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ABC MADRID 11-04-1946 página 3
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ABC MADRID 11-04-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA 11 DE ABR ÍL DE 19 4 6 N U M E R O SUELTO 40 C E N T S CONCHA ESPINA O LA NOCHE ILUMINADA ONCHA Espina: ia Vocación. Esto es, la I llamada inefable, mano invisible, voz y sin labios. Más aún que la Vocación: la Profesión (pro- fe) es decir, por la confesión pública, constante y ardiente de un credo. Más todavía que la Profesión: la Misión; digamos la conciencia de un- mandato, la fuerza de un Sino. En los libros de Concha Espina, la Vida se ofrenda a la Obra enteramente, totalmente, como la Madre a la Hija. Y este sentido maternal, augural, es ccnio el lema de su lábaro: In hoc signo vincos. (Con el signo ele Madre, vencerás. Ello le impulsa a correr tierras y cruzar mares, a intuir terremotos de pasiones y a vislumbrar naufragios de almas. Sus libros, pues, no so- n meditaciones de gabinete, ante el reflejo de la lámpara familiar, sobre Jas hojas impolutas, sino páginas laboradas a l; i intemperie, auténticos Diarios de Bitácora, salpicados por las espumas del oleaje. Por ello, el signo maternal cuida a estos hijos de su pluma como a los hijos de su alma: Los viste, los educa, los pule, les infunde esa condición- -su segunda naturaleza- -del humanismo, que incluye las pasiones y excluye las aberraciones; que opera con eres humanos, no con monstruos. Sentido maternal, guiado por el supenentido di la Poesía, no toca la pasión si no es humanamente poética, como en La niña de Lusmcla, o poéticamente humana, como en Dulce nombre, principio y fin de la ascensión sentimental del humanismo sobre el territorio. En cuanto a la fusión humana coa el territorio, Concha Espina ofrece en la Geopoesía (hl Sur (El metal de los muertos) del Centro (La esfinge maragata) y del Norte (Al- Un- mayor) un Zodíaco españolismo, don el i. ja variedad regional se funde en. la unidad nacional, como en las novelas andaluzas de j crnáh Caballejo, en las gallegas de la Pardo Bazán, en las catalanas de Víctor Cátala, las tres potencias femeninas de la novelística espinóla. Ahora, en sus Cuatro novelas, asombran el TÍre, el ambiente, el dramatismo, palpitantes como una crónica de la Cruzada, y que hablan, como en el Romancero, por la boca de la herida ¿Quién mueve tanta fortaleza? Invocamos esa antinomia de los cuerpos febles que encierran, como el df- niadrmie Curie, almas gigantes. Y evocamos la. dimimr. a silueta de Concha Espina, al pie de la pirámide de sus cincuenta libros- -traducidos a nueve idiomas, textos para enseñanza del español en. veinte Universidades extranjeras, clarines y laureles de España- -que la incorporan a esc Estado Mayor de las escritoras universales, cuyos nombres han escalado el Premio Nóbc! Lo? designio? de Dio: aureolan 1 luz polar sur, papilas inmóviles. Los oj í, qu fueron mro. ras, son ahora noch s irílmira: Con la sonrisa de los ci ti- ud, las ruanos maternales a los libro. o i- ariri: los conforta, les transmite, p r e! Ici -uajetáctil, las rcvclaciüircs del prodigio. La: noches de sus ojos son las luminarias ée su alma. Cuantas más sombias, más luceros. Cuanto menos visión, más unción. Al grito de Goethe: ¡Luz! ¡Más luz! la oración de Tobías: ¡Señor, Señor, más sombra al amparo de las divinas alas de tu Arcángel! CRISTÓBAL DE CASTRO DIARIO ILUS DE I N T R, DO F O RM AGI O N G E N ER AL contagiado por la oscura sensibilidad del bruto, que puede verla y verlos el infante. Y esto- sí que resulta sorprendente qur mía patria de poetas militares, tan incomparable, rica en la dualidad de esas vocaciones como la española, haya sido tan estéril en visiones poéticas de jinete. No vaie decir que el caballo es tema favorito de nuestros clásicos. Es cierto. Pero se trata del calía! como espectáculo, visto desde abajo y un poco de lejos, aunque el poeta sea muy capaz de dominar, domeñar y aun domar, ú a mano viene, desde su trono horcajado. Sin embargo, puede más la ilustre tradición retórica, y el caballo es cantado, pintado, esculpido, erigido monumentalmente, celebro; en metáforas y alegorías, estudiado y aprendido en todas las sutiles estructuras de su anatomía. Es el caballo dechado, el caballo procer, parejo a los casi irreales del bronce o del lienzo. Faltaba en nuestra poesía el caballo sentido entre las piernas, la prolongación centaurizada de nuestro mismo ser, tan de vera; sentido como propio que, al descabalgar v partirse en dos, ya no se le puede contemplar sin un oscuro dolor de amputación. Y si esto es verdad de todo jinete que merezca ese nombre, mucho más del que vivió hora a hora los azares 3 deberes de la guerra en solidaria imantación de destino con su Ce- loso o su Lucero. Este es para mí el principal atractivo H libro de Alonso Gamo, rico, por otra parle, en virtudes estrictamente poéticas, que discriminaría si me hubiera propuesto ejercer ia función crítica. No quedarían entonces sin mención expresa sonetos, romances y otras variedades estróficas manejadas aquí y allá con eficaz estilo castellano. El sentimiento compasivo ante el dolor ajeno y el respeto y la comprensión hondamente humanos son prendas que enaltecen por igual al artista y al hombre, al español y al cristiano. Nunca se enturbia por ello el claro sentir y el recto pensar del guerrero que sabe justa su causa y hermosa y verdaderamente suya su patria. Qué diáfana alegría ele liu de cielo de mayo en la Alcarria, la de la glosa- -poe ía geográfica y toponímica, gallardamente torneada- -Sobre el cantar del escuadrón: i Rubielos de Mora y Mora de Rubielos moras son! Si iglesia tiene Rubielos, Mora, iglesia y colegiata. Rubielos tiene de plata la alberca, Mora, majuelos, un Santo Cristo Rubielos, y Mora, Cristo y pendón; pero Rubinlos y mora de Ruliielos moras son. Y ahora, en el momento mismo en que me disponía r concluir este artículo, me llega, por gentileza de su autor, otro combatiente espa- ñol que promiscua poesía, la primicia inédita, de veinte sonetos al caballo. Una inipjcicnte ojeada me revela, no sólo la dignidad poética que de Antonio de Zubiaurre esperaba, sino la vivida emoción del motivo, Pero no sería discreto que rompiera la inrdición, va que no he sabido resistir a la tentación de aludir a tiri envío que llega en instante tan maravillosamente justo. Mientras los caballos de Zubiaurre se disponen a bollar las futuras páginas impresas, goce 11103 hoy. Las raudas cabalgadas 1 de Celoso. GEEASDO EL POETA A CABALLO caballo va el poeta. Pero en esta otra balada de primavera o, mejor, heroica telegía de invierno, ya no reinada tranquilidad violeta como para el jinete apacible, más hecho al trotccillo- tamborilero de Platerucho que al galope tragaleguas de Celoso. Ahora triunfa la borrasca, y como cu los días escolares del cuarto sobre el parque y las horas quietas entre los libros empedrados de latines jurídicos, cuando raspaba cu la pizarra el viento silbos de mundos y trasmundos, vienen volando, agujas y saetas de las lejanas cotas de la muerte. Celoso también lo sabe. Lo sabe Palomín. Celoso es un caballo alazán y Palomín, un caballo torco. Los montan, respectivamente, un teniente y un capitán del Ejército español. Ahora cabalgan juntos 3 con ellos todos ios del sexto escuadrón. Y yz. no v y alazanes, ni ruanos, ni tordos. Ya galopan todos blancos sobre la tierra blanca. Pero ios Albarracincs no van a estar siempre coronados de nieves. Al otro lado de las cumbres se van destocando el castilla de Atienza 3 el castillo de Torija. Toda la Alcarria palpita, revive, en un perfumado rumor de colmenas que trasciende a nupciales almendros. Y pensando en la castidad 3 la gracia de la tierra heredada, el poeta descabalga, se asienta sobre el duro suelo, se res- palda contra una encina y, como los Ercillas y Aldanas y Artiedas del gran siglo, se pone a escribir versos, duros también, transparentes y honrados, cuino ¡o. de aquellos capitanes, mientras la calma geórgica no sea perforada por el toque de botasillas. José María Alonso Gamo nos trae de Buenos Aires su bello libro de Paisajes del alma cu guerrn, escritos unos entre fragores de batalla y vigilias y alertas de campamento; otros, más reposadamente, a la dulzura hi miñosa del recuerdo que aun guerrea en el alma cuando el cuerpo ganó el descanso y la paz. Difícil, muy difícil, es la poesía lírica de la guerra, más difícil aún que la épica. No c s extraño que nuestras mocedades vi- riles, en estos diez últimos años de, tan fecunda y dichosa vocación poética, hayan logrado tan rsensa cosecha de buena poesía lírico- heroica. Ni nos, sorprende que muchos ¡le ello? que pel aron con bravura, silencien o traiiífic- uren sus hnndüs experiencias de campana basta la imposibilidad de la objetiva identificación. Entre las contadas excepciones, debe desde ahora figurar, junto a Suárez Carreño y Ridruejo, este sobrio, sincero, humanísimo poeta da la Alcarria, en cuyas limpias pupilas candorosas se han reflejado los paisajes de la tierra, de las almas 3 de la guerra con ávida y voluntaria La novedad que aporta la poesía bélica ría Alonso Gamo es la del punto de vista. El i b? ir. TO, peraltarlo en su moruara, capaz ¡í flovaiK r l: ¡s Tii. n genes de! galope en fuga i ui; a cinemática, y quebrada velocidad, ve l; i. guerra y sus paisajes de otro modo más allanero, rítmico y también más ns intivo, DIEGO

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