ABC MADRID 14-10-1945 página 10
- EdiciónABC, MADRID
- Página10
- Fecha de publicación14/10/1945
- ID0000391000
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LITIS MIGUEI IECNICA, ARTE Y EMOCIÓN DE UNA FIGURA CUMBRE OEl TOREO ¡Dieciocho años! Yo confieso que a esa edad- -la de Luis Miguel- -no he visto a nadie hacer a los toros lo que él hace. Y se lo hace- -como el domingo- -como si no hiciera nada. Con sobria sencillez, sin bullicios Su capote era, en esta tarde de su último triunfo, como un duende invisible que rondara por el ruedo y mandara a todos con el lenguaje vivo de sus vuelos. El capote- ¿tiene hoy par en la lidia el capote de Luis Miguel? más que castigo a las reses, era mimo, caricia, lo que les ofrecía... Tan diestramente manejado, dictaba, sin palabras, órdenes: ¡Aquí, a picar! ¡A la raya otra vez! ¡Otra vara! jAquí, ahora, a este tercio! Aquel capote era más bien una batuta que daba vida a una sinfonía de movimientos exactos, precisos... Los aficionados vieron todo esto bien, esos trascendentales detalles que sólo pueden pasar por alto los espectadores que van a los toros a matar el tiempo... y a perder el tiempo. ¿Dónde empieza y dónde acaba la capacidad torera de I uis Miguel? ¿En qué época, en qué escuela enmarcarla. Difícil intento éste dé encasillar a un diestro que, como él, cobra vida al conjuro de un arte que está al margen de tiempos, de fechas, que salta, rebelde, por encima de ellas, qu o es de ayer ni de hoy- -aunque, a la par, es de hoy y de ayer- que tiene el valor de lo permanente, de Ib eterno. Manantial nacido en la pureza de una técnica acabada, sí; pero que va, además, a su paso, arrancando el aroma a los huertos más floridos del arte, y, al término de su carrera, hace hermanarse en un abrazo prieto al Saber y a la Inspiración. Amplia, redonda, profunda lección la que el maestro joven explicara el domingo último. Veo aún a Luis Miguel con aquel su primer toro, de embestida suave, docilona, pero falta de brio, embestida tal vez poco alegre. Le veo- -veo su muleta- -calibrar la fuerza- -poca fuerza- -de la res, cuidar de ella, huérfana de brusquedades, permitiéndola que su escaso celo no se quebrara en una violencia. Contemplo, si, a Luis Miguel, erguido, natural, abriendo el compás de su largo brazo- ¡qué largos sus pases! -para, con un ligero juego de muñeca, con un levísimo quiebro de cintura, ofrecer el engaño a la res y traerla y llevarla por las rutrts mandonas, justas, medidas del buen toreo; cogerla y dejarla en un ir y venir pausado, lento; viajes sobre un fondo armónico, sin bruscas arideces, sin atropellamientos. Camino con paisaje de reposada y clásica belleza, pleno de equilibrio. Y le veo después, de rodillas, ante la cara del toro, haciendo de la flámula abanico que esparce por el ruedo un aire lleno del más caro perfume que el arte pueda ofrecer. Esto en el toro primero. En el cuarto- -fun toro! -veo a Luis Miguel- -gesto y c a s t a hincándose de rodillas a pocos metros de los chiqueros, y así, en quiebro emocionante, ofrecer su capote- -bandera de pelea ahora- -a su segundo enemigo. Y le veo, después, tras de una lidia perfecta, tan perfecta como la dio a su primero, enfrentarse con este mozo -arrobas, cinco años, cara seria que es tardo en la embestida y se arranca con fuerza, con genio. Luis Miguel tiene que porfiarle en casi todos los pases, ofreciéndole más que el engaño, el cebo de su carne. Le echa la muleta al hocico una y otra vez, que no es la suya muleta que haga sólo medios viajes, sino que recorre caminos enteros. Cuando engancha a la fiera en el engaño, la frena, la reduce el brío, la templa, y en giros lentos, el toro parece que va lamiendo la plata de su vestido, ese vestido de plata al que el sol otoñal clavaba rejones de oro. ¡Qué dieciocho años más toreros los de Luis Miguel... Yo, repito, a esa edad no he visto a nadie hacer lo que él les hace a los toroc, ni encuentro para medir su talla torera más que un metro: José. TAIME DE CÓRDOBA. Para medir la talla torera de Luis Migue! sólo hay un metro: José. Parece como si el niño maestro -títoño en primavera, como certeramente bautizara Clarito el otro día, la temprana madurez del diestro madrileño- por un raro misterio de ley fatalista, encarnara- -reencarnara, mejor- -las colosales dimensiones del genio del toreo. Hasta su figura- -espigada, esbelta- -alguna vez se antoja con un perfil de parecido a la de Gallito de aquel Gallito de rasgos adolescentes, sin contornos precisos, en la época de sus primeros y gloriosos pasos por los ruedos... A través de los rejones de oro que el sol otoñal quebraba, la tarde del domingo último, en la plata del vestido de Luis Miguel, yo, contemplándole, o, mejor todavía, contemplando el trazo firme de su arte, dejaba volar, sin querer, la imaginación hacia el recuerdo, y el chaval madrileño aparecíase ante mis ojos- -adentrándose en mis sentidos- -como aquel otro mozuelo de Gelves en sus iniciales andaduras... Su hondura torera era lo que me llevaba a esta evocación; era su quehacer pausado, inteligente, medido, exacto, lo que tne movia a rememorar el nombre de quien personificó lo más básico y firme del toreo. ¡Como aquél, si, como aquél! decia para mí, ¡contemplando a Eominguín Sus dieciocho años- ¡escasa vida para acaparar tanto saber! -se me antojaban parejos en cuajada maestría, en plenitud- fie sapiencia y arte a los dieciocho años de Joselito Luis Miguel estaba atento a todo. Pendiente de todo. Escrutándolo todo. En sus toros y en los de sus compañeros. Y ese su primer día de director de lidia en la plaza de toros de Madrid- ¡imberbe y consumado director! parecía más bien una de esas jornadas toreras que sólo llegan a cuajar las grandes figuras- -escasísimas figuras- -en el transcurso de muchos años de rodar por los ruedos.