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ABC MADRID 08-04-1936 página 59
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ABC MADRID 08-04-1936 página 59

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página59
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EL SEÑOR DE BEMBIBRE altivo que le cerró los labios, y levantándose se retiró paso á paso y como desconcertado más que por el justo arranque de doña Beatriz, por la voz de su propia conciencia. Sin embargo, la presencia de don Alonso y de los demás caballeros restituyó bien presto su espíritu a sus habituales disposiciones, y declaró que por su parte ningún género de obstáculos se oponía a la dicha que se imaginaba entre los brazos de una señora dechado de discreción y de hermosura. El señor de Arganza al oírlo, y creyendo tal vez que las disposiciones de su hija hubiesen variado, entró en el locutorio apresuradamente. Estaba la joven todavía al lado de la reja, con el. semblaníe encendido y palpitante de cólera: pero al ver entrar a su padre, que a pesar de sus, rigores era en todo extremo querido a su corazón, tan terribles disposiciones se trqcaron en un enternecimiento increíble, y con toda la violencia de semejantes transiciones se precipitó de rodillas delante de él, y extendiendo las manos por entre las barras de la reja y vertiendo un diluvio de lágrimas, le dijo con la mayor angustia: ¡Padre mío, padre mío! ¡no me entreguéis a ese hombre indigno, no me arrojéis en brazos de la desesperación y del infierno! ¡Mirad que seréis responsable delante de Dios de mi vida y de la salvación de mi alma! Don Alonso, cuyo natural franco y sin doblez no comprendía el disimulo del conde, llegó a pensar que su discreción y tino cortesano habían dado la última mano a la conversación de su hija, y aunque no se atrevía a creerlo, semejante idea se había apoderado de su espíritu mucho más de lo que podía esperarse de; tan corto tiempo. Así, pues, fue muy desagradable su sor, presa viendo el llanto y desolación de doña Beatriz. Sin embargo, le dijo con dulzura: -Hija mía, ya es imposible volver atrás: si éste es un sacrificio para vos, coronadlo con el valor propio de vuestra sangre y resignaos. Dentro de tres días os casaréis en la capilla de nuestra casa con toda la pompa necesaria. Oh, señor! ¡pensadla bien! ¡dadme más tiempo tan siquiera... -Pensado está- -respondió don Alonso- y el término es suficiente para que cumpláis las órdenes dé vuestro padre. Doña Beatriz se levantó entonces, y apartándose los cabellos- con ambas manos de aquel rostro divino, clavó en su padre una mirada de extraordinaria intención, y le dijo con voz ronca: -Yo no puedo obedeceros en eso, y diré no al; pie de los. altares. ¡Atrévete, hija vil! -respondió el señor de Arganza fuera de si de cólera y de despecho- y mi maldición caerá sobre tu Rebelde cabeza y te consumirá como fuego del cielo. Tú saldrás techo paterno bajo su peso, y andarás como Caín, errante la tierra. Al acabar estas tremendas palabras se salió del locutorio, vófotr la vista atrás, y doña Beatriz, después de dar dos o ivueltas como una loca, vino al suelo con un profundo gemido. Su tía y las demás monjas acudieron muy azoradas al nrido, y ayudadas de. su fiel criada la traiispprtaron a su celda. CAPITULO IX H paroxismo de la infeliz señora fue largo y dio mucho tuidado a sos diligentes enfermeras; pero al cabo cedió a los añedios, v sobre todo a su robusta naturaleza. JJn rato estuvo nirando alrededor con ojos espantados, hasta que poco a poco jr a costa de nn gTande esfuerzo, manifestó la necesaria serenidad para ropar que la dejasen sola con su criada por si algo fce la ofrecía. La abadesa, que conocía muy bien la índole de su Sobrina, enemiga de mostrar ninguna clase de flaqueza a los ojos de IOÍ rittriá. e apresuró a complacerla; diciéndole algu. ñas palabras áe consuele y abrazándola con ternura. A poca ÓÍ haber salido las monjas, doña Beatriz se levantó r 8 e la cama e qo- la. habían reclinado, con la agilidad de un corzo, y CTrrmrio la poerta por dentro se volvió a su asombrada ¿o- ceüb. y la fijo atropelladamente: -i Qu- írer. ürranae arrastrando al templo de Dios a que tnienta delante ét y de los hombres! ¿no lo sabes, Martina? IY mi paá c i- vr ha amenazada con su maldición si me resis, ío! jTodDí. lea s e abandonan! ¡Oyes! ¡Es menester salir! Es menester me A la c? a, J ojalá que él ine abandone también, y asi Dios seim me araparará en su gloria. -Sosegac- s j c D- osv. fcSora- -respondió la doncella consiernada- ¿e r a aero salir con tantas rejas y murallas? 12 (CONTINUACIÓN) NOVELA POR ENR 1O UÉ GIL Y CARRASCO No, yo ño- -responidió doña Beatriz- porque me busca- -rían y prenderían; pero tú puedes salir y decirle a qué estado me reducen. Inventa un recurso cualquiera... aunque sea mentira, porque ya lo estás viendo, los hombres se burlan de la justicia y de la verdad. ¿Qué haces? -añadió con la mayor impaciencia; viendo que Martina seguía callada- ¿Dónde están tu viveza y tu ingenio? Tú no tienes motivos para volverte loca corno yo. En tanto que esto decía, medía la estancia con pasos desatentados y murmurando otras palabras que apenas se le entendían. Por fin el semblante de la muchacha se animó como con alguna idea nueva, y le dijo alborozada: -Albricias, señora, que en esta misma noche estaré fuera del convento y todo se remediará; pero por Dios y la Virgen de Ja Encina que os soseguéis, porque si de ese modo os echáis a morir, a fe que vamos a hacer un pan como unas hostias. -Pero 4 qué es lo que intentas? -preguntó su ama, admirada tío menos de aquella súbita mudanza que del aire de seguridad de la. muchacha. -Ahora es- -respondió ésta- -cuando la madre tornera va a preparar la lámpara del claustro: yo me quedaré un poco de tiempo en su lugar, y lo demás corre de mi cuenta; pero cuidado con asustaros, aunque me oigáis gritar y hacer locuras. Diciendo e, s b salió de la celda brincando como un cabrito, no sin dar antes un buen apretón de manos a su señora. La prevención que le dejaba hecha no era ciertamente ociosa, porque a poco tiempo comenzaron a oírse por aquellos claustros tales y tan descompasados gritos y lamentos, que todas las monjas se alborotaron y salieron a ver quién fuese la causadora de tal ruido. Era ni más. ni menos que nuestni Martina, que con gestos y ademanes, propios de ¡una consamada actriz iba gritando a voz en cuello: ¡Ay padre de mi alma! ¡jPobrecita de riií, que me voy a quedar sin padre! ¿Dónde está la madre abadesa que me dé licencia para íí a ver a mi padre antes de que se muera? La pobre tornera seguía detrás como atolondrada de ver la tormenta que se había formado no bien se había apartado del torno, -Pero muchacha- -le dijo por fin- ¿quién ha sido el corredor de esa mala nueva, que cuando yo volví ya no oí la voz de nadie detrás del torno, ni pude verle? r- ¿Quién había de ser- -respondió ella con la mayor congoja- -sino Tirso, el pastor de mi cuñado, que iba el pobre sin aliento a Garracedo a ver si el padre boticario le daba algún remedio? ¡Buen lugar tenía él de pararse! ¿Pero dónde está la madre abadesa? -Aquí- -respondió ésta, que había acudido al alboroto- ¿pero a estas horas te quieres ir, cuando se ya a poner el sol? -Sí, señora, a estas horas- -replicó ella siempre con el mismo apuro- porque mañana ya será tarde. -i Y dejando a su señora en este estado? -repuso la abadesa. Doña Beatriz, que también estaba allí, contestó con los ojos bajos y con el rostro encendido por la primera mentira de toda su vida: -Dejadla ii señora tía, porque amas puede Dios depararle muchas, y padres no le ha dado sino uno. La abadesa accedió entonces; pero, en vista de la hora, insistió en que la acompañase el cobrador de las rentas del convento. Martina bien hubiera querido librarse de un testigo de vista importuno; pero conoció con su claro discernimiento que el empeñarse en ir sola sería dar que pensar y exponerse a perder la última áncora de salvación que quedaba a su señora. Así, pues, dio las gracias a la prelada, y mientras avisaban al cobrador, se retiró con su señora a su celda como para prepararse a su impensada partida. Doña Beatriz trazó atropelladamente estos renglones: Don Alvaro, dentro de tres días me casan, si vos o Dios no lo impedís. Ved lo que cumple a vuestra honra y a la mía, pues ese día será para mí el de la muerte. No bien acababa de cerrar aquella carta cuando vinieron a decir que él escudero d Martina estaba ya aguardando porque como, ios criados del fnonasterio vivían en casas pegadas a la fábrica siempre se les encontraba a mano, y prontos. Doña Beatriz dio algunas monedas de oro y plata a su criada, y sólo la encargó la- pronta vuelta, porque si podía acomodarse al arbitrio inventado, su noble alma era incapaz de contri (Continuará)

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