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ABC MADRID 05-05-1946 página 3
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ABC MADRID 05-05-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA 5 DE MA Y O D E 19 4 6 NU M ERO SUELTO 6 0 C ENT c ya m NOTA SOBRE QUEVEDO h Quevedo de Gaibriel Maura. Gamazo, duque de Maura, se presta a muchas L- reflexiones. No es. el Quevedo tradicional es Una biografía filosófica psicológica, de Quevedo. Ha estado el duque de Maura en contacto con Quevedo desde la niñez: el padre de! duque fe M aura, el gran orador d n Antonio Maura, leía con frecuencia a Que vedo. Necesitaba dominar, como orador, el idioma. Su lengua nativa no fuá él ca. s ¡teilauo. Llegó a tener una dicción, limpia, pura. Para lograr el dominio dbl castellano le sirvió Quevedo y no í- e hubiera. servido Cervantes. En Quevedo domina el vocablo; ru el conceptismo el vocablo está delimitado, aquilatado; en Cervantes el vocablo forma un todo indisoluble con la sensación. Del conceptismo, c sea, el dominio deí vocablo, se parte y se llega al culteranismo: del ctfileranismo se evoluciona, lógicamente, a la porsía sin ideas, con sólo el valor de la pairtbra. ¿Para qué. han de querer h idea los poetas si cuentan con el sonido, con el có 1 er, independientes de todo otro concepto? En Quevedo todo es correcto: no tolerarinnios en Quevedo los descuidos- -anfibologías, tautologías, batoíogía- -que toV amos -ch Cervantes; sin esos descuidas de Ceivati, tes, stt. estilornoi; tendría el encanto que tiene Í Cs que. QuKvedo no iá tan ecpañol coni ó Cervantes? Para determinar el españolismo dé QtiSvedo, sería necesario ptecrar los contactos que Qti- évedo tiene con la realidad española. Los tiene con el. paisafe, con el campo? ¿Los tiene con las ciudades? ¿Con los interiores, con la familia? ¿C 6 n las costumbres? Con: los tipos y con las? tradiciones? ErcV Cervantes pedamos señalar todos estos puntos de contacto, con J a España viva. ¿En -qué g- radio podríamos señálairlos. cn Quevedo? DIARIO ILUST R A D O DE I NF O R MAG I O N G E N ERAL po en que escribe a Quevedo? El tiempo en nervioso de una nación todopoderosa da que escribe Erasmo está pintado por éste en ciento, treinta millones de. ser s, representa uno de sus coloquios: d. -titulado La parida. un tipio, una modalidad de vida, que ll v Ese tiempo, por lo que se ve, era peco irás ii decliriabk- niente a la fascinación o a la re- o menos, guardando las proporciones, lo que pulsa. Así o intuye, sólo con pisarlo, que es el tkmpo que ahora vivimos. El tiempo todo el resto de los Estadios Unidos í s ú inen que escribe Quevedo es otro; no sabemos fluenciado p r su terrible impronta y que- -habríamos de- estudiarlo- -si ese tiempo, con dos claros impulsos le recorren de extremo todas sus circunstancias, ha sido o no favoa extremo. uno, -el de parecerse y emularlo; rable a Quevedo. De todos modos, éste es otro, el de huirlo cort horror. un extremo secundario en la valoración que- Del primer anhelo adfe econ Chicago, Sari vedística. Quevedo traduce unas líneas de Francisco- (el Nueva York, d- ei O 5 Tc) Montaigne, en 1635; es el primero, según Detroit, Pittsbourgh; del segundo, creemos, que cita en España a, Montaigne. Washington, Richmond, Fib. ddfia... Erasmo y Montaigne- confluyen en Queve- Y en esta iñisma pastura militante st en- do; la literatura comparada nos imp ne sus cüentra también, sea cual sea su muiría pa- métodos. Necesitarnos, para temen idea exacsividad, todo aquel que la iu- bita. Hay a ta de la critica social en QUWCLO, cotej r quien sentirse en su epicentro, arrastrado, las críticas -sociales de Erasmo y de Mon- por su espiral viiolentai, le es indispensable taigne con. la labor crítica de Quevedo. y necesario como el aire que respira; hay ¿Hasta dónde llegan Erasmo y Montaigne? quien, por el contrario, procura limitar sus Más allá o más acá qu e Quevedo? Algu- contactos a lo estrictamente imprescindible líos ejemplos nos serían precisos; sabríamos y escapa después, exorcizado, en los trenes entonces a qué atenernos. Cuando conside- del Metro, a los cincuenta o sesenta kilómeramos el efímero helenismo de Meuendez y tros de Nueva York, dsnde algún rincón Pelayo, ese helenismo. que alarmó a algunos de New Jersey o de Long Islaod atina a dé sus amigos, Laverde Ruiz, concretamenfingir una insinuación dé égloga. te, hemos de corrípara. rlo con el vivaz y auYo he comprendida hoy mientras veía téntico helenismo de Andrés Chenier, poeta oscurecer en Times Square y prenderse de d qmpn el mümo Menéndez y Pe- layo ha traducido una de sus principales poesías. luz los rascacielos, y me sentía ametrallada por los anuncios ¡umir O9o s en tanto que ti nal Cosa ínteicsinte e: s, para nuestro intento, el multitud lo menos municipal y espesa que íepasar las ílus raciones que Holbein puso en el Eloq o de la locura; repasarlas y co- cs posible se, r, aun si. en. do multitud, lien S los andenes y: cruzaba torrencialmeiiie cía tejarlas ern h s ilustraciones de Quevedo en un lado a otro, como el rezar el. rosario, sela bella edición- -bella en cuanto a esas ilusgún García Vínolas me contaba que lo hatraciones- -hecha por Vicente Castelló. Sólo cía desde la! ventana de sü. hotel abierta a ése dato nos anuncia las diferencias que, en crítica social, seoaraii- -a Quevedo y Erastrto. estas avenidas fabulosas, era una reacción íntima y natural frente a aquel escenario Pori le -quet. toca- a Mo, nt ifne, si quisiéramos ilustrarlo, ños- 1 imitan aarios a poner en los infinito de fuerza y de vitalidad. Porque la: verdad es que; sucesivamente, Ensayas una vista del. Foro romano y otra Nueva, York le empuja a uno al frcne í o díl: PartcraÓH: s; Y esto, L- es, todo. ¿Y para qué más? i- -1 E al Kem- piT. j Se hablarles la libertad de lenguaje en Quevedo; climiVtbo duqtte: de Maura formula, a este respecto algunas i- ntefrcgá cioties: niterf c- gacicwies dubitativas Hay que- tener en cuenta, cuandb se íiabiSf de lá libertad de Quevedo, en el terreno político, lo que ocurría en los demás terrenos: en ¿1 amatorio, por ejemplo. El ambiente de la época no era, naturalmente, el mismo que en nuestro tiempo: la libertad de que usa Quevedo. como político, como crítico social, es la misma libertad que como expositores ama torios, digámoslo así, usaban Tirso de Molina, Lope de Vega. En las comedias, en las novelas, -en las conversaciones particulares, se usaban locuciones que ahora, por decoro, no usamos, y que entonces eran perfectamente lícitas; especialmente se empleaba un cierto verbo, que, si lo empicáramos ni pro- Rcnte, se incurriría en ía nota de ind. 1i c: tdeza. La li- Jicrtad léxica en Quevedo va implícita, en su critica social y política. ¿Y. qué valor tiene ¡e? a crítica? Punto es éste de suma importancia cuando se 1- trata de la valoración de Quevedo. ¿Es origina! o ño esa crítica? ¿Es irascendental o no? ¿ííasta dónde l l e g a? ¿Qué eficiencia tiene? Qirci: o ha creado todo un mundo iinagíiiMño; a nuestro eníender- -sujeto a rectificación, naluralmento- el mundo iimginarw d; Ouevo. lo es una reso- nancia, más o m eno lejana, del muflido Jma- ginario creado por Erasmo en su. Elogio de la locura, ¿Y íavorécc- g desfavorece el ti; cm- S Ahora bien: si el Kempis es el apartamiento, el frenesí es la consunción. El engranaje del individuo, por bien dotado que se encuentre, con esta rueda gigantesca dtí Nueva York, s. e hace siempre C. -K daño d: el más débil. Nucrva York arroja. diariamenV? tarados por el trabajo por la tensión de la lucha, p Jir la pasión, de los negocios, ccri ci todo aúcléó urbano tiene su ritmo. nar s- y millares de enfermos. Yo abona encarac. je Ísti. qt este de Nuieva York es tiendo mejor, que nunca por qué, cu Hamil él más vivaz- ¿i más ardiente, el más ton ¡capital de las Bewiiudas, con su clima agitado del mundo. Los automóviles, los de ete. rna primavera, su mar J e azul ci -iru trenes del Metro, los elevadores y la sangre puliendo un- fondo de corales, han sido procirculan aguí con mayor velocidad que en hibidos los automóviles. A pocas hora d- a ningún otro lugar. Prestissimo -con fuoco. avión de Nueva York, Hamilton está bus ¡Oh, ciudades italianas de adagio... ¡Oh, cado como una vacación necesaria. Y es lempos lentos de nuestras capitales de promenester ahuyentar d la retina todas las vincia. ¡Oh, alirqrcio CCMI ¡razia de nues- imági inic s que evoquen en aquella atmósfera: tra villa- kl ÜAO y del Madroño... de largo ínaeslosó el prestissimo con fuoco Pero aquí... A dónde va, de dónde vie- del Nueva York fulgurante y efl combusnen esta masa de ge ules que ¡tímida sus ca- tión perpetua. Allí, a Florida, a California; escapan los que, en medio de la abrasadora lles, que invade. -los. autobuses y asalta los taxis, que rebosa de los restaurantes y de vorágine de la metrópoli, triunfan. La Ibs. hoteles, que toma los teatros con meses muerte, la ruina, el olvido, la caída en el, anónimo devoram a los otros. dé anticipación, qu, e crepita sobre el asfalto, urbano y. que vive, como oon fiebre, sus Nueva York asiste al éxito y al i r r e a l negocios y- sus placeres... Yo o lo sé, a la victoria o aldolor, impasible, desentenpero si sé que hay que ajttst. ir. se a su mis- dido 1 e todas- las batallas que cotidianamenmo compás- 1 si uno 110 quiere verse desbor- te se libran por su conquista. El está, ajene dado por clin y entrar en Nueva York c niiO a todo, dios inmutable y frío, Buda impáse entra en un cart ouscl en marcha. vido, scnlad. 0 en Manhatán ccxnoi a un troPor eso Nueva York, restallante de elec- no de oro. tricidad y de ímpetu, -omnipotente, cetitrg CALV. O- aCTELQ vz V AZORIN PRfSfisSíMO CON

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