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ABC MADRID 05-02-1936 página 57
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ABC MADRID 05-02-1936 página 57

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página57
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Continuación de la novela JACK, original de A. Daüdet Versión española de H. Giner de los Ríos w ww wvy wwi v vvyw wwvvww vwvv v sus temores. Y justamente la alegría y la emoción la ponían en había que nombrarlo. Pero la vista de aquella buena mujer, mezvena de aventuras, manteniendo a los auditores bajo la emoción clada durante tanto tiempo a la vida común, fue desastrosa para de una sorpresa permanente. Hablaban de los parientes que la antigua señora D Argenton. Sin querer probar la merienda el Sr. Rivals tenía en los Pirineos. ¡Ah, sí, los Pirineos! -sus- que apresuradamente preparaba la señora Archambauld en la quinee años que hice yo ese viaje, con un amigo de mi familia, sala, levantóse de repente y tomó sola el camino de Aulnettes a piró ella. ¡Gavarnie, las gargantas, el mar de hielo. Hace grandes pasos, como si alguien la llamase. Quería ver de nuevo quince años que hice yo ese viaje, con un amigo de mi familia, Parva domus. el duque de Casares, un español. ¡Vaya un loco... Estuvo a La torrecilla de la casa estaba cubierta de parra y de hiedra, punto de matarme veinte veces. Figúrense que salimos en co- que la encerraban, la aprisionaban de arriba a abajo. Sin duda che a la Daumont con cuatro caballos, y siempre a galope ten- estaba ausente Hirsch, pues estaban cerradas todas las persiadido, y con el coche lleno de champagne. Era un raro completo nas y reinaba completo silencio en el jardín. Detúvose Ida un el duquesito ese... Le conocí en Biarritz y de una manera muy momento escuchando cuanto le decían aquellas piedras mudas, chusca pero tan elocuentes; luego cortó una rama de clemátide que Después, al decir Cecilia que adoraba el mar: arrojaba del otro lado de la pared millares de estrellitas blancas, ¡Ay, hija mía, si lo hubiese usted visto como yo, una noche y la aspiró largo tiempo, con los ojos cerrados, sentada sobre de tempestad junto a Palma... Estaba en el salón del buque con los peldaños del umbral. el capitán, un grosero que quería obligarme a beber punch. Yo- -I Qué tienes? -le preguntó Jack, quien, muy inquieto hacía no quería... Entonces el miserable se vuelve loco de ira, abre un rato que la buscaba. una ventana, me coge por el pescuezo, pues era un hombre muy Y contestó ella con la cara inundada de lágrimas: fuerte, y me tenía suspendida sobre el agua, con la lluvia, la es- -No es nada... un poco de emoción. ¡Tengo tantas cosas puma, los relámpagos... ¡Horror! enterradas ahí... Trataba Jack de cortar aquellas peligrosas digresiones, pero La verdad es que con su silenciosa melancolía, con la inssiempre se reanudaban por algún sitio, semejantes a esos repti- cripción latina encima de la puerta, la casita aquella semejábase les cuyos anillos están llenos de vida y se renuevan a pesar de a una tumba. las mutilaciones. Secó Ida sus lágrimas, pero ya no volvió a reaparecer su Mas no por eso dejeba Cecilia de tratar a la madre de su ami- alegría. En vano Cecilia, a quien le habían dicho que estaba go con cariñoso respeto, algo inquieta, únicamente, al ver a la señora D Argenton separada de su marido, trató de borrar con Jack tan preocupado aquella mañana. ¿Qué le pasaría al desgra- sus caricias aquella penosa impresión; en vano trató Jack de ciado, en el momento de principiar a dar su lección, cuando oyó interesarla con sus hermosos proyectos de porvenir para disa la joven decirle a su madre: ¿Si bajásemos al jardín? Nada traerla de los años transcurridos. más natural; pero el pensar que estarían ambas solas, le llenó- -Mira, hrjo mío, -decíale ella al volver por la noche a la esde un indecible terror. tación de Ivry- -no te aconpañaré mucho por aquí. He pa ¡Qué le contaría Ida... Y mientras explicaba el doctor, veía- decido demasiado; está muy reciente la herida. las andar una al lado de la otra en el caminito de la huerta. CeSu voz temblaba al hablar. cilia, delgada, esbelta, sobria de gestos, como todas las mujeres De modo que, a pesar de lo que aquel hombre le había hecho verdaderamente elegantes, acariciando con su falda color de pasar, después de las humillaciones, de los ultrajes que de él rosa los tomillos que bordeaban el camino. Ida, majestuosa, her- había recibido, aun le quería, todavía no había podido olvidarle. mosa aún, pero exuberante de atavío, de actitudes. Con una gorra Pasaron muchas semanas sin que asomara Ida por Etiolles, de plumas, resto de sus antiguos esplendores, daba saltitos hacien- y tuvo Jack que dividir su día de vacaciones, dándole la mido la muchachita, y de repente se detenía para ejecutar un gran tad a Cecilia, pero renunciando a lo más grato de aquellas entreademán, en redondo, que seguía su sombrilla bierta. vistas a los paseos por el bosque, a las buenas charlas que tenían Hablaba sola; y mientras la escuchaba, alzaba de cuando en lugar al caer el día sobre el rústico banco de la huerta para volcuando Cecilia su linda cara hacia la ventana en donde se le verse a París, en donde le esperaba su madre con la mesa puesta. aparecían, inclinadas una hacia la otra, la cabeza ensortijada del Tomaba los trenes de por la tarde, desiertos y abrasando, pasandiscípulo y la cabellera blanca del profesor. Por primera vez do de la tranquilidad del campo a la animación de los domingos parecióle a Jack que era muy larga la lección, y no quedó con- en los arrabales. Los ómnibus llenos, las aceras invadidas por tento hasta que pudo recorrer los caminos del bosque, con su las mesas de los cafés, en donde familias enteras, el padre, la novia ligeramente apoyada sobre su brazo. ¿Conocéis por ex- madre, los chiquillos, sentábanse delante de los vasos de cerveza periencia ese empuje maravilloso que le da la vela al buque, que y de los periódicos ilustrados; gente allí parada, mirando por Je hace volar, hendir la corriente, la brisa? Aquello era lo que encima de la fábrica de gas un enorme globo amarillo que subía, el enamorado entía al estrechar bajo el suyo el brazo de Cecilia; formando toda aquella muchedumbre singular contraste con lo entonces las dificultades de la vida, los obstáculos de la carrera que él acababa de dejar, que quedaba como aturdido y desconque él emprendía, estaba seguro de atravesarlo todo con aire de solado. En la calle de Panoyaux, más desierta, hallaba otra vez vencedor, ayudado por una influencia reconfortante que se cer- costumbres de provincia, juegos de volante delante de las puertas nía por encima de él en esas regiones misteriosas en que desenca- y en el patio de la gran casa silenciosa, y el portero con algudena sus tormentas el destino. Pero aquel día la presencia de su nos vecinos, sentados en sillas y saboreando el fresco producido madre turbaba aquella deliciosa impresión. por riegos frecuentes. Ida nada sabía del amor: lo veía ridiculamente sentimental, o Generalmente, cuando él llegaba estaba su madre hablando bien en alegre juerga. Soltaba, al designarle los enamorados al en el pasillo con el matrimonio Levindré. médico, risitas atrevidas, exclamaciones picarescas, o bien se Belisario y su mujer, que salían todos los domingos de doce apoyaba sobre su brazo, con largoss suspiros de órgano expre- de la tarde a doce de la noche, de buena gana se hubieran ¡lesivo: ¡Ah, doctor, qué cosa tan hermosa es la juventud! Mas vado a la señora de Barancy; pero avergonzábase ésta de exhilo peor de todo era las susceptibilidades que se le ocurrían súbi- birse con aquellas pobres gentes, y gustábale mucho, además, la tamente sobre las conveniencias sociales; llamaba a los jóvenes compañía de aquella pareja de obreros perezosos y charlatanes. pareciéndoletme se alejaban demasiado: ¡Niños, no vayáis tan La mujer de Levindré, costurera de oficio, esperaba desde lejos... que los veamos a ustedes... Y soltaba miradas singular- hacía dos años, para ponerse a trabajar, que pudiera comprar mente significativas. una máquina de coser, en seiscientos francos; ¡seiscientos franDos o tres veces sorprendió Jack una mueca del buen doctor. cos, ni un céntimo menos! En cuanto al marido, amo antes de ¡Bien claro estaba que le aburría! Pero a pesar de todo, estaba una tienda de joyería, decía que no quería trabajar sino por tan hermoso el bosque, Cecilia tan completamente afectuosa, cuenta propia. Con algunos socorros que los parientes de uno y mezclábanse tan bien las palabras que decía con el murmullo de de otro les proporcionaban, iba trampeando aquel matrimonio, las abejas y el ruido de los moscardones en lo alto de los robles, verdadero nido de rencores, de revueltas, de quejas contra la a las charlas de los nidos y de los riachuelos en las hojas, que sociedad. poco a poco el pobre muchacho acabó por olvidar a su terrible Ida se entendía muy bien con ellos, doliéndose de su miseria, compañero. Mas no había tranquilidad duradera con Ida; siem- dándose hartazgos de admiraciones, de adulaciones prodigadas pre había que temer algún estallido. por aquellos individuos, que esperaban sacarle los seiscientos Los paseantes se detuvieron un momento en casa del guarda. francos de la máquina de coser, o la cantidad necesaria para insAl ver a su antigua ama, confundióse la señora Archambauld talar un comercio de joyería, pues habíales dicho que estaba en en saludos, en cumplimientos de toda especie, sin siquiera preguntar por el señor, pues su malicia de labriega le decía que no (Continuará- 101-

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