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ABC MADRID 11-06-1946 página 21
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ABC MADRID 11-06-1946 página 21

  • EdiciónABC, MADRID
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LITERATOS Y LIBREROS ¡YO HE LANZADO A EMILIO ZOLA! sí gritaba papá Lacroix cada vez que se hablaba en su presencia del famoso novelista -No filé Charpentier... Fui yo... ¡Yo quien lanzó a Zola! A Lacroix, retirado del negocio editorial por la bancarrota de la casa que fundara con tanta fortuna, le ocurrió lo que suele suceder a muchos editores y libreros: en fuerza de tratar con literatos y poetas, leer y manosear libros, acaban por sentirse picados de la tarántula literaria, y un buen día, de repente, sin saber por qué, rompen a escribir como locos. Este fue el fenómeno que se operó en el señor Lacroix. Sin los agobios de la casa editorial, ocupaba sus forzados ocios en preparar una Historia universal, en 27 tomos, que no se publicó jamás una Geografía de Francia, por departamentos, y un Fausto, que no pudo asomarse a ningún escenario, porque la representación duraba la friolera de. ¡treinta y seis horas! De vez en cuando rememoraba sus recuerdos de esplendidez editorial y relataba sucesos interesantes y curiosos. El lanzamiento de Emilio Zola era una de las cosas de que más se enorgullecía, con razón. Según Lacroix, una mañana se presentó en su despacho un individuo, cuyo nombre le era completamente desconocido: Emilio Zola. Joven, moreno, barbudo, con unos ojos melancólicos y unos lentes que difícilmente se sostenían en A la nariz, gruesa y corta; tímido, muy tímido, le ofreció un manuscrito que llevaba cuidadosamente atado con una c ntita azul. Eran los Cuentos a Niñón Dejó el manuscrito para su letetura y quedó en volver por la contestación quince días después... Transcurrido el plazo de los quince días, y más puntual que un bombero, se presentó en el despacho de Lacroix, que, naturalmente, no h. abía leído el original ni se volvió a acordar del manuscrito atado con. la cinta azul. Resignado y melancólico, Zola, s- onriente, dijo que ya se lo temía, porque hubiera sido mucha fortuna, la suya... Llevaba más de un año recorriendo, incansable, librerías y casas editoriales, sin lograr que en ninguna de ellas se tomaran el trabajo de leer aquel paquetito de cuartillas. Y, tristemente, Zola, con. voz queda, le refirió todo ¡ei tormento de su vida. Empleado en los talleres de la poderosa casa editorial Hachette, un día, por sorpresa, dejó un manuscrito sobre la mesa del director propietario... ¡Nunca lo hubiera hecho! El director, al enterarse de que un empleado de la casa editorial se permitía el luja dd emborronar cuartillas, le llamó, indignado, y, después de pintarle con las tintas más negras el cuadro pavoroso de la vida de los escritores- ¡si lo sabría él, que ganaba sus millones explotándolos! le prohibió que continuara escribiendo, amenazándole con despedirle si reincidía. Conmovido Lacroix, le pidió un nuevo plazo de otros quince días, prometiendo formalmente darle, una contestación. Aquella misma noche leyó la obra, le gustó, y, cuando se presentó Zola y oyó de labios del editor que la publicaría en breve, creyó volverse lpco de alegría. Lloraba y reía a un tiempo mismo... Hablaba de su miseria, de sus desventuras, de su aspiración a liberarse de la vida de servidumbre para seguir aquella ardiente vocación que le empujaba a la literatura... Los Cuentos a Niñón debutaron con una tirada de mil ejemplares... Se trataba de un novel. Se vendieron setecientos. No estaba mal... La segunda obra publicada fue Teresa Eaqu vn; mil quinientos ejemplares, que se vendieron muy bien y ayudaron a que se agotaran los trescientos ejemplares de los Cuentos a Niñón. Envalentonado con el éxito, un día Zola sometió al señor Lacroix el plan completo de los Rougon- Macquart. -Si se compromete usted a escribir un t o m o al año- -di jóle Lacroix- yo le proporcionaré los medios para que trabaje usted con entera indeipejidencía. Era cí i d e a l el fileno dorado, la suprema aspiración del novelista! Allí quedó firma; do un contrato, en virtud del cual Emilio Zola recibiría 500 f r a n c o s mensuales, obligándose a escribir Estatua de Zol en el jardín de su casa, en Medan. 16 volúmenes. Aban- Emilio Zola. donó el empleo de Hachette, consagrándose por entero a los Rougon- Macquart, y, seguro de que caminaba derechamente a la soñada conquista de París, estampó el título del primer tomo de la obra: La conquista de Plaissans. Por desgracia para Lacroix, sus negocios se derrumbaron y tuvo que abandonar la casa editorial con tanta fortuna fundada. El contrato con Emilio Zola se lo traspasó al editor Charpentier, no sin trabajo... ¡Figúrense ustedes... Aquella obligación de pagar quinientos francos mensuales... Papá Lacroix in sistió, se enfureció, y Charpentier se resignó... El éxito de los Rougon- Macquart fue de tales proporciones, que de cada volumen había que hacer ediciones que excedían de los cien mil ejemplares. Lacroix y Charpentier, ante aquel río de oro, llamaron a Zola, y, en su presencia, silenciosos y solemnes, rasgaron el contrato para que el novelista, en libertad y dueño absoluto de sus obras, pudiera obtener de ellas la parte que legítimamente le correspondía en los beneficios. Zola y Charpentier ganaron millones. Entonces aparecieron en las librerías de los bulevares, por primera vez, las piles famosas, que tanta curiosidad despertaban en el público. Cuando se anunciaba la aparición de una nueva obra de Zola, los transeúntes veían con asombro las altas pilas de ejemplares, colocados sobre los tableros, delante de los escaparates de las librerías. Diríase que se vertían los libros en las aceras. Aquellas piles eran la envidia de los literatos, que, cuando a su vez publicaban una obra, decían, suplicantes, al editor: -Diga usted. ¿Tendré piles? Pero, para tener pilas de centenares de ejemplares como reclamo a la vista del público hacía falta que las tiradas fuesen grandes, y éstas eran muy pocos los autores que las alcanzaban... S e ñ o r e s editores... Jóvenes literatos... Amigos míos... Vean ustedes todos cómo, si es verdad que un editor se equivoca con frecuencia, al bucear c- n el porvenir que el destino reserva a los valores nuevos, no es menos cierto también que a veces recibe su recompensa... ¡Por haber sabido tener confianza! JOSÉ JUAN CADENAS

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