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ABC MADRID 22-05-1936 página 15
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ABC MADRID 22-05-1936 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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IDEOLOGÍA DE CORRAL No valdría la pena de referirse al asunto planteado entre toreros españoles y extranjeros- -tan copiosamente comentado por los periódicos- -si no quedase en el fondo una revelación que aun no ha sido puesta a la luz. Se supone y proclama que la torería es un arte, y la verdad es que se procede como si lo fuese. Hasta a los que no sentimos la belleza del toreo con la intensidad y en las peculiaridades que alaban sus panegiristas, hasta a los que lo estiman como una simple brutalidad, no se nos ha ocurrido nunca juzgar la labor de un espada, de un picador, de un banderillero como juzgaríamos la de un fumista, la de un dependiente de comercio, la de un albañil. No es un oficio, en fin; no se puede ser torero después de recibir ciertas enseñanzas y de practicar durante algún tiempo. Hay que llevar algo dentro algo que si no es de la calidad que necesita el músico, el. pintor, el escultor, el poeta, está, por lo menos en esos oíros peldaños inferiores del poder de creación donde se sitúan, por ejemplo, los cantantes o los bailarines. Como oficio, el toreo no tendría razón ni disculpa. Sería tan sólo una monstruosa estupidez. Para perdonar al hombre que burla a un toro con trapo y le clava diferentes hierros, y al hombre que acude a presenciar esta inútil tortura, hace falta una justificación artística. Y esa es precisamente a que se le da. Si el toreo constituye un arte y no un oficio, el hecho de que se pueda o no se pueda vivir de él, que produzca o no produzca dinero, es accesorio y sin importancia. Un novelista puede ganar dinero, pero a los novelistas no les asaltará la idea de hacer un escalafón, reclamar sueldos a título de tales y manifestarse ante el ministerio de Instrucción pública porque han sido traducidas a su propia lengua novelas de autores extranjeros. En suma que, en el arte, el dinero es un accidente sobre el que no se puede basar ninguna reflexión ni ninguna decisión congruente. Así como en un gremio de artesanos se comprenden las medidas de tipo económico que tiendan a amparar a todos, desde el más hábil al más torpe, y es una necesidad el defenderse de la competencia, así en cualquiera labor de carácter artístico, eliminar esa competencia es una felonía que se comete contra, el propio arte. No puede haber producción española y producción mejicana. Sino toreros. Y si un indio de Potosí llegase a torear mejor que Belmonte, no hay que decir que merecería con mayores títulos que Lalanda ocupar la plaza de Madrid, la de Sevilla, la de Barcelona y las de toda Es paña. Porque el españolismo de Lalanda y el de Ortega les da derechos preferentes para ser oficiales de Correos, sargentos de Asalto o ministros de Hacienda en nuestro país, pero no sirve para acentuar las condi ciones toreras que puedan tener. Porque, si no, yo sería mejor lidiador que Gaona. Y está comprobado que no es así. Claro que nada de esto nos importa a la mayoría de los españoles- -y a mí en primer término- aunque nos preocupe el tema por lo que tiene de representativo. En ese mundillo de la torería pudo estallar y revelarse un síntoma que es común a otras actividades verdadera y seriamente artísticas. Los toreros acotan en nombre de un nacionalismo comercial, de mercado, y, en otras esferas, se acota y excluye en nombre de partidismos ideológicos, pero es lo cierto que el talento, la aptitud, el valer, tienen numero. sas aduanas, arbitrarias fronteras que son creadas por antojo, imponiéndolas, gracias al monopolio de recursos que a todos debieran amparar, a aquellos a quienes se encasilla en la acera de en frente Es decir, que si un pintor, un escultor, un escritor, un músico, un hombre de ciencia, poseen ideas de esas que se han dado en llamar derechistas es un antropopiteco para los que no piensan así, y si su confianza está puesta en los métodos que reciben el frióte de izquierdistas 110 logra alcanzar de los del otro bando más consideración que la dé un monstruo dañino. No es que se les niegue capacidad para discurrir acerca de cuestiones sociales y políticas, sino que se desprecia su labor, por evidentes que sean sus méritos, y se la vitupera. Ni es discutido: es negado. Y no serían uno ni una docena los casos que podrían citarse de acorralamiento realizado en nombre de disconformidades de apreciación política. El mundo intelectual, en España, procede como los lidiadores de reses. No en nombre del talento, sino de la incongruente fe en procedimientos que mañana ya no serán nada- -porque la humanidad no ha mejorado a Fidias ni a Hornero, pero sí la organización social griega- apartan a sus competidores con la misma frase: Aquí no atorca nadie más que yo, que soy del propio Alcorcen izquierdista, o del mismísimo Triiueque derechista Es la misma ideología de corral, en ambos casos. W. FERNANDEZ FLOREZ i LA ESCOMBRERA DE LOS LIBROS Me sorprendió que hubiera tantos reunídos había lo menos doce carritos de mano en aquel remanso del centro de la ciudad, todos repletos de libros ái todas clases. Y por allá, diseminados por calles y plazuelas, habría otros muchos más, tal vez centenares de carritos. Era como una inundación de literatura; como el sueño delirante de un apasionado de la ilustración. Libros a granel, expuestos en montones y con el desorden democrático de un saldo por quiebra. Los buenos y los malos confundidos en un mismo revoltijo; los autores más dispares en acento y categoría fraternizando bajo el único rótulo: 0.50. ¡A dos reales, a elegir! j Media peseta vale uno! Y con una rápida mirada a las bateas pude reconocer que, en efecto, La Política, de Aristóteles, se hallaba pegante a Las ligas co tor de rosa, de Juan Pérez, y que La Divina Comedia no valía más ni tenía allí mayor importancia que cualquier exabrupto sobre los horrores del régimen capitalista. Aquello era lo que los comerciantes llaman un envilecimiento de los precios. Pero lo que en realidad se había allí envilecido era el libro, ese supremo resorte de la cultura, ese sujeto de inspiración, esa aristocracia de la humanidad, la más alta nobleza de las civilizaciones. El libró se revolcaba allí en el montón callejero, manoseado por los negligentes transeúntes, regateado hasta la infamia. ¿Me lo da por un real? Y se trataba, por ejemplo, de una obra de Fray Luis de León. Lo que más abundaba, sin embargo, era el material que podemos llamar explosivo. Traducciones de autores rusos o de judíos alemanes: novelas de un erotismo pervertido; tratados sobre el homosexualismo y las aberraciones de la libídine; incitaciones a la Nos vemos favorecidos diariamente con innumerables cartas en que los lectores de A B C exponen iniciativas y observaciones, muchas de ellas oportunas y plausibles. No siéndonos posible materialmente contestar a tan copiosa correspondencia, r o g a m o s a nuestros comunicantes que reciban en estas líneas nuestra disculpa y no interpreten como descortesía la falta de respuesta particular. revolución social; apologías de. un utópico mundo por venir. Todo lo que en éstos últimos. años se ha venido publicando en España, desde la época de la Dictadura, en ediciones groseras, para pasto de las multitu des. Los restos de ediciones que no lograron venderse en las librerías, o de ediciones que se sabe fueron costeadas con dinero ruso. Litros como dinamita o como ampollas de gases asfixiantes. Y libros, en fin, perfectamente checarreros o frivolos. Y enícuces, por primera vez en mi vida, sentí míe n: e asaltaba un temor, una duda lamentable. Ante aquella especie de escombrera de la literatura, pensé si acaso no sería alero parecido a una vergüenza el oficio de escritor. La profesión que había sido tan noble, tan ribtinguida y envidisblo, ahora se me representaba allí como una comisión grosera, propia para multitudes y transeúntes. Un oficio o manufactura que olía a proletariado proletarios los autores, los editores y los compradores. Mercancía para enmedio de la calle. Hubo tiempos en que el libro sé trabajaba, como una obra de arte; en que a la cabecera de los capítulos se pintaban en ricos colores bellas miniaturas de cuadros. Los libros entonces se guardaban como tesoros, se prestaban y regalaban como joyas. Después, aprincipios del pasado siglo, se publicaban tomos de una proporción y un esmero admirables, con viñetas lindas, con encuademaciones graciosas y correctas; cuando vemos y acariciamos uno de esos libros, sentimos envidia y pena. E 5 porque entonces no se concebía c! libro de munición. No se había liegaSo aún a la teoría del libro para todos, incluso para los analfabetos. Libros para todos? La idea sufragista de que todos los hombres, mujeres y niños, deben leer toda clase da literatura? El derecho universal a enterarse y a opinar de todo? Aquí la mente vacila, se amedrenta y se entristece. Salta la duda del sentido de la libertad, del concepto humano de la igualdad, y se piensa nue ere e ¿el punto difícil y trascendente en el que tropieza y fracasa, pero en forma inexorable, el espíritu de la democracia y de la ilustración universalista. La multitud se apodera de unos libros, y no acierta a entenderlos; otros no le gustan; otros la envenenan. Los libros no mejoran sus inteligencias, y en cambio las inicia en las angustia y la ansiedad de la insatisfacción. En ciertos cerebros, la cultura obra como algunas reacciones químicas; produce explosiones o intoxicaciones mortales. En casi todas las utopías futuristas del tipo Wells, la clase trabajadora no lee, apenas piensa y es de una mentalidad inferior o retrasada. Como en las antiguas civilizaciones. Con esto significan, los escritores y pensadores en trance de estar de vuelta su escepticismo ante la idea de la ilustración universalista, su desengaño de la humana y piadosa teoría de la igualdad. Es imposible simultanear las dos funciones; imposible trabajar con obediencia, con disciplina rigurosa, y ser al mismo tiempo mentalmente superior forzosamente, la ilustración convierte al proletario en un rebelde, porque lo eleva en orgullo y en la conciencia de su poder, y el trabajo, hoy como siempre, es un servicio y una sumisión. Esto es amargo de decir, porque lleva mi acento de dureza. Pero no habrá más remedio que presentar las cosas en su inflexible realidad, aunque haya que hacer el sacrificio de muchas ideas y sentimientos habituales. La sociedad actual vive de mentiras, amaños y convencionalismos, 3 de grandes cobardías por parte de los directores y pensa. dores. Los cuales, en su perplejidad de n saber qué hacer en los callejones en que se han metido, optan por obedecer a la corriente que los arrastra, esclavos de una fatalidad contra la que no han sabido combatir, por miedo a perder todas las ganancias y ventajas que 1 traición intelectual les confiere. 1 Y lo terrible es que empieza a ser demasiado tarde. JOSÉ M. SALAVERRIA

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