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ABC MADRID 28-07-1946 página 13
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ABC MADRID 28-07-1946 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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se produce en el mundo un retorno las tierras solares Fue en ellas, en las tierra de mucho sol y calor, donde nació la civilización en los bordes del Mediterráneo, en Palestina. Parece demostrado que en la misma América fue en la zona más céntrica y ecuatorial donde acampó el primer mícleo de población, que luego se repartió por el continente. La emigración de la civilización a tierras nubladas y lluviosas fue luego un fenómeno de cansancio, del que nos vinieron mil daños y perjuicios. Todo se nubló; Kant es la filosofía nublada. Ibsen es el teatro, no ya nublado, sino con truenos... En fin, ¡con decir que hasta el hecho más central de nuestra civilización, la Navidad, se representa en un paisaje norteño y nevado! Uno de los ingredientes más precisos para poner un nacimiento es el algodón o el ácido bórico para colgar copos dé nieve en las selvas del lentisco. Sin embargo, nada de esto tiene mucho que ver- con Palestina, donde es muy difícil ver una palmera nevada. Decía yo todo esto a mi amigo; paseando por una playa del Sur. Avanzábamos con dificultad, levantando como cigüeñas los pies para no tropezar con aquel hacinamiento de niños tostados y señoritas despellejadas. Era como tran- sitar por la parte baja dé un retablo de Animas. -Entonces- -me preguntó mi amigo- ¿usted cree que la civilización retorna hacia el sol? -Ya lo está usted viendo. Antes, veranear significaba huir del verano. Ahora significa vencerlo en su propio te. rreno. a fuerza de mucho hielo y poca ropa. Hemos pasado de la edad de la sombrilla a la edad del baño de sol ¿No será también de la edad del pudor a j a edad de la libertad? -No se deje usted guiar mucho por las apariencias. Un baño de sol en público no es un modelo de moralidad; pero una sombrilla, manejada hábilmente por una dulce abuelita, tampoco lo era a veces. El descaro y el secreto? on los dos suburbios de la moral. Recuerde usted E VTJJEXTEMEXTE aquel texto de Mauroi. Las bellezade! serrallo no se hacen amar porque son esclavas Las de las playas, tampoco, porque están liberadas con exceso. ¿Dónde está. Amor, tu victoria cuando nada se te opone? Hay una cierta moral de retorció, como hay una castidad de vejez. Un extremo del. pudor puede estar en el trovador que suspira al pie del muro de la dama escondida. Pero otro puede estar. paradójicamente, en la salutación de eso bañista que. tras una sonora palmada en el enrojecido omoplato de su novia, la dice: Hola, burra, qué calor más bestial! ¿Vamos saltar a la piola... No v sé si la moral empieza por el suspiro del trovador y acaba por el jadeo del deportista. -Me parece que está usted divirtiéndose en hacer paradojas... -No lo crea. Le contaré el caso de mi amigo don Prudencio. Don Prudencio es catedrático de griego en un Instituto local andaluz. Don Prudencio es ingenuo, dulce y corto de vista: lo que tiene que ser una persona que eiseña griego entre cortijos y olivares. Tiene de la vida un concepto simple y arcádico: y pensando que el olivo es el árbol de Palas Atenea, se consuela del precio del aceite. Este ño tenia dos meses de vacaciones y unos ah- orrillos? porque había publicado unos Trozos selectos para sus alumnos. Decidió pasar un mes en esta playa. ¿No tenía dos de vacaciones? -Sí: pero de ahorros tenía solamente uno. Al salir de su vida recoleta y encontrarse con esta playa luminosa, llena de sol y desnudismo, ío interpretó todo con un sentido arcádico y optimista. Cumplió rigurosamente sus obligaciones de catedrático veraneante: se resfrió y se enamoró. Se enamoró profundamente, el mismo día en que ella llegó a la playa, fie una señorita de treinta años, hija ele un registrador de la Propiedad. Como don Prudencio tiene cuarenta, y es hombre formal, creyó lo más sabio declararla en seguida su pasión y pedida su mano. Luego, siguiendo consejos leídos en el Arte de amar de Ovidio, fingió tener que ausentarse durante una semana, y quedó en recoger, a la vuelta, la contestación de ella... Cuando volvió, cumplido el plazo, se sentó en la arena, al lado de ella. Ella había entrado de lleno en la vida de la playa: estaba lánguidamente tendida, con un bañador mínimo y osado. Don Prudencio se ajustó los lentes sobre sus ojos miopes y los paseó lentamente por los brazos, el cuello, la cara de ella. De pronto, se levantó de un salto. Señorita- -dijo- comprendo que me ha querido usted contestar sin palabras. Pero no era precisa tan heroica resolución. Y se marchó tristemente. ¿Se había escandalizado de su desnudez? -Eso mismo crei yo, pero era al revés. Don Prudencio se confió a mí: Esa mujer es una heroína del pudor. Por huir de mis solicitaciones se ha achicharrado la cara y el cuerpo. Luego terminó con una evocación erudita: ¡Doña María Coronel, la casta dama que se achicharró el rostro con unas brasas por calmar el mal deseo del Rey don Pedro! ¡Una heroína! Miré a la hija del registrador. Efectivamente, su piel, toda roja y encendida, estaba empavesada de colgaduras cutáneas. Parecían los gallardetes lacios de una feria triste, rematada sin hacer negocio, JOSÉ M. PEMAN de la Real Acadcniia E pnftoUi

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