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ABC MADRID 12-04-1946 página 3
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ABC MADRID 12-04-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA n DE ABR? L DE 1946. NUMERO SUELTO 40 C E N T S ÍB EL HOMBRE Y LA NOCHE o recuerdo ya cómo se llamaba aquel doctor extranjero que pubücó en un i periódico francés un articulo cuyas principales conclusiones no se han borrado de ni i memoria. Afirmaba que muchas personas tienen una especial propensión a la actividad durante la noche, y justificaba su tesis, no con los argumentos más o menos üricos o caprichosas de un bohemio, sino con razones fisiológicas. Para mí, la novedad estaba en la explicación porque el hecho ya lo conocía; todcs sabemos de personas que no gozan de su máxima vitalidad hasta que la noche llega, y es durante la noche cuando comen con mayor apetito, cuando luce su ingenio, cuando trabajan más y cuando conversan, bailan, leen o se pasean sin fatiga. La teoría me impresionó especialmente porque procuraba fundamentos a mis dudas- -ya expresadas en varias ocasiones- -de que, como se dice con frase vulgar y rotunda, la noche ha sido hecha para dormir Sean cuales sean las causas, resulta indudable que esos individuos de sueño cambiado existen, y también los que duermen muy pocas horas, y no contar con ellos en la organización de la vida ciudadana me parece una gran crueldad. En los últimos años, estos seres- -más abundantes de lo que pudiera suponerse- -han penado mucho. Madrid cerraba a la una de la madrugada; a esa hora ningún café, ningún restaurante, ningún lugar de esparcimiento toleraban la presencia ni del más pacífico amigo de la noche. Se corrían las puertas metálicas, se enfundaban los violines... a dormir. Los noctámbulos marchaban a sus casas, aguijoneados por el frío de las calles como por un pastor celoso de que ningún cordero quedase fuera del redil. Pero en las casas, por obra de las indispensables restricciones eléctricas, la luz se apagaba a las dos. Los infelices no podían leer ni pasear por sus habitaciones. Tumbados en la cama, sufrían esa tortura de esperar al sueño, mil veces más angustiosa que la de esperar a la mujer querida, tantas veces exaltada por los poetas. Durante el verano era peor. Madrid no es Groninga ni es Gottemburgo. El termómetro marca a veces cerca de los cincuenta grados; las casas son hornos, las camas son parrillas, las gargantas están secas y ávidas, el cuerpo nos impele a la busca de una terraza fresca, de un lugar sin paredes que irradien el calor almacenado durante el día... Y sólo disponíamos del balcón. Frente a frente, el hombre y su botijo sudaban ridiculamente, hinchados de agua y de tedio. Ya se sabe que en aquellas normas influyeron muchas circunstancias respetables, aunque transitorias, pero también las informó un erróneo y bien intencionado deseo de aumentar la austeridad de la vida. Una cosa es la austeridad y otra es la caneamurria. Un hombre fastidiado no siempre puede reclamar el título de austero. Por otra parte, en los patrones de la austeridad interviene también la geografía. Con el horario de verano, la una de la madrugada es, realmente, las once de la noche; el sol se ha ido hace poco y aun queda en los muros el ardor de su persistencia; es entonces cuando se puede comenzar a vivir sin el agobio del fuego diurno. No esiá bien decirle a un hombre en cíe memento: -Ahora, a la camita. No hay cerveza, no hay un sillón de bejuco en una acera por donde va y viene la brisa. Sí, conocemos bastantes lugares agradables donde un madrileño podría pasar felizmente un par de estas horas frescas que caerán del cielo oscuro; pero... no sería austero. Perfecciónese usted imitando a Procusto en su martirio. La reciente disposición que autoriza la apertura de esos establecimientos hasta las dos y media o tres de la mañana me parece por todo ti lo merecedora de albricias. Sin incurrir en el absurdo de afirmar que la alegría de Madrid sea nocturna, puede, en cambio, sostenerse que tal alegría no estaba completa, sino descabezada y sin remate. Y bien neta y antigua es la verdad de que los gobernantes no se han de preocupar tan sólo del bienestar mateiial de los gobernados; han de procurar, a la vez. facilitar sus distracciones. La. Alegiía Pública debía tener una Comisión en los Ayuntamientos y una cartera en los Gabinetes ministeriales. El hombre trabaja mejor cuando s be que puede divertirse algo. Y, sobre todo- -para tranquilidad de los excesivamente timoratos- no se olvide que nada hay que induzca con tanta fuerza a un ciudr. dano a acostarse a las doce como el saber que le esperan cincuenta nocturnos lugares de recreo con las puertas abiertas. W. FERNANDEZ FLOREZ de la Real Academia Española, DIARIO ILUS- TR, AI) O DE í NF O R M AC I O N G E N ER AL Después de la cordial acogida hecha a Su Majestad en Bruselas, se ree bió en Ja Ltgación de este país, de la que era jefe el señor Merry del Val, un largo telegrama d- 1 duque de Fernán- Núñez nuestro embajador en París, en el que decía (file, en vista de haber aceptado don Alfonso en Hamburgo el cargo honorífico de coronel de Ulanos, que era el regimiento qué le había hecho ios honores en una de las ciudades alemanas, la Prensa radical francesa estaba haciendo una violenta campaña para que se recibiera al Soberano de una manera hostil. Ni el presidente de la República, M. Grevy, ni el del Gobierno, M. Julio Ferry, hicieron nada para evitarlo. FernánNúñez dejaba vislumbrar en sus telegramas la duda de si convendría que don Alfonso no pasase a su regreso por Francia. Den Alfonso sostuvo que mientras M. Grevy no retirara la invitación ce ir a París, él no tenía por qué variar su itinerario. Los dos presidentes franceses le esperaban en la estación parisiense del Norte; mas apenas apareció en lo alto de la escalinata da la misma, se oyó un clamor compuesto de gritos, silbidos y rugidos atronadores. La escolta de caballería intentó seguirle, al ocupar el coche Su Majestad, pero la masa se interpuso y desordenó los caballos. Sobré la berlina regia en que acompañaban a don Alfonso, M. Grevy, M, Ferry y el ministro de Negocios Extranjeros; M. Challeniel La Court, cayeron tronchos de lechugas, piedras v otros objetos arrojadizos. Yo iba en otra berlina, no muy lejos, con el conde de Benalúa, y pudimos presenciar el deplorable espectáculo. Oíamos gritos de: Abajo el ulano Tirarle al Sena No hay que dícir que nuestra berlina fue también apedreada y rotos sus cristales, pero cen los sacos de mano que llevábamos pudimos defendernos. Lo que ocurrió después no fue menos triste; M. Grevy y los otros dos ministres que le acompañaban vacilaron en dar las explicaciones que se les exigió y que lo ocurrido merecía, temiendo disgustar a la democracia republicana y a la masonería, organizadores de la manifestación. Sagasta telégrafo desde Madrid al embajador de España diciéndole que el Rey debía recobrar el incógnito y regresar en seguida a España. Don Alfonso, que había recibido la pedrea muy sereno, ante la tímida explicación que al fin se atrevió- -tras algunas dudas- -a darle M. Grevy, contestó qtíe, puesto que había sido invitado, no debía, mostrar temor en asistir al banquete de gala organizado en su obsequio, aunque le costara la vida. Al dí- a- siguiente, se íué a pasear a pie por los bulevares, donde ya no acudieron los que formaban parte de la manifestación. A su regreso a España, recibió del pueblo de Madrid una acogida apoteósica. 1904. Se dirigía don Alfonso XIII a Londres, en el que conoció, o, trató unos días al menos, a doña Victoria Eugenia de Ba; temberg, que fue después su esposa. A su regreso estuvo una noche en la Opera, donde oyó cantar Sansón y Dalüa. Pero oigamos al marqués de VilIa Urrutia, testigo presencial de lo que ocurrió después: A las doce y media, acabó la función y tomamos los coches descubiertos para regresar al Quai d Orsay, donde su majestad se alojaba. Iba en el primero don Alfonso X l l t con el presidente, al que seguía la carrete- LA FRANCIA ETERNA ON Tomás Borras ha escrito un artículo excelente, como todos los suyos, en el que ha puesto de relieve dos botones de muestra, relativos a cómo nos ha tratado siempre la Francia eíerna. Yo conservo en mi memoria algunos betones más de esa botonadura. Sólo citaré des, con la misma moderación y comedimiento que se expresa mi compañero. 1 S 83. Don Alfonso XII llevaba poces años de ocupar el Trono. Invitado por el viejo Emperador Guillermo a fin de asistir a unas maniobras militares que debían celebrarse en Hamburgo, entendió, luego de consultar a su Gobierno, que presidía el señor Sagasta, que debía aceptar la invitación. Pensaba aprovechar, además, el viaje para visitar a su pariente el Emperador Francisco José de Austria, a su hermana María de la Paz de Bayiera, y, al regreso, al Rey Leopoldo de Bélgica y al presidente de la República francesa. El partido conservador, con patriótica previsión, entendió que. dicho viaje podía despertar susceptibilidades internacionales, pero el ministro de Estado, marqués de la Vega de Armijo, no pensó del mismo modo, y el viaje se llevó a efecto. Suprimidos los cronistas oficiales, que en el reinado anterior formaban parte de las comitivas regias, sólo dos periodistas obtuvimos autorización para acompañarle, por cuenta de nuestros diarios: Peris Mencheta, de la Correspondencia de España, y él que suscribe, por La Época. No he de hablar de las etapas interesantes d? aquel viaje, de que di cuenta en mi periódico y escribí luego un libro; me referiré sólo al final de la expedición. D

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