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ABC MADRID 02-11-1943 página 9
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ABC MADRID 02-11-1943 página 9

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página9
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REYES Y CASTILLOS LA CORTE DE NAVARRA. EL CASTILLO DE OLITE, RESTAURADO N la Baja Navarra, cabe el camino fétreo de Castejón a Pamplona, la pequeña ciudad de Olite se cobija bato la sombra protectora de su castillo medieval, como servil escudero al estribo de su señor. La plaza, con rústica fuente, rodeada de fornidas mozas que llenan sus cántaros, fue antaño palenque de históricos torneos. Aquí se congregaría la- multitud en aquel siglo xv, en que Olite era Corte de Navarra, para recibir con holgada alegría a su amado Monarca Carlos III, el Noble, y a las mesnadas que, victoriosas, regresaban de 5 a guerra. En esta explanada aplaudirían al malogrado príncipe de Via- na, el. día de su boda con doña Inés de Cléves. Y presenciarían el cortejo fúnebre de la Reina doña Blanca de Navarra, muerta en el castillo, cuyo funesto E aún, con su despiadado maltrato. Porque la principal destrucción tuvo. Jugar cuando Mina lo incendió, por temor de que lo ocupasen, los franceses- Y ante aquella devastación, acaso innecesaria, no clamó una voz de piedad, que nunca es tan entrañable como cuando habla con el eco de la tradición. Felizmente, han sido restaurados el Mira áor de la Reina y la torre de los Cnatn Vientos. La. galería, del Rey sonríe, orgullo sa, por sus arquerías resucitadas, y la tom Sobre el Portal, ha espigado nuevamente su erguida silueta Cuando nos encontramos ante unas ruinas, lo mejor es buscar la voz de su pasado. Ella nos dice que, aunque no existe una precisa descripción de este palacio- tcastillo, cuenta la tradición que había en él tantas habitado- Torre de las Tres Coronas, de planta octógona, con tres cuerpos y parapetos volados so. bre matacanes. superpuestos. Otra es la de los Cuatro Vientos, con elegantes miradores, restaurados fielmente como los que tradicionalmente tuvo. La de las Tres Coronas, que se conserva espléndida, consta de tres cuerpos con parapetos obre matacanes. Allí está, todavía, la de. la Cigüeña, en la que sigue la zancuda poseyendo su nido con secular derecho. Al- pie de la torre de las, Atalayas estaba la Leonera, donde el príncipe Carlos de Viana encerraba las fieras, que- poseía para su recreo. Por escaleras helicoidales trepamos a los torrejones truncados d- e la fortaleza. PasaLa torre de los Cuatro Vientos y el Mirador de la Reina, con sus ventanales góticos, mos por rincones en. los que palpitan tiemfielmente restaurados. pos de grandeza, y majestad. Tememos- que algún guerrero, mandoble al brazo y apreacontecimiento había de originar tan encar- nes como días tiene el año. Los salones, de- tado su escudo, nos cierre el paso al pretennizadas luchas entre, agramonteses y bea- corados con fastuosa riqueza, cubrían sus der escalar la torre del homenaje. Pero, no; monteses. Ahora, sus sencillos habitantes se paredes con valiosos- tapices. Uno de ellos, subimos tranquilamente, sin encontrar tampreocupan- sólo de que la espiga grane; de espléndido, servia para reunirse las Cortes poco, encaramado en ella, al centinela que, labrar, afanosos, el pardo surco, y de cuidar y celebrar en él suntuosas recepciones y sa- según tradición, vigilaba perenne por H sea los racimos que han de ponerse en sazón. raos. Cuéntase qué, en 1426, se reunieron en guridad del castillo, dando las señales de ¡Tierra prolífica la de 3 a Ribera! ¡Buen este salón más de trescientas personas, con vino el d- e Olite, por la gracia de Dios! motivo de la consagración del obispo de alarma con su cuerno de guerra. Nos- asomamos a la extensa campiña. HaLa regia tradición de este viejo castillo, Pamplona y de las bodas de Martín Peralta, cia el Norte, el alma se escapa hasta, las indormitaba, acostada en el musgo, entre las su hermano. Otra sala ofrecía un techo cugrietas de sus muros ruinosos. Con oloroso riosísimo, ascua de oro, del que pendían mul- gentes montañas del Pirineo, con risa de sudario, cubría la silvestre vegetación pie- titud de cadenillas, terminadas en discos de nieve en las cumbres. Si hacia el Sur quiere dras y torrejones. Los sillares, patinados de cobre, que, ai ser movidos por el más ligero volar la fantasía, encontrará el sol dorando oro solar, se desplomaban día tras día, viento, producían, al chocar, armonioso rui- el terrazgo y esmaltando de verde purísimo arrancando hojas- del libro ás su historia. do. Algunos ¡paramentos y alféizares, se el viñedo y la huerta fecunda. Como argén- Pero las trompetas de la resurrección han exornaban con alicatados y almocárabes, tra- tada cinta corre el Cidacos a nuestros pies, sonado fuerte en su maltrecho recinto. Las bajados por artífices moros de Tudela. Por repartiendo su savia fructífera por el regaaves nocturnas, que allí hicieron sus nidos, sus encantadores pensiles se paseaba aquella dío, porque los ríos son las arterias de la han huido aterrorizadas ante 1 el ruido ex- fastuosa Corte y jugaban al amor las acica- tierra. Y allí abajo se presiente el Ebro, sotraño de la piqueta y el cincel. Aquellas rui- ladas damas de la Reina doña Leonor. segado y majestuoso, que conoció muchos nas desvencijadas recobran su prestigio, y No tenía este palacio menos de quince to- Reyes y dinastías, deteniendo el límite de Ja reconquistan eí esplendor y la vida que les rres. La de los Atalayas, o de la Joyosa provincia. arrebató- el tiempo con fes furias y los hom- Guarda, era la más alta. Hoy la vemos, aibres con su negligente abandono: mejor rosa, elevando sus dos cuerpos cilindricos CELESTINO M. IX) PEZ- CASTRO i i

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