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ABC MADRID 13-01-1946 página 19
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ABC MADRID 13-01-1946 página 19

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página19
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N España no hubo verdaderos actores trágicos desde Máiquez hasta Borras. Julián Romea fue un gran actor, pero, al decir de los críticos de su época, muy centrado en la modalidad comedia Valero, Calvo y Vico fueron tres típicos artistas románticos. José Tallayí, la mayor posibilidad de gran actor que hemos tenido modernamente, se malogró cuando ya veía claro su camino. Á través de los datos que han llegado hasta nuestros días, podemos darnos una idea bastante aproximada 4 de cómo íué Isidoro Máiquez y de cuáles fueron las caracíerísticas de su arte. Hijo de una familia modesta, Isidoro Máiquez nadó en Cartagena el 17 de marzo de 1768. Sus primeros pasos en la vida no tuvieron nada que ver con retablos m- telones, lunetas, ni bambalinas. Hizo aproximadamente lo que todos los demás chicos de ¿sa clase social: fue a la escuelaj empezó a ganarse el sustento muy pronto y fluctuó algunos años entre diversas aficiones, hasta que, ai fin, en centacto con upa compañía de comedias que actuaba en sü ciudad natal, sintió bruscamente la llamada de la vocación. El carácter impulsivo, con frecuencia irascible; de que dio muestras siempre, se manifestó ya entonces. De la noche a la mañana, decidió ser actor. No se sabe cómo aparece el joven Máiquez en la Villa y Corte hueia 1790, probablemente adherido a alguna ¡de aquellas compañías de cómicos de la le ua que recorrían España entera y pasa bajn. de vez en cuando por Madrid. M a s su vida de representante, anterior a süj arribo a la capital, debió ser más dilatada pues, cuando la vemos figurar por primera i vez ¡en uñ teatro cortesano, está ya casado! con una actriz de algún renombre, Antoni 4 Prado. Ingresa entonces en la compañía- de Manuel Martínez, que actuaba en el teatro del Príncipe. El elericq de Martínez es magnífico; en él sé; hallan- como primeras actrices nada menos que María del Rosario Fernández La 7 aróy Rita Luna, Entre los varones hay un comediante que tenía mucha acejptacióti én aquellos días, Antonio Robles. Isidoro Máiqúez viene dé galán, con la obligación de hacer segundos y terceros La obra con que hizo su debut se titulaba Lo que va de cetro a cetro y era una especie de melodrama con algunos contrastes cómicos, original de Rodríguez Osorio. ¿Corno era en lo físico el futuro gran actor? Tenía excelente 1 figura, y una delgadez excesiva, defecto quej al avanzar en edad, se eorrígió, corno- suele ocurrir, aunque nunca pecó de grueio. En el retrato de busto que le hizo Goya podemos contemplar su rostro: faz redonda 5 e mentón acusado y labios finos, nariz corta, un poco respingona, y ojos grandes, negros, algo lunáticos. Por entonces, Máiquez, que leía mucho- i ta. avis entre les cómicos de todas ¡as épocas- tropezó con Shakespeare y quedó apabullado. Los tanteos de su espíritu crítico para disciplinar su propio genio hallaron en los personajes shakesperianbs los puntos de apoyo- que necesitaba. El actor, hombre de voluntad inflexible, conocía sus defectos y estaba dispuesto a suprimirlos. El principal de todos era la voz, una voz mate y corta de registros. Además le faltaba dominio del gesto, y esos recursos de escuela que suponía tendrían los grandes actores que tanto daban que hablar en el extranjero... Pensó marchar a París, y así lo hizo. En París, exultante de vida y de arte, después de la Revolución francesa, en píen amanecer del Imperio napoleónico, triunfan Kemble, el mejor intérprete de Shakespeare, y, sobre todo, alma, el inmenso Taima, dueño y señor de la creación escénica. Hasta qué punto supo el artista español aorov char cuanto viera v estudiase en E jornada no dejó de batirse, primero en el Prado, y luego en las cercanías del Parque de Monteleón. Máiquez fue de los que pudieron escabullirse al terminar aquel drama verdadero que le había tocado vivir fuera del escenario. Oculto estuvo varias semanas, pero, al fin, fue descubierto, preso y conducido a Francia con otros patriotas, como reo de Estado. La repatriación de Fernando Vil no le fue favorable al teatro, en general, ni a Máiquez en particular, ya que hasta 1817 no hubo verdaderas temporadas teatrales en Madrid. Los éxitos escénicos de Isidoro Máiquez en sus últimos tiempos no desmerecieron de los obtenidos en su época de máximo esplendor. Un grave incidente que tuvo con el corregidor de Madrid dio lugar al destierro del actor y su traslado a Granada. Al poco tiempo de llegar a esta ciudad, sufrió un acceso fc enajenación mental, que le duró varios días, durante los cuales recitaba escenas completas de obras de su repertorio. Falleció el 18 de marzo de X 820. Diecinueve años más, tardé, otros actores ilustres, Matilde Diez y Julián Romea, erigieron, a sus expensas, en el Campillo de Granada, un mausoleo a la memoria de Isidoro Máiquez. ANTONIO aquellos maestros, nos lo revela el triunfo instantáneo que obtuvo a su regreso, al presentarse en Madrid. Era otro. El éxito fue rotundo. Isidoro Máiquez había llegado a Madrid poco después del incendio que casi destruyó el teatro del Príncipe. El de la Cruz estaba clausurado. No funcionaba más que el teatro de los Caños del Peral (sito donde hoy se levanta, entregado al sueño cataléptico de unas reformas interminables, el teatro Real) y allí compareció Máiquezel 20 de junio de i8o t, con Ótelo, una obra cuyo protagonista estudiaba el actor desde hacía diez años. El triunfo le atrajo envidiosos y falsos rivales, pero todo fue én vano. Nadie podía negar el hecho evidente de que Isidoro Máiquez gra el actor más genial de la escena española, muy por encima de los que hasta entonces pasaban por eminencias. Desgraciadamente el h u m o r atrabiliario del artista era muy propio para crearse enemigos. Al regresar a Madrid, todo el mundo, altos y bajos, pueblo y magnates, le abrieron sus brazos, ansiosos de verle y oírle en sus obras- favoritas, Ótelo, de Shakespeare; La- vida es sueño, de Calderón. de la Barca; Bruto, de Alfierí, y Pclayo, de Quintana. En el teatro del Príncipe, reconstruido hacía seis años, trabajaba Máiquez cuando sonaron en Madrid los primeros tiros de la guerra de la Independencia. 5 e echó a la calle mediada la mañana de aquel imborrable 2 de ryayo de 1808, y durante toda la Estatua del monumento erigido en Cartagena a la mem ria de Isidoro Máiquec, obra escultórica de José Ortells. (Fotos V. Muro.

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