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ABC MADRID 17-03-1946 página 3
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ABC MADRID 17-03-1946 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DÍA 17 DE MARZO DE 1946. NUMERO SUELTO 60 C E N T S LA RAZÓN PURA Y LA RAZÓN PRACTICA ABC -esa Sibila del Anuncio- donde el Número ahoga al Numen y los nervios al Nervio. Lo trágico de nuestra época- -Escribe Alfred Colling- -es un pesimismo desenfrenado, unido a un frenesí por gozar la vida. CRISTÓBAL DE CASTRO D I. A R I O I L U sT R A D O DE I N F O R M AC I O N G ENERiK L LAS BATALLAS TEATRALES TEA vez la contienda literaria entre viejos y jóvenes. Los jóvenes, cada día más consentidos. Los viejos, cada día más resentidos. Sólo que la Juventud Egolatría e n B a rojaj Divino Tesoro en Rubén) no es definitiva, sino transitoria. Los jóvenes no son vitalicios, como los senadores del viejo, régimen, ni perpetuos, como los secretarios de Academias. Cierto que la Juventud actual tiene algún derecho a la primacía sobre las juventudes anteriores. Fue Primavera de la V i d a en las aulas, y Primavera de la Muerte en las trincheras. De ahí que- -salvo algún nuevo rico piruetista- -Ja tónica juvenil sea grave, veteada de preocupaciones y pesimismos. En este punto no estará de más recordar la paradójica sentencia de Mark Twain: Nada hay tan deplorable como un joven pesimista, a no ser un viejo optimista. Sentencia que, por otra parte, t ene su iniciación en el gran sentencioso Goethe. El cual, preguntado por Eckerman si quería volver a la juventud, respondió: Pregúntale a ¡a rama si quisiera volver a ser raíz. Y es que el problema no estriba en los años, sino en los daños y en los desengaños. No es de estética, sino h acústica. Por algo escribía Pascal: La persecución más terrible es el Silencio. Perece el Silencioso. Triunfa el Ruidoso. De cualquier modo, sea de ello lo que fuere, lo cierto es que hay ya una premoción de valores en juego diario, continuo, quizá un poco recargado, barroco; pero notoria, dinámica, pública. Y en esa promoción prevalece un sentido reverencial a la camarilla adventicia y al intrusismo profecticio. Eso de que Fulano, médico, proclama a Zutano el mejor pceta de nuestros (lias como lo otro d: que Mengano, pintor, proclame a Perengano el primer novelista de nuestro t: empo v acaso de todos los tiempos sobre agravar la pugna secular entre la vocación V la profesión, entra, a tambor batiente, en I S campamentos de la Crítica. Pero no encierra novedad. Se da en todos los climas lite- arios... Es la lucha entre d Bien y el Mal. sometida, n o a Calibán y a Ariel, sino A mesurado en las lisonjas y al pródigo de ellas. I -l pródigo llama genial a cuantos pasan por los puntos de su pluma, porque es un inconsciente de su misión, a quien todo ello le da lo mismo y procede como lo que e: como un Malhechor del Bien, cuyas cañas s e vuelven lanzas y duelos. En cambio, A mesurado de lisonjas las restringe o, cuando menos, las depura, porque tiene conciencia de su responsabilidad y actúa como lo qu: es; cerno un Bienhechor, del Mal, cuyas lanzas se vuelven cañas y fiestas. De manera que el que declara genio ni primer novel es como si le tirase al degüello; y el que se niega a la inflación como si le evitase un proceso complicadísimo. ¡Cuánto no habría quo exigirle novel, laureado de genial, desde su primera: producción! Y no se diga que ello es cosa de arrabales o de suburbios. En la urbe, en el cogollo cultural, el Teatro, el Cine, la Radio, el Libro- -que son el Tetramorfo de las Letras- -se hallan a la intemperie de la Propaganda O LA PAZ TUTELADA RA absolutamente necesario sembrar el desconcierto: en vísperas de reorganizar la Corporación se entendieron el cacioue nato y el ácrata de turno en la casa de Tocamerroque. El cacique era un riquísimo hacendado, con gran fábrica de chacina y toda la boca orificada; se llamaba don Bonifacio. El ácrata, analfabeto y sin oficio, medraba con los beneficios de su tiranía, tiznaba su carota zafia con, un bigote como de cerdas, y las tenía de verdad en el reseco corazón; su nombre era José; cero desde muy joven dio en llamarse Urano, a contrapelo de sus correligionarios, que, seguramente por vicio fonético, le apodaban Hurón y El Hurón, al pescuezo un cintajo granate con cencerrillo sin lengüeta, se instituyó en porquero y rabadán de la gran manada abusando del po. rro y de los lia c as. La actitud de den Bonifacio, mano a mano con El Hurón, en comilonas y cuchipandas, resultaría risible si fuera posible tomarla a broma: pero el vecindario presintió la secuela de humillaciones y miserias temblando por dentro, y, aturdido, todo lo confió a la suerte. Aquello sonaba a dinero, y aunque para desvirtuar el son, don Bonifacio daba metódicamente a la publicidad, y en papeles de color distinto, panfletos y comunicaciones en ansiosa rebusca de justificación, nada conseguía. La postura del primer contribuyente era. más odiosa y antipática porque la embozaban intereses creados en el cultivo de su poder y de su riqueza. El pequeñísimo consuelo de que don Bonifacio castañeteara los dientes de puro miedo mientras El Hurón roncaba entre regüeldos, era como paño mojado. La amañada propaganda resultó pesadísimo monólogo; el período preelectoral tocó a su fin. y amaneció el día del sufragio casi universal porque aun no consiguieron los contratistas sentar en derredor de una mesa de caoba al sistema planetario. El convenio entre el cacique y El Hurón era clarísimo y concreto: repartirse por mitad los votos y que don Bonifacio comprara luego, con oro amonedado, la tranquilidad y la protección del líder, que éste serEsto, lejos de perjudicar al autor, le faviría por quincenas adelantadas, para el normal desenvolvimiento de los negocios de vorece y aüienta, porque, no censido randa justo el fallo del público, ni se- somete ni le aquél. La hora del escrutinio alumbró el des- a ata. Al contrario... Después de un ruidoencanto i todos los votos, menos uno; fue- so fracaso, sonreirá satisfecho y recordará con orgullo que también fueron furiosaron para las filas de El Hurón mente paleadas Norma, El barbero de SeDe la protesta levantaron acta. El original se remitió a don Bonifacio, que lo llenó y villa, Tanliaitsser, la Buttcrfly, Las flores y tantas otras obras. rellenó de notas, observaciones, distingos y Y dirá altivamente: considerandos. Y la primera copia, legalizada, -También silbaron a Bellini, y a Rossim, fue a manos de Hurón, que como afortuy a Wagtier, y a Puccini, y a los Quintero... nadamente para sus entendederas np sabia Que i- s como aquel personaje de un voleer, y d papel era recio, bueno y satinado, lo cortó en octavilLy liandrt en ellas las pi- devil francés, que descubrió que su mujer ntas de áureas monedas que ya había re- le engañaba. Aiiie la terrible revelación, se cibido de don Bonifacio a cuenta del pac- quedó unos momentos pensativo, pero en seguida se encogió de hombros diciendo: to v de la primera quincena de paz tutelada. ¿Qué tiempos aquéllos? j ¡Bnh! ¡También lo fue Napoleón! JOSÉ CARLOS D E L U N A JOSÉ JUAN CADENAS E A A que el Testro resurja de nuevo y, R salga de su actual decaimiento, es preciso que haya pasión en el público que va a juzgar las obras las noches ele estreno. Y... es posible que esté equivocado, pero a mí me parece que las obras teatrales deten ser juzgadas desapasionadamente. Donde hay pasión- -y a veces mala pasión- no puede haber un juicio ciaro y sereno. Ño debemos confundir los términos. Todas las obras que se estrenan no tienen la importancia que tuvo Hcrnani, por ejemplo, que dio lugar a las célebres batallas de la Comedia Francesa entre clásicos y románticos. De aquel descomunal combate no queda más recuerdo que el chaleco rojo ds Teófilo Gauthier, capitán del pelotón romántico... Los que liemos tenido la curiosidad o el capricho de perder algún tiempo enterándonos de las cosas del Teatro, no ignoramos que siempre, desde los más remotos tiempos, aplausos y protestas fueron los factores que dieron interés y vida a la escena. Cuéntase que Eurípides- ¡ayer, como quien dice- acusado de haber escarnecido en una comedia los misterios divinos, estuvo a punto de ser lapidado por la multitud. Los desventurados histriones que interpretaban el Beílcrofonte vieron caer sobre, ellos una lluvia de piedras. Y en Atenas, los espectadores acudían al Teatro provistos de un aparatito en forma de flauta de Pan para silbar cómodamente las obras. No conocían entonces el uso de las llaves, a las que nuestros silbantes de fin de siglo arrancaban sonidos estridentes y prolongados. Se ha hablado y escrito tanto estos días de pateos y silbidos, que una parte de público que asiste a los estrenos ha sentido la curiosidad de reverdecer las malas costumbres de otras épocas y, como hay espectadores impacientes, se da el caso de que algunos no tienen calma para esperar y empiezan a manifestar ruidosamente su desagrado eu las primeras escenas de una comedia. Vamos progresando, y ahora parece que hay espectadores que apenas se levantae: telón y comienza a hablar algún personaje, ya están al cabo de la calle. Lo raro es que, cuando, por lo visto, adivinan en la primera escena que la obra es mala, protestan; pero, en cambio, no proclaman nunca con sus aplausos que es buena... cuando lo es. P I

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