Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
ABC MADRID 30-06-1936 página 58
ABC MADRID 30-06-1936 página 58
Ir a detalle de periódico

ABC MADRID 30-06-1936 página 58

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página58
Más información

Descripción

EL SElOR DE BEMBIBRE 1 ICOITIIUACIOIM NOVELA POR ENRIQUE GIL Y CARRASCO los demonios nuestros esclavos africanos, y tomabais por Uárnas del infierno la pez, alquitrán y aceite hirviendo con que os rociábamos la mollera. El galjego perdió el color al oír semejante ultraje, y, rechinando los dientes, clavó sus ojos encendidos como brasas. en el anciano caballero. Su mano se encaminó maquinalmente a la guarnición de la espada, pero acordándose del sitio en que estaba, mantuvo a raya los ímpetus de su ira. -No os enojéis, señor hidalgo, que así venís a hacer leña del árbol caído- -replicó el comendador en el mismo tono acre y mordaz- no os enojéis ahora, ya que entonces de tan poco sirvió vuestro coraje a aquellos infelices montañeses, que tan sin piedad llevabais al matadero, ya que entonces el señor de Bembibre, con sólo ain puñado de caballeros, desbarató toda vuestra caballería, saqueó vuestros reales y trajo arrastrando vuestro pendón, sin que a pesar de vuestras fuerzas superiores tuvieseis ánimo para estorbarlo. ¿En qué opinión teníais a los soldados del Temple y a un viejo caballero que peleó por la cruz en Acre, hasta que los villanos la echaron por el suelo para alfombra de los caballos del soldán? Andad, que vuestro valor es como el de los buitres y cuervos, sólo bueno para emplearse en los cadáveres. -Señor caballero- -le dijo gravemente el arzobispo de Santiago- no habéis respondido todavía a la principal cabeza de la acusación: la muerte del noble conde de Lemus... ¿Es cierto este capítulo? -Y tan cierto- -respondió Saldaña con una voz que retumbó en el salón como un trueno- que si mil veces lo cogiera entre mis manos, otras tantas vidas le arrancaría. Sí, yo le así por el cinto cuando cayó a mis pies sin conocimiento; con él me subí a una almena, y desde allí se lo arrojé a sus gentes, diciéndoles: ¡Ahí tenéis vuestro valiente y generoso caudillo! ¡Lo ha confesado! ¡Lo ha confesado! -exclamaron llenos de júbilo los parientes del difunto- Comendador Saldaña- -continuó Beltrán- yo os acuso de traición, pues solo cohechando al cabreirés Cosme Andrade pudisteis tener noticia de la expedición del desgraciado conde. ¡Mentís, Beltrán de Castro! -contestó una voz de entre la apiñada multitud, que entonces comenzó a arremolinarse como para abrir paso a alguno. Efectivamente, después de un corto alboroto y de algún oleaje y vaivenes entre la gente, un montañés, con su coleto largo de destazado, sus albarcas y su cuchillo de monte al lado, saltó como un gamo en el recinto destinado a los acusados, acusadores y testigos. -jSpis vos, Andrade? -exclamó Castro sorprendido con esta aparición para él inesperada. ¡Yo so yo, el cohechado, como vos decís, ruin y villano- -contestó el encolerizado montañés- ¡Parece que os pasma el verme! ¡Bien se conoce que me creíais muy lejos cuando así me ultrajabais. ¡Algún ángel me tocó sin duda en el corazón, cuando viéndoos llegar a Salamanca me oculté de vuestra vista para confundiros ahora, ahora que conozco la ruindad de los Castro! ¡Oh. pobres paisanos y compañeros míos, que dejasteis vuestros huesos en el foso de Cornatel! ¡Venir ahora a recibir el premio que os dan estos malsines! ¡Yo cohechado! Y ¿con que me cohecharíais vos, mal nacido? ¿O tenéis por cohecho el rodar por los precipicios y arriesgar la vida hartas más veces que vos? -Vos recibisteis cien doblas del comendador- -replicó Beltrán un poco recobrado, aunque confuso con las embestidas del montañés, que le acosaba como un jabalí herido. -Cierto que las recibí- -contestó Andrade candorosamente- porque se me ofrecieron con buena voluntad; pero ¿guardé una siquiera, embustero sin alma? ¿No las distribuí todas y aun bastantes de mis dineros a las viudas de los que murieron allí por los antojos de vuestro conde? ¿O piensas tú que es. Andrade como tu amo maldecido, que vendía por un lugar más su fe de caballero y la sangre de los suyos? Agradece a que estamos delante de estos carones de Dios, que si no ya mi cuchillo de monte te hubiera registrado los escondites del corazón. -Sosegaos, Andrade- -le dijo el obispo de Astorga- -y contadnos lo que sepáis, porque vuestra presencia no puede ser más oportuna. -Yo, reverendos padres- -contestó él con su sencillez habitual- no soy más que un pobre hidalgo montañés, a quien se le alcanza algo más de cazar corzos y pelear con los osos, que no de estas cosas de justicia; pero con la verdad por delante, nunca he tenido miedo de hablar, aunque fuese en presencia del Soberano Pontífice. Allá va, pues, lo que vi- ypaséj bien seguro de que nadie le quite ni ponga. Dijimos que cuando el honrado Andrade cayó despeñado del torreón por mano de Millán, le detuvieron unas ramas protectoras. Afortunadamente, no estaban muy lejos de la muralla, y, de consiguiente, pudo oír casi todas las palabras que mediaron entre don Alvaro y el conde al principio, y luego lo que pasó con el comendador hasta que el magnate gallego bajó descoyuntado y hecho pedazos hasta la orilla del arroyo. Así, pues, su declaración en que tanto resaltaba la generosidad de don Alvaro y la efusión con que contó los prontos socorros que había recibido de Saldaña y de todos los caballeros, hicieron una impresión tan favorable en el ánimo de los padres, que los acusadores de Saldaña no sólo enmudecieron, sino que, corridos y avergonzados, no sabían cómo dejar el tribunal. -En suma, santos padres- -concluyó el montañés- si las buenas obras cohechan, yo me doy por cohechado aquí y para delante de Dios; porque a decir verdad, tan presa dejaron mi voluntad con ellas estos buenos caballeros, que cuando oí decir que al cabo los llevaban presos, acordándome de las mentiras del conde de Lemus y temiendo no les sucediese lo que en Francia, me fui corriendo a Ponferrada, y allí dije al comendador que yo le ocultaría en Cabrera y aun le defendería de todo el mundo. Yo no sé si hice bien o mal, pero es seguro que volvería a hacerlo siempre, porque él me salvó la vida dos veces, y como decía mi padre, que de Dios goce: el que no es agradecido no es bien nacido. -Señor de Bembibíe- -dijo entonces el inquisidor general volviéndose a don Alvaro- aunque nuevo en esta tierra, no me es desconocida la fama de hidalguía y valor que en ella gozáis. Decid, pues, bajo vuestra fe y palabra, si es verdadera la declaración de Andrade. -Por mi honor os juro que la verdad ha hablado por su boca- -contestó el joven poniendo la mano sobre su corazón- Sólo una cosa se le ha olvidado al buen Cosme, y es que también se entendía conmigo, sin haberme conocido, la noble hospitalidad que ofreció al comendador Saldaña. -Ya, ya- -repuso el montañés casi avergonzado- bueno seria que lo poco que uno hace lo fuese a pregonar a son de trompeta. Y luego que cuando disteis aquel repelón a nuestro campo de Cornatel, ni siquiera hicisteis un rasguño a ninguno de los míos, y después, a los que curaron de sus heridas, lo? regalasteis con tanta largueza como si fuerais un emperador. Para acabar de una vez, padres santos- -continuó dirigiéndose al concilio con tanto respeto como desembarazo- si dudáis de cuanto llevo dicho, venga aquí la Cabrera entera, y ella lo confirmará. -No es necesario- -dijo entonces el obispo de Astorga- porque las secretas informaciones que por mi mandato han hecho los curas párrocos de aquel país, corroboran los mismos extremos. Este proceso, último que queda por ver de cuantos se han traído a esta junta sagrada, deberá decidir el fallo, salvo el mejor parecer de mis hermanos. -Deudos del conde de Lemus- -dijo en alta voz el arzobispo de Santiago- ¿queréis proseguir en la acusación, presentar nuevas pruebas y estar a las resultas del juicio? -En mi nombre y en el de los míos me aparto de la acusación- -contestó Beltrán de Castro con despecho- sin perjuicio de volver a ella delante de todos los tribunales cuando pueda presentar pruebas más valederas. -Debíais pedir la del combate- -le dijo Saldaña, siempre con la misma amargura- siquiera no fuese más que por renovar las hazañas de que fuimos testigos encima de Río Ferrciros. Capitaneaba Beltrán la caballería del conde en aquella ocasión, y, envuelto en el torrente de los fugitivos, nada pudo hacer a pesar de sus esfuerzos, de manera que, sin estar desnudo de valor, su opinión había quedado en dudas. Ninguna herida, por lo tanto, más profunda y dolorosa pudiera haber recibido que la venenosa alusión del comendador. Tartamudeando, pues, de furor, y con una cara como de azufre, le dijo: -En cuanto os dieren por libres la pediré, y entonces veiemos lo que va del valor a la fortuna. -Mío es el duelo- -contestó don Alvaro- pues que tomáis sobre vos las ofensas del conde de Lemus. A mí me encontraréis en la demanda. -No, sino a mí- -replicó Andrade- que he sido agraviado delante de tanta gente. ¡Con los tres haré campo! -exclamó Beltrán en el mismo tono. -Caballeros todos- -dijo el inquisidor apostólico- no debe escondérseos, sin duda, que delante de la justicia no hay agravio ni ofeisa. Así, pues, dado lo hecho por de ningún valor y efe: (Coiiltiiuará.

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.