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ABC MADRID 20-02-1936 página 3
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ABC MADRID 20-02-1936 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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DIARIO ILUSTRA DO. AÑO TR 1 GErflMOSEGUNDO. 15 CTS. NUMERO FUNDADO EL i. DE JUNIO DE 1905 POR D. TORCUATO LUCA DE TENA ABC ceses, aunque federales, para declarar su admiración hacia los compatriotas de Jorge Washington. La igualdad que los españoles habían enseñado era potencial y metafísica: igualdad en el albedrio y en la posibilidad de conversión. Los crio. llos Ja convirtieron en igualdad política. Los indios y los negros iban a ser iguales que ellos. A la identificación siguió el tercer momento: el del desengaño. No basta- proclamar la igualdad en las leyes. Luego ocurre que los indios y los mestizos siguen siendo indios y mestizos. Y surgen los libros de desilusión, que vienen a justificar las dictaduras. Pero entonces vuelve a renacer la admiración a Francia y los sacratísimos principios de 1789. ¡Ah, no! Las dictaduras 110 son tolerables. ¡Ah, la Francia! ¡Aquel Gómez Carrillo! Y esta vez, el desengaño del desengaño, porque ocurre que Francia ha dejado de creer en la revolución. Este último momento lo viví en Buenos Aires, en las horas pasadas en aquella magnífica y solitaria biblioteca del Jockey Club. Tiene una mesa en donde se muestran los últimos libros de París. Muchos de ellos, novelas, libros de ciencia o de viajes, eran neutrales; los otros, polémicos y de ellos, el 90 por 100, libros de derecha, monárquicos y católicos por lo general. ¡Imaginaos la consternación de los criollos educados en Emilio Zola y en Anatolio France! No hay en el mundo pueblos más diferentes de Francia que los de la América española. Francia es la perfecta adecuación del hombre 3. la tierra y de la tierra al hombre. En América todo es infinito: llanos, montes, ríos, riqueza y miseria. Es una India inmensa, con indios generosos como rajahs y pobres como fakires. No hay allí nada parecido al pequeño propietario francés, como no sea el pequeño comerciante español o italiano. El indio americano, y aun el gaucho, suele ser el hombre que no quiere enriquecerse, que no quiere, no que no puede. Que no quiere y que. no sabe hacerlo, aunque pudiera saberlo, si quisiera. Desde la creación q poco menos ha vivido en regímenes medio comunistas y confiado en la omnipotencia de la naturaleza. Ahora es presa de las propagandas del Soviet. El vínico hombre cuidadoso del dinero e el inmigrante europeo y 1 no en todos los casos, porque también enviamos a América el tipo del proletario, que prefiere vivir al día a ninguna clase de responsabilidades. Ya empiezan a darse cuenta los criollos de que el hombre capaz de conservar unas pesetas no es un tipo vulgar, sino que constituye positiva aristocracia. Con ello sp dan cuenta de que aquella política de misión que seguía España con los indios y que debió haber seguido también con los mestizos, no era ninguna tontería, sino el único medio de ir convirtiendo al cabo de los siglos el alma oriental del indio aborigen en alma occidental. ¡Y cuántos inmigrantes hay ijUe no difieren substancialmente de los indios! Así ocurre que cada, día alumbra en un ciiollo inteligente la ón clara de que 110 está en el mundo para entregar su país a la codicia de Nueva York, ni a la locura de Moscú, sino para continuar la obra de España. RAMTRO DE MAEZTU DIARIO ILUSTRADO. AÑO TR 1 GESIMOSEGUNDO. 15 CTS. NUMERO TAMBIÉN AMERICA También América, la América española, se organiza contra el comunismo, para, ponerlo fuera de la ley. En esas negociaciones andan los Gobiernos de la Argentina, Uruguay, Paraguay Brasil y Chile. Podían haberlo hecho ya en 1927, cuando se celebraba en Bruselas, bajo la égida del Soviet, el Congreso contra el imperialismo y en defensa de los llamados pueblos oprimidos en que se ponían en contacto los indios y negros y revolucionarios de América con los del Asia y África. Pero entonces no se creía en América en la necesidad de hacer frente al coínunismo. Hablar de ello era sermón perdido, mucho más si quien lo pronunciaba era español. De lo que entonces se hablaba en América era de la necesidad de alzarse contra la plutocracia. También América! se titulaba un folleto del agitador argentino Campio Carpió, en el que se decía que: La Virgen América cayó en el lazo que le tendió el rubio y encorsctado explotador del Norte lo que no dejaba de tener su parte de razón, porque era en los años en que los Estados Unidos prestaban a nuestra América tantos centenares de millones de dólares que no parecía sino que iban a comprarla toda entera. Pero, por desgracia, los que protestaban con más violencia contra la diplomacia del dólar eran, unos, agentes del Soviet y, otros, simpatizantes con la propaganda comunista. La crisis de Nueva York hizo cesar los empréstitos yanquis. Y entonces es cuando empezó a sentirse en todas partes la influencia del Soviet. Todavía hace dos años se me reprochaba gravemente por haber afirtnado que las dos influencias que se disputaban la primacía en la América española eran la cb los Estados Unidos y la del Soviet. Pero ya empiezan a frotarse los ojos los intelectuales hispano- americanos. Durante el siglo xix, habían padecido una magna alucinación: la de creerse franceses o cuando menos afrancesables En 1910 escribía el uruguayo clon Luis Alberto de Herrera: La América del Sur vive, pues, con el oído atento a las inflexiones de la voz francesa, que ha substituido, en mucho, a la voz de la propia sangre... A dos mil leguas de distancia se vibra con las mismas pasiones de París... Ninguna otra experiencia se acepta, ningún otro testimonio de sabiduría cívica o de desinterés humano se coloca a esa altura excelsa Pudiera decirse que la historia espiritual de Hispano- América durante más de un siglo no tiene más que tres momentos: el de la admiración a Francia, el de la identidad a Francia y el de la lamentación de no ser Francia. Primero se empieza por admirar a Francia. Verdad que en este culto iniciaron a los criollos los virreyes y gobernadores españoles de la segunda mitad del siglo XVIIJ. Por algo se titula este articulo También América. Los españoles hemos tenido nuestras buenas seis generaciones de afrancesados. ¡Y lo que te rondaré! A la admiración sigue la proclamación de identidad. Por supuesto, con la Francia revolucionaria. Fue Bismarck, artífice de la Tercera República francesa según acaba de mostrar cu su libro el marqués de Quintanar, el que embutió a los franceses en el régimen stvisquiano que padecen, para que se debilitaran. Pues los hispano- americanos, de propia cuenta y sin Bismarck alguno, se declararon en república democrática, para mostrar su identidad con los fran- PIDO UN PU E S T O Lea usted mañana ABC No se sabe aún, cuando escribo estas líneas, si el Estado español subvencionará la concurrencia de nuestros deportistas a la Olimpíada alemana. Si hay subvenciones, que se acuerde de mí. Yo estoy perfectamente encajado en el concepto que aquí tenemos de lo que e- participar en una Olimpíada. Cierto que no lo sabía. Mi contribución personal a los deportes ha tenido características tan extrañas, que hasta ahora no pude precisar si debía presumir de ellas u ocultarlas cuidadosamente. No es posible decir que me haya especializado en ningún ejercicio, sino mas bien que, deliberadamente o empujado por el Destino, me he asomado a todos. Creo liaber referido alguna vez mi espantosa lucha con una bicicleta sin domar. Conoció en seguida que era la primera ocasión en que pedaleaba y que le tenia miedo, y resolvió tirarme por unas escaleras. Comprendí su intención e hice lo que cualquiera de ustedes: oponerme a ella. Ocurría el terrible episodio en una plaza publica. Había un amplísimo espacio para maniobrar, y también una estatua y árboles contra los que batirse, si aquella máquina se empeñaba en librarse de mí violentamente. Pero nada me imponía más que las escaleras, y no sé cómo la bicicleta lo adivinó. Me lleva a las escaleras- -pensaba o- me lle a a las escaleras Y quería torcer el manillar, sin que me obedeciese. Entonces grité a mi entrenador, que se reía más de lo debido al otro lado de la plaza: ¡Me lleva a las escaleras! ¡Animo! -clamó él, con la tranquilidad que inspira estar sobre los propios pies sobre un suelo firme. Que me lleva a las escaleras, le digo! -reiteré. Y, pini, pim, pinij seis o siete saltitos sobre los- seis o siete peldaños, atra esé la anchura de una calle y la máquina y yo -yo primero- -entramos en una farmacia que había enfrente. xVquel detalle de haberme llevado por propia voluntad a una botica hizo que mi odio a las bicicletas- -un cuya inteligencia creo- -no fuese ex c ivo. También cacé. Xo se me puede decir que ha a fracasado en este deporte. lie salido de él con el alma tranquila. Ni una pluma, ni un pelo, ni una gota de sangre sobre mi conciencia. Quizá alguien se haya burlado entonces de mi morral acio, pero a esa costa pueden ser hoy apacibles mis sueños. ¿Qué es de aquellos alegres camaradas con los que yo batía furiosamente el monte? Casi todos murieron del corazón. ¡Raro fenómeno el de tales muchachos! Los primeros días eran compañeros jubilosos y Ibcuaces. Después sufrieron obsesiones de carácter místico. Confesábanse y comulgaban antes de salir de caza conmigo, y, al regreso, sus familias estaban en la estación con los ojos húmedos, y los contaban ansiosamente como si temiesen que faltase alguno. Tenían la pintoresca manía de no explicarse el objeto de la mayoría de mis disparos. Porque, a lo mejor, íbamos hablando de literatura o de política, monte adelante, con la escopeta en la mino, y, ¡zas! soltaba yo un tiro. ¿Contri qué co- a o qué ser has hecho fuego? -me preguntaban un poco pálidos. Y no había sido yo; había sid mi esco-

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