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ABC MADRID 26-04-1937 página 11
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ABC MADRID 26-04-1937 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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A B C. LU NE- S 2- 6- DE ABRIL 1 D E 193 7. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 11. ANALES DE CIENTO SESENTA Y OCHO DÍAS labras de felicitación, porque gracias á un republicano se había conseguido lo que tanto se predica y sólo en esta Junta es una realidad: la conformidad absoluta de las dos sindicales. A partir de aquel momento, la Junta de Espectáculos desenvuelve sus actividades dentro de la mejor armonía y de la máxima cordialidad, y así hemos realizado es. a sencilla labor: rendir acatamiento a- la autoridad del Estado, pagando los tributos; dar trabajo a la casi totalidad de los empleados e espectáculos; constituir un fon 3 do de reserva para hacer frente a las contingencias del verano en que se mercan considerablemente los ingresos por este concepto, y- entregar al ilustre general Miaja una suma considerable, producto de ¡as ganancias, y que la Junta estimó como un principio elemental de ética que debía destinarse a las necesidades de la guerra. Todo esto lo he hecho sin jactancias de ninguna clase, dentro de términos do extraordinaria humildad, sin molestar a la Dirección de Seguridad para pedir el concurso de sus agentes, y la única vez que mo dirigí a ella fue para rogarle que retirara a unos iquei remitió inoportunamente, y que estuvo- a. ¿punto de dar al traste con. todas las conquistas que yo había conseguido. SE CARREÑO ESPAÑA AUTOCRÍTICA SU ACTUACIÓN AL FRENTE DE LA DELEGACIÓN D E PROPAGANDA Y PRENSA A manera de prólogo La Junta delegada de Defensa de Madrid es ya Historia de España. Su actuación- -rodeada del afecto y la confianza de todo el pueblo, madrileño- -sólo se conoce fragmentariamente, pues las circunstancias que atravesamos imponen la elemental discreción de no dar detalles concretos de muchos problemas que tuvieron que afrontar los hombres abnegados, a cuyo frente ganó el renombre mundial nuestro ilustre general Miaja; por eso no es llegado el momento de lanzarse a una crítica documentada de la labor realizada por los consejeros. Sin embargo, puede intentarse un breve balance. Cada uno de los representantes del Frente Popular que el 23 del corriente cesaron en sus funciones puede hacer el balance de los ciento sesenta, y ocho días que ha vivido la Junta delegada de Defensa. Y acaso de sus manifestaciones automáticas o leyendo entre líneas- -lleguen a avizo- -rar los habitantes del Madrid, trinchera del mundo algo, de lo mucho que han constituido sus tareas ingentes hubiera representado una dificultad en su a ctuación, y siempre que llegaron esos casos tuve la elemental delicadeza de llevarlos en. consulta. El general, de cuya energía y entereza hay tantas pruebas, que seria ridículo hablar de ellas con un claro sentido de la realidad, distinguió siempre entre fascistas y antifascistas, y para estos últimos no quiso nunca extremar los rigores, pensando que la comunidad da loa intereses aue defendíamos y la persuasión producirían más eficaces efectos que los desplantes autoritarios propios para usarlos con el enemigo. He suspendido algunos periódicos, he mandado un número al ñscal cuando sinceramente he creído que determinadas extralimitaciones no podían tolerarse; pero he sabido mantenerme imparcial, sin adscribirme al servicio ni al interés de un partido, aun cuando ello me haya valido el calificativo de inepto, que me adjudicaba ayer un periódico de la mañana. Según él, soy el único fracasado de los delegados de la Junta de Defensa. Me complace, sin embargo, que no puedan llamarme, como al otro, el Juan Simón de la Junta porque no nos engañemos; bien- se sabe quién es el que la ha enterrado. Se me tacha de débil, y yo pregunto: ¿En qué consiste esta debilidad? Jamás hice dejación de la dignidad del Poder público en lo que de mí dependía, y sin jactancias ni desplantes he conseguido que los más refractarios rindiesen pleno acatamiento a los órganos del Poder, Una anécdota sobre Ja debilidad A quien hace esto, ¿se le puede imputar debilidad, abandono de aquellas funciones que son inherentes al ejercicio del Poder? Ciertamente que no. Pero los hombres no podemos olvidar las lecciones y enseñanzas que hemos recibido de nuestros padres, y yo, por suerte o por desgracia, soy hijo de un político, y recuerdo siempre un hecho de mi niñez de esos que nunca se olvidan, y que he procurado que sea pauta de mi actuación en la política: Gobernaba mi padre la provincia de Cádiz, hallábase dispuesto para, acudir a una función de gala en un, teatro de aquella capital, cuando fue avisado de un grave conflicto de Orden público, que se había producido nada menos que en el barrio de la Viña. Ese barrio terrible, que, como el Perchel y algunos otros, tenían ya fama en nuestros clásicos. Tratábase, nada menos, de. que las mujeres del barrio sublevado pretendían arrastrar del pelo a otra que se hallaba refugiada en una casa, protegida por la fuerza pública. La actitud de las protestantes era tan amenazadora, que ya la, fuerza empezaba, a considerarse impotente, y en ese crítico momento, acudió mi padre, a quien daba, escolta, como siempre, un guardia civil. Llegó al lugar de la sublevación, que era. imponente, y ordenó al guardia que le acompañaba que se detuviera y no entrase con él. Resistióse aquél, por creer que el gobernador corría grave peligro. Entonces, mi padre, sintiéndose autoridad, le ordenó terminantemente que se retirara, y. él, solo, se adentró, entre aquella multitud que parecía irreductible. Les habló, les razonó, y a la postre, la, pobre mujer protegida, pudo escapar, salvando su vida, y el gobernador salió del barrio de la Viña entre aclamaciones de la multitud. Hay, pues, a mi juicio, que ejercer la autoridad sin desplantes ni impertinencias; hay que no hacer dejación de la dignidad del Poder público; pero no debe recurrirse a la fuerza más que cuando, de no hacerlo, podrían originarse males mayores. ¿Qué se pretendía, pues, do la Censura? ¿Que la ejerciese al servicio de un, partido? A eso rio he estado dispuesto en ningún momento. Ciertamente, que si, las circunstancias fuesen otras, hubiera mostrado, m a- í yor rigor ante la actitud, de algunos pe rió- dieps. Pero cuando, las organizaciones que representaban estaban jugándose lá vida en defensa de la causa, confieso mí repugnancia a tomar ciertas medidas contra sus órganos de opinión. É! representante de a Doña Anas. íasía Consejero de Transportes durante los breves días en que la Junta aún no se llamó delegada de Propaganda y Prensa, desde entonces, José Carreño España- -miembro del Comité provincial de Madrid de Izquierda Republicana- -ha asumido la más ingrata misión: la censura de Prensa. Doña Anastasia enemiga tradicional del periodista, fue su constante compañera, sin ijue- el agrio espíritu de la vieja solterona se adueñara jamás- de su ecuánime, temperamento. -A Carreño España hemos acudicio, puede que con un subconsciente masoquismo, para que de la censura y de las demás actividades de su departamento nos hable. Con palabra pausada y gesto sonriente, sin que ni un grito ni un ademán descompusieran el aire confidencial de la conversación, el bien probado republicano nos ha dicho: La labor de la Junta de Espectáculos -Cuando por acuerdo. de la Junta vinieron a mí los espectáculos, hacía ya varios meses qus actuaba el organismo defensor de Madrid, y la Delegación de Orden público no logró con toda su. autoridad que fuesen acatadas las más elementales normas de. la gobernación del Estado. Los cines y teatros eran constantemente incautados por los organismos políticos y sindicales, que los explotaban sin previa autorización de Orden ptiblicOi sin pagar las contribuciones, deber elemental de la ciudadanía, y que alardeaban con símbolos y banderas de estar sometidos a las organizaciones políticas y sindicales y de no estarlo a la autoridad del Estado. Al venir a la Delegación de Propaganda pude adoptar una actitud jactanciosa. Proferir amenazas que no habían, de cumplirse. Sin embargo, pensé que era más discreto una política de persuasión que lograse que imperara el princip. io de autoridad. No di notas delatadoras de los abusos, sino que me puse al habla con el compañero de la organización que parecía más rebelde, indicándole mi deseo de tratar con sus representados. No tengo palabras para expresar mi agradecimiento al amigo González Marín. El facilitó mis conversa- ciones con los representantes de espectáculos de la C. N. T. y como los hombres suelen entenderse siempre, cuando impera la buena fe, logré convencer a estos- camaradas de que acudiesen a la Junta de Espectáculos, porque, si bien se mostraban refractarios a aceptar algo de lo dispuesto por mí, no recataban su conformidad con otra parte de lo por mí acordado. Les indiqué entonces que, puesto que había una base de acuerdo, ella podía servir para la constitución de la Junta y que, en, lo qu e hubiera disconformidad, lo discutiríamos, argumentaríamos y a la postre prevalecería lo que por considerarse más justo fuese ¡a voluntad de la mayoría. ¿Qué ocurrió? Yo recuerdo corno una de las satisfacciones más grandes de mi vida política el final de la primera reunión de la Junta de Espectáculos. Escuché entonces de labios de los más refractarios a acudir a ella, pa- La pesada carga de Ja censura -La censura ofreció siempre muy serias dificultades, y estoy seguro que el hombre mejor dotado fracasaría en ella; -pero si ¡as dificultades fueron siempre grandes, se acrecientan cuando no hemos de aplicarla a periódicos de oposición, sino a órganos que corresponden a partidos o Sindicatos que forman parte del Gobierno de la República. Al caer sobre mí esta pesada carga, procuré percatarme de cuál era mi situación, y advertí que se encontraban frente a frente dos elementos antagónicos: los mar: Ustas y los anarquistas, correspondiendonos a Jos republicanos, actuar de fiel de la balanza. En ésta he procurado mantenerme siempre, desoyendo elogios y centuras y teniendo la vista puesta en el triunfo de la causa antifascista. Otra cosa que me preocupó, y sebre la cual algunos no pensaron mucho es el carácter de la función que se nos había asignado. No se necesitaba ser muy avispado para percatarse de que el Gobierno legitimo de la República, no nos daba beligerancia directamente, sino que depositaba su confianza y su- delegación exclusivamente en el general, y era éste quien a su vez le hacící en nosotros. Comnrfcndí, pues, que tocia la responsabilidad había de recaer siempre vxbre el heroico defensor de Madrid, y estimé como una de mis más elementales obligaciones procurar evitarle conflictos. ¿Lo conseguí? Creo que- sí. Ciertamente que en algunos casos hubiera- podido tomar medidas enérgicas sin contar con él; pero ello Mstép üh ptre o candado de oír fiablar E e f de, íe- rnlin diís actitudes éfffíglfefg 1, jy Si, J o trágico de las cifcunstffli jíia jb jm ííiñó dieray, estoy por decir q ue, i oyendo hablar de ellas, me freiría descaradamente. Desincautar, ya he dicho antes que no es una empresa irrealizable. Lo he hecho yo, y, sin embargo, estos enérgicos luchadores con la quinta columna ¿han hecho algo parecido con las casas? Todos sa-

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