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ABC MADRID 05-05-1936 página 19
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ABC MADRID 05-05-1936 página 19

  • EdiciónABC, MADRID
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A B C. MARTES i DE MAYO DE 1936. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 21. NOTAS DE UN VIA 1 E Madrid- Berlín, en nueve horas Tres momentos de intensa emoción en esta ruta aérea de Madrid a Berlín. El salto sobre el mar, de Barcelona a Marsella, frente al festón de la costa, cuajada de pueblecitos pintorescos; el paso de los Alpes, a 3.500 metros de altura, y el aterrizaje en Tempelhof, el soberbio campo berlinés, enclavado en el mismo centro de la ciudad. El Emil Thuy, trimotor de la Lufthansa, vuela a 500 metros en este primer trayecto de Barajas a Barcelona. La mañana es espléndida. Sólo alguna nube baja envuelve al avión en una gasa tenue que corre sobre las alas metálicas con vertiginosa rapidez. Poco a poco se adquiere el sentido del paisaje vertical. No se pierde un detalle del inmenso horizonte, y la tierra aragonesa, atormentada, rugosa, llena de tumefacciones, con breves trozos cultivados, se desliza, bajo el aparato, en una lenta sucesión. En la cabina, la estabilidad es absoluta. Una levísima trepidación y un pequeño vaivén al cruzar las bocas del Ebro. Los viajeros, arrellenados en sus pullsmans, leen, escriben o contemplan, y aún pueden pasear por el pasillo y arribar a la cabina de proa para fumar. A las dos horas de vuelo aparece el campo de Prat de Llobregat. Aterrizaje suave, como el de un pájaro que se posa. Formalidades aduaneras, sin molestias. Otra vez en la altura y abajo la soberbia ciudad de Barcelona, de inmenso perímetro, con su puerto, que semeja un lago; sus calles arboladas, que tienden cintas de verdor en el ocre del caserío, y su plaza de Cataluña, constelada de puntitos móviles y negros. Se sale a pleno mar por el cabo de Creus. Antes, la vista se ha recreado en la belleza de la Costa Brava, con sus pueblecitos blanquísimos y sus playas soberbias, y ha comprobado, tierra adentro, el tesón de los catalanes, empeñados en arrancar a la tierra toda su riqueza. Hasta donde llega la visión aparecen las manchas multicolores del cultivo. En las laderas y en las cumbres. Pero el avión vuela ya sobre él mar latino. Desciende, y nos parece aue la niasa líquida, de un azul intenso, como el del cielo despejado, está al alcance de nuestras manos. Cruzamos sobre un buque en ruta hacia Marsella. Deja una estela profunda y ancha, que indica su enorme velocidad. No importa. En un instante queda en la lejanía y sus contornos se funden en la extensión del agua. Hemos perdido el punto de referencia. El avión parece inmóvil, como colgado de un hilo invisible, en un plano inmenso, sin relieves... Hasta el ruido de los motores, que nos acompaña como un amigo cariñoso y leal, en la ruta, cambia de ritmo y se hace blando y acariciante. En nuestra cabina, el silencio, de tan denso y profundo, se hace sonoro. El encanto se rompe, a poco. La tierra francesa se muestra en el horizonte, mordida por el mar. Los cuadros salinos, los esteros, las edificaciones marítimas, grúas, mástiles, bocanas de los puertos. Marsella. En una hora y cuarenta minutos hemos salvado la distancia desde Barcelona. Menos de cuatro horas nos han bastad desde Barajas. El pasaje salta a tierra, limpio y ágil. sin cansancio, como contagiado de la levedad de los aires. Breve descanso al sol del aeródromo, y emprendemos el camino de Ginebra. Es éste el trayecto de la emoción. Los montes de Leberon y de Voncluse inician la ruta de los Alpes. En la lejanía, la- masa imponente, de un blanco ds armiño, se quiebra en el blanco lechoso del horizonte. El avión se eleva y el altímetro marca los 3- 5O Q metros. Se han perdido los valles, las rugosidades de la tierra, los arbustos blanquinegros de las laderas. Volamos sobre picachos cubiertos de nieve. Abajo, en las profundidades de vértigo, los ventisqueros, los desfiladeros, los arroyos del deshielo, parecen pequeñísimas arrugac. Cieemos que las alas metálicas van A tropezar en Jas montañas, y hay un momcu o oe intensa eracción cuando creyérase perdido el aparato en una impresionante cañada, sin salida posible. Poco a poco, la cordillera pierde en intensidad, y surge, entre ni bes, el pico de Mont Blanc. Sólo la cresta, por que nos deslizamos, sin un estremecimiento, sin un vaivén, sobre un mar encrespado de nubes que cubre todo el horizonte. Tan denso es el algodón, que nos trae al pensamiento esta idea: si sufriéramos una panne, el avión quedaría suspendido entre los copos. Arriba, la luz vivísima del sol arranca reflejos brillantes al picacho famoso. A los cinco minutos, Ginebra, tendida sobre el Leman, en la paz de la campiña suiza. Cuando de nuevo nos elevamos, los 73 kilómetros del lago se entregan a nuestra visión. La atmósfera transparente nos ayuda. Los confines de tres países están a nuestro alcance. Laussanne, Basilea, Neuchatel, paisajes idílicos, suavidad de colores, y, al fin, Stuttgart. Hemos cruzado una parte de Alemania y nos ha parecido un tablero de colorines. Simétricamente recortados, los campos de cultivo dan una impresión asombrosa de potencia agrícola. Ni un pedazo de tierra ocre y atormentada. La tierra labrada llega hasta las casas de los puebíecitos pizarrosos y pintarrajeados. Inmensa llanura, cruzada por trincheras férreas y carreteras rectilíneas. En Stuttgart, el primer contacto con los funcionarios del Estado alemán. Registro aduanero correcto y breve. El problema mundial de la divisa sale a nuestro encuentro. Hay que registrar la moneda, cualquiera que sea. La guía que nos entregan acompañará siempre a nuestros billetes si necesitamos cambiarlos. Sólo los marcos registrados en España se salvan del control. A los quince minutos de la salida, los motores cambian de. ritmo y el avión escora hacia la izquierda y toma la vuelta de Stuttgart. ¿Qué sucede? Sentimos angustia? Quizá. Uñ pasajero se ha quedado en tierra, y la poderosa Lufthansa le discierne el favor de recogerlo. Pero este incidente, que no se reeptirá más, nos permite el sorprendente aterrizaje en Tempelhof. ya de noche. Berlín reluce como un ascua. La Unter der Linden es una marcha de antorchas. Los árboles del Tiergarten se bañan en la luz difusa de los focos. El barrio del Zoo es una cascada de colores. Y en el centro de la misma ciudad, el campo de Tempelhof, del que parten 75 lineas aéreas diarias, circundado de luces rojas y alumbrado por los reflectores, nos invita a bajar. Tomamos tierra, suavemente, sin que notemos el contacto. En nueve horas. hemos salvado 2.200 kilómetros y hemos volado sobre cuatro países, en el corazón de Europa. Y sin cansancio alguno. Los directivos de la Lufthansa reciben a los periodistas españoles. Se brinda por Alemania y por España. La cortesía germánica ya no nos abandonará ni un momento y nos permitirá pasar, en un sueño admirativo, los dos días de nuestra estancia en Berlín. La ciudad olímpica, con sus edificaciones gigantescas; los lagos de sus alrededores, las nuevas autopistas. Y sobre todo, la ciudad silenciosa, en el vértigo de la circulación, monumental y ordenada, urbana y cortés, sin un detalle agrio o desagradable. Primero de mayo, en Berlín. Desde el albor del día, las milicias recorren las calles con canciones de ruta. El Ejército del Trabajo se dirige a la enorme plaza de la ceremonia. Hay un temblor de sana alegría, en el aire de esta mañana primaveral, y cuando el sol está en el cénit se congregan en el inmenso paralelógramo un millón de personas. En la escalinata del Museo, tres mil banderas. En las moharras de las lanzas, ramas de mirto y de laurel. Ante él podio preparado para el führer, su guardia personal, las milicias, los soldados y la muchedumbre que semeja un mar de cabezas. Habla HiÜer, y sus palabras son. de paz. Nos interesan las que subrayan el contraste de aquel primero de mayo, exponente de una nación rehecha, con aquellos otros que Alemania padeció, convulsa y atormentada, tras de la guerra. Y luego, perdido ya el eco de las ovaciones al canciller, la multitud que se disgrega, sin una voz, sin un alboroto para gozar de- la campiña- -este día está lleno de sol- en el sosiego de la familia. El viaje del avión de la Lufthansa se cronometra con exactitud matemática. Al arrancar de Berlín a las siete y cuarenta de la mañana, sabemos de antemano a qué hora llegaremos a los cuatro aeródromos de escala, sin un minuto de adelanto o de retraso. A las seis y veinticinco de la tarde damos vista a Barajas, y nos entregamos a nuestras habituales ocupaciones, porque el cansancio no logró apoderarse de nuestro cuerpo ni de nuestro espíritu. Los periodistas españoles agradecen a la Lufthansa su hidalga cortesía, que refleja el afecto de Alemania por España. -J. LOSADA DE LA TORRE. EL MINISTRO DE LA GOBERNACIÓN DESMIENTE ROTUNDAMENTE LA PATRAÑA DE LOS CARAMELOS ENVENENADOS Ánade que se trata de un bulo y que al que lo lance como al que lo propague lo meterá en la cárcel Al recibir a primera hora de la tarde a los periodistas el ministro de la Gobernación, les manifestó que había sido hecha una investigación cerca de todas las Casas de Socorro de Madrid para saber si había algún niño envenenado, y que se había comprobado que no existía un solo caso de este tipo. -Se trata- -dijo el ministro- -de un rnmor- bulo, lanzado con muy mala intención por quienes les interesa exacerbar los ánimos para producir estos disturbios. Estoy dispuesto, tanto al que lance el bulo como al que lo propague, a meterle en la cárcel. He recibido a una comisión de mujeres, que me han expuesto el hecho de envenenamiento de niños per medio de caramelos, y yo les he dicho que me denunciaran un caso en concreto. No 1o han hecho. Únicamente me han hablado de que existía un caso en el colegio de la Paloma. Entonces me he puesto al habla con dichflFtolegio, y me han dicho que no era exacto. Allí no había más que un niño que se había herido en dos de; dos. Repito que se trata de un bulo, no sé con que inter. ción lanzado.

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