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ABC MADRID 13-03-1955 página 16
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ABC MADRID 13-03-1955 página 16

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página16
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DIOS YPIGMALION O conocí a Pigmalión; na aquel de C h i p r e que construyó la estatua femenina y hermosa, a la que logró dar alma y vida merced a la ayuda de Venus, y de la. que tuvo un hijo varón. Ni aquel otro que fue Rey de Tiro y cuya codicia le llevó al crimen, casi al fratricidio, (puesto que mató a su hermano politico para apoderarse de sus riquezas, que de poco le valieron porque bien pronto pereció- estrangulado por su amante Astarté. Mi Pigmalión, al que debo llamar Pigmalión Moderno, es de nuestro tiempo. Le he conocido, sí, ¿acaso en sueños? Lo cierto es que recuerdo haber recibido la confidencial confesión creadora. Si, sus palabras quedaron grabadas en mi mente, como quedan en el fonograma impresionadas las voces que aspiran a ser perpetuadas en este mundo, donde el tiempo tiene medida y todo tiene su fin. Este Pigmalión de mi historia, como aquel de Chipre, quiso emular al Supremo Creador y construyó un segundo Adán, para tener un esclavo que le sirviera durante toda su existencia. Era una estatua articulada, con un mecanismo interior complicado y misterioso; una estatua de proporciones normales; quiso animarla can un soplo de su propia inteligencia y darle, al mismo tiempo, la facultad de exponer sus sentimientos y sus ideas. Y, fiel en todo a la creación divina, proyectaba inyectar en su cerebro el virus de los Siete Pecados Capitales y, a la vez, el antídoto de las Siete Virtudes. Sería, por tanto, un ser que encerrase en sí las fuerzas que mueven las voluntades humanas ccn todos sus desenfrenos y todos sus frenos, bajo el control de la conciencia. ¡Pero necesitaba- para su obra la licencia y la ayuda de Dios, al cual invocó en fervorosa plegaria, que no fue desoída: Perdóname, Señor, si pretendo emularte ccn la creación de esta estatua, que deseo hacer viviente, si no incurro en Tu desagrado y obtengo Tu aprobación divina. Inspírame, Señor, para infundirle alma. Dios no le contestó, limitándose a sonreír enigmáticamente. Pigmalión, entonces, continuó con el mismo acento sumiso: Quiero tener un servidor fidelísimo y, no encontrando un ser en quien poder depositar toda mi confianzaT decidí construir este autómata, tan semejante a mi, que es como mi alter ego Pero, ¿cómo lograr darle el Ubre albedrío? Dios siguió silencioso. SI inculcándole tanto los buenos como los malos instintos se vuelve centra mi y se convierte en mi enemigo, ¿seré responsable de sus actos? Dios persistía en su mutismo, aunque se había apagado de su divina Faz la sonrisa ambigua. Pigmalión prosiguió sin desánimo: ¿Podrá reprocharme que le haya dado la facultad de ejercer el mal para hacer de mi, tal vez, su primera victima? Por fln el Supremo Hacedor dejó oír su Voz Augusta: Incúlcale la fe en ti, Pigmalión. Edúcale y dale por ejemplo de su conducta, tu propia conducta. No quieras hacei- de él tu Y esclavo, sino tu amigo; más bien tu hijo. Sé para, él ejemplo humano de la bondad, de la generosidad, de la templanza, de 1 continencia... Pigmalión, til oír la palabra divina que parecía prolongarse en musicales ecos, se recogió en un largo silencio; después expresó en alto su pensamiento: ¿Qué me aconsejas, oh, Padre de la Sabiduría? ¿A qué debo dedicarlo? ¿Haré de él un hombre de estudios? ¿un trabajador manual? ¿un científico? ¿un artista? un hombre de letras? ¿un ¡novelista... un dramaturgo... un poeta? ¿O más bien un filósofo? ¿Será, tal vez, mejor que lo dedique a deportista? ¿Acaso más conveniente a labrador? ¿O quizá a marino? ¿O simplemente a novio de la ociosidad, apto ara todo menester inconsistente? Oh, Señor, ilumíname, inspiran ayúdame! La Voz Augusta. -En los tiempos que rigen, Pigmalión, si haces de él un artista se avergonzará- de tomar por modelo la belleza y se encaminará por los senderos de la aircrmalidad y la extravagancia... Si lo encauzas por la ciencia, corres el riesgo de que invente armas calamitosas... Si lo conviertes en un novelista o en un dramaturgo, hallará gozo en hacer desgraciados a sus personajes, a los que dará una vida trágica, a fin de que no lo tachen de novelista rosa o de comediógrafo blandeñguéV. Si poeta, se extraviará en un dédalo de elucubraciones y despropósitos que le hagan aparecer profundo y misterioso no para llegar al entendimiento y al corazón de los humanos, sino para desconcertar y asombrar a íes intelectuales, que desdeñen lo claro y prefieran lo confuso, profuso y difuso... Si optas por convertirle en obrero del camipo, del taller o de la fábrica, y das luces de cultura a- su cerebro, correrás el riesgo de que sus brazos se avergüencen de su útil condición y empleen su vigor en una obra destructora... (Benévolamente, la Voz Augusta no quiso aludir a los deportistas que emplean sus habilidades y sus energías en su exclusive provecho. Ah, Pigmalión, prosiguió el Creador, los hombres n ¡e reprochan con frecuencia que, siendo Yo el Tcdopoderoso, no evite sus desventuras, haciéndome responsable de la calamidades que les afligen Pero cuando son ellos quienes crean un mundo ficticio, se complacen en ser duros, crueles, inflexibles, sin la menor piedad para las criaturas de su espíritu... Mira las grandes creaciones de la literatura universal: el escalofriante Hornero... el implacable Esquilo... el trágico Sófocles... el dantesco Dante, conduciéndote a las esferas infernales... el pelifacético Shakespeare, desentrañando con protervo instinto las pasiones humanas... Calderón, en fin, por no citar más, conduciendo a sus criaturas por la- senda del fatalismo. Pigmalión. ¡Ah. Señor, cuánta es Tu sabiduría, cuánta Tu Razón i La Voz Augusta. -A la Humanidad, Pigmalión, no le basta con sus propios dolores efectivos; quiere, además, las ficciones truculentas y desdeña las histerias felices, las novelas q ue caminan; por la ter- nura hacia un ocaso venturoso... Pretieren los humanos las pasiones en tempestad y ensanchan sus pulmones ante los vientos huracanados... El hombre buscala lucha, ama la guerra y se hastia en! as treguas, en las que no descansa, sino que se complace inventando armas cada vez más mortíferas... Es un ser inquieto, que lleva la muerte en su propio esqueleto, ¡y son los menos quienes se preocupan de dar alas a su cada veri... l a mayoría son rebeldes por naturales y sólo se someten al castigo y al dolor, ¡Son J 03 descendientes de aquel Caín, que mató 3 a bondad!

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