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ABC MADRID 01-12-1944 página 3
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ABC MADRID 01-12-1944 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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DIARIO ILUSTRA. DO DE INFORMACION GENERAL. 2 5 CÉNTIMOS LOS BAILARINES PUDIENTES oNTKA la pretensión, defendida por la Prensa parisiense, de cerrar los salones de baile y los cabarets, mientras dure la guerra, no se puede hacer ninguna objeción. Con el enemigo aún en su territorio y el país devastado por la contienda, más quj a la danza, a la política o a perseguirse los unos a los otros, deben atender los franceses a la lucha, a la reconstrucción y a organizarse para recuperar, su antiguo y culminante puesto en el mundo. Pero en la nota en que se exterioriza la hostilidad a. aquéllas diversiones, se alega otra rezón; la de que dancings y cabarets son únicamente frecuentados por las clases pudientes. Este alegato aparece repetido con tal Constanza en casos de esta misma naturaleza, que ya es un tópico. Los tópicos tienen, para quien los maneja, la ventaja de que se hacen aceptar eludiendo el examen, porque, a fuerza de vibrar en los oídos, se han recubierto, por decirlo así, de una capa axiomática. Probemos a escudriñar en ellos y hallaremos dentro algo que no esperábamos. El inmenso vulgo- -en el que, naturalmente, están incluidos esos periodistas a los que me referí al principio- -tiene formado un concepto extraño del rico. Cada cual cree que un rico es un señor que se dedica a hacer siempre aquello que, al opinante más le frusta. Es decir: que si al opinante le gusta. la langosta, supone que el rico se pasa la vida comiendo langosta; si le molesta levantarse temprano, atribuye al rico dormir todo el. cía; si le, tienta la juerga, concibe al rico como un ser que cimbrea su, cuerpo incesantemente a los sones de un jass, delante de. una mesa colmada de botellas. Señores míos: yo no soy un pudiente pero he visto de éerca muchos ricos; pues bien: no son así. Parecerá mentira, pero no son así. La idea que ese vulgo y casi tcdas las mujeres casadas refieren al cabaret no tiene mucho que ver con la realidad. El cabaret apenas es una farmacia, tan melancólico como una farmacia; con la diferencia de que en las farmacias nos venden alguna vez- -pocas- -algo que puede remediar nuestros males, mientras que en el cabaret, adonde vamos a comprar alegría, no nos la- dan nunca como ya no la llevemos nosotros dentro. Nada sería más terrible que acudir todas las noches a un cabaret. No creo que exista un millonario que conservase su fortuna si ella le obligase a pasar las i. ladas bebiendo y bailando inexcusablemente en un cabaret. Hay sufrimientos que están más allá de la resistencia humana. Después, de examinar los reproches qut se formulan contra los ricos, diríase que el ideal de los que no lo son consiste en que aquéllos lleven una existencia tacaña. Si a las ricos fes estuviese prohibido comer angulas, beber champaña, disponer de un automóvil y vestir telas caras, esa muchedumbre de inteligencias chatas se sentiría más satisfecha, sin advertir que entonces se habría creado el tipo humano más repulsivo, que es el avaro, negación de toda utilidad social. Ese rico que ni fume, r. i beba, ni coma, ni gaste, qu- e desean los tcntos. o los envidiosos, sería monstruosamente aborrecible. Hay que. ped r, por el contrario, que s ¡e multipliquen en, su torno las tentaciones de emplear el dinero, que es la mejor forma de distribuirlo. Personal y- sensatamente, yo estoy muy 1 agradecido a los ricos, que sostienen con su presencia les sitios agradables, sean cabarets, grandes hoteles o trasatlánticos de lujo, porque, gracias, a ellos, existen y los no pudientes alcanzamos a disfrutarlos alguna vez, sin duda CQTI más deleite que aquellos que tienen amortiguada su sensibilidad por el uso o la contemplación diaria. Nada peor podría suceder a los pobres que la desaparición de los ricos, porque; sobre no mejorar u suerte, se quedarían sin tener de quien quejarse- -con lo que habrían de pechar ellos mismos con la culpa, -de iodo- -y sin el más entrañable de sus deales, ya qué la aspiración suprema y fervorosa de todo pobre es la, de llegar a rico. No incurramos en la venenosa equivocación de suponer qué á cada individuo le corresponden diariamente una perdiz. y uña- botella de Fokay, y que si no las tiene es porque otro bebe todas las botellas y come todas las perdices. Lo cierto es q, ue no hay aves ni Fokay para todos. Será lo mejor que los pudientes sigan haciéndenos el favor de ir a menudo a los cabarets para que estes lugares ccnt ai- úen abiertos, con todo lujo y el mayor número posible de delicias, y así los hallemos más gratos el dia en que nos sintamos dueños del mucho buen humor y de las, al fin, pocas pesetas precisas para pasar una noche de sfiesta. W. FERNANDEZ F L O R E Z De la Real Academia Española. DIARIO ILUSTRADO DE INFORMACIÓN GENERAL. 25 CÉNTIMOS én sus umbrales. Es morena, sumisa, llena de gracia y humildad. La fragancia de sus quince años triunfa de sus lutos de huérfana. Viene a solicitar apoyo. Su pobreza es tan grande que apenas si puede vivir. Y el brazo, recubriendo los ojos, escuda ingenuamente el dofilé pudor de cuerpo y alma. El nuevo David tiembla ante la nueva Sulamita. Goethe, ampara a Cristiana Vulp- ius en su casa, de donde ya no saldrá más... v. En el retrato, de Bury (Museo de Weimar) Cristiana es una muj r opulenta, maciza, de robusta maternidad y dulce, melancólica resignación. La sonrisa que decora el semblante con gracia triste, suaviza sus rasgos enéigicos de morena y sus; arrogancias de matrona. Para ésta Gioconda alemana, sonreír no es insinuar enigmas, ísino reyelar dramas íntim os. Anochece huérfana y pobre, y amanece regentando lá casa del primer poeta del siglo. Maravilloso despertar, que evoca la humildad profunda de una Anunciación Ecce ancilla Domin He aquí tu esclava, Señor Porque Goethe, magnífico, apoteósico, era, n sus ojos asombrados, la excelsitud humana. Y ella, mísera, anónima, insignificante, había sido entronizada por El Olímpico, no sólo en. el amor, s: no en el hogar. ¿Qué mujer podría igualársele? Pero la realidad- -con palabras del propio Goethe- es el ideal venido a menos Y Cristiana, siendo la corapañera, no era la esposa. Durante doce años, este buido aguijón le traspasó. día por día, instante por instante. El Olímpico, envuelto en nubes de ofrenda, no veía a aquel corazón manando sangre viva, a aquella mujer, bebiendo el cáliz amargo. Nadie la visitaba. Nadie la trataba. Nadie hacía cuentas de ella, ni como compañera, ni luego, como madre de dos niños. Goethe, siempre que escribía a Schiller, enviaba ¿aludos para Elena, ¿esposa del otro Dicscuro. Schiller jamás tuvo unas líneas para Cristiana. Cristiana era la hembra, la concubina 1... ¿Se imagina alguien dolor igual, conti, nuo, rcedor, durante doce años? Cristiana, sin embargo, sonríe. Cuando quiere estallar, se ve maniatada al silencio. Cuando ansia incorporarse, erguirse, es forzada a la sumisión. Cada palabra, cada gesto de Goethe, ella lo relaciona con un equívoco. ¿No lo ve Goethe? ¿Lo ve y la desdeña? Ya, cuando nace el primer hijo, cree llegada la redención. El desencanto la pone eiíferma. El Olímpico, ante él lecho, sólo habla de amor paternal, citando unas, estrofas de Sófocles. LAS M U J E R E S D. E GOETHE (Los silencios de Cristiana) G OETHE se acerca a los cuarenta. Está en aquel glorioso apogeo físico, que le vale el- nombre de Olímpico. Goza la fama universal del la popularidad nacional del Goetz de BerUchingcn. Guía las veladas de Weimar, en él palacio de Carios. Augusto, entre damas de pañoleta y cabello empolvado, y caballeros de casaca y peluquín; tal y como aparece en el lienzo Cristiana reanuda- con. su vida el Via- Crumonumental de Pecht. cis. Ahora, más que por ella, teme por sus Son los últimos resplandores de Lili Stein, hijos sin nombre. Orgullo de mujer, dignidad la figulina rubia, musa y gracia, pero absor- de madre, indignación de enamorada, todo bente y dominante. El Olímpico- al recobrar calla en esta admirable sumisa que, en los albores del siglo xix, renue a el tipo de las su divinidad, rompe con la deidad humana. Y, disponiéndose al reposo, como quien apa- humildes de Israel: de Ruth o de Agar. Al cabo, un día piadoso, El Olímpico ordega una lámpara, apaga, de un soplo, el amor. Ya. está recluido, a solas con sus libros, na el casamiento. Cristiana Vulpius es- la lienzos, estatuas, monetarios... Evoca a Só- 1 esposa de Goethe. Pero los doce años de anfocles y suspira con Ingenia. De pronto, una gustia la han despojado de ilusiones. YJlo: -a... mañana, de abril, la pr mayera se aparece CRISTÓBAL DE CASTRO

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