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ABC MADRID 24-06-1936 página 58
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ABC MADRID 24-06-1936 página 58

  • EdiciónABC, MADRID
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EL S E Í O R DE BEMB 1 BRE aéreo castillo de las esperanzas de aquel viejo entusiasta y valeroso. Al cabo de tantos sueños de gloria y de grandeza, la mano de la realidad le mostraba, en perspectiva no muy lejana, la ruina inevitable de su Orden, que el cielo abandonaba en sus altos juicios, después de haberla adornado como a un rápido meteoro de rayos y resplandores semejantes a los del sol. No bien se habían retirado los enemigos después de la muerte de su capitán, pasó Saldaña al aposento donde por orden suya había encerrado a don Alvaro. Conociendo su carácter impetuoso y violento, entró decidido a sufrir todas las injusticias de su cólera, exacerbada entonces hasta hasta el último grado por la injuria que creía recibida. Estaba sentado en un rincón con los codos en las rodillas y la cara entre las manos, y aunque oyó descorrer los cerrojos y abrir la puerta, no salió de sus sombrías cavilaciones; pero no bien escuchó la voz del comendador, saltó como un tigre de su asiento, y plantándose delante de él comenzó a mirarle de hito en hito. El comendador le miraba también, p ero con gran sosiego y con toda la dulzura que cabía en su carácter violento; con lo cual se doblaba la cólera del agraviado caballero. Por fin, enfrenando su ira como pudo, le dijo con voz cortada y ronca: -En verdad que si los enemigos de nuestra Orden logran sus ruines deseos, y quedamos ambos sueltos de los lazos que nos atan, os tengo de arrancar la vida o dejar la mía en vuestras manos. -Aquí la tenéis- -contestó el comendador con tono templado- poco me arrancan con ella, cuando ya no puedo emplearla en servicio de nuestra santa Orden. Harto mejor fuera morir a vuestras manos que en la soledad y el destierro; pero como quiera que sea, el haber arrancado al conde de vuestras manos es la única merced y prueba dé cariño que habéis recibido de mí en vuestra vida. Don Alvaro se quedó extático con esta respuesta, pues conociendo el respetable carácter de Saldaña, no podía figurarse que en su mayor baldón se cifrara un servicio tan eminente. Embrollada su mente en tan opuestas ideas, permaneció callado por un buen rato. -Don Alvaro- -le dijo de nuevo el anciano- ¿creéis que doña Beatriz pudiera dar su mano a quien estuviese manchado con la sangre de quien, al cabo, era su esposo? -Tal vez no- -contestó don Alvaro, en quien aquel nombre había producido un estremecimiento involuntario. -Pues ahí tenéis el servicio que me debéis. A un mismo tiempo he vengado a mi Orden y os he acercado a doña Beatriz. i- ¿Qué estáis ahí diciendo? -repuso don Alvaro cada vez más confuso y aturdido- ¿qué puede haber de común entre doña Beatriz y yo, si no es la igualdad dé la desventura? -Dentro de poco, probablemente, recobraréis vuestra libertad, y entonces... ¿Cómo echáis en olvido que mis votos sólo se rompen con la muerte? -le replicó el joven amargamente. -Ni vos pudisteis pronunciarlos, ni nosotros recibirlos. Nuestra Orden estaba ya emplazada delante del concilio, y 1 cuando en él comparezcamos yo me acusaré de que el maestre, vuestro tío, sólo os recibió por nuestra violencia. -Pero yo diré lo que mi corazón sentía, y que por mi parte fueron y son de todas veras sinceros. Mi suerte, además, será la vuestra, porque nuestro crimen es el mismo. Pero, decidl iré- -añadió olvidando su resentimiento y acercándose al comena -dador con interés- ¿cómo vamos a presentarnos al concilio? -Comd reos, y a la merced de nuestros enemigos- -respon dio Saldaña procurando reprimir algunas lágrimas de coraje que se asomaban a sus ojos- La Europa entera se levanta con tní nosotros, y Dios nos ha dejado en medio del mar, que atra yesábamos a pie enjuto, como el ejército de Faraón. De hoy más, Jerusalén- -continuó volviéndose al Oriente con las manos i extendidas y soltando la rienda al llanto y a los sollozos- de hoy más, compra tu pan y granjéate tu agua con dinero, como en los tiempos del profeta, porque el Señor ha tendido sus redes y no aparta su mano de tu perdición. Todos tus amados te han desamparado y la esterilidad y la viudez vendrán juntas sobre ti. Entonces, y después de dar vado a su intenso dolor, contó a don Alvaro el desaliento que cundía entre los templarios de Aragón y de Castilla, que ya habían entregado algunas de sus fortalezas, y, finalmente, el desamparo y aislamiento total a que la calumnia y codicia por un lado, y la superstición por otro, les habían reducido. Últimamente, le mostró una carta. que había recibido de don Rodrigo, poco antes de la embestida en, que acabó tan miserablemente el conde de Lemus, en que le mandaba tan funestas nuevas, insistiendo en la necesidad de dar pronto térm so a tan aciaga lucha, sin menoscabo del ho- (CONTINUACIÓN) NOVELA POR ENRIQUE GIL Y CARRASCO nor en todo caso. Advertíale asimismo de lo conveniente que sería a su fama acudir prontamente al concilio de Salamanca, sobre todo después que algunos de los obispos que debían componerle le habían asegurado por escrito, contestando a sus cartas, que en aquel importante juicio entraban limpios de toda prevención y ojeriza, y que jamás consentirían en que se atropellasen sus fueros de caballeros y miembros de la Iglesia. El comendador no había querido dar a conocer estas cartas a ninguno de los suyos, porque la enemiga del de Lemus cerraba la puerta a todo trato honroso, y por otra parte semejantes nuevas podían enfriar una resolución que de ningún modo sobraba delante de contrario tan sañudo. Apartado, por fin, este obstáculo, y entabladas las negociaciones bajo distinto pie por el señor de Arganza, manifestó a don Alvaro que pronto asentarían? us capitulaciones y pondrían la fortaleza de Cornatel, y aun la de Ponferrada quizá, en poder de don Alonso. -Hijo mío- -le dijo por último- la venda ha caído de mis ojos, y mis sueños de gloria y de conquista se han desvanecido, porque el Balza no volverá a desafiar al viento en nuestras torres. -Como quiera, tú eres joven y la felicidad aún puede mostrarte su rostro en los albores de tu primavera. El único obstáculo invencible que había lo he quebrantado yo en pedazos contra las rocas y precipicios de este castillo. Por lo que hace a mí, si Dios conserva, a pesar de tan fieros golpes, esta vida tan cascada, no residiré ya más en esta Europa ruin y cobarde, que así abandona el sepulcro del Salvador, y sólo guerrea contra los que han dado su vida y su sangre por él. ¿Todavía me guardas ahora rencor por lo pasado? -preguntó a don Alvaro asiéndole de la mano y trayéndole hacia sí. ¡Oh, noble Saldaña! -exclamó el joven precipitándose en sus brazos y estrechándole fuertemente- ¿Qué habéis encontrado en mí para tanta bondad y cariño como me prodigáis a manos llenas? ¿Quién puede tachar de seco vuestro noble corazón? -Así es la verdad, don Alvaro- -contestó el anciano- -y con eso no me ultrajan. Mis pensamientos me han servido como las alas al águila para levantarme de la morada de los hombres; pero, como ella, he tenidoque vivir en las quiebras de los peñascos donde silban los vientos. ¿Que por qué te he querido? Porque sólo tú eras digno de morar conmigo en la altura, como mi polluelo, para mirar al sol y acechar el llano. Ahora la montaña se ha hundido, y cuando mis alas ya no me sostengan, iré a caer en un arenal apartado para morir en él. ¡Ojalá que entonces pueda verte posado con tu compañera a la orilla de una fuente en el valle florido, de donde sólo te ha apartado la iniquidad y la desdicha! Con tan melancólicas palabras se acabó aquella conversación que interrumpió la llegada del señor de Arganza. La entrevista con entrambos caballeros, testigos de la terrible escena del cercado de Arganza, no pudo menos de traer un sin fin de memorias tristes a don Alonso, que en la cortés acogida que hizo, a don Alvaro, y en los grandes y delicados elogios que tributó a sus recientes hazañas, le dio claramente a entender cuan mudado estaba su espíritu y cuántos pesares le había acarreado su anterior conducta. Las bases y condiciones de aquel tratado se ajustaron prontamente a gusto de los templarios, y a los pocos días desocuparon aquel castillo que con tanto valor habían guardado. Saldaña antes de salir indicó el señor de Arganza el mismo pensamiento que a don Alvaro, y por la alegre sorpresa con que fue recibido pudo conocer que sus deseos se cumplirían. Don Alvaro acompañó a los templarios a Ponferrada, y para colmo de cortesía, el pendón de la Orden no dejó de ondear por mandato suyo en la torre de Cornatel, en tanto que sus moradores pudieran divisar al volverse aquellas enriscadas almenas que ya no volverían a defender. En la hermosa bailía de Ponferrada se fueron juntando todos 1 los templarios del país, dejando las fortalezas de Corullon, Valcárcel y Bembibre en poder de las tropas del señor de Arganza y de algún tercio que había mandado el marqués de Astorga. Todos iban llegando silenciosos y sombríos, montados en sus soberbios caballos de guerra, y seguidos de sus pajes y esclavos africanos que traían otros palafrenes del diestro. El espectáculo de aquellos guerreros indomables y jurados enemigos de los infieles jue entonces se rendían sin pelear y por sola la fuerza de las circunstancias, era tan doloroso que el abad de Carracedo y don Alonso, que lo presenciaban, apenas podían disimular (Continuará. y -52-

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