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ABC MADRID 22-03-1942 página 3
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ABC MADRID 22-03-1942 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página3
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01 ARIO ILUSTRADO DE INFORMACIÓN GENERAL. 25 CÉNTIMOS ducido. Aperdigó las cuartillas esparcidas en la mesa y cogió el libro; la tarea diurna haUAN estaba sentado en el huerto, ante la bía terminado; terminaba en un crepúsculo casa. Cruzaban por su mitad el huerto suave, én que el cielo se teñía áe carmín dedos umbrosas alamedas de frutales, y licado, en que surgía Véspero y en que se formaban en el cruce una reducida plazo- respiraba en el aire, junto con la voluptuosileta; en ella había una tosca mesa formada dad física, una poesía inefable. Ni la estrella, por gruesa ¡osa sostenida por una pilastra; de la tarde, ni los colores del crepúsculo, ni al lado de la mesa se veía un sillón rústico. la serenidad del aire le sugirieron nada aquel Era el otoño y declinaba la tarde; entre la día a Juan. hojarasca se. atisbaban los amarillos y oloroSe encaminó rápidamente a la casa; en sos membrillos, las níspolas acerbas, sólo dul- el umbral los pies de tantas generaciones, pócemente maduras apartadas del árbol y en sados allí un momento, habían formado eii su blando lecho, las uvas de cuelga, -ya doradas, mitad un surco. Juan, cada vez, que ponía el ya tintas. Placía el estar entre aquella natu- pie en ese desgaste, se sentía conmovido; allí raleza próvida y sumisa. Juan estaba senta- mismo donde él asentaba la planta, la habían do en la tosca mesa; en la mesa había. un li- asentado antecesores suyos; unos habíaji trasbro y cuartillas; Juan, leía a ratos y escribía puesto, el umbral indiferentes; pero otros, al otros. Su desinterés en arte era absoluto: trasponerlo, llevaban en el alma o la congohacía- años que en una discusión sobre esté- ja- o la alegría. Juan át poner el pie en el tica, había oído proferir a un pintor, Ignacio umbral se sentía siempre solidario con todos. Zuloaga, esta frase: Ni se triunfa ni se fra- Aquella tarde no advirtió nada; un leve decasa Tales palabras le habían impresiona- sasosiego penetró en. su espiritü. Se sobredo; había tratado de desentrañar su sentido puso pronto a la leve emoción. Después de y había concluido por- imponérselas comió la cena pasaba por una. sala en que había un norma de vida. Sí, en arte no había, para viejo reloj de caja. Las horas de este reloj el artista, ni triunfos 1 ni fracasos; el artista habían reglado los afanes y los trabajos de trabajaba su obra y. el público loaba o deni- la familia. De niño, él había estado esperangraba. Pero el artista seguia su camino des- do en esta sala la hora de que le llevaran, al entendido de loanzas y vituperios, como si colegio lejano, tras las vacaciones estivales. tales decisiones- -importantísimas. para los ar- Y más tarde, aquí en esta misma. sala sintió íistas vulgares- -no se refirieran a: su persona. una angustia indecible cuando esperaba que Juan estaba escribiendo; emborronó varias vinieran a buscar el cadáver de un ser quéricuartillas y dio un respiro; al levantar Ja ca- ridp. Precisamente al pasar Juan, por estebeza del papel, vio a su lado a un caballero; salón, el reloj comenzó a sonar una hora: iba vestido limpiamente de negro y en su Juan sintió renovarse su emoción y apresuró semblante se leía en unos momentos compla- el paso. cencia y en otros aflicción. No se inmutó Se acostó Juan después de haber estado Juan al verle; el caballero, tras un instante leyendo una o dos horas. Ya advertía, él que de silencio, puso la mano en el hombro de trataba instintivamente de dominar algo, que Juan y dijo: se rebelaba en el fondo de su conciencia. En- -Nos une estrecha y larga amistad; esa frente de la cama, colgaba un retrato; era el amistad entrañable durará toda la vida; tú, dé una señora- -muerta hacía tiempo- -de unos Juan, me conoces desde que tuviste usó de cuarenta años tenia, las mismas facciones dé razón; no me be separado jamás de ti; si Juan e idéntica apostura. No se entregaba ahora tomo forma corporal es. por hacerme al sueño Juax- sin dirigir una mirada, a ese a tus ojos más ostensible, Escribes y yo sé retrato; contemplaba un momento a esa selo que escribes; piensas y yo penetro los re- ñora, apagaba la luz, y, se dormía mecido por covecos de tu pensamiento. Al presente te ha- un recuerdo consolador. La señora retratada llas anímicamente en una situación- singular, parecía hablar a Juan desde la eternidad. ¡Y; pasas por una honda crisis del espíritu. No cuántas cosas le decía! Laí noche a que nos sabes de qué lado caer. Piensas y tornas a referimos el retrato rio dijo nada. Para Juanpensar, y en resolución, en estos días sere- la noche fue trágica. nos del otoño, cuando el aire es templado, Al rayar el día, Juan abrió la ventana, cuando la naturaleza, con su reposo materno, rompió la renuncia que había hecho al recuerparece invitarnos a la firmeza en los senti- do, es decir, a la historia, y arrojó con ímpetu mientos, es- precisamente cuando tu alma está los pedacitos de papel. Comenzaba el día. Comás tormentosa. Sosiégate; soy el Recuer- menzaba también para Juan otra vez la vida: do. El Recuerdo es la memorja, lo pasado. nacía nuevamente a la vida de los antecesola ciencia histórica; tú ahora, intentando vol- res, a la vida de la Patria. ver la espalda al pasado, es decir, al recuer- ÁZORIN do, pretendes entregarte con toda tu alma 1 al presente. Crees tú que sólo el presente es la vida plena; Ja historia, o sea el recuerdo, la juzgas paralizadora de la- acción. No te contradigo, Juan; pienso de otro modo 1; pero no quiero desazonarte. Si vas a renunciar a mí- -renunciar- al pasado- -ten el valor de esUIÉN fue en, ja vida física el estudiancribir la renuncia, con dos palabras, dos. solas té endiablado D. Félix de Monterflar, ¡palabras en- una cuartilla. incorporado a la ieyenda de Don Juan por la romántica fantasía de EspronAl decir estas últimas palabras, el caballero cogía una cuartilla y la colocaba ante Juan. ceda? Los eruditos le relacionan con el esDudó Juan un momento; se inclinó luego v tudiante Lisardoi otra de las múltiples enescribió unas cuantas palabras- -la renuncia carnaciones del mito luciferino del burlador. al recuerdo- -en- el blanco pape! Cuando se Don Migue! de Mañara, Jacobo Gratti sTMpl f irguió, el caballero había desaparecido. Lle- Caballero- de Gracias fl; Crúardí íde iffíJgfL D, j. í. Ant 0 nió de Echeniqüe pudieron a s í gaba el crepúsculo; Juan había estado- éscrí- í biendo después de la escena descrita y no había podido lograr más que una (prosa des, danzas, magníficos exponentes del alma colorida e inexpresiva: atribuyó eí desmayo de los pueblos, que se asoma en sus ritmos. i Ja danza la Sección Femenina, ILUSTRADO DE INFORMACIÓN G E N E R A L 25 CÉNTIMOS SS. mismo los modelos vivos y los elementos legendarios del estudiante salmantino. Todos estos galantes personajes son los protagonis- tas del mismo poema católico y español: la conversión del diablo, cuya tesis poética y mo. raí culmina- en. el. drama religioso y fantástico del trovador D. José Zorrilla. Hay otro personaje que rio está catalogado por los eruditos, que muy bien pudo haber, influido en el numen ésprpncediano pararla creación de su personaje: el clérigo D. Juan Henríquez. En. los tiempos juveniles de Espronceda, había una callejuela cercana. al bardo procer de los Austria, y en la casa más vieja y misteriosa, un bonete de clérigo, clavado en una estaca al borde del alero del tejado. La casa existe aún; és una de esas, viejas casas- que tienen una éxpresiór de cari- catura, cóu. ventanucas de verdosos vidrios, como ojos tuertos, y portones cual boca desdentada. El bonetillo desapareció en lc s finales del pasado siglo, pero los madrileños p. u- dieron verlo desde comienzos, del xvi, como el patente vestigio de una conseja antañona. Digamos de antemano, para, que nó se nos tache de fantásticos, que existe- una referencia vulgar que justifica la presencia del bonetillo, como señalamiento de la primera sombrerería que e estableció en Madrid, aunque parece dudoso que esta casucha fuese la vivienda de Diego P. áz, que así- se llamó el artesano- que- fabricó los primeros sombreros. La tradición que mejor ha cautivado la imaginación popular se refiere a D. Juan Henríquez, beneficiado de Santa Cruz. La casa era propiedad de éste clérigo, que en su juventud pasábase las noches en claro y los días en turbio, en la alegre compañía de tusonas, tahúres diestras de flor, y aquellos bravoneles inmortalizados en la novela picaresca, a los que Quevedo, tan rufo como el más pintado, gustaba. de dar lecciones de esgrima y de buen arte para manejar el naipe. Don Juan Henríquez i vestido a lo- seglar, andaba siempre tras el zagalejo de las jarifas de los picos pardos, y una noche, bien fuera porque, volvía a su casa con la mente encendida por. los espíritus del licor- o bien por. un- suceso sobrenatural que avisaba a su turbia conciencia- ¿quién puede; poner puertas al prodi- gio t someter el portento a la crítica de los sentidos? elcaso. füé aue vio con asombro que de su propia casa salía el aparato lúgu- bre de un entierro, seguido por enlutados coii; antorchas. Quisó indafíar quién era el difunto y uno- de Jos- traslúcidos acompañantes le dijo que el muerto era don Juan Henríquez, el clérigo endemoniado. Este pasaje de la conseja matritense es el mismo lúgubre épi- sodio del poema. esproncedi ano en la salman- tina callé del Ataúd: -iA quién llevan a enterrar? -Al estudiante endiablado don Félix de Montemar- -respondiS el encapuchado. Acercóse, el espantado don Juan al ataúd, que llevaban descubierto, y vio su propio ser empalidecido y amortajado con. un francisca- no sayal. Al día siguiente narró tan extraño suceso a su comparsa de bigardos y tusonas, los que fueron con el soplo a la Inouisición, quien aherrojó a clérigo empecatado en lá cárcel de Toledo. de donde no. salió a la luz disidía hasta que los años, le curaren de su afición a los ojos bonitos 1. 301 ¡l) í isj. e 5 o G. boiiétijlJ ió el nombre que aun oñ ser- va a úna caifejuela lúgubre que se escortefe, como un. recodo de leyenda, tras. de las Platerías d é l a calle Mayor. r sr. tvH J E L RE CU ER D O LA CASA DEL BONETILLO Q MP 0 J lJ ií M a. V

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