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ABC MADRID 02-08-1945 página 3
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ABC MADRID 02-08-1945 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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DIARIO ILUSTRA. DO DE INFORMA. C 1 QN GENERAL, 25 CÉNTIMOS. HISTORIAS DE HOTELES DIARIO ILUSTRA. DO DE INFORMA CIQN GENERAL. 25 CÉNTIMOS. Jg las de los cuarteles, las unas por demasiado hambrientas, las ot; -as por desvergonzadas. Y declaró con orgullo que había ido a pedir aquel ejemplar a la pensión La Tortilla de Oro cuyo dueño conociera a su padre y tenía buenos ahorros en el Banco. Estás en todo! -admiró amorosamente Cenobia. Y contemplaron al animalejo que se alejaba sin vacilaciones, seguro de sus derechos y de sus oportunidades. -Es una veterana- -alabó, enternecido, el fondista- ¿Sabes? Le he puesto Tomasa; pero si no te gusta el apodo... El hotel prosperó; en sus habitaciones se renovaban los huéspedes, y el pollo con arroz que preparaba Cenobia oscureció la fama de los cocidos de su suegro. Tomasa engordaba y se reproducía, y sus dueños la consideraban como la mascota del negocio. Si algo se le podía reprochar era su mal carácter. Los años o la costumbre de vivir en pensión la habían habituado a comer a horas fijas, y cuando el viajero de tanda era trasnochador Tomasa le esperaba con unos morros así, yendo y viniendo por la almohada, con el mismo aire de esos jefes de oficina que, para reñir a sus subordinados, cruzan las manos a la espalda. Sólo le faltaba gritar: ¿Qué horas son éstas? Pero luego chupaba la sangre con tal suavidad, que nadie protestaba nunca. Así, paseando impacientemente, con cara de malhumor, la descubrió, una madrugada, cierto huésped de categoría. Lo que pasó entre los dos fue terrible, pero jamás se conocieron los detalles. A la mañana siguiente, el huésped llamó a Juan y le mostró el destrozado cadáver de Tomasa. Estaba incognoscible, pero el fondista se puso pálido y comprendió que su mascota no existía ya. Al fin, en medio de su turbación, comenzó a oír las frases del huésped, que le injuriaba a él, a sus criados, al establecimiento todo y que juraba preferir el hallazgo de dos leones en su habitación a la presencia de una sola chinche. -Esa es una opinión romántica- -balbuceó Juan sombríamente- La verdad es que todos los hoteles deben tener sus chinches. -Hay algunos donde no existe ni una. -Será por falta de medios. -Me doy cuenta de que así piensan muchos de ustedes- -se irritó el caballero- y le aseguro que sí yo fíese alcalde o delegado de Sanidad o algo por el estilo, les impondría una fuerte multa por cada asqueroso insecto que se encontrase, en sus cuartos. O les cerraría la casa. Esto sería lo más saludable y lo más justo. ¿Cómo no se avergüenzan de esa porquería? Pero Juan salió sin escucharle. Entró, caídos los brazos, en la cocina, miró tristemente a Cenobia y anunció: -Han asesinado a Tomasa. Cenobia se quedó un instante como sin habla. Luego dijo: -Aunque se la carguemos en cuenta a buen precio, siempre será una gran pérdida. Y se enjugó una lágrima, como haría en igual caso el sesenta por ciento de las fondistas. No sé si se puede llamar triste a esta historia, pero a mí me parece, a lo menos, cargada de una tierna melancolía. HAGAMOS LAS MALETAS L veraneo es un pretexto para viajar que nos damos a nosotros mismos. Ea realidad, viajar es una buena terapéutica, no sólo para el cuerpo que adolece, sino para el espíritu anquilosado. Viajar rio es únicamente cambiar de sitio: es también enriquecer nuestro espíritu con nuevas y amplias experiencias. Generalmente, viajan les muy desgraciados y los muy felices. Aquéllos, huyendo de sus males; éstos, buscando alivio al tedio de la hartura. El hambre es un animal con ataduras que le sujetan por todas partes: familia, profesión, hábitos. Es, por naturaleza, sedentario y remolón. Tiene horror a la mudanza. Yo de mí sé decir que, cuando pongo el pie en marcha, es tras una lucha sentimental muy cruda. ¡Dejar mi casa, mis libros, mi taza de café en compañía de los amigos Z o B, a quienes veo hace años a la misma hora y en el mismo café! ¡No contemplar el horizonte que todas las mañanas admiro desde mi cama: una carbonería, la tienda de un panadero y un lienzo de casa gris! ¡Prescindir del saludo de las chicas de la portería! Tales cosas son pequeñas, insignificantes, triviales; pero esas nonadas constituyen la vida de un hombre corriente; son las raicillas que nos adscriben a una calle y a un número. ¡Y esto tiene más importancia de lo que se cree! Que cada cual se examine por dentro y diga francamente cuáles sean las cadenas que le unen a su vida; las más livianas son, aunque parezca paradoja, las más difíciles de romper. Para muchos hombres sería más hacedero quizá cambiar de estado o profesión que dejar de fumar. Y el viajar, el alejarse, es romper con nuestro pa. sado, hacer almoneda de nuestros hábitos para contraer otros. Todos hacemos en el camino examen de conciencia. ¡Dios mío, son las diez de la mañana- -pensamos, por ejemplo- -y desde las seis estoy levantado! En Madrid estaría durmiendo todavía. ¡Qué estúpido era! El mundo a las ocho de la mañana es optimista. Me privaba por hábito de las má 5 bellas horas del día. Ahora lo comprendo, y también que el hombre sedentario pierde en absoluto la iniciativa para crearse nuevas costumbres. Está crucificado a las antiguas, en tanto que el viajero nace todos les días a otras posibilidades. He aquí, a mi modo de ver, el principal encanto de los viajes: dar a nuestros raciocinios y a nuestras sensaciones campo abierto, arrancarnos de nuestra edad y dotarnos da una juventud inesperada al poner el espíritu en contacto con un mundo de cosas antes desconocidas u olvidadas para nosotros. Muchos engorros, molestias y expendios aguardan, sobre todo hoy en día, al que se decide a mudar de aires como se decía antaño. Acaso sería más práctico que la salida fuera de casa- -a la pesca de aventuras, que en el fondo ése es el encanto oculto de todo viaje- -fuera sustituida por el viaje alrededor de mi cuarto, que realizó Maistre por uno alrededor de nuestra ciudad, a la que creemos de veras conocer, cuando en verdad cada hora suya es diferente; muda de continuo, como elmar, que es siempre el mismo y siempre vario, o el firmamento, sempiternamente distinto. MELCHOR DE XMAjgga N MARTIN LA CHINCHE TOMASA IEN podría llamar historia triste a la que voy a contaros, pero me basta con afirmar que es tiernamente melancólica. La máxima y constante ambición de Juan- -que compartía su esposa- -era alcanzar la categoría respetable de dueño y director de un hotel con muchas habitaciones llenas de huéspedes. El siempre delicado ejercicio de esta profesión no tenía para él secretos. Su padre había sido fondista, y los cocidos que servía a su clientela los jueves y los domingos le cubrieron de gloria. Pero- -por esas extrañas razones que alejan a los parroquianos y que acaso puedan tan sólo explicarse por la astrología, como antes las pestes y las guerras- -el negocio fue perdiendo importancia hasta que se sucedieron muchos meses sin que la agonía de las humildes flo; res en los búcaros color agua sucia que empenachaban las mesas tuviese más testigos que los ociosos camareros. Hubo que cerrar. Pero Juan llevaba en su sangre los evangélicos impulsos de dar de comer al hambriento, de beber al sediento y albergue al peregrino. Trabajó en menesteres que no le apasionaban, ahorró, resistió la tentación de gastar el pequeño legado de una tía carnal, y una noche, ya acostado el matrimonio, después de contemplar como hipnotizado la raya de luz que marcaba en la alcoba la separación de los postigos, murmuró Juan: ¿Duermes, Cenobia? -No- -susurró su mujer. ¿Sabes lo que estoy pensando? -Sí- -respondió ella- Y creo que podríamos inaugurarlo en primavera. -Habría que trabajar mucho- -comentó él; pero se adivinaba que opinaba lo mismo. Y trabajaron, metódica e incesantemente. Su faena inicial consistió en componer una lista de las muchas cosas que habían de ser compradas; luego recorrieron la ciudad en busca de gangas, y alquilaron una casita bien emplazada, y la pulieron y la amueblaron, y después colocaron una palmera enana a cada lado del vestíbulo, y llenaron de combustible las carboneras y colgaron el rótulo de la fonda en el balcón principal. Y dijo la mujer: -Ya está todo. -Falta lo más necesario- -objetó el marido, con una sonrisa misteriosa, de experto- Ven conmigo. Y la llevó al cuarto más caro, el del doble armario de espejos, la acercó a la cama- -ancha y con colcha de seda- -y sacó una cajita. -Procedamos- -anunció- -a la colocación de la primera chinche. Y colocó, en efecto, el bichito sobre la sábana. Cenobia quería evitarlo, alarmada, pero Juan la reprendió. Entonces, ¿qué? ¿No sabía ella que en un hotel había que contar con una chinche antes que con un cocinero? ¿Dónde había visto un hotel sin chinches? Y cuando Cenobia opuso dulcemente que ya aparecerían por sí mismas, Juan la instruyó de que no se debía confiar esc aprovisionamiento a la casualidad, porque las chinches de los hoteles han de ser de una calidad especk. 1, han de tener raza, y no sirven las de las casas particulares ni W. FERNANDEZ FLOREZ iDe la Real Academia Española.

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