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ABC MADRID 01-08-1946 página 3
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ABC MADRID 01-08-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA 1 DE AGOSTO DE 1946. NUMERO SUELTO 40 C E N T S g B ES PUESTO A VOTACIÓN EL PIOJO VERDE o que verdaderamente se votó en esa Conferencia de Sanidad celebrada en Washington fue la admisiónde los microbios en la. Sociedad de Naciones. En apariencias se decidió si España debía o no debía colaborar en la organización sanitaria del mundo, pero si se hubiese resuelto negativamente esta cuestión, equivaldría, a proclamar; Les microbios entrarán a formar parte de nuestra Asamblea para fines politices y sociales. Entre la peste y España, veintidós naciones cultas, cristianas y poderosas votaron por la pesie. Los microbios fueron derrotados únicamente por tres votos. Es natural que a ningún director de periódico se le ocurra la vana idea de encargar a sus reporteros una interviú con los bacilos; tampoco ningún Instituto Gallup podrá abrir una encuesta para determinar los efectos cuie la votación produjo en el mundo de lo infinitamente pequeño. Pero podemos imaginarlo. No hace- -falta que un escritor interrogue, ni aun conozca a alguna chica cuyos padres no la dejen casar a su antojo, para que ese escritor produzca una novela o una comedia con abundancia de detalles sobre los actos, los pensamientos y las reacciones de tal muchacha. Siempre será más difícil saber lo que piensa una mujer que lo que piensa un microbio. Así, no hay inconveniente en que nos lancemos a suponer que él descontento entre eHo ha ido más allá del que produce la más fuerte desilusión. ¿Qué asco de democracia es esa- -dirán- -que se niega a entregarnos la orguUosa España? Las cristianas y cultas potencias han encontrado congruente que un pueblo que se niega a vivir según el antojo ajeno q, ued desconectado de ¡as precauciones que la ciencia adopte pa. ra defender la salud. Cierto que, en el fondo, tal decisión no es tan desquiciada como parece. Porque si resulta estúpido cortar la solidaridad sanitaria con un país que fatalmente, y sin proponérselo, exportaría calamidades físicas en cuanto se sintiese saturado de ellas, no es menos temerario obligarle a soportar la infección de teorías aniquiladoras, disolventes, que tampoco se limitarían a funcionar dentro de nuestras fronteras, sino que extenderían sus tremendos males a las mismas naciones que le obligasen a padecerlos. Una rata, un mosquito, una pulga llevan un contagio físico al través de las mallas de las precauciones fronterizas. Y una radio, un folleto o un agente de enlace llevan, también, inevitablemente, un contagio social, por mucho que se les vigile. Claro que nosotros procuraríamos bastarnos para conservar nuestra higiene, pero esto no quiere decir que sea menos repugnante esa alianza con la Enfermedad que buscaban nuestros mentores. Vamos a amparar contra sus dolencias a la Humanidad- -venía a proclamar ese propósito- con exclusión de España, a la que primero le inventamos culpas, y después se las cobramos; que las fiebres la devoren y la caquexia la mate. Esa es la opinión de los pueblos con iglesias y Universidades, y hombres que se ponen unos birretes cuando obtienen el titulo de doctores en Derecho. Lo mismo que se alian con Lange, admiten contra nosotros la colaboración de la rata que trae la peste, de la mosca de la encefalitis y del piojo del exantemático. ¡Venga un asiento para el piojo liberador en el Consejo de las naciones que quieren arreglar el mundo! Gran cosa que, junto con las naciones suramericanas, Canadá, Filipinas, Egipto, Siria, Liberia, el Irak y la Arabia Saudita hayan tenido un claro y meritorio concepto de su responsabilidad en tan delicado asunto. Su lejanía las ampara contra la sospecha de que hubiesen procedido por í pugnancia a tener el estercolero bajo sus ventanas. Quizá sean esos hombres de otra piel y de otros continentes los que hoy se envuelvan en los jirones de una civilización que parece haber huido de Europa. W. FERNANDEZ FLOREZ de la Real Academia Española. D 1 A R I O IL U s. T R A D O DE i N F O R M A GI O N G EN ER i L rivan y son de muy general alcance: formación del médico 1 o físico, existencia de cirujanos en el Ejército y en la Corte, funcionamiento de hospitales, formas varias de sensibilidad y vida... ¡Cuánto sugiere y da que investigar al historiador la calavera trepanada de Enrique I Es como macabra caracola que nos transmite el rumor inmenso, conservado en patética oquedad, del Medioevo- -enorme et délicat... -mar oscuro. El profano no puede por me. nOs de sentir una rara especie de admiración empavorecida ante la intrepidez del ope ador- -apenas asistido de otra cosa que empírico saber e intuición- -y la resistencia física del operado, poseído por el dolor en toda su elemental crudeza: la muerte, en descarado e implacable acecho. Antes que la Cirugía granase en su especifica técnica moderna, tuvo de todo; fue instinto, azar, imaginación, experiencia, cruenta y terrible poesía de gesta en carne viva del soldado herido... No será mucho conceder que si il Rey Enrique se le trepana audazmente en 1217- -dice el doctor Escribano- también sería practicada la trepanación en algunos o muchos herido. le guerra que tuviesen la fortuna de ser conducidos a un mediano hospital, cosa no- demasiado difícil si el lugar de la batalla estaba próximo, pero poco menes que im po. ule a largas distancias, por malas veredas... La ciencia, a su modo, se ha batido siempre con extraordinario denuedo, y ese cirujano, Diego del Villar, que el doctor Escribano evoca en su preciosa disertación, se nos presenta como otro Cid, con el rudimentario herramental de su oficio por tizona, retando al dolor y a la muerte; figura digna, con la de otros congéneres, de una investigación que descubra, oara honor de nuestra Historia, nuevas manifestaciones del genio nacional. Pero trepanada o no, de Rey o de bufón, toda calavera nos lleva a recordar, no ya palabras famosas de Haml ft, sino sentencias del Eclesiastés: Generatio praeterit, et generatio advenit... Concepto que afecta al tema religioso de nuestro Destino y al problema histórico de nuestro paso p or la tierra. L LA CALAVERA DE ENRIQUE 1 E la removida huesa, en procer monasterio, a las manos diligentes, primero, del arqueólogo; luego, del anatómico he ahí la calavera de Enrique I, sometida a examen científico. El arqueólogo es don Manuel Gómez- Moreno, el anatómico es D. Víctor Escribano; nombres que permiten holgar a obvios adjetivos. Y en cuanto a Enrique I, 6. de Castilla, ¿quién ignora que murió de una teja caída sobre su infantil cabeza? Precisamente porque Enrique I, en orden al tiempo, reinó muy poco, casi nada, hubo de marcar en la Historia- huella rapidísima, pero, por lo breve, de muy fácil retención. Cualquiera, en efecto, sabe del malogrado Monarca todo lo que de él nos es dado saber. Como en el caco de Favila: murió en lucha con un oso. ¿Qué más, en tesis general, podemos conocer de Favila... En cambio, sólo algunos, evidentemente, son capaces de hablar, por ejemplo, del reinado de Felipe III- -mucho más próximo a nosotros- dando noticias proporcionadas al número de años- -cerca de veintitrés- -en que ocupó el Trono. D Teja hemos dicho, con mecánico acatamiento a la versión que arranca del arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, y del obispo de Túy, don Lucas. Pero en nuestros días, el profesor Torres López afirma que fue una piedra lanzada a drede en circunstancias cuyo detalle no hace al caso. Y no faltan quienes piensan -apunta el doctor Escribano- -si sería el mismo tejo de hierro usado en el juego del chilo, corriente en Castilla, bajo formas y siembres diversos, desde tiempo inmemorial El examen de la calavera no permite fijar cuál fuese el ageut. e traumático, y, en todo caso, la atención se desviaría hacia un problema de mayor interés, que, aun correspondiendo en su natural planteamiento técnico al orden de la Cirugía, toca a la Historia de la Cultura española en la Edad Media. Ello es que la calavera de Enrique I aparece trepanada en la forma que el doctor Escribano describe, denotando los bordes del orificio, con -sus trazos curvos, limpios y bien dibujados la intervención de una mano hábil y un instrumental bien acerado ¿Trepanad En virtud de qué, cómo, por quién... J- l b! cnia excita la curiosidad, incluso del profano, tanto más si se consideran otras cuestiones que de aquél de- M. FERNANDEZ ALMAGRO de la Real Academia de la Historia. FLORES EN LAS V E N T A N A S C OMO la huerta no es muy extensa, es preciso aprovecharla en lo de utilidad mayor, y no hemos logrado este año encontrar un pedazo de jardín; recordamos otros tiempos, en los que algunos de estos bancales, hoy negruzcos en los habares ya esquilmados o verdeantes de hortalizas y pámpanos, se cubrían de flores... Y no creemos que fueran tiempos mejores únicamente porque hubiera en los tablares rosas J. amarantinas, caracolillas y jacintos. Pero la mocedad no renuncia a la sonrisa, y ya que se hizo serio el gesto de las hazas, se ilumina el de los balcones y el de las ventanas. Van desapareciendo los edenes terrenales, y hay que alzar un poco las miradas hacia el cielo para hallar su recuerdo; aquí, en la angostura le una calle lugareña, entablan un diálogo de perfumes el alhelí de un balcón v ti tallo de claveles, que se asienta en ci reborde de una ventana, I

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