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ABC MADRID 28-05-1936 página 62
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ABC MADRID 28-05-1936 página 62

  • EdiciónABC, MADRID
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EL S E Í O R DE BEMBIBRE (CONTINUACIÓN) NOVELA POR ENRIOUE GIL Y CARRASCO y caprfchoso dé sus figuras. Su extraordinaria elevación y los dió hacer su embestid: por el lado de Poniente y Mediodía, Soninfinitos montones de cantos negruzcos y musgosos que se ex- de la fortaleza presenta dos frentes regulares, pero defendidos tienden a su pie, residuo de las inmensas excavaciones romanas, entonces cuidadosamente con una tortísima muralla y un fosa acaba de revestir aquel paisaje de un aire particular de grande- muy hondo. za y extrañeza, que causa en el ánimo una emoción misteriosa. Por respeto a los usos de la guerra, envió antes de comenDe las galerías se conserVan enteros muchos trozos que asoman zar el ataque r un pliego a los sitiados comunicándoles las órsus bocas negras en la mitad de aquéllos inaccesibles derrumba- denes que tenía del rey, e intimándoles la rendición con amederos y dan la última pincelada a aquel cuadro en que la magni- nazas y arrogancias empleadas adrede para exacerbarlos y emficencia de la Naturaleza y el poder de los siglos campean sobre peorar su causa con la resistencia. Saldaña. contestó, según era las ruinas de la codicia humana y sobre la vanidad de sus re- de esperar, que ninguna autoridad reconocía en el monarca de cuerdos. Al pi de la montaña está fundada la aldea de las Me- Castilla, como miembros que eran de una Orden religiosa sólo dulas, poco considerable en el día, pero que en la época de que dependiente dei Papa; que de las órdenes de Su Santidad sólo hablamos era mucho más pobre y ruin todavía. Aquí asentó obedecían la que les mandaba comparecer en juicio, pero no la el conde sus reales rodeado del trozo más florido y mejor arma- que les desposeía de sus bienes y medios de defensa antes de juzdo de su gente, y la que no pudo ampararse de las pocas choza? garlos, pues claro estaba que la había arrancado la violencia que allí había, se repartió por las minas y cuevas para buscar del rey de Francia; y, finalmente, que no habiéndose purgado el un abrigo contra la intemperie de la estación. La caballería se conde de la ruindad de Tordehumos, cometida en la persona de ladeó hacia la izquierda y se extendió por las orillas del lago don Alvaro Yáñez, le advertía que no tratarían con él de igual dé Carracedo, que le brindaban abundosos pastos y forraje? a igual, y que a cuantos mensajeros enviase los recibiría coma De esta suerte repartidos, púsose el sol turbio y triste de di- a espías de un capitán de bandoleros, y los ahorcaría de la alel conde se esperaba resciembre, y estableciendo sus guardias y precaviéndose, como mena más alta. Aunque menosprecio y denuesto semejanteestaba puesta, los términos en que lo. pedía la vecindad de un enemigo audaz y temible, aguardaron concebida, le hicieronde rechinar los dientes de ira y le robaran alrededor de sus hogueras la venida del nuevo día. el color de la cara. Lo peor del caso era que su conciencia le Amaneció éste, y al punto los clarines, gaitas y tamboriles repetía punto por punto las injurias del comendador, y con enesaludaron sus primeros resplandores. Los relinchos de los caba- migo tan implacable y fiero no valían desdenes ni altanerías. llos a la orilla del lago, los ecos de los groseros instrumentos, Como quiera, pasado el primer impulso volvieron sus ordinalas voces de mando y los romances guerreros de aquellas alegres y animadas tropas, resonaban con extraordinario ruido entre rias y habituales disposiciones a su natural corriente, y, por aquellas breñas y precipicios, y los corzos y jabalíes huían último, se alegró ferozmente de aquel desafío a muerte, en que asustados por las laderas con terribles saltos y bufidos. Seme- la superioridad numérica de sus tropas y el apoyo del rey, del jante estruendo y algarabía formaba raro contraste con el re- pontífice y de toda la cristiandad parecían prometerle que lleposo y silencio del castillo, cuyos caballeros, inmóviles como es- varía lo mejor. Había recibido con siniestra alegría la nueva tatuas, reflejaban en sus bruñidas armaduras los tempranos de la profesión de don Alvaro, porque de esta suerte él mismo rayos del sol. El ronco murmullo que se oyó entre ellos fue el se prendía en las redes que acabarían por perderle. Así, pues, de los salmos y oraciones matutinas que entonaron a media voz, gozoso de contar como por suyos a dos tan aborrecidos enede rodillas, con la cabeza descubierta, las lanzas y espadas in- migos, se apresuró a trazar aquel mismo día las trincheras y clinadas al suelo, y el rostro vuelto hacia el Oriente. Concluido señalar los puestos y cuerpos de guardia con gran tino y habieste acto religioso tornaron a su silencio y recogimiento ordi- lidad, para apretar aquel baluarte en que tan grandes esperanzas nario, aguardando en actitud briosa la llegada del enemigo que tenía puesta la Orden. En realidad, para cercar un castillo de momento a momento se acercaba, a juzgar por la distinción por su misma situación aislado, pocas fuerzas eran necesarias; y claridad con que se oían sus instrumentos músicos. Don Al- para apoderarse de él era para lo que ocurrían inmensas divaro pidió licencia para batir y registrar el campo, pero el co- ficultades. mendador no se la otorgó; resuelto, a pesar de su ardimiento y Los gallegos comenzaron al punto a abrir las trincheras, y cólera, a no romper él primero las hostilidades, conforme a lo los montañeses de Cabrera, bajando de las crestas de la montaacordado entre los templarios españoles: y temeroso, por otra ña que cae al mediodía del castillo, y amparándose de los maparte, de que don Alvaro, sin escuchar más voz que la de su re- torrales y peñascos, protegían sus trabajos con una nube de sentimiento, se empeñase temerariamente. Otro caballero de flechas dirigidas con gran puntería. Acaudillábalos un nidalgo más edad salió a la descubierta, y después de reconocer bien al de aquel país, llamado Cosme Andrade, arquero y ballestero enemigo y haber escaramuzado ligeramente con sus corredores, muy afamado, y la distribución y colocación que les aió fue muy se volvió a dar. cuenta a Saldaña de su expedición. atinada; pues apenas asomaba un sitiado le alcanzaba al punto flecha. De Mientras tanto las cejas de los montes vecinos se fueron unaclaro y otros ellos, algunos peor armados, cayeron pasados en malheridos; pero los sus coronando de montañeses que no cesafcm en sus rústicas tona- duras damasquinas, de finísima forja, caballeros, con que armanada tenían das. Los gallegos se extendieron por la ladera más suave que se de aquellas armas lanzadas a cierta distancia, y, sobre temer todo, extiende hacia Bermés; y la caballería, a quien por la naturale- mal templadas para atravesar sus petos y espaldares. En cambio, za del terreno y la clase del ataque no podía caberle gran parte los ballesteros del castillo, cuando alguno de los enemigos se de peligro ni gloria, se estacionó en la reducida llanura que co- descubría, al punto lo convertían en blanco, y como no siempre rona la cuesta de Río- Ferreiros, ocupando el camino único de retamas los escondían del todo, y por otra Cornatel y cortando toda comunicación con Ponferrada. El con- los matorrales y coletos de destazado no los resguardaban bien, enormes de apareció poco después, seguido de los hidalgos de su casa, parte sus resultar, como era natural, que recibían más daño. montado en un soberbio caballo castaño de guerra, con riendas y venía a maneras sus incomodaban arreos de seda azul, cuajados de plata, que el fogoso animal De todaslos del castillo, disparos sombra seguianextraordinariamente y a su las obras del salpicaba de espuma a cada movimiento de cabeza. La armadura cerco. a era. del mismo color y adornos con una banda encarnada que la Todo aquel día corrió de este modo, sin que los caballeros atravesaba, y el casco dorado remataba con hermoso penacho de plumas blancas y tendidas que se movían al leve soplo del hiciesen salidas ni ningún género de demostración hostil, y viento. Venía, en suma, gallardamente ataviado en medio de su entrambos bandos pasaron la noche en sus respectivos pueslucido cortejo, y su hueste entera le saludó con vivas y acla- tos. Cornatel, eriVuelto en- el silencio y las tinieblas, formaba maciones y con las sonatas más expresivas que melodiosas de vivo contraste con el campo del de Lemus, resplandeciente con sus gaitas y tamboriles. Saludó él también graciosamente con un sinnúmero de hogueras en que asaban cuartos de vaca y su espada, volviéndose hacia todas partes, y en seguida se puso trozos de. venado como en los tiempos de Hornero, y poblado a reconocer la posición con aquel ojo militar y tertero que en de un murmullo semejante al de una inmensa colmena. El muchas guerras le había. granjeado fama de diestro y experi- conde descansó poco en toda aquella noche y continuamente mentado caudillo. Bajó paso a paso la cuesta de Rio- Ferreiros, se le veía pasar de un corra a otro, como animando y promecruzó el riachuelo entonces hinchado por las lluvias, y presto tiendo recompensas a sus gentes. Brillaban sus armas a la luz se convenció de que por aquella parte del castillo era inexpug- de las hogueras y su penacho blanco se revestía de un color ronable, porque la Naturaleza se había empeñado en fortificarle jizo, mientras agitado por un viento recio que se había levantacon horrorosos precipicios. Para mayor seguridad, sfn embargo, do, flotaba semejante a un fuego fatuo en la cimera de su yelsituó un destacamento de caballería en el vecino pueblo de San- mo. Por lo. demás, tanUs lumbres encendidas por la ladera del talla, con Ib cual aseguraba de todo punto el camino de Ponferrada. Subió en seguida de nuevo el recuesto, y entonces deci (Continuará. -42-

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