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ABC MADRID 23-04-1936 página 59
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ABC MADRID 23-04-1936 página 59

  • EdiciónABC, MADRID
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11 S I 1 R P 1 NOVELA POR ENRIQUE GIL Y CARRASCO -És- la luz de la l u n a P e r o y o no. la veo e n las ondas purp, s. y bien; fonnadpsno hacía mucho, y entonces tan descar: i del río... ¡Tampoco la dicha baja del cielo para regocijar riues- nados f Shí os ké- lós ech ó al xuello; y apretándola contra su tros corazones! -Aquí dio u n profundó suspiro, y luego ex- peclib con ¡más fuerza de la. que podía- suponerse, -exclamó, -pro clamó vivamente: ¡N o importa, -no importa! Desde élf firma- rrumpiendo en llanto: mento nos alumbrará... ¡sí, s í venga, t u caballo m o r o ¡A y! -Madre: mía de mi alma! ¡Madre. querrda. Doña flanea, fuera de sí de gozo, pero procurando reprimirme parece que h e perdido la vida, y que u n espíritu nie lleva por el a i r e pero. los latidos de. tu cox azón h a n despertado el se) le respondió: mío. V o y a perder el juicio de alegría... Déjame cantar el salmo -Sí, liijarde- mi yida, aquí estoy; pero serénate, que todadel contento: A l salir Israel de E g i p t o -P e r o mi madreé mi vía! estas! rnuy. mala, y eso puede hacerte daño. pobre madre- -exclamó con pesa. d. unibre ¡a h! yo la escribiré, -y rs- No: logreáis- -replicó ella no sabéis cuánto me alivian cuando sepa que soy feliz, se alegrará también... estas -lágrimas; -únicas dulces que he vertido hace tanto tiempo. Sonrióse entonces melancólic- ámenté; pero cambiando a l PeroTOS. estáis- más flaca, que nunca... ¡ah, sí, es verd! ad, todos punto de ideas, gritó desaforadamente con espanto y arrojan- hemos sufrido; tanto! vos también, tía mía! mi, padre, dose fuera de la cama con u n a violencia tal, que la abadesa y ¿dónde, e stá? -Pronto; vendrá- -replicó doña Blanca- pero, vamos, sosu madre apenas podían sujetarla: -v ¡L a sombra! ¡la sombra... ¡Ay ¡yo he caído del cielo... siégate, anior. mjo, y procura descansar. Doña Beatriz, sin embargo siguió llorando. y sollozando ¿Quién me levantará... ¡Adiós... 1! ¡N o vuelvas la cabeza atrás, para mirarme, que m e p a r t e s el c o r a z ó n! ¡Y a se h a perdido largovfajp, fafitas léi án las lágrimas, qqe sé íiabían helado en entre los árboles... A h o r a es cuando debo morirme... ¡Alma sus ojos y oprimían su pecho Por fin, rendida üel todo, cayó en cristiana, prepara t u ropa de boda y ve a encontrar t u celestial un sueño profundó y sosegado y durante el cual rompió en un abundante, sudor. El anciano s e- acercó entonces a elia, y- recoesposo! Entonces, fatigada, cayó otra vez sobré las almohadas en nociendo cuidadosamente su resp- ii ción, igual y sosegada, 4 y medio de las lágrimas de las dos señoras, y comenzó a respi- su pulso, levantó los ojos y las manos ál cielo, y dijo: -Gracias ti, Señor, que has suplido la ignorancia de tu rar con mucha congoja y anhelo. E l monje. le tomó entonces, el te sean dadas asalvado. pulso, y, mirándole a los ojos con. mucha atención, se fue a siervo- y la has Y cogiendo a doña Blanca, atónita y turbada; de la mano, la sentar a un extremo de la celda, con aire abatido y meneando la cabeza. D o ñ a Blanca q u e l o vio; se arrojó de rodillas en u n llevó delante de una imagen de la Virgen, y arrodillándose con reclinatorio que allí había, y, asiendo u n crucifijo que sobre é l ella, -empezó a rezar la Salve en voz baja, pero con el mayor estaba y abrazándolo estrechamente, exclamaba con u n a voz fervor. La abadesa y Martina imitaron su ejemplo, y cuando acabaron, entrambas hermanas se asTojaron una en los brazos de ronca y a h o g a d a otra, y doña Blanca pudo también desahogar su corazón opri ¡O h Dios mío, no a ella, n o a ella, sino a m í! ¡E s mi hija, mido. única, yo n ó tengo otra h i j a! ¡Vedlá, Señor, t a n joven, t a n bueEl sueño de la enferma duró hasta muy entrada Ja mañana na y t a n h e r m o s a! ¡T o m a d m i vida! ¡V e d q u e n o son misóla- grimas las sojas que correrán por ella, porque es u n vaso de fien- siguient, e. y en cuanto se, despertó y, el médico volvió a asegu ¡lición en quien se. paran los- ojos de todos ¡Qh, S e ñ o r! ¡O h rar que ya había pasado el peligró, las campanas del convento 1 comenzaron á tocar a vuelo, y en el monasterio, fue un día de Se 5o r, f ¡Misericordia! gran fiesta. Don Alfonso volvió a v e r a su hija, pero aunque no La abadesa, que, a pesar de que m á s necesidad. tenía de había renunciado a su plan, tanto por la palabra empeñada, consuelos que poder darlos, acudió a sosegar a su hermana di- cuanto por lo mucho que lisonjeaba su ambición, resolvió no ciéndole que si a s í se abandonaba a su dolor, m a l podía apro- violentar su voluntad, siguiendo en esto los impulsos de su pro- vechar las pocas fuerzas que le, quedaban para asistir a su hija. pió corazón y los consejos del prelado de Carracedo. El conde, Surtió este consejo el efecto deseado, pues doña Blanca, con por tí parte, aunque momentáneamente, se- alejó del país, y esta idea, se serenó m u y p r o n t o t a l e r a el miedo q u e tenía a de todas maneras, doña Beatriz no experimentó a i salir de l a verse separada de su hija. énférrriedad ningún género de contrariedad ni persecución. Sin! E n tal estado, se pasaron algunos días, durante los cuales n o embargo, la convalecencia parecía ir larga, y como el monasterio cesaron las monjas de rogar a Dios p o r la salud d e doña Bea- podía traerle a la imaginación más fácilmente las desagradables triz. H u b o que establecer una especie, de turno para la. asistencia, escenas de que había sido teatro, por orden del monje de Capues todas a la vez querían quedarse; para, velarla y asistirla. E l rracedo, que con tan paternal solicitud la había asistido, la luto parecía haber entrado en aquella, p a s a s i n a g u a r d a r a q u e trasladaron a Arganza, donde todos los recuerdos eran más la muerte, le abriese camino S i n e m b a r g o después de. doña- apacibles- -y consoladores. El pueblo entero, que la había conBlanca, nadie estaba tari, atribulada como Martina, de c u y o tado por muerta, l a recibió como nuestros lectores pueden fi gu- lindo y alegre semblante habían desaparecido los colores t a n rarse, con fiestas, bailoteos y algazaras, que la esplendidez del frescos y animados q u e- e r a n la ponderación de todos. P o r 1o, señor- hacía más alegres y animados. ¡Hubo su danza y loa, corresque hace al señor de A r g a i i z a q u e a g e s a r ¡de sus rigores, ama- pondiente, un mayo más alto que una torre y, por añadidura, ba con verdadera- pasión; a ¡su hija, oprimido por eí doble peso ufo- a especie de farsa medio guerrera, medio, venatoria, disdel pesar y del remordimiento, apenas se atrevía a presentarse, puesta- acaudillada por nuestro amigo Ñuño el- -montero, que por Villabuena, pero pasaba días y noches sin gozar u n instante, aquel día parecía haberse quitado veinte años de encima. Por de verdadero r e p o s o -y- a c a d a paso- esíaba enviando expre- Ió ue; t 5 ca al rollizo, Mendo, se alegró tanto de la vuelta de sos que volvían siempre con nuevas algo; peores. r jMá rtifía; que no parecía; sino que la taimada aldeana- 4 e co P o r fin el médico declaró que su ciencia, estaba agotada. y rréspphdía decididamente. Muchos fueron los tragos y. tajadas que, sólo el auxilio celestial podría curar va doña Beatriz; E n- con. cjitó: la celebró; pero si hubiera tenido noticia de sus esca torices se le administró la Extremaunción, gorque como rio- h a- patojíassiiocturnas, y sobre todo de la última, próba- bléníente no bía recobrado el conocimiento no pudo dársele el viáii; cp. La e- librara de una indigestión. De todas maneras, la ligriorancomunidad toda, deshecha en lágrimas, acudió a la ceremonia, -cia- te h 4 cía dichoso como a tantos otros, y como él ¿oáyertía y cada u n a se despidió en su interior d e aquella tan á nñqsa y so. substancia todas las burlas y aún los bufidos de, la. Jinda dulce compáñera j que en medio de los sinsabores que; la habían doncella, estaba que no cabía en su pellejo, harto estirado ya cercado de continuo, mientras, había vivido en el convengo rió por su gordura. Añádase a esto que la mala somibra. de. Millán había dado a. nadie, el más, leve disguste. i? andaba- dejos, rompiéndose la crisma contra las níuraílas de N o hubo fue Ezas humanas que- arrancasen a doña: Blanca Tordehumos y. que Martina volvía más. interesante. ¿pn: l a lidel lado de su. hija l a moche qtie debía morir; así, puési hjiblér. qn bera palidez que lei habían causado sus vigilias y. y congojas, y: de consentir en que presenciase t a n trance. H a c i a media tendremos completamente- explicado el regocijo d e l u e n pa. noche, sin embargo, doña Beatriz pareció volver en- del le lafrenero. sí targo que había sucedido a la agitación del delirio, y clavándolos pj os; en; su fiel criada, lé. -dijo con ypz casi imperceptible: ¿E r e s tú, pobre M a r t á? ¿Dónde está m i m a d r e? j M e pareció o í r su voz, entre: suefios. Volvamos ahora a don Alvaro, que bien ajeno de semejantes -Bien os... parecía, señora- -replicó ía, muchacha reprimién r rey, dose p o r no dejar traslucir- íla alearía, talivez infundada y loca, sucesos, había plegado a Tordehumos. con la hueste del con que; feQn; aquellas ípalabjash bíaífecibidp T; mirad al otro lado, Este, pueblo, que dofi Juan Núñez había provisto y reparado r la. mayor diligencia, está pendiente de una colina- dominada que ahí- -la tenéis. Doña Beatriz volvió, la cabeza, y. sacando ambos brazos tan í- Continuará -21

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