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ABC MADRID 24-06-1936 página 3
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ABC MADRID 24-06-1936 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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DIARIO ILUSTRA- DO. AÑO TR 1 GE 51 MOSEGUNDO. 15 CTS NUMERO FUNDADO EL i. DE JUNIO DE 1905 POR D. TORCUATO LUCA DE TENA ABC en las estaciones, en los teatros, en las oficinas, al Norte, al Sur, al Este, al Oeste, en el campo y en la ciudad. Cuando se acaba de hablar con un francés, el impulso habitual de quien viva entre ellos será echar mano al bolsillo para tomar las monedas de le pourboire. Si se pudiese hacer una estadística de las propinas que hay que dar en Francia, se comprobaría que la cifra alcanza cantidades más altas que en ningún otro país del globo. En el caso de que los franceses acepten lealmente esa prohibición, ya hay motivos para jurar que comienza una nueva era. Hasta hoy la propina fue oficialmente suprimida en muchos lugares y para muchos servicios, pero si ustedes la ofrecen, se la toman, pese a la declaración de que humilla al que la recibe. Yo sólo conozco un caso en que era tenaz y formalmente rechazada el de los choferes de taxis de la antigua Casa Davis. de Barcelona. Por regia general, se aumenta el precio del servicio y se sigue admitiendo la sabrosa vejación. Pero en Francia, donde la más ligera, la más normal, la más inexcusable ele las molestias que podíais ocasionar al prójimo llevaba la Secuela indispensable de la propina, que muchos exigían y hasta precisaban su cuantía, con lo que la privaban de todo carácter generoso, no creo que nadie se avenga a respetar esa orden. Puede postarse que. al fin, ciudadano cumplidor de sus leyes, rechace el francés cualquiera gratificación con que (lucráis ampliar el pago de una minucia. -Han sido prohibidas las propinas por este servicio- -os dirá. Pero cuando ya os vayáis a ir, extenderá su mano, añadiendo: -Me parece que el señor está en el caso de darme alguna buena propina por no haber aceptado su propina. Eso siempre tiene un gran mérito. W. FERNANDEZ FLOREZ DIARIO ILUSTRADO. AÑO TR 1 GESIMOSEGUNDO. 15 CTS. NUMERO LE POURBO 1 RE La vida del hombre es tan corta y las curvas de las evoluciones históricas tan largas que a nadie le es dado apreciar completamente- -como no sea contemplándolo dede la lejanía- -el fenómeno de una transformación social. Ningún individuo humano pudo saber exactamente que vivía en el final o en el comienzo de una era, aunque cada uno cree, por el hecho simple y maravilloso de existir, que en su tiempo se inicia otra época. Este es un fruto natural de nuestro egocentrismo, del que hay que desconfiar si se pretende enjuiciar los hecho con verdadera honradez científica. Desde el año 14, todos hemos levantado más de una vez la cabeza, y olfateando los cuatro puntos cardinales para asegurar que notábamos perseverantes indicios de que se estaba cerrando una era y abriéndose otra. Algunos lo afirmaban con la rotundidez de quien averigua por una corriente de aire que se ha abierto una ventana o una puerta. -Todo esto- -decíamos- -no es más sino que despunta una era. Si se examinaban concienzudamente los motivos de nuestra obsesión, la fe vacilaba. ¿Qué había ocurrido? Una guerra espantosa. Pero siempre hubo guerras en el mundo y todas ellas fueron espantosas, aunque cuando pasan los años quedan aparentemente reducidas a unas sencillas y apacibles líneas en el libro que hay que estudiar para aprobar Historia en el Instituto y obtener permiso oficial para, ganarnos la vida en determinadas actividades. Lo terrible de una guerra lo ve el que la vive y en tiempos de Alejandro, de César, de Gengis Kan o de Napoleón, el nivel de la desesperación humana no era inferior al de nuestros días. La enconada rebeldía con que la clase obrera lucha por sus reivindicaciones económicas y hasta por irrjponcr su supremacía en el mundo, tampoco ofrece caracteres que permitan considerarla como hito que separa dos edades. De la Revolución francesa salió pujante una clase y no achacamos a tal acontecimiento la significación de una de las convencionales fronteras con que separamos los siglos. ¿Estaremos, entonces, por un espejismo de nuestra vanidad, equivocados al creer que el haz de sucesos de nuestra época tiene una tan trascendental importancia? ¿Cuál es, entre todos ellos, el que puede contener, bifti visible, l.i revelación de un cambio, la categoría de broche de una civilización que desaparece y, a la vez, de arco triunfal por donde va a entrar otra? Hasta ahora resultaba difícil contestar a esa pregunta. Pero, desde hace unos días, el hecho está ya ante nosotros, ingente, increíble, enmudecedor. El Gobierno de Blum ha acordado suprimir las propinas. ¡Suprimir las propinas en Francia! ¿Hay quién pueda dar crédito a tan sorprendente noticia? ¿Qué fermentos existen en la atmósfera para que pueda ser cambiado así el carácter de un pueblo? En la definición del francés pueden incluirse muchos términos próximos, pero siempre había que redondearla con esta última diferencia: y, además, admite propinas en todos los casos La propina estaba no entre las costumbres, sino entre las más elevadas y sustanciales aspiraciones del francé. Nadie se ingeniaba en el mundo como ir- i í; anci para hacerse dar una propina. En los hoteles, flicto ninguno si este número estuviera bien distribuido sobre la faz de la tierra; tocaría a menos de medio enano- -a dos o tres libras de habitante reducido- -por cada ciudad de alguna importancia. Pero la 1 mayor parte de estos enanos, vive, crece y muere en Hungría. Parece que el enano sólo en casos excepcionales es una degeneración de ordinario es una raza. Si esto no estuviera ya demostrado como consecuencia de delicados estudios científicos que se han realizado sobre la materia- -estudios que no han tenido menos persistencia y menos entusiasmo que los que se hicieron y se hacen -obre la angula- -el hecho de que los liliputienses hayan constituido sus sociedades de resistencia, tengan un programa de reivindicaciones sociales y hasta disfruten de un jefecito. nos lo probaría cumplidamente. El jefecito tiene 75 centímetros de altura y se llama Juüo Gont. En Budapest, se le conoce por el fiihrcr de Liliput y también por Müimcttcnnch, en recuerdo de un famoso dictador de la Europa del Centro. Cuando habla- -escribe un periodista francés que le ha visitado recientemente- hay en su voz todo el orgullo de un grande de España Milimettcrnich ha visitado al ministro del Interior de Hungría, para presentarle la factura ele sus aspiraciones. Los enanos quieren Que se prohiba, por medio de una ley, el casamiento de los de su raza con personas de proporciones anormales (los anormales, naturalmente, somos nosotros) Que se construyan casas especiales para ellos, a base de una altura de techo que no pueda exceder de ¡os dos metros cuarenta centímetro? en previsión de las frecuentes huelgas de ascensores. Que se cree un teatro especia! para enanos. Que puedan viajar en trenes, tranvías y autobuses, a precios reducidos; ellos creen tener derecho a una tarifa de infancia. Que se persiga enérgicamente a los productores de enanos artificiales (parece que esta profesión no es rara entre algunos padres de Hungría) para que desaparezca de la Bolsa de Enanos esta competencia des- leal. El ministro del Interior le ha contestada que estudiará con verdadero entusiasmo tales anhelos y que procurará complacerlos en la medida de lo posible. Con esta respuesta clásica del ministro del Interior de Hungría, les enanos quedan definitivamente elevados a la categoría de raí za por lo menos, a la categoría de clase. Demos gracias al cielo de que aquí no tengamos ese conflicto, como no tenemos tampoco un problema israelita, ni un problema colonial, ni siquiera un problema inmediato y angustioso de armamentos. Pero 1 si nos empeñamos mucho, todo e o pueda importarse. ¡Quién sabe si les enanos fue J ron expulsados de España en alguna época- -cansado el pueblo de que divirtieran a Jos Austrias- -y conviene ahora que vuelvan para aumentar la grandeza internacional de lo carpetobetónico! Nuestros conflictos cL. sicor se repiten demasiado para que sigan teniendo interés Los gobernantes deben pensar que, de vez en cuando, conviene estrenar manifestaciones públicas: L na de enanos, recientemente importados, no estaría mal... EL VERDADERO PROBLEMA DE LAS MIN O R Í A S ESTA EN HUNGRÍA No es en estos tiempos, precisamente, cuando se puede decir que España no tiene problema? do importancia. Los tiene. Nuestro optimismo no nos autoriza a ignorarlos: ruedan por la calle, envueltos en estrépito, y tienen su música de cámara en el Congreso de los Diputados, cuyas magnificas condiciones acústicas ha podido apreciar cualquier ciudadano que se haya asomado una tarde al brocal de las injurias. Pero tendremos que decir que son problemas de cabotaje. Muchos países tienen los mismos conflictos que nosotros y. además, otros conflictos de altura. El problema ú ¿las razas, por ejemplo; el problema demográfico, verbigracia; el problema delicadísimo de ajuste de los roces internacionales, y hasta el problema de los enanos... El último es de los más angustiosos y de los menos conocidos por el gran público español de conflictos extranjeros. Nuestro deber es explicar un poco este verdadero problema de minorías que es muy grave. Hay cu ti mundo 0.000 enanos, según las úítin as, estadísticas de los expertas n humanidad de bolsillo N habría con- J. MIQUELARENA

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