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ABC MADRID 03-03-1946 página 13
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ABC MADRID 03-03-1946 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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dero da unos golpes, acompasados solidé un trozo de madera hueca, cuya sonoridad ha sido cuidadosamente estudiada por un perito de la armonía; el trapero golnea uña pandereta diminuta con el- junquillo que le sirve para recoger los trapos que va encontrando por la calle; el hojalatero lleva un péndulo de bronce, que oscila entre dos badajitóí, a cada paso del hombre y suena conio mía campanilla: el vendedor de aceite de ajonjolí tiene un tambor doble, en el que suenan a la vez el bronce y la piel; a 1 carrito del aguador 1? anuncia solamente el chirr i d o de PREGONES CALLEJEROS PEKINESES N clamor formidable y confuso V- -eleva sobre la ciudad det Pekín, y no son e s s rui Jos artifi c i a 1 e s que provie- nen de fábricas, estaciones, t r a n- v í a s Metros. automóviles; es algo más profun lo y humano; algo c o m o una especie de suspiro exhalado P or u n cuerpo gigantesco y múltiple. No son ya los silbidos de las. sirenas, ni los claxons, ni las bocinas, ni ios timbres, ni las explosiones de las válvulas, ni martillos innumerables g o 1 peando bigornias, ni máquinas... No. Son voces, voces humanas, melopeas, batintines, campanillas. Al pueblo thino le gusta el ruido, siente verdadera predilección por la música, el ritmo, la eufonía. El amor al ruido triunfa de las irreductibles barreras sociales; nos une en una democracia de estruendo. Pues todos, poderosos o miserables, letrados o comerciantes, civiles o militares, todos los chinos amamos la sonoridad. Este amor al ruido ha engendrado un número incalculable de instrumentos de madera, de hierro, de cuerdas, de bronce, (le, jf iel de serpiente: flautas primitivas y complicadas, tambores, címbalos, campanas, castañuelas, guitarras, el caramillo de múltiples tubos llamado yue tsing y el tambor- banquillo, conocido por per- ku. En las calles se oyen los pregones de los vendedores ambulantes. Ese que vende una clase de churro celeste, el sao ping, da un grito agudo que se escapa de repente y luego de repente se le para en la garganta. Este otro que vende porcelanas baratas profiere, come una queja larga y profunda, una cantilena entemecedora, que se eleva progresivamente y termina en un silencio, que es como un llamamiento desesperado. Al oírle, nos acordamos de la inanidad del esfue rzo, de la vanidad de vanidades, de la. fragilidad de nuestro ser. Pero él sólo vende tazas, platos, teteras... Al chino fe guata cantar, y canta ésas can- íf Í ciones c h i n a s tan desconcertantes para el europeo y qu? tantas afinidade- tienen con eJ cante flamenco de España. ¡Cuántas veces he escuchado con, delicia en las calles del Oeste esas melopeas, de las que un oído profano no sabe decir si son alegres o tristes! A menudo se acompañan de un violín pintoresco de dos cuerdas, o de una extraña guitarra, cuyos acordes dejan al paseante perplejo y encantado. Y a todos estos ruidos se unen también los instrumentos especiales! que sirven de pregón a los comerciantes callejeros y que llenan la atmósfera de un singular potpurri. Los barberos al aire libre hacen vibrar una clase de diapasón; el vendedor de toallas lleva un sonajero muy grande de madera, que sacude por encima de su cabeza; el- ten- rueda, como el de los carros de bueyes de Galicia; el carbonero provee su cochecillo de cascabeles, aunque él no venda al detall, sólo por amor al ruido. Al pueblo chino le gusta la armonía, el ruido, el estruendo. Le gusta delirantemente. Tal vez, en su conciencia, ha penetrado, hace muchos siglos, esta idea sancionada por los europeos: que la música suaviza las costum. bres. MARCELA DE JUAN (Ma Cé Hwang)

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