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ABC MADRID 04-08-1946 página 3
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ABC MADRID 04-08-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA 4 DE AGOSTO DE 1946. NUMERO SUELTO 60 (3 ENTS ÍS B OB ADILLA ABC D I, AR 1 0 I L u s: TR AD O D E 1 F O R MA G I o N G E N 1 ER l wé 1 ono el mundo conoce en el Norte de España el camino francés por el que los peregrinos cristianos de la Edad Media se dirigían desde los puertos pirenaicos hasta la remota Compostcla del Apóstol. Si quisiéramos buscarle una equivalencia moderna y profana, seria el camino inglés que, arrancando de Gibraltar o de Algeci. ras, lleva por Ronda, Antequera y Loia hasta el santuario artístico de la Alhambra. Tal vez uno de los primeros descubridores de esa ruta fue el gran Washington Irving. Lo cierto es que, tras él y en I a época de oro del turismo moderno, la han venido siguiendo, individual y colectivamente, infinitos viajeros y caravanas anglosajones. Y su vitalidad es tal, que instintivamente la emprenden, y empezando por el sitio reglamentario, hasta laá personas que ya conocen perfectamente la total geografía de España. Es el caso del amigo Walter Starkie, cuando, disfrazado de Don Gitano, con su garrota y su violin, se fue a castrar las colmenas musicales del Sur de la Península. Para recorrer este camino inglés el mundo moderno ofrece multitud de medios; pero, a menos que se viaje en avión o en un automóvil cerrado y velocísimo, en ninguno pierde su sabor pintoresco. ¿Incluso en tren? Naturalmente. El trenecito del camino inglés apenas se parece a ningún otro. Don Gitano, que generalmente viajaba a pie, lo utilizó en dos trayectos- -de Algeciras a Ronda y de Antequera a Loja- -y nos ha transmitido sus impresiones: los trueques de queso y de chorizo, el departamento como mina de incidentes pintorescos y como casino ambulante, el copeo en las estaciones, las paradas en. que la desobediencia al reloj se explica, por el caritativo propósito de aue las mujeres de las cantinas vendan sardinas y melones, los consejos mercantiles y las opiniones políticas mezclados con noticias sobre la dentición de los chiquillos respectivos o la ferocidad de las suegras. Es una novela- río que fluye sin inquietud ni prisa. Las ventanillas- -por las que entran, junto con el carbón, pe 1 rfumes campestres embriagadores de puro sencillos- -nes hacen hojear, no demasiado velozmente, un álbum de atalayas moriscas, cortijos encalados, olivares y lomas punteadas de almendros. Si alguna lámina tarda mucho en pasa. 1 es la de la esposa del jefe de estación que se abanica en una mecedora bajo unos azulejos que anuncian carnes de membrillo o vinos rancios. Es lástima que Don Gitano esquivara con un rodeo, a pie pasar por la estación de Bobadilla, c, ue figura realmente en el camino inglés pero que. es el punto de intersección de muchos otros caminos. Bobadilla es una creación del ferrocarril, una Babilonia andaluza, el París de nuestros deliciosos y tranquilos trenecitos meridionales. Está a, dos leguas de Antequera, y, a mediados del pasado siglo, tenía, según el Mador, 13 casas, 22 vecinos y 86 almas. ¡Cuánto ha crecido desde entonces! Muchas más almas pueblan hoy, no importa a qué hora, cualquiera de sus andenes. Y tiene, además, una fonda gigantesca donde se amontonan las viandas indispensables para el viajero ibérico: -la tortilla de patatas, la pescada rebozada, el filete empanado y las medias b otellas de clarete. Pasa, claro es, por Bobadilla algún tren tccíurno y casi veloz. Nadie le hace caso. El verdadero momento de Bobadilla es cuando, en las horas meridianas, confluyen allí cotidianamente todos los trenes diurnos de Andalucía: e. l de Granada, -el de Sevilla v Cádiz, el h- Córdoba, rl de Málaga, el de Algeciras. (Allá lejos, no sin empalmes complicados y diabólico? duermen Jaén, Huelva y Almería. Todos los días se citan los trenes en este sitio neutral, verdadero corazón de la tierra de María Santísima, casi en la confluencia de sus tres provincias principales. Cuando se abren las portezuelas, salen por ellas los personajes de mil comedias quinterianas, de mil dramas rurales, de mil Escenas andaluzas, tan sabrosas como las del Solitario: hacendados, campesinos, banderilleros, ingleses, canónigos, oficinistas, monjas, soldados, mineras, solteronas, agüistas, guardias civiles, embarazadas. La niña uniformada de un colegio compra huevos duros para la madre superiora. Pasan gentes con paquetes grasicntos y botellas de Borines y de Lanjarón. Se trasiegan maletas, canastos, escopetas, sacos de harpillera. Los de Loja hablan con los de Teba; los de Utrera, con los de Puente Genil. Se cruzan impresiones sobre bodas, enfermedades, cacerías y cosechas. Todo el mundo gesticula, cecea, y se da palmadas en los hombros de las blancas y arrugadas chaquetas de hilo, moteadas de carbonilla. En ningún sitio se ve más palpablemente que toda Andalucía, no obstante ser tan vasta, es como una familia grande. Pero de pronto- -seguramente no a su (hora- -suenan pitos y campanas, que quizá también cecean un poco. Los infinitos actores de la maravillosa comedia de los veinte minutos en Bobadilla vuelven a los camerinos de fus vagones. Se cierran las portezuelas y los trenecitos arrancan renqueando un poco. Unos viajeros siguen en el tren Ique traían. Ot ros han cambiado y tienen que Volver a ofrecer jamón y Rioja, o a entablar nuevas conversaciones sobre el examen de Estado del niño, o sobre caballos, paloma s V aceitunas. Van de la Giralda a la AlhamIbra, de la Calcita a la Mezquita, de la sieirra. al mar o de, l mar a la sierra, en intrincadas y tremendas combinaciones. Cada casino ambulante- -cargado de paciencia, de caler, de cordialidad- -traquetea sin precipitación por su camino. Las locomotoras se han. separado un poco remisas, pero con sus pitidos cariñosos se yan diciendo alegremeriite: ¡Hasta mañana! EMILIO GARCÍA GÓMEZ áe la Real Academia Española. AQUÍ, JUNTO AL MAR LATINO B IEN es verdad que esta enorme presencia, azul y chata, de ¡a mar está ya muy vista; pero no por muy vista, menos olvidada. Quiero decir que, si no es posible descubrir ya ningún Mediterráneo como espectáculo veraniego, sí conviene redescubrirlo como espectáculo histórico; solazarse orgullosamente en la contemplación da este simbólico mar, cuyas aguas colman casi el viejo cuenco del espíritu que llamamos Europa. Y hay que hacerlo, justamente, ahora que muchos europeos; se vuelven con alma de veraneantes hacia el Continente de moda, como si fueran a hallar en él el nuevo cuenco rebocante de la sopa boba con que alimentar no sólo su cuerpo, sino también su alma, lia sido ése un movimiento de postguerra, ejecutado en dos tiempos, como dos pasos de un tangazo cualquiera: primero fue tender el gesto angustiado en demanda de ayuda material; luego, subrayar esa demanda con una piruetaVluladora de abdicación de cuanto Europa significa en la historia del mundo. Igual que en esas historietas sensibleras y tenebrosas en que una jovencita en trega, por sesenta duros, de sueldo, a -go má 9 que sus tímidas pulsaciones mecanográficas. De Norte a Sur del Nuevo Continente, por toda la médula de la mejor sensibilidad americana, habrá corrido un sentimiento de amargura y desorientación al percibir ese gesto de una Europa emigrante de alma; esa llamada, angustiosa! y final, renunciadora, que só o pide protección y, a cambio, parece dispuesta a ceder incluso la alta jerarquía nutricia de su espíritu. ¿Pero, será verdad? ¿Será cierto que esa ola, indudable, de servilismo y deserción que padecemos, pueda arrastrar consigo el cetro de la civilización universal? ¿Será posible que nosotros, europeos, nos avengamos a sucumbir a esta degradación colectiva, con la boca abierta ante la bomba atómica o los últimos modelos de las carrocerías americanas? Hay una interpretación aristocrática de la Historia, un orgullo histórico que nos impide aceptar dignamente el (patronazgo de quienes hasta hoy, y aun hoy, viven y piensan y prosperan por cuenta, de cuanto antes se pensó y se hizo en Europa. Una interpretación del destino del mundo, que nos lleva, irresistiblemente, a aspirar a algo más que a ser gobernados, como Valéry decía, por una Comisión americana. Per lo demás, la tierra es ancha, y la. Historia no es un ciclo agotador e inexorable, pues que el humano destino tampoco lo es, ni en parte alguna está tscrito que Europa haya ya concluido su papel, ni por ninguna clepsidra celeste ha pasado aún el grano de arena categórico y rotundo quemarque la hora absoluta, exclusiva, de América. El mundo es grande, y el tiempo- es para todos movedizo, como las aguas innumerables de este Mar Nuestro, que conoce tantas singladuras vencedoras y adversas. Y este mar, antiguo y sabio, está tranquilo hoy, como ayer, una blanca vela, una vela latina llena de luz, subraya lentamente el hermoso horizonte, come un símbolo de esta cultura mediterránea, que fueg- anando poco a poco, en el decurso de los. largos? glos, la jerarquía del tiempo. Ninguna precipitación, ninguna improvisación prevalecerá frente a ella. Por eso, cuando uno viene a renovar junto a esta orilla luminosa su sueño occidental, aquí, junto al mar latino, donde el gran nicaragüense vino a constatar la gloriosa herencia europea de su alma, siente uno también el impulso de volverse a las Américas para gritar, remedando lo que Platón decía a sus conciudadanos desde la, tierra de Egipto: Vosotros, americanos, estáis aún en la infancia. GASPAR GÓMEZ DE LA SERNA i

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