tarea será dura y las probabilidades ds éxito, escasas. El país está inexplorado y a los riesgos de la naturaleza se vienen a sumar los del hombre. En efecto, de todas las razas conocidas, la más primitiva es la de los aborígenes australianos. En un principio, el padre Salvado decidió establecerse a 150 kilómetros, al Norte de Perth, pero el viaje fue tan duro y peligroso, que los guias y portadores abandonaron a los benedictinos españoles. Estos, decidieron levantar un altar en aquel sitio y rogar a Dios para que viniese en su ayuda. Los nativos, primero por curiosidad, y luego, en busca de golosinas, se fueron aproximando a los sacerdotes y hasta les enseñaron a distinguir las raíces comestibles de las venenosas y a cazar lagartos gigantes o canguros para alimentarse. Asi vivieron tres meses, hasta que el padre Salvado decidió irse en busca de ayuda. Gracias a sus dotes de pianista, el misionero recaudó fondos en las poblaciones costeras y con ello pudo adquirir víveres, semillas, utensilios y hasta un carro pequeño. Entretanto, sus compañeros se familiarizaban con los diversos dialectos de la región y estudiaban las creencias de los indígenas. Kra tal el grado de primitivismo que había en los aborígenes, que los sacerdotes benedictinos tuvieron que empezar por inculcarles la idea de civilización primero, y luego, la de cristianismo. Como una de las mayores dificultades cue presentaba el aborigen era su nomadismo, los misioneros tuvieron que crear una pequeña comunidad, en la que cada cual debía desempeñar labores, retribuidas según sus méritos, y en la que los niños irían al colegio. Después de tantos meses de lucha contra la tierra y sus nativos, el padre Salvado se concedió unas pequeñas vacaciones. Durante su ausencia una manada de potros salvajes invadió 3 a plantación y en una noche quedó destrozada la labor de todo un año. Entre aquellos indígenas que se agrupaban con sus familias alrededor de la iglesia- -igual que en Méjico o P e n i comenzaron a brotar nomadismos antiguos y algunos desaparecían para reintegrarse a su antigua vida. Los padres permitieron aquellas fugas e incluso las favorecieron, pensando que con ello la marcha hacia la civilización sería progresiva. Sus ideas eran como un virus que contagiaba a los más rebeldes gracias a los portadores de gérmenes que abandonaban la Misión. Pese a los frutos cosechados, aun tenían que sentir muchas decepciones los pobres benedictinos. Más de una vez sorprendieron a un negro estrangulando a un moribundo para robarle el último suspiro y con. ello doblar su ¡propia vida. Eran restos de primitivismo mezclados con nuestra religión. Muy sensibles ante la música, los aborígenes se dejaron ganar por las oraciones y los totanos, y así, poco a poco, ganados también por la bondad y comprensión de los sacerdotes, se acercaron a la verdadera fe. Entonces surgió el incendio. Durante días y días, las llamas fueron avanzando irremisiblemente hacia la Misión. El viento era favorable al incendio y ni el agua ni la madera verde pudieron detenerlo. Cuando todo parecía perdido y bush que 1 rodeaba la Misión ardía, el padre Salvado puso la estatua de la Virgen cara el viento y solicitó de Nuestra Señora que las llamas se alejaran. Casi inmediatamente, el viento cayó y el monasterio de Nueva Nursia se salvó. Muchos indígenas se convirtieron. 1 padre Salvado murió en Roma y su cuerpo fue traído a Nueva Nursia, donde toda so. obra rodea la sencilla sepultura. Hace poco, üs hijos espirituales que por más jóvenes no conocieron sino de oídas al padre Salvado, le han obsequiado con el mejor regalo que nunca pudiera soñar: tomando los hábitos en Roma, ellos, los nietos de aquellos aborígenes de Nueva Nursia. Al cerrar detrás de nosotros la verja de hierro, pienso en aquel benedictino que, cuando los caminos eran inseguros en la España de 1845, daba conciertos de plano para poder civilizar unas tierras que estaban esx las antípodas de su pueblo. Augusto MENESES y Daniel XJANG Vista general de la Colonia Benedictina de Nueva Nursia.