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ABC MADRID 13-02-1936 página 11
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ABC MADRID 13-02-1936 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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GESTO DE GRANDEZA pas la marea arrastra tronos e imperios. Unos pequeños reinos que se apoyan en su misma modestia y tolerancia; unas repúblicas que malviven a merced de los partidos exigentes, los arrivistas ambiciosos y las fuerzas irresponsables de las masas. Sólo en la universal derrota se yergue, única, aislada, (Inglaterra; sólo ella mantiene el rango dé gran nación histórica, con un pie en la tradición, y otro afirmado con energía en la realidad del presente. Le han herido en el cuerpo imperial, ha sufrido también ella quebrantos duros y mermas -de poder. Pero resiste y vence en su roca insular, fiel a su destino que le impone el deber de no ceder la cabecera. Cuando se recorre la vista por la escena de los pueblos, convulsos y zozobrantes, y se mira ahí a Inglaterra, todos los sentimientos y reservas retroceden para ceder el paso a- la admiración. Y se piensa que, mientras Inglaterra no renuncie a su destino, el mundo occidental no habrá perdido la contemplación del último gran espectáculo que resta en este naufragio de las cosas. JOSÉ MARÍA SALAVERRIA Por más difícil que sea, los ingiere; nan conseguido hacer emocionante, profundamente conmovedora, una ceremonia tan poco propicia como es el entieno de un peisonaje oficial. La muerte llama al sentimiento: pero generalmente los funerales pomposos, los que de más galas y atributo: oficiales se rodean, suelen pasar ante la expectación del fmblico en un cierto ambiente de frialdad. La otra tarde presencie en un cinc el entierro de Jorge V, y quedé maravillado de la grandeza, de la emoción, del sentimiento patético que la nación inglesa ha sabido dar al fúnebre espectáculo. La película noticiaría me conmovió como el drama de cine nías impresionante. Y lo singular es que en el caso no se había acudido a recursos de artificiosa teatralidad ni a gestos llamativo Allí no había más que un gesto: el del pueblo inglés. El ademán admirable e inigualable de Inglaterra. La vida es un espectáculo, desde luego, y todos estamos en escena haciendo un gesto personal y característico. Cada uno toma una actitud según el sino de su naturaleza, y las naciones no se evaden de este deber, hasta el punto de que ciertos países apenas podemos representárnoslos más v queípor el estilo de su ademán. Hay naciones de gesto torpe, pesado; otras, de gesto teatral, excesivo, irritable y vanidoso; otras, de gesto plebeyo o aburguesado; otras, de gesto como histérico; otras, de gesto dramático, inconforme, anhelante. La lista sería muy larga de nombrar. Pero entre todas las nacione tal vez la única que posee el lujo y- la perfección procer del gesto es Inglaterra. Ño en vano el estilo de la vida del, hombre inglés se estima desde hace más de un siglo como el modelo para todo el mundo civilizado. Es también el único pueblo acaso que ha querido y sabido conservar el tipo estilizado del qcntleman. Mientras otros pueblos, aún los del mejor abolengo nobiliario, han sacrificado a las exigencias democráticas y revolucionarias sus ejemplares del caballero y el hidalgo, Inglaterra mantiene, con su obstinación característica, el régimen del qentleman; porque es todo un régimen, una norma social y una rigurosa e infaltable regla de conducta que alcanza a todos los estados y clases de la nación, al duque como al criado, al capitalista como al obrero, al palaciego como al transeúnte que va por la calle. Un ministro soc alista no será allí nunca nada si no empieza por conducirse como un gcntleman. Y en el simple acto de saltar a un autobús se le exige a un hombre inglés que sea en aquel instante un qerlleman. Pues esta virtud del gesto inigualable es la que hacía del funeral de Jorge V, a través de la película noticiaría, una co- a tan emocionante. Pero con qué sobried id de recursos se lograba aquel gran efecto. Estaban suprimidas- las gesticulaciones, los alardes de dolor, los llantos y los lamentos. U; i genlleman es sobre todo un hombre, y la propiedad primera de la varonía estriba en el deber del decoro, de la compostura. En realidad, toda la profunda significación de aquel emocionante efecto de patetismo cataba en el paso, en el ritmo y modo de andar. Un ritmo lento y solemne al que se sometían por igual los príncipes y los generales, los guardias y los marineros, los hombres que transportaban el ataúd y el príncipe de Gales, el nuevo Rey, que iba junto a los servidores marcando con ellos el medido paso. Semejaba que toda la nación inglesa se unificaba y compenetraba en aquella hora de luto en la identidad majestuosa del paso funeral. La rigidez británica alcanzaba entonces su mayor expresión; rigidez de hombres altos y perfectos: rigidez de rítmica lentitud; y de semejante rigidez formal surgía, sin embargo, el más liondo sentimiento. ¿Qué queda ya en el mundo de formaciones y arquitecturas tradicionales? FI viento ha ido derribando penachos y pom- ELSUFRAG 1O UNIVERSAL NO ES 1 USTO NI POSIBLE i Alia en los tiempos en que yo estudiaba en la Uni er idad (hace de esto algo más de... quince años) explicaba Derecho política en Valladolid un catedrático muy inteligente, de cultura profunda y exposición muy clara que no dejó la huella que debiera porque se lo impidió, de una parte, su actividad profesional, que absorbió su tiempo obligándole a dedicar al despacho de pleitos y a la redacción de escritos en derecho las horas que hubiera podido dedicar a escribir libros, y, de otra, su salud quet por desgracia, se quebrantó gravemente muy pronto. En el programa de su asignatura tenía el docto profesor un epígrafe que no era pregunta, sino afirmación rotunda, de tono y alcance dogmáticos: El sufragio universal no es justo ni posible Los estudiantes de entonces, que éramos casi todos liberales, o por lo menos liberalitos, como el personaje de Fernán Caballero, nos mostrábamos muy escandalizados con aquel apotegma que así contradecía una de nuestras más caras convicciones, y en los claustros, entre clase y clase, al preparar la conferencia nos atrevíamos a motejar a nuestro maestro, calificándole de reaccionario y de retrogado: no se había puesto en circulación, ni había de ponerse hasta mucho tiempo después, la palabra cavernícola ¿Cómo se atrevía nadie a dudar de la justicia del sufragio, gran conquista de la democracia, basada en la igualdad y reconocimiento y garantía de esa misma igualdad? ¡Cada hombre un voto! No había otra fórmula. Todos los ciudadanos tenían derecho- ¡derecho inalienable! -a contribuir con su sufragio al nombramiento de los legisladores, como todos los ciudadanos tenían el deber de sostener las cargas del Estado en proporción a sus haberes. ¡Mentira parecía que desde una cátedra fuefa negada verdad tan evidente! Apareció por aquella fechfc un libro que movió mucho ruido, fue muy comentado y sirvió de base literaria a una reputación consolidada luego en la política. Estábamos- -no me es posible disimularlo ni escamotearlo- -en 1899, y los libros todavía se comentaban largamente, y, lo que es más extraño, se leían. Ahora al que escribe un libro, como al que estrena una comedia, se le da un banquete y al banquete asisten los amigos o envían su adhesión; algunos hasta compran el libro y leen la revista del estregó j lo quft no hace casi ninguno es leer el libro ni ir al teatro hasta que la comedia ss hace centenaria y tiene ya la seguridad el espectador de que no le engañan V están bien gastadas las cinco pesetas- de la butaca. El libro a que. me r 2 Íidro era una traducción de la obra de Edmundo Demolins A quoi tient la superiorité des anqlosaxons? y en el libro, el traductor y prologuista decía El sufragio mniversal y el Jurado, que fueron los, ideales de nuestra primera jut entud, han dejado de serlo: hoy, más que darle a íinjiombre un voto, interesa darle un pan. Me impresionó mucho aquella frase. No era ya un conservador pidalino, casi carlista, sino un liberal, demócrata- y muy avan zado el que se permitía hablar desdeñosamente del sufragio. Años después, D. Antonio Maura hacía el voto obligatorio, convirtiendo en deber lo que se había tenido por derecho y como derecho había logrado tan poca estimación que aquellos a quienes se había concedido no lo utilizaban ni ejercían. Hoy, ¿qufén creerá en el sufragio universal? La; política es ciencia abstrusa y difícil, que exige aptitud y preparación. Entregar el nombramiento de los. que han de legislar y gobernar al juicio indocto y apasionado de las gentes es tan absurdb como sería nombrar por votación un arquitecto o un médico. ¿Qué sucedería si para construir una casa o para asistir a un enfermo se apelara al sufragio, eligiendo al que tuviera, o se arbitrara más simpatías sin exigirle título ni competencia para el cargo? Sucedería que se hundiría la casa y se moriría el enfermo. Pues eso es lo que se hace cuando se trata de designar a los legisladores en sistema parlamentario. Se elige ciegamente a los que designa el partido o el nunca bastante execrada comité, que suele ser una tertulia de aficionados- -malos aficionados- -o un conciliábulo de caciques. La injusticia y la imposibilidad del sufragio no están, como suele decirse, en la incultura ni en ia diferencia de nivel de los votantes. Por eso no se remediará nada con el llamado sufragio orgánico El mal está en el sufragio mismo, en el régimen parlamentario que hace el que ha de dictar la ley, esto es, el que manda, deba su nombramiento al que ha de obedecer, esto es, al mandado. Asusta mucho, incluso a nuestros demócratas, el soviet de soldados que designa los oficiales y los jefes. Púas una elección es siempre un soviet de soldados designando a los que han de hacer de jefes. Como es natural, se elige a los que han da servir mejor, entendiendo que ese servicio que se espera no es el que los elegidos presten al país, sino el que convenga personalmente a los electores y el que exija el interés de los partidos que quieren diputados dóciles, sin voluntad y, a ser posible- -que lo es casi siempre- que no tengan el feo vicio de pensar por su cuenta. ¡El derecho del roto! Pero, ¿es que, en la realidad, vota alguien? Votar es designar para un cargo al que se cree que ha de ser más apto para desempeñarlo y 1 ha de cumplir con más luces y más abnegación la difícil y elevada misión de legislar. Y, ¿quién piensa en esto cuando vota? Del voto se usa en épocas de ciudadanía atrofiada como de una propiedad susceptible de venta, permuta y alquiler, en momentos de exaltación ciudadana como de un arma para satisfacer odios o, en el mejor y más puro de los casos, defenderse de otros odios. Pero reflexivamente, meditando sobre las condiciones del candidato, con serenidad, con pleno conocimiento de un programa... ¡no se vota jamás! Y porque ello es así, tenía razón el buen maestro de Derecho político D. Arsenio Misol al decir en su cátedra, a fines del siglo xix, que el sufragio universal no era ni justo ni posible... y la tenía también D. Santiago Alba al afirmar, hace treinta y siete años, que más que darle a un hombre tln voto interesaba darle un pan. FEDERICO SANTANDER

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