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ABC MADRID 09-07-1954 página 3
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ABC MADRID 09-07-1954 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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D i AR IO IL U S T R AD O DE I N F C) R M AC I ON G E NE R AL FUNDADO EN 1805 POR OON TORCUATO LUCA DE TENA D I AR IO IL UST R AD O DE I N F O R íVi A G 1 O N G E NE RA L s m R enjundia y la amenidad en él características. Decía don Manuel Sotomayor y Luna que el Ecuador es refractario al comunismo. Son dos términos antagónicos. Allí no se resignan a la barbarie, ni por lo general suelen estar descontentos los de abajo con los que son sus señores. La fraternidad cristiana impera en las relaciones sociales y parece como si la distinción diplomática de Sotomayor y Luna, que fue embajador de su país en las capitales europeas de más realce, se trasladara al suceso materia de SÜ comentario y tuera el Ecuador- -con su otra beata Mariana de Jesús, como la mercedaria madrileña- -una Atenas prodigio de cultura y modos cortesanos. Luis ARAUJO- COSTA las mangas. Ignoran los que lloriquean con este caudal de burguesía rimada (no exento de alguna hermosa descripción) que el poema fue escrito por su autor cuando su mujer estaba viva, vivacísima, andando por la casa y ocupada en las labores propias de su sexo. Más todavia: fue el poeta quien se murió primero, dejando viuda a la recordada señora. Ua poeta tendrá derecho a hacer esto, si le place, pero no creo que este tipo de poesía sea obra de reación, sino de invención. Falta en ella un elemento esencial: lo espontáneo. Nunca se me olvidará, en esta zona de las interpretaciones gratuitas, el revuelo que se produjo en. mi dulce ciudad natal al aparecer mi primero y menguado librillo de poesías. Una de las composiciones empezaba con dos versos que decían: Un tropel de beatas corre detrás de un buho. E C U A D O UBLICA la Embajada del Ecuador en Madrid unos boletines mensuales muy útiles para el estudioso que quiera seguir el movimiento cultural de aquella República y cómo se van estrechando los lazos de hermandad entre la madre España y el país de Mejía Lequerica y García Moreno. Como nadie ignora, el Ecuador se asienta en la misma línea equinoccial. Quito se encuentra en el cero que inicia ambas latitudes geográficas, la del Norte y la del Sur, y no abruman en la capital los calores, porque se halla a una altura de 2,800 metros sobre el nivel del mar. Conocí y traté mucho en Madrid a un ecuatoriano ilustre, que contribuyó a que no desapareciera del nomenclátor callejero madrileño Mejía Lequerica, al que injustamente y sin motivo se acusaba de masón. Me refiero a don Manuel Sotomayor y Luna, ya difunto, que casó tardíamente en. Roma con una princesa de la sangre de la familia de nuestro infante don Carlos. El me animó al trato literario de algunos autores de allí como don Remigio Crespo Toral y yo pude halagar su legítimo orgullo de ecuatoriano al decirle que conocía- -y no se puede desconocer- -la obra de Juan Montalvo, y que estimaba como uno de los libros más enjundiosos, amenos- y nutridos de jugo clásico por mi leídos, el Virgilio y su misión providencial del jesuíta padre Aurelio Espinosa Polit, sobrino del arzobispo de Quito, Polit y Lasso, y hombre que ha bebido el humanismo a manos llenas en los textos originales y en toda la corriente de estudios grecolatinos peculiares a Inglaterra, Francia y España. Ningún español amante de la cultura puede ignorar los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes ni la Geometría moral ni el mencionado Virgilio del padre Espinosa, ni los estudios acerca de Santa Teresa de su tío el arzobispo Polit y Lasso, ni los escritos de su sucesor en la sede arzobispal quiteña, don Federico González Suárez, que escribió la prehistoria y la historia del Ecuador y al que puso en uno de sus libros magnífico prólogo don Marcelino Menéndez y Pelayo. Las literaturas inglesa y francesa penetran y se hacen familiares en el Ecuador merced al ya más de una vez citado, Polit y Lasso, el cual, antes de ser ordenado sacerdote y de ceñir la mitra de Quito, fué (seglar, ejerció la abogacía y se- distinguió como profesor de idiomas y como sabio y ameno divulgador de cuantos autores usaron las lenguas respectivas de Shakespeare y Ben Jonson, Corneille y Moliere. El Ecuador, como muchas otras Repúblicas hispanoamericanas, realiza cumplidamente los ideales proclamados en el Ariel del uruguayo José Enrique Rodó, porque en la cultura ecuatoriana todo es espíritu, finura, culto de las bellas tradiciones, suavidad en las maneras, noble emulación como la de aquellos poetas de Popoyán (en Colombia, pero no demasiado lejos del Ecuador) cuya obra y escuela analiza Menéndez y Pelayo con la LA VIDA PRIVADÍSIMA U N amigo- -quiero decir, un conocido mío- -se me acerca y me dice: He leído ese poema. Muy bien, muy bien. Permítame que le confíe que yo conozco su caso personal, y que está maravillosamente expresado en estos Versos. Mi irritación se contiene para dejar paso al torrente de su despiste, y el hombre me habla, con un atrevimiento enfadoso y con palabras que quieren ser indirectas, de una persona y de un suceso que llevan largo tiempo en el desván de mi memoria y que no se me ocurriría intentar airearlos. El perspicaz equivocado relaciona la reciente poesía, aún palpitante de vida y algo herida de muerte, con un acontecimiento caducado. En tanto que mi sagaz conocido sonríe, esperando que yo le diga cuan listo es y cómo ha dado en el blanco, me retiro, silencioso, pensando en la fragilidad de las atribuciones personales e inmediatas. Esto no tendría importancia si se limitara a una tentativa de diálogo callejero. Lo malo es que estas posturas trascienden a la crítica, a la interpretación de la historia y biografía del artista, con tanto mayor daño cuanta mayor sea la importancia de aquél. Tiene su explicación, y hasta su justificación parcial, esta osadía de la gente, porque el arte, con mayor o menor mantenimiento en el tiempo según su calidad, presta cierto poder de duración a ias personas y los acontecimientos. Puede haber desaparecido de la afectividad un ser que sobreviva en la obra de arte. Por regla general, nadie adquiere esta supervivencia, ni nadie puede darla tampoco (en. el grado mínimo o magnífico de que sea capaz) sirio mediante algo de dolor. Lo que se desarrolla sin dificultad no suele permanecer. Puede ser utilizado el truco de mostrar como doloroso o difícil lo que no lo es en sí. Una de las poesías más resobadas como ejemplo de orden sentimental, de tristeza emborrizada en bondadosa simpatía, es la conocida historia del ama de casa pueblerina que muere dejando sumidos en lágrimas a los pastores, que cuelgan del techo sus gaitas y se limpian el llanto con Yo había querido decir eso, exactamente, y nada más. El buho de mi poesía era un buho, y se acabó: ave de rapiña, nocturna, con dos círculos de plumas en torno de los ojos y dos copetes en la cabeza. No quiero ni pensar en los malos ratos que me hicieron pasar, en aquella juventud casi adolescente, las atribuciones personales a que dio motivo el dichoso volátil de las tinieblas. Paseando algunas tardes por un parque madrileño, recuerdo aquello que decía Vauvernagues- -y que más tarde comentó Baudelaire- -de cómo algunas avenidas o senderos de los jardines públicos parecen ser refugio de glorias frustradas. de ambiciones incumplidas, de anhelos abortados. Esos viejos señores, esas abuelitas que sueñan ante el paisaje, aislados, sin decirse nada, mutuamente desco nocidos, ¿qué habrán querido ser? La que más me interesa imaginar cuando paso ante uno de esos bancos del parque es cuál pudiera ser la biografía que da sus ocupantes escribiese uno de esos atre vidos insensatos que lo interpretan tcdo a su guisa. A veces pienso que entre esos personajes de la avenida silenciosa hay alguno que no es un fracasado, sino un hombre que ha llevado a cabo su destino vital, lo que no impide que permanezca en él ese dolorido sentir de que hablaba Garcilaso. Tal vez ese hombre del parque es un gran pintor, un alto poeta, un maestro ilustre, un creador en cualquier orden de la vida, que rememora, en estas tardes, su propia existencia. Recuerda una, dos, tres mujeres en épocas diversas, sabiendo a cuál de ellas quiso más y cuál le arrebató más apasionadamente sin lograr mantener su ternura. Recuerda amigos, paisajes, sucesos, con una precisión minuciosa. Cuando este señor sa haya ido definitivamente de este parque, sus recuerdos podrán- ser revueltos y trastrocados por un cualquiera que los interprete a su antojo, que se meta en analizar sus afsc r su corazón, su libido, lo más secreto de su alma, sin el menor respeto. Y 1 da una pena terrible del vieme jo señor que mira cómo se pone el sol tras los árboles del parque. José María SOUVIRON

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