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ABC MADRID 11-04-1939 página 11
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ABC MADRID 11-04-1939 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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A B MARTES i í I E- ABRIL 1 DE 1939; EDICIÓN DE LA 1 MAÑANAV PAG. n i CRÓNICAS DE LA POST- GUERRA ses, hasta que, al ascender, el mando creyó oportuno designarme para dirigir una divis i o n e s otro sector del mismo frente de Madrid. PRIMERA GLORIOSA ETAPA DE LA CSUDAD UNIVERSITARIA EXPLICADA POR EL CORONEL RÍOS CAPAPÉ Explicación previa. Llegada al Manzanares. Parque del Oeste. Mi- ñas y fortificaciones. Héroes y valientes. Ataques y golpes de mano. E 3 enlace heroico. Minas y contraminas. Los bollos y los cacaos Explicación previa He aquí que ya estamos en este, otro mundo de los brillantes uniformes y las más brillantes- toalétas. En el hall del Rkz me espera éste hombre alto, fornido, de cara infantil y expresión cordial y fraterna que se llama Ricjs Capape. Vengo con intención de dejarle hablar, para que sea él quien os diga, siquiera- pequeña parte, de- esa aventara extraordinaria que él apadrinó y fue. epopeya de España en la Ciudad Universitaria. Con él estuve cerca de ¿Madrid ¡como en Madrid mismo muchas veces! y él tiene ciertos derechos de paternidad en la sresta heroica que se escribió ante los muros y del lado de acá de los muros, de la capital a? ediada desde, noviembre de 193.6. Me importa advertiros, que en lenguaje marcial Iqsadjetivos perdieron importancia, y un argot gracioso del que ahora vais a conocer ciertos modismos, sustituyeron a las más extraordinarias proezas con el más sencillo. de los desparpajos. La, Ciudad Universitaria, fue así como de ella, habla el coronel Rios Capapé; y yo ni quito n i pongo frase, ni añado literatura- inútil a estas sencillas declaraciones que tienen modestamente el único valor. de, narración histórica y son, sin embargo, conversación vulgar hoy en este otro, mundo rescatado para siempre y para España por los méritos de Franco. fortificar aquel recinto y sostenerle siempre como avanzada sobre Madrid. Las columnas de Delgado Serrano y Barrón quedaron con nosotros para mantener la posición y pocos días después yo fui designado para el marido del sector, en el que. -me ratificaron despu és de un permiso de catorce días, que pasé en la retaguardia. Y precisamente durante esté ¡permiso estalló la primera de las minas que pusieron los rojos ¿orno la iniciación del más terrible de l,o s sistemas de, la guerra Parque del Oeste Aunque mi memoria es bastante buena; por fuerza en los recuerdos que voy a traer a continuación, habrá olvido que, en modo alguno, son negativa de valores heroicos. Jefes y soldados al pasar por la ciudad pa- Cuando me incorporé a mi. destino, AsenSÍQ había dictado órdenes terminantes para la defensa- de la Ciudad que se cumplían con rigor apresurado y yo no tuve sino que seguir, sus directrices, para, mejorando y ampliando constantemente, los atrincheramientos y los baluartes conseguir de nuestra red de posiciones avanzadas, ese fortín inexpugnable. que se ha mantenido hasta el último día de la guerra. A mí me tocó mandar el sector por espacio de diecinueve Lie- ENSEÑANZAS DE LA El señor Sancho de Londoño, uno de los más fanwios capitanes de las guerras de. D. Felipe II, escribía en su Discursó para, reducir la disciplina militar ti- mejóp- y más antiguo estilo que andaban: lü s soldados como w uer y tos, sin- tener qiqiúen obedecer 1 yfúé aquella órfañÉtzd puerta del libertinaje y escuela de la esclavitud Una dis ciplina es la garantía única del orden- y, poy ende delal; be, tid La libertad de ios p leblos se en ie ia con el. des ordev y pata saly, e de él son necesarios graves remedios dolorosos. Se vive libre en zirtv. d de ser sujeto de un servicio, y a este respecto hemos oído los españoles las más bellas palabras que haya oído el inundo con temporáneo: La muerte. es en la Fa- lange un acto de servicio, rJámás ha habido mejor escuela de la libertad, ir. as exacto camino para la Victoria. Cuenta Ruyard Kipling- una historia -que encierra severa enseñanza. Se ice leb. raba eii Delhi tnüftar con motivo del jubileo de la Reina Victoria. De su lejano país llegaron príncipes af ganes, subditos de Su Majestad británica. Maravillados d, e la- precisión de iós m oiiikieiitas dé- -las tropas, preguntaron cómo, era posible aquello. Muy sencillo, les respondió un oficial inglés. El soldado obedece al cabo, el cabo al sargento, el sargento al oficial, el oficial al mayor, el mayor al coronel, el coronel al general, el general al virrey, y éste a lá, Empera tris: En nuestra- tierra niAgén giie- rrero quiere obedecer replicó- un príncipe. Por eso, señor, concluyó el oficial, estáis hoy aquí. El que no obedece. a sus jefes, es soldado de los jefes: de los demás. E 1 coronel Ríos Capapé. re- cía, parecían superarse, y no es p. osibíe. hacer mención sino de algunos de esos he- clios verdaderamente extraordinarios, que constituyen, no obstante, lista interminable. Las primeras jornadas de la ciudad fue- rq. n durísimas, y si nosotros les hacíamos. grán cantidad, -de bajas a. -los rojos, ellos- también nos causaron quebranto por falta de las: indispensables, fortificaciones. La He- gada al Parque del Oeste fue de una dificul- i tad que parecía insuperable, pero el Tercer Ta- bo- r de Alhucemas, que chocó allí por i vez primera contra la Brigada Interna- eiónai, se afianzó en los objetivos que se le señalaron y diezmó a los batallones exr. tranjeros, los que a partir de aquel momento- supieron exactamente de nuestra decisión, terminante. Las posiciones del- Hospital Clí- ni co, de la Escuela de Ingenieros Agróno- mo- s y del Instituto de Higiene, fueron. te- rriblemente asaltadas de día y de noche, y- nunca, a través de las peripecias, sangrien- í tas, se perdió un solo palmo de- terreno. Esta es la rigurosa verdad que yo ahora le declaro, por el honor de mi uniforme. Llegada al Manzanares -Podré explicarle de cuanto me acuerdo- -míe dice Ríos Capapé; pero por fuerza en una charla breve- será seguro que me olvidaré- de innumerables datos que tendrían importancia excepcional. Aquello de la Ciudad Universitaria, ¡parece lejete y está tan próximo! fue realmente grandioso por e! papel que desempeñaron nuestros soldados; y yo le diré ahora algunos hechos y acciones y heroísmos y sufoesos, de los que me acuerde, sin perjuicio- de advertirle que la histeria de- la Ciudad Universitaria durante el tiempo que yo mandé el sector, es algo mucho más grande, y que estas palabras mías son nada más que un- breve recordatorio para el periodista amigo que convivió con nosotros en tantas ocasiones. Fue el entonces coronel Asensio quien mandaba la columna que llegó por aquel sector a las proximidades de Madrid, en noviembre de 1936. Otra columna venía mandada por Delgado Serrano, y una. tercera por Barrón. Se defendían los rojos con verdad- ere? encarnizamiento, porque hora ea de repetir que los rojos nú fueron cobardes ni huyeron siempre ante nuestro empuj e sino que desalojarles. de sus posiciones costó casi siempre lucha, esfuerzo y heroís- mo de nuestras bravas tropas. Entoíices quizá, se resistieron con más entereza, porque se. trataba- de defender la capital sobre la oús llegábamos a marchas forzadas. Todo fue inútil, vi la resistencia mayor y más violenta y la que más ferozmente trató de evitar oue pasáramos el río Manzanares fracasó inte el empuje español; Cayeron muchos, se hizo tremenda carnicería, en el enemigo, saltamos el Manzanares y nos metimos por la Casa de Campo hasta la Ciudad. Universitaria. Eran los primeros días de noviembre de 1936, el general Asensio, que tenía el y mando, dio las primeras; disposiciones p iía JVlinas y fortificaciones La primera mina de dinamita a que antes me lie referido vino a estallar el día i8 de enero por debajo, del Hospital Clínico, y con- las bajas que nos- produjo, nos pro- dujo. -sobre, todo, -como reacción decidida- un inextinguible afán de desquite. A medida que fuerc- n. -transcurriendo los meses, las obras- de defensa para la estabilización de las posiciones fueron más perfectas, y atendiendo a la frecuencia de las bajas por salpicaduras de metralla- en la cabeza, mc decidí a construir una red de trincheras cubiertas. que prointo- hizo deseen- der el- numeró; de nuestros 1 heridos a cifras mínimas. La intrincada red de galerías po- nía en comunicación todos nuestros edifi- cios y posiciones; y era menester conocer- exactamente aquel dédalo para no coniun- V dirse y pasear horas y horas, sin, -llegaré; a- parte alguna. Por debajo de iodos los

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