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ABC MADRID 29-04-1955 página 27
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ABC MADRID 29-04-1955 página 27

  • EdiciónABC, MADRID
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LA MAR Y LOS BARCOS ANTO me gustan el mar y las cosas de la mar, que posiblemente me alucinan; pero a nadie perjudica esta afición, ni aun mostrándose alucinada. Hubiera querido ser marino; estoy seguro, aunque dude de mi preferencia si por la Marina de guerra o la mercante. Siglo y medio atrae no habría duda. Es sabido que hasta muy entrado el siglo XVIII, las naves se equipaban para combatir o comerciar, según las necesidades del momento. Y como en la mar nunca faltaban enemigos, los políticos y los arbitrarlos, todos a una en la piratería, ni el patache más pobre y pingajoso navegaba sin su cañoneitp a proa. Como los jácaros de mesones y plazuelas que antes prescindían de las calzas que del pistolete y el chafarote. Muy reciente es la radical diferencia entre ambas Marinas a cuenta de blindajes y armamentos. Y si comerciar sigue siendo pecheo y desazón combativa mejor disimulada, quiere decirse que no remito mi andón a los encantos del peligro, sino al de navegar en sana paz. En la profesión todo es nuevo, menos las tradiciones, aunque muy pocas flotan ya al garete en la marejada científica y seudocientíflca, donde casi todas naufragaron. Los barcos de ahora no tienen alma Son máquinas regidas por cerebros automáticos, que cruzan en la mar con el mismo trepidante desenfado que otras máquinas corren y vuelan. En ellos el hombre es cosa; una pieza acoplada al mecanismo y que discurre, avisa y dirige, sin cuidarse de las estrellas. Vaya, sin mirar al cielo. Estas novedades afirman a uno en su afición romántica, y no parece despropósito creer más difícil y comprometido pilotar una goleta sin motor, y hasta un falucho, que mandar en jefe cualquier barco moderno de muchas toneladas. Aquella cámara de derrota, sancta sanctorum de las viejas naves, es en las novísimas como un archivo de burocrático papeleo. Y el diario de a bordo, antaño tan personal y emotivo, viene a ser T Barco anteplores a 1492. Flota de Colón. como la agenda insulsa que anotara el técnico de una fábrica o el director de un gran hotel. Cuidado, que tales apreciaciones no desdeñan el mando de un acorazado o de un trasatlántico ni menosprecian su responsabilidad. Pero si se comparan estos leviatanes con aquellas fragatas de la carrera del Pacífico, disminuye el concepto de mandar cuanto más se mecanizan los procedimientos de su ejercicio. Sería absurdo el arresto del piloto- autómata que falla, o meter en barra al radar como al vigía que se duerme en la cofa. Traigo lo dicho, y ciertamente que no por los pelos, a la vista de un museo naval de particularísimo encanto y poco conocido. Su génesis es curiosa. y muy alentador su desarrollo. El pueblecito que bien puede enorgullecerse de tal relicario marinero es Luanco, en la costa cantábrica. Quien lo inició y sigue prestándole el calor de su entusiasmo se llama Eulogio Várela Hervías. Vean cómo la mar vuelve a hilvanarse a la meseta- -que toda Castilla es rebalaje- al buen estilo de la tradición. Porque si la t de Luanco es marinera desde siempre, mi amigo es hombre de tierra adentro; director de la Hemeroteca Municipal de Madrid, No se le entró la mar por los ojos desde las ventanas de su despacho en la plaza de la Villa, donde vive y trabaja, sino que le caló en el alma cuando unas vacaciones veraniegas el azar lo desplazó a aquellas costas. Vaya usted a desentrañarle el sentido misterioso o atávico a lo que al fin y a la postre es un caso de tantos, natural y sencillo entre nosotros, aunque para los extranjeros resulte inexplicable. En Luanco todos pescan tres o cuatro meses y el resto del año componen sus artes, carenan sus barquitos de verdad y, cantando y bebiendo sidra, los hacen de juguete. Várela compró un faluchillo, lo arboló en balandra y en su mes de vacaciones también pesca y hace barquichuelos a punta de navaja. Su pasión marinera le inspiró el deseo de perfeccionar el entretenimiento de todos, y los juguetes, arbitrarios, como deben de ser los juguetes, pasan a segundo término, porque los; jugueteros ya son auténticos modelistas. Han revivido en Luanco, siquiera sea en chiquito, los históricos arsenales cuando al humo de los careneros se enroscaban las salomas a son de mandarrias. En una vieja casona, escuela abandonada, se apañó en 194 Í 9 una salita para depósito de los primeros modelos de barcos, ya perfectos. Se interesaron las fuerzas vivas luego, el Ayuntamiento, y la Diputación de Oviedo, y el ministro de Marina... Y sobre todo Várela, que sigue siendo el alma de la institución, aunque su modestia lo rechace. Hoy, el Museo Naval de Luanco, ya con cuatro salas y para Inaugurarse la quinta, ofrece unos trescientos modelos a escala, rigurosamente contrastados, en los que puede estudiarse a conciencia y con recreadisima minucia la evolución de las naves desde los tiempos más remotos. Tanto me sorprendí del precioso hallazgo como va a sorprenderle a Eulogio Várela Hervías este buceo en su enamoramiento de la mar y los barcos. Que me perdone, y yo le prometo no ponerme a tiro de su enfado. Amigo: si puedes, no dejes de visitar el Museo Naval de Luanco. Te aseguro que pasarás buen rato y que el encanto de su vista perdurará en tus recuerdos. No me lo agradezcas, que me has pagado muy bien con la satisfacción de esta charla. José Carlos DE LUNA Final del siglo XVI y Marina mercante del siglo XIX.

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