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ABC MADRID 17-04-1936 página 59
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ABC MADRID 17-04-1936 página 59

  • EdiciónABC, MADRID
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E L S E I O R DE BE M B IB RE NOVELA POR ENRIQUE GIL Y CARRASCO -Té digo- -la interrumpió doña Beatriz- -que no huiré con don Alvaro. -Bien está, bien está- -repuso la doncella- pero andad y decídselo, porque al que le yaya con la nueva, buenas albricias le mando. Lo que yo siento es haberme dado semejante priesa por esos caminos, que no hay hueso que bien me quiera, y a mí me. parece que tengo calentura. ¡Trabajo de provecho, así Dios me salve! En esto entraron en el convento, y Martina se fue a la celda de la hortelana, donde, contra las órdenes de su ama, hizo el trueque de- llaves proyectado. Las noches postreras de mayo duran poco, y así no. tardaron en oir las doce en el reloj del convento. Ya antes que dieran había hecho su reconocimiento por los tenebrosos claustros la diligente Martina, y entonces, volviéndose a su ama, le dijo: -Vamos, señora, porque estoy segura de que ya ha limado o quebrado los barrotes, y nos aguarda como los padres del Limbo el santo advenimiento. -Yo no tengo fuerzas, Martina- -replicó doña Beatriz, acongojada- mejor es que vay as tú sola y ledigas mi determinación... ¿Yo, eh? -respondió ella con malicia- ¡Pues no era mala embajada! Mujer soy, y él un caballero de los más. cumplidos; pero mucho sería que: no me arrancase la lengua. Vamos, señora- -añadió con impaciencia- poco conocéis el. león con quien jugáis. Si tardáis, es capaz de venir a vuestra misma celda y atrepellarlo todo. ¡Sin duda queréis perdernos a los Doña Beatriz se retorció las manos lanzando sordos gemidos, y dijo: -Yo no obedeceré a mi padre. -Y vuestro padre os maldecirá; ¿no lo oísteis ayer de su misma boca? ¡Es verdad, és verdad! -exclamó ella espantada y revolviendo los ojos- él mismo lo dijo: ¡Ah! -añadió en seguida con el mayor abatimiento- hágase entonces la voluntad de Dios y la suya. Don Alvaro, al oiría, se levantó del suelo, donde todavía estaba arrodillado, como si se hubiese convertido en una barra de hierro ardiendo, y se plantó en pie delante de ella con un ademán salvaje y sombrío, midiéndola de alto a bajo con sus fulminantes miradas. Ambas mujeres se sientieron sobrecogidas de terror, y Martina no pudo menos de decir- a su ama casi al oído ¿Qué habéis hecho, señora? -Por fin don Alvaro hizo uno de aquellos esfuerzos que sólo a las naturalezas extremadamente enérgicas y altivas son permitidos, y dijo con una frialdad irónica y desdeñosa que atravesaba como una espada el corazón de la infeliz: -En. ese caso, sólo me. resta pedidos ¡perdón de las muchas molestias que con mis importunidades os he causado, y rendir aquí un respetuoso y cortés homenaje a la ilustre condesa de Lemus, cuya vida colme el cielo de prosperidad. Y con una profunda reverencia se dispuso a volver las espaldas; pero doña Beatriz, asiéndola del brazo con desesperada violencia, le dijo con voz ronca: ¡Oh, no así, no así, don Alvaro! ¡Cosedme a puñaladas si tres! Doña Beatriz, no menos atemorizada que subyugada por su queréis, que aquí estamos solos y nadie os imputará mi muerte; pasión, salió apoyada en su doncella y entrambas llegaron a pero no me tratéis de esa manera, mil veces peor que todos los tientas a la puerta del jardín. Abriéronla con mucho cuidado, y tormentos del infierno! -Doña Beatriz, ¿queréis confiaros a mí? volviendo a cerrarla de nuevo, se encaminaron apresurada- -Oídme, don más mi mente hacia el sitio de la cerca por donde salía el agua del rie- alma, jamás seré Alvaro: yo os amo, yo os amo y no que alan- me go. Como la reja, contemporánea de don Berrnudo: el Gotoso, céis esas miradas. del conde... pero escuchadme estaba toda carcomida de orín, no había sido difícil a un hom- ¿Queréis confiaros a mí y ser mi esposa, la esposa de bre vigoroso como don Alvaro arrancar las barras necesarias para facilitar el paso. desahogado de una persona, de manera un hombre que no encontrará en el mundo más mujer que vos? ¡Ah! -contestó ella congojosamente y como sin sentido- que cuando llegaron ya el caballero estaba de la parte de adensí, con vos, con tro. Tomó silenciosamente la mano de doña Beatriz, que pare- entre los brazosvos hasta la muerte- -y entonces cayó desmayada de Martina y del caballero. cía de hielo, y la dijo: ¿Y qué haremos ahora? -preguntó éste. -Todo está dispuesto, señora; no en vano habéis puesto en- ¿Qué hemos de hacer- -contestó la criada- -sino acomodarmí vuestra confianza. en vuestro caballo Doña Beatriz no contestó, y don Alvaro repuso con impa- la delante de vos Vamos, vamos, ¿no y marcharnos lo más aprisa que podamos? habéis oído sus últimas paciencia: suelta tenéis- ¿Qué hacéis? ¿Tanto tiempo os parece que nos sobra? labras? Algo másjuzgó lo más la lengua que mañosas las manos. Don prudente seguir los consejos de- -Pero don Alvaro- -preguntó ella, con sólo la mira de ganar Martina, Alvaro y acomodándola én su caballo con ayuda de Martina tiempo- ¿a dónde queréis llevarme? El caballero le explicó entonces rápida pero claramente todo y Millán, salió a galope por aquellas Solitarias campiñas, mienhacían propio. su plan tan juicioso como bien concertado, y al acabar su rela- tras escudero y criada valor delosu carga, El generoso Almanzor, si parece que había docióu, doña Beatriz volvió a guardar silencio. Entonces la zozo- como susconociesey el fuerzas corría orgulloso engreído, dando de cuanbra y la angustia comenzaron a apoderarse del corazón de don blado cuando gozosos relinchos. En yminutos llegaron como un Alvaro, que también se mantuvo un rato sin hablar palabra, do en al puente atravesándolo comenzaron a cofijos los ojos en los de doña Beatriz, que no se alzaban del suelo. torbellino la opuesta del Cua, y la misma velocidad. orilla con Por fin, acallando en lo posible sus celos, le dijo con voz algo rrerElpor viento fresco de la noche y la impetuosidad de la carretrémula: a desvanecer el desmayo de doña Beatriz, -Doña Beatriz, habladme con vuestra sinceridad acostum- ra habían comenzado brazo a un tiempo cariñoso y fuerte, paque asida por aquel brada. ¿Habéis mudado por. ventura de resolución? recía trasportada a otras regiones. Sus cabellos, sueltos por la- -Sí, don Alvaro- -contestó ella con acento apagado y sin agitación y el movimiento, ondeaban alrededor de la cabeza de atraverse, a. alzar la vista- yo no puedo huir- con vos sin des- don Alvaro como una nube perfumada, y de cuando en cuando honrar a mi padre. rozaban su semblante. Soltó él entonces la mano, como si de repente se hubiera con- Como su vestido blanco y x 1i gero resaltaba- a: la luz- de la: vertido entre las suyas en una víbora ponzoñosa, y clavando luna más que la obscura armadura de D. Alvaro y semejante a en ella una mirada casi feroz, le dijo con tono duro y casi una exhalación celeste entre nubes, parecía y desaparecía inssardónico: tantáneamente entre los árboles, se asemejaba a una sílfide ca- ¿Y qué quiere decir entonces vuestro dolorido y extraño balgando en el hipogrifo de un encantador. Don Alvaro, emmensaje? bebido en su dicha, no reparaba que estaban cerca del monas- ¡Ah! -contestó ella con voz dulce y sentida- ¿de ese terio de Carracedo, cuando de repente una sombra blanca y nemodo me dais en rostro con mi flaqueza? gra se atravesó rápidamente en medio del camino y. con voz im- -Perdonadme- -respondió él- -porque cuando pienso que pue- periosa y terrible gritó: do perderos, mi razón se extravia y el dolor llega a hacer- ¿A dónde vas, robador de doncellas? -El caballo, a. pesarme olvidar hasta de la generosidad. Pero decidme, ¡ah! decid- de su valentía, se paró, y doña Beatriz y su criada por un come- -continuó arrojándose a sus pies- -que vuestros labios han mún impulso, restituida la primera al uso. de sus sentidos por mentido cuando así queríais apartarme de vos. ¿No vais con aquel temblé grito, y la segunda casi perdido el de los suyos de vuestro esposo, con el esposo de vuestro corazón? Esto no puro miedo, se tiraron inmediatamente al suelo. Don Alvaro, puede ser más que una fascinación pasajera. bramando de ira metió mano a la espada, y picando con entrambas espuelas, se lanzó contra el fantasma, en quien re- -No es sino verdadera resolución. ¿Pero lo habéis pensado bien? -repuso don Alvaro- ¿No conoció con gran sorpresa suya al abad de Carracedo. sabéis que mañana vendrán por yos para llevaros a la iglesia y; arrancaros la palabra atal? A

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