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ABC MADRID 16-10-1945 página 11
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ABC MADRID 16-10-1945 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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REPORTAJES DEABC PLAYAS Portugal como una hermosa y dulce muchacha campesina que, de espaldas a Europa, sentada a orillas del mar, con los descalzos pies en el borde mismo donde la espuma de las gemebundas olas se los baña, los codos hincados en las rodillas y la cara entre las manos, mira cómo el sol se pone en las aguas infinitas Algunas tardes, coleccionando crepúsculos en las desérticas arenas de Caparíca, rompeolas del Tajo, donde sus aguas se besan y sazonan con las del mar, he rumiado esos versos de nuestro Miguel de Unamuno, por él mismo trasladados a la prosa. Médula del alma lusitana, todo viajero debiera leerlos en oración al saltar la raya fronteriza. Portugal, el país campesino con puerta al mar, el Portugal que menos se ve o se quiere ver está traducido aquí con sabrosa frase. Ahora, tiempos mudan, y las arenas se bastardearon. Las playas se alejaron entre sí y hoy son dos: la del sacrosanto trabajo, la lucha por el pan, el sudor bajo el sol, y la del lujo, el vicioso vagar, la molicie brillante. Primero, el humilde, el Portugal pobre, campesino y marinero, labriego y pescador, que arranca su pan en los surcos marinos o en los húmedos terrones. Arenas amasadas con las quejumbres de ese pueblo en el que aun no murió la hermosa palabra de esos humildes sin soberbia, pues Portugal es la tierra de la Península en donde el pueblo sigue fiel a sí mismo y es laborioso, aunque le oree una desesperanza de futuro. Y luego de él, otro que no endereza caminos al corazón, pero sí a la pluma 1 del cronista gozador de saudades. Tiene la lusitana tierra deleitosas arenas, roquedos pintorescos y pinares cantores. Y bañándola un mismo mar, agreste y adverso, que, para los de esta margen de acá, sabe demasiado a mar. El litoral portugués es vario y peregrino. En ocasiones, como en el distrito de Aveiro, la costa es de una triste monotonía. Largas playas bajas de fina arena y cadenas de duna, coronadas, a trechos, por los pinos que llegan hasta el borde mismo a mirarse en las aguas. El Mar avanza, o mejor, la tierra se hunde, y la playa se ruraliza, el campo y el mar verdes se abrazan, los leños con. savia de los bosques se mezclan con los mástiles sazonados de olas y vientos salinos y, sobre las arenas, los bueyes reposan en el intervalo de su trabajo: el arrastre de barcas, mientras las mujeres recogen redes. Arenas de Nazareth, con pescadores de bronce y sudor y varinas potentes oscilando bajo las banastas, meciéndose temerosamente sobre la cabeza; Figueira da Foz, con bueyes enyugados, saliendo goteantes del mar, arrastrando leños y redes; Espiuho, donde los labradores siembran el lino y proveen a los pescadores de leños para enjaretar sus barcas. Campo y ola, estiva movedora de semillas y red, que es estiva en el surco salado, y el canto que acompaña al remo y mezclándose al melancólico quejido del fado de tierra adentro enturbia los rumores en un uno, en el cantar de un pueblo pobre y conmovedor. De este Portugal de tendones recios, torsos surcados de sudor y lucha por el pan, pasamos al del maillot voz meliflua, mímica arrobada. Estoril, Cap. arica, Praia das Macas, con su constante de perros y piernas. Autos de cien reflejos descansando a! a sombra, esperando que sys due- ñosterinJnen el solaz en playas cort más exhibición que reqato y más carne qtte DE PORTUGAL R EPRESÉNTASEME Vista parcial de Cascaes. ola. Camareros cruzan por entre bañistas sentados ante sus aperitivos, muchachos afinan por enésima vez sus músculos y jovencitas, que, también por enésima vez, afinan el señuelo de su sonrisa. Por entre complicados muestrarios de piernas femeninas se desperezan indolentes los chuchos, tomando su baño de sol. y a la espera la hora marcada por el médico- veterinario para la comida que en el hotel está preparando cuidadosamente la servidumbre. Esos chuchos pasean muy inflados, sin mirar a nadie, con manifiesto desprecio para el resto de los mortales, que les contemplan enternecidos. Señoras y señores gordos, gin and soda seters pipas y diez idiomas distintos. Es una mezcla europea de derroche y hastío, de villas herméticas en las que jamás conocemos a los vecinos, aunque viven años pared por medio; parejas misteriosas, amantes jubiladas de cien políticos y aristócratas de fama continental pasean arrugas y recuerdos. Pero todo este mundo lo redime su punta de melancolía. Adiós a Europa la bella... Todo está limpio, pulido, refregado; todo menos el violinista patilludo y mugriento, seguramente subvencionado por el Patronato del Turismo, copia del que hemos visto cien veces en Monaco, Montecarló, Niza. La cinta cenicienta del malecórí discurre silueteando- la ola desde Estoril a Monte Estoril. Al fondo, Cascaes y el castillo presidencial, enhebrando a un tiempo mar y horizonte, con un aire de postal oriental, minarete, palmera y chirimía. Sobre los roquedales, en los granillos de arena prendidos del. asfalto, en las terrazas de los grandes hoteles que han invadido a- las olas para sorberse su fado melancólico, relucen los bañistas aprovechando conatos de playas para alquitarar el so ¡en los cuerpos. El olpr a carne tostada se impone al de yodo y sal que viene de las aguas. Enfrente se abre un espectáculo le. asombro. la desembo- cadura del Tajo, abrazando desesperadamente un mar que le absorbe. En la, otra orilla se divisan montecillós de pinos, prados verdes, arenas doradas de Caparica, donde rompe el mar, y otras playas fluviales, de las que salen vaporcitos de pasajeros cruzando a Lisboa, oculta por las quebradas que forma el Tajo en su idilio con las aguas inmensas. De cuando en cuando, por el centro del río pasa un barco de alto copete en busca del mar, o. en sentido contrario, caminando a Lisboa. Atrás queda Estoril, última playa de lujo europea- -la última con príncipes y políticos de incógnito, artistas de cine cocottes y perros con aires de emperador- y en un tren, que corre a ras de las olas, regresamos. Desde la ventanilla se goza de una puesta de sol, qué acaso no tenga par. Una puesta de una solemne majestad religiosa. Al ir a acostarse, ensabanado entre leves brumas, en el ocaso en que se perfilan torres y tejados de Cascaes, va cambiando de forma el ojo de fuego. Comienza a hundirse en las aguas allí, en la esquina del castillo, que roba un trozo de lago encendido, y en su adiós le recorren de extremo a extremo vagas sombras. Cruzan el cielo sobre las olas algunas gaviotas avizorando los despojos de la pesca, que yace abandonada junto a las, redes. Hombres atrajinados, que ni siquiera miran la puesta del sol en el seno del océano; bueyes rumiando bajo los vugos aran el mar, que prosigue cantando su fado quejumbroso, que parece pedido de limosna a Dios, y a lo íeios, las copas de los pinos van difuminándose en. e- l. atardecer. Y más allá, recortando su nítida línea en las sombras, un molino, arcángel de ocho, alas, meneando tristemente sus lienzos. Arcángel de ocho alas perdurable, lento, moroso, símbolo dé un pueblo, mi Portugal, con alma melancólica de sauce, tendido sobre el agua, oyendo su canto, nutriéndose de él y acariciándola siempre, siempre. ADOLFO LIZON

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