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ABC MADRID 01-11-1942 página 3
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ABC MADRID 01-11-1942 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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DIARIO ILUSTRADO DE INFORMACIÓN GENERAL. 25 CÉNTIMOS- tf. 15 MENENDEZ Y PELAYO EN SEVILLA ANTE el postrer quinquenio del si) glo xix, don Marcelino, por la. primavera, pasaba dos o tres semanas en 3 a hermosa y opulenta ciudad de Sevilla. No iba allí, señaladamente, como tantos ctros, para presenciar el paso de las suntuosas cofradías en la- Semana Santa, ni, mucho menos, para divertirse y solazarse viendo bailar las airosas sevillanas en las alegres casetas de la feria, sino a trabajar: a manejar a sus anchas aquel inapreciable tesoro de libros peregrinos, casi inverosímiles algunos, que a fuerza de años, dispendios y viajes había logrado juntar en su casa el marqués de Jerez de los Caballeros. Hojeando los unos, leyendo los otros y tomando notas de casi todos ellos se pasaba el Maestro lo más del día, y por la noche, en lugar de ir al teatro tíe San Fernando, donde solía haber ópera en aquella sazón, concurría a la tertulia literaria del duque de T Serclaes. Esta renombrada y agradable reunión so ía durar dos horas: de nueve a once; pero en asistiendo a ella don Marcelino, acababa más tarde: cuando el gran polígrafo montañés disponía; a veces cerca de la media noche. Y bien que aprovechábamos todos la ventura de tener entre nosotros al Maestro, aprendiendo de su palabra, como de libro abierto por la página socorredora, cuanto nuestra curiosidad o nuestra pereza quería saber a poco trabajo. Una. de aquellas noches, antes que don Marcelino llegara acompañado del marqués, en cuya casa se hospedaba, charlábamos esperándolos, y encarecíamos lo mucho que de todo sabía aquel hombre excepcional, monstruo de naturaleza. De una en otra, convinimos en hacer cala y cata de su saber: tres de nosotros buscaríamos conyúntura aquella noche para irle preguntando acerca de lo que mejor y más de refresco supiese cada uno. Don Luis Montoto, admirable prosista y excelente poeta, había de sacarle conversación sobre Rio ja, el delicado cantor de las flores; Chaves, joven autodidacto de buen talento y de mucha gracia, sobre los sonetos, subidillos de color, de cierto antiguo fraile, ancho de manga a ratos perdidos; y yo, por último, le hablaría del extravagante doctor Torres Villarroel y de su diálogo con el ermitaño sobre la piedra filosofal. Llegado el Maestro, y después de unos minutos de plática general y variada, fuimo. desarrollando fácilmente muestro programa, pues él, sin sospecha de la conjura, tomaba en seguida el hilo con que se le brindaba, y tras el hilo veníase el ovillo, y nos tenía embobados y boquiabiertos escuchándole, porg u e de todo sabía muchísimo más que nosotros. Y ¿fómo no había de saber largamente, por. ejemplo, de la piedra filosofal quien, según nos dijo, había favorecido al benemérito montañés don José Ramón de Luanco dándole a. conocer muchos de los viejos escritos de que dio noticia en su libro sobre La Alquimia en España? Colgados de sus palabras nos tenía el Maestro; pero, como al par nos sonreíamos y cruzábamos miradas de inteligencia, connivéntibus ociáis, al cabo lo echó de ver don Marcelino y nos fue preciso descubrirle, con amistosa y regocijada contrición, nuestro fracasado intento. Uno de los que de cuando en cuando concurrían a la tertulia del duque, y presente en ella estaba aquella noche, era mi fraternal amigo y antiguo compañero dé aulas Juan Antonio de Torre y Salvador, de felicísimo ingenio y clara y poderosa inteligencia, muy sólidamente culto además y de exquisito buen gusto literario; hombre a quien distrajo y descarrió la circunstancia de ser rico, que a otros ayuda y levanta hasta las nubes. Este Juan Antonio de Torre, algo y aun algos quevedesco, que solía firmar sus escritos con el seudónimo de Micrófilo, no quiso dar por terminada la experiencia con lo que habíamos practicado; antes por el coatr ário, se propuso probar en otra piedra dé toque, suya propia, el finísimo oro de saber de Menéndez y Pelayo, bien que con poca esperanza de dar gato por liebre al exquisito, páladardcl Maestro; y a este fin, ya en la calle. me confió el pensamiento que iba a poner en práctica. En vano traté de disuadirle. DI A RIO 1 LUSTR A DO DE ÍNFORM ACl O N G E N E R A L. 25 CÉNTIMOS 5 nacimiento italiano (Grote, los dos Tassos, etcétera) y, entre los españoles, por Garcilaso en el soneto En tanto que de rosa y azucena... y después por Góngora, Rio ja, Lope, Salcedo Coronel y varios otros. Déme usted el soneto: le veré despacio. En la mañana del día siguiente el Maestro y yo nos vimos en la Biblioteca Colombiana, y de buenas a primeras me preguntó: -Usted, que conoce bien a Micrófilo, ¿le cree capaz de hacer un buen soneto? -Uno, y ciento, si se lo propusiera seriamente- -respondí, viendo venir lo que ya venía de camino, porque cl Maestro me hizo en seguida esta otra pregunta: ¿No será suyo el soneto que nos leyó anoche? Al oír esto, me eché a reír y dije: -Suyo es, y casi me lo sé de memoria; pero, Maestro, ¿en qué lo ha conocido usted? Porque el soneto está bien hecho y es de buen corte clásico, como para dar un chasco al más listo. -Pues he conocido la falsedad en dos pormenores: en un mal régimen y en un vocablo que no es del tiempo viejo. Y sacando. del bolsillo el papel, leyó: A la noche siguiente, sin haber dado parte a ninguna otra persona de lo que inten- -Cuando ya la vejez, con mano dura, a la ayer tersa faz torne rugosa. i. taba, aprovechó en la variada plática general de la tertulia un momento favorable, y Este tornar rugosa a la faz no es de andijo al Maestro que, como él tenía aficiones taño, sino de hogaño, y muy mal dicho: soliterarias y a ratos brujuleaba por archivos bra a todas luces la preposición. Además, la y bibliotecas, curioseando entre viejos pavoz premura es moderna. Micrófilo, pues, y peles, había encontrado y copiado hacía polo siento, ha querido darme una broma cos días unos versos anónimos que le habían pesada. parecido dignos de la publicidad. Y, acto- -No, querido Maestro- -repuse- el emseguido, sacó de la cartera un papel. y leyó bromado ha sido él. Ha puesto aún más de el siguiente soneto: relieve el saber de usted, cuyo oro, de tan subidos quilates, puede pasar victorioso por A LEOCADIA. cuantas piedras de toque hay en el inundo. ¿A (juc. si sabes que liuyé 4 a hermosura, ¡Cualquiera se la pega a don Marcelino con la. dejas de gozar en la dienosa sonetitos contrahechos! edad en que los sueños dé oro y roía El Maestro echóse a reír como un niño, olas llevan al alma, de ventura? porque eso fue toda su vida, y yo añadí: Cuando ya la vejez, con mano dura, -Otra cosa tiene el tal soneto: que e- s a la ayer tersa faz torne rugosa, acróstico y está dirigido A Leocadia Ramos, del tiempo que perdiste desdeñosa inútil es que llores la premura. una novia que Micrófilo tuvo en su pueblo Árbol es la mujer el tiempo alado natal. De ahí vino la preposición que a usted róbale sin piedad sus bellas flores, le ha chocado: le hacía falta para la primea pesar del ingenio y del cuidado. ra a de Leocadia, como, necesitando empezar Mas nada son del tiempo los rigores, con i el verso octavo, dijo Imílil es en ¡oh Leocadia! si en fruto delicado lugar de Será inútil haciendo presente lo se trueca el florecer de los amoresque había de ser futuro. Aquella noche se comentó cen alborozo A todos los oyentes gustó sobremanera él soneto leído por Mici- ófüo, y dijo él Maestro: en la tertulia ducal el resultado da la frus- -Es, sin duda, un buen soneto; yo no le trada broma de Micrófilo. Este juró no haconocía, ni sé, por tanto, a quién pudiera cer más sonetos acrósticos en su vida, y do: atribuirse. Desde luego sabe a fines del si- Marcelino, con el aplauso de todos, quedó en glo xvi o principios del siguiente, y, sin de- la pacífica e indiscutible posesión, que por jar de ofrecer alguna novedad, sobre todo, fuero propio disfrutaba, de su acrisolado reen el último terceto, debe clasificarse en el nombre, como insuperable maestro ele la eruciclo que abrió Virgilio, o Ausonio, con su dición española. lindísimo CollU c. virgo, rosas... tantas veF. RODRÍGUEZ MARÍN ces imitado por los mejores poetas del re (Director de la Real Academia Ksyitacla.

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