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ABC MADRID 04-01-1946 página 7
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ABC MADRID 04-01-1946 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página7
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DON BENITO BA, tan altóte como era, a tientos de bastón, con los ojos -sus ojos cómo cabezas de a filer, pequeñitos- -tapados por dos rodajes de vidrio negro, tacteando la esquina, igual que el clásico ¡pobreí ciego! metido en un gabán muy usado y de clase barata: con el poderoso cráneo, modelado a grandes planos, huesudo, tal que un huaco guanche de barro cocido, cráneo de gran cabida, coronado por el más humilde sombrero redondo, Hegro desvaído al ala de mosca; sonaba su andar menudito un ¡ris ras! de botas hechas; alrededor del cuello la bufanda verdosa sostenía, ancho punto, la cabeza escultórica, noble. Inofensivo, dulce, apagado, ciego, menestral, don Benito escondía así a Gaídós; encubriéndole más con su mudez pertinaz, inacahable, hasta parecer aquel hombrón estatua de sí mismo. Sólo un remiso buenos días o adiós salía del inmóvil rostro aguj creado p o r los dos túneles de las gafas. I) o n Benito, i n f atlgado demonio, siempre mezclado y confundido con el pueblo, se redujo a escuchar, se privaba de la exquisita embriaguez española de 3 a contradicción, la polémica y el deleitoso llevarle la contraria a todo el mundo, con tai de auscultar y recoger, tanto los fuertes trazos del carácter cómo los imperceptibles matices del verbo, l or esa su presencia callada- -tal an aparato captador de imágenes y s 6 nidos- -don Benito proporcionó a Gal dos miles de criaturas vivas, diversas, auténticas, que pululan por su obra cori ni á s esencial verdad y más energía que en los caminos de donde el disimulado aparate las arrancó. Y por ello eí había, esa ancha, g r u e s a y delgada, robusta y sutil, sUnora y elevada, innumerable y justa había nuestra, tiene en Ga dós un diccionario ilimitado, paciente, minuciosamente recogido por don. Benito en su ferco estarse a la vista y a la escucha. Cantidad de observación como la de Galdós na la hay sino en sus fíoá hermanos, Dickens y Bala- a o Cuando Federico Carlas, Sáinz de Robles emprende el censo de personajes de su noveía y su teatro, ha de emplear un. volumen. En cambio, y con ser Sainz de Robles agudo y aguzado, no puede escribir la biografía de Galdós. Le rodea del ambiente 1, pinta muy bien, eí Madrid del xix y toda la circunstancia como ¡dicen los brteguíanos, del escritor. Pefo. se encuentra con don Benito encubriendo a Galdós, parvo, modesto, un clasemedia casi pobre, que no tiene ni historia ni anécdota, que no sabe más que escuchar muy calladito, ver muy modositó y escribir infatigablemente. Y (Jarcia Venero, que recoge el Ideario de (i al dos en sus dos tontos, cuidadosa rebusca, no nos descubre nada, tampoco, del horn- I bre. Eí hombre era clon Benito y no existía más que como cuerpo para encerrar el alma en vuelo, galdosiana. Así, oscurecido y como disfrazado de uno cualquiera, con su puro de veinte céntimos siempre apagado y siempre el mismo puro, le conocí, y le quise, que don Benito se hacía amar, originaba ternura. Nuestra generación se había destetado con Trafak ar, Bailen y Zaragoza, y yo, por vivir tantos años al comienzo de la calle de Toledo y estudiar en el instituto de San Isidro, por claro milagro que agradezco a Dios, simultáneamente existía en el área de Postas, plaza Mayor y las Cavas, y eti las páginas de Fortunata y Jacinta; hasta no saber si Estupiná era alguno de los pañeros del Comercio del Huevo o cualquier otro de los soportales, o si don Mateo, o don Lesmes eran trasunto y copia del Estupiña de las tertulias. Y un día vi. de veras, a Fortunata, que se había salido de la invención: garbosa, rubia de. soles. de mantón alfombrado y un aire- 1 aire de Madrid- -que arremolinaba piropos; vivía. precisamente, en los balcones del desnivel de la calle de Cuchilleros, y era hija de un ebanista. Porque para 1 Galdós hubo dos dones de elegido: arrancar de la cantera de la vida el material, sin inventar ni falsificar, de modt v qué usted se daba con la población de sus libros de manos a boca, en cualquier calle, y que esas mujeres y hombres se le agigantaran al elaborarlos y se le convirtieran en símbolos. Cuando conocí a don Benito y le hat lé de Galdós, recuerdo cómo se entrerreía, con. su mortecina risita candida, al decirle yo que sus personajes eran amigos míos, y que todos los madrileños de mi alrededor copiaban. a los de sus relatos. Trasvase, endóstnosis curiosa, en que Galdós influía en el mundo que antes reprodujo y viceversa. Don Benito también usaba mucho el cqclie pesetero, el simón o la mañuela de paso de penco y ventanilla, como balcón que va por la calle. Eran inseparables el coche y la figura del semiciego. En él recorría los madriies de Madrid, donde sus amistades- -tienda, piso tercero, portería, taller- -le dejaban estar mudo, a la escucha, y le abrigaban bien y le decían esas cosas que se dicen a los niños y a los abuelos. El abigarrado panorama del bendito Madrid del xix tenía su centro en eí hombretón de antiparras de. tinta, y se oía (como sólo se oye hoy de! Benavente) ¡Ahí, va don Benito! -a un golfo, a una peinadora, al oficinista o al tratante de. café. Por la mañana él ya se había escrito sus dieciséis cuartillas obligatorias, tarea que se impuso, implacable, cosecha de lo recogido en su andar por los madriies del Madrid para él, o de su Madrid. ¿Porque Madrid hizo a Galdós o Galdós es el autor del Madrid del üiecinneve? 4 de enero de 1920: se nos fue a los madrileños el español que nos enseñó a leer á España, a verla y escucharla: Galdós, Don Benito no se fue, sigue igual, callado, como era su há- bito, el rostro quieto y ausente, sentado a la vera del río de seres humanos; quien vaya a contemplarle en su piedra inmortal sepa que así era de lejano en carne ageética y alma misteriosa. i Inofensivo, áuícé á ¿si ¿á 8 t ciégú, ünenfcstral, Benito TOMÁS BORRAS escondía así a Galeas.

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