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ABC MADRID 11-06-1946 página 3
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ABC MADRID 11-06-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA II DE JUNIO DE 1946. NUMERO SUELTO 50 GENTS. ¿Q U E LE P A R E C E A USTED? NA vez visitó la farmacia del falacia Real c! e San Ildefonso, o acaso del i: e Ríofrío; no recuerdo bien. Conscrvábansí en ella, como curiosidades, medicamento- de otras épocas. Había secundinas, buena; par? -bien 1 desecadas, convertidas en polvo e ingeridas con una tisana- -ayudar a las parturientas en sus apuros; había astas úc ciervos, cuyas raspaduras curaban no sé qué ni- Jes; había uno de esos cálculos que suelen formarse en el estómago de los rumiantes, que era pulimentado y grande como canta de río y aliviaba cualquier ¡color del aparato digestivo sólo con frotarle sobre la piel. Y muchas porquerías más, c ¡ije íbamos contemplando con un poco de asombro, uu poco de asco y una sonrisa de compasiva superioridad. Durante mucho tiempo, k s hombres habían creído en la eficacia de tan pajeriles recursos hasta el punto de tenerlos apercibidos en la inmediata vecindad de los Reyes, y nadie que se burlase de su grotesca inutilidad sería atendido; mientras que en nuestros días cualquier vulgar ciudadano rechazaría como toscas supersticiones semejantes métodos de curación. ABC a ello, (j je supoji- i que se ¡es ha ocurrido- i; ío. r ¡na difusa. El secreto de las democracias triunfantes csíá ea que una reinaría sciectP- de fuertes individualidades: su; y: o al demos lo que ha tu hacer; en estos casos- ue son les mcjo. rcs- la libertad de decisión de las masas se pauce. a la de las locomotoras, que marchan, lentas o impetuosas, sin que nadie las empuje. Pero sobre carriles. Otra característica que desvirtúa la sinceridad del procedimiento y delata las dudas que. existen acerca da su excelencia, es la arbitraria, la no reglamentada reducción de temas de consulta. Á nadie se le ha ocurrido, por ejemplo, someter a referéndum Ja conveniencia o inconveniencia de fabricar bombas atómicas o de manejar el rayo cósmico, cuyo descubrimiento se anuncia en estos días con alborozo. En mi opinión, esto es, precisamente, la ocasión más indicada para que so manifieste el general deseo. En tan simple dilema como el da la vida o la muerte, tolo el. mundo tiene autoridad, y si la opción se refiere nada más que al género de muerte, también entiende de eso cualquiera. La votación universal resolvería a propósito de esta consulta: ¿Prefiere usted el arma- blanca o la bomba atómica? Si se interroga a los hombres acerca de un régimen de Gobierno, ¿por qué no hacerlo si tratarse de un procedimiento de exterminio? Si usted quiere una República, le dan una República; si usted quiere un Rey, le dan un Rey. Pero no hay cuidado de que nadie le interrogue respecto a si desea o no desea- ser aniquilado por los diabólicos inventos de los sabios de hoy. Le arrojan la bomba v gruñen: ¡Votó! A mí no me parece equitativo. W. FERNANDEZ FLOREZ de la Real Academia s ¿H ílolcit D I A R I O IL UST R A D O DE INF O R MA GI O N G E N E R i L tí? tí! misma hora. Todos van al minuto con el sol o con el cómputo cronológico legal de un Estado político. Lcibnitz vive entero en estas comparaciones de la orquesta y la relojería. La última fue tu genio filosófico el que le formuló, Las cosas se corresponden en virtud de una armonía preestablecida- que les hace marchar cíe conjunto hacia un fin determinado, el fia de Dios, ordenador supremo de lo existente. En 1946 se celebra el tercer, centenario del nacimiento de Lcibnitz. Ya ha comenzado a celebrarse en España la solemnidad con unas conferencias que, en ti Centro Superior de Investigaciones Científicas, ha dado el jesuíta padre Ramón Ceñal. No cabe cu un artículo de periódico la exposición da la filosofía de Leibnitz con sus mónadas y su optimismo. Todo ha de hacerse con distinciones y matices. Ha de mirarse que las mónadas no son ni los átomos ni los espíritus animales de Descartes. En forma breve, ciara, llena de profunda crítica y de honda simpatía, nos da Balines el pensamiento y la originalidad de Lcibnilz, un genio en el que todo se vuelven sutilezas, distingos, matizaciones... El vocablo fuerza, que los alemanes llaman Krafft y los franceses jorco (son palabras del filósofo) acaso necesite explicación para ser entendido en la finura de un entendimiento como el da Leibnitz. Vive el genio de Leipzig (uno de los genios de Leipzig, porque el otro es Ricardo Wagner) de 1 Ó 46 a 1716. No hay modernidad en la concepción de las ideas y en el habla que las expone que no tenga origen y arranque en cualquiera de los escritos breves, y siempre sustanciosos, do aquel alemán de Europa, consejero de Reyes y sabio de renombre universal. La teoría de la Bcwusstscin o la consciencia y la sinfonía de los estados inconscientes, en el filósofo del optimismo han tomado luz y expresión. Leibnitz, además de filósofo y lingüista, arqueólogo, matemático, historiador, teólogo, escriturario, era tratadista de derecho político y de política viva, que, con un siglo de antelación, y merced a un formidable rigor lógico, pronosticaba las revoluciones. El discutía de matemáticas con Newton; de religión, con Bossuet; de metafísica, con Malebranche. Hábil diplomático, él dirigió, como mejor convenía a las naciones, alguna campaña de Luis XIV. Testigo, en su primera niñez, de la guerra de los Treinta Años y de la paz de Westfalia y luego, ya siendo hombre maduro, de k paz de Útr- echt, puede considerarse a. Leibnitz ya muy arriba, en las nubes, en el empíreo de la alta política, como el director de orquesta de la sinfonía de Europa. Si no llega a ser totalmente católico, aunque se acercó tanto a nuestra fe, se debe al tiempo en que le ha tocado vivir. Westfalia no es la Etnarquía Cristiana de Inocencio III, ni la Contrarreforma ni Trente La España de Felipe IV y de Carlos II ya no da luz a Europa en lo fundamental. Leibnitz, en lo completo de su ser de hombre, armoniza, como en los relojes, como en la orquesta, el bien y la- razón, la lógica y los impulsos generosos, la humanidad y el ser supremo de Dios, que todo lo preside y a todo presta vida, fuerzja y calor. U Pero debemos pensar ue otras creencias nuestras no son, a su vez, más que supersticiones que provocarán la risa o el escándalo del hombre futuro, y entre tilas figurarán seguramente muchos de esos que tenemos por sagrados derechos y sagrados deberes de carácter social y político. Podemos vaticinarlo porque ya hoy atisbamos sus defectos y sus errores, y el tremendo desnivel que existe entre los fines a que aspiran y lo que obtienen en la realidad. Ya hoy nos damos cuenta de que son tanteos, ensayos, y de que los sostenemos con discursos pomposos, porque, en verdad, no sabemos cómo sustituirlos. Pero llegará un tiempo en que, mirando hacia atrás, nuestros descendientes experimentarán a n t e estos Parlamentos, estas elecciones y estas consultas a las masas la misma impresión que nosotros ante las secundinas resecas. Examinemos el más reciente de los ejemplos: el del referéndum italiano. Se le pregunta a un pueblo: ¿Quieres una República o una Monarquía? Pero, ¿se puede contestar valiosamente sin una capacidad política extraordinaria, sin un conocimiento meditado de la Historia, sin más que esa impresión ocasional y circunstanciada, a la que suele obedecer la muchedumbre? Es evidente la falta de preparación para resolver un asunto tan grave; mas admitiendo que existiese, aun quedaría por resolver el tremendo conflicto de justicia que plantea la relativamente escasa diferencia numérica entre las dos opiniones contradictorias. Doce millones prefieren la República y diez millones, la Monarquía. Estos últimos han de someterse a lo que les repugna, y lo mismo ocurriría si la diferencia fuese, aún mucho menor. Un voto de mayoría puede decidir, según tal sistema, cuestiones de trascendencia abrumadora. Resulta evidente, sin embargo, que los pueblas no saben gobernarse, como no saben escribir versos ni componer música lo que hacen en todo caso es asimilar aquello que una mentalidad descollante crea y les ofrece, y a veces tanto se ajustan LEIBNITZ L A O R QUESTA ucnos sen ios instrumentos que componen una orquesta. Los hay de cuerda, de percusión, de aire... La materia que les da corporeidad ya es la madera, ya diversos metales, ya la piel dura, seca y estirada de una res de ganado que arranca vibraciones sonoras a una caja. En nada se parece un instrumento a otro. El violín se distingue dq la viola, el viíónchelo y el contrabajo. En las violas se reconocen tres clases: de braccio, de gamba y de amore. Hay diferencias entre la flauta, el fagot y el corno inglés, que utiliza Wagner en el Tristón. La diversidad de una orquesta se funde en una gran corriente de armonía. Hacen falta todos los sonidos, todas las notas del pentagrama y quién sabe si también los tres géneros (diatónico, cromático y enharmónico) para que nos conduzcan a la belleza y al supremo deleite del alma los caminos de la unidad. Salimos del teatro, del concierto, de la ópera; entramas en un taller de relojería. Hay muchos relojes de diversos tamaños, r. iaícrias y calidades. Nada tiene que ver el uno con el otro. No hay en apariencia un principio superior que los armonice. Sin embargo, vemos que todos marcan la Luis ARAUJO- COSTA.

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