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ABC MADRID 26-01-1936 página 75
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ABC MADRID 26-01-1936 página 75

  • EdiciónABC, MADRID
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r Versión espwñola ¿f TfltSÍñer de ios Ríos vos, atormentados de confidencias que a veces estorbaba la charse la juventud, desleída en ríos de lágrimas. Una ínmenia candida bondad del viejo. El los hubiera puesto demasiado piedad se apodferó de él. pronto a sus anchas, mientras que ellos tenían aún en esas horas- -Ya sabes, madre; si eres desgraciada... aquí estoy yo... minutos en que el amor se compone más de adivinaciones que de Vente conmigo... ¡Me alegraría tanto, estaría tan orgulloso al palabras. Y, sin embargo, se contaban la semana, pero con largas tenerte a mi lado t silencios, que eran, Como la música, el acompañamiento discreto Ella se estremeció. y apasionado de esa ópera a dos voces. -No, no, gs imposible, dijo en voz baja. Tiene demasiados Para entrar en aquella parte del bosque que se llama el disgustos en este momento; no sería! ¡digno por parte mía. gran Senart, pasaban delante del chalet de Aulnettes, a donde Y se alejó precipitadamente, cuat si temiera ceder a alguna continuaba viniendo de cuando en cuando el doctor Hirsch tentación. para sus experimentos sobre los perfumes. No parecía sino que abrasaba allí todos los bálsamos del bosque y de la campiña tan espeso era el humo que subía en el airer agarrándose Jack co- su madre a las gargantas. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ya llegó el envenenador! decía el señor Rivals a los niños... ¿Huelen ustedes su cocina del demonio? Es una mañana de verano, en Menilmontant, en el cuarQuiso Cecilia hacerle callar. tito de la calle de Panoyaux. El Tendedor ambulante y Su- -Ten cuidado, abuelito; podría oírte. compañero están ya levantados, aunque apenas despunta el- ¡Que me oiga... ¿Te crees tú que le tengo miedo... día. El uno va y viene, con paso torpe, haciendo el menor rui ¡No hay cuidado de que se mueva! Desde el día en que quiso do posible; arregla, barre, cepilla el calzado, y causa maravilla impedirme llegar hasta nuestro amigo Jack, bien sabe que el el ver cteto ese ser de aspecto torpón, es diestro, ligero; está viejo Rivals tiene aún los puños fuertes. atento en no molestar a su valiente compañero, ya sentado dePero por más que decía, los jóvenes hablaban en voz más lante de la ventana abierta, bajo un cielo alegre y vivo de baja, andaban más de prisa al pasar delante de Parva doinus. una mañana de junio, un cielo de un azul claro, teñido de rosa, Adivinaban que no había allí nada nuevo para ellos, y parecía en el que se recortan las mil chimeneas de aquel patio de sucomo que veían la mirada venenosa que les lanzaban los anteo- burbio. Cuando alza Jack la vista de sobre su libro, ve delante jos del doctor Hirsch, emboscado detrás de sus persianas ce- de él el techo de cinc de una gran fábrica de metalurgia. Denrradas. En suma, ¿qué tenían que temer del espionaje de tro de un rato, cuando dé de lleno el sol, será ese un espejo aquel fantoche? No había acabado todo entre D Árgenton y terrible, de una reverberación insoportable. el hijo de Carlota? Desde hacía tres meses no se veían, vivían En ese momento refléjase la luz naciente en tintas vajjas y separados por un constante pensamiento de odio que los ale- suaves, de tal suerte, que la alta chimenea puesta en medio de gaba más cada día. Ja, mixusxm, consolidada por largas cuerdas, que van a juntarse Jack quería demasiado a su madre para censurarle el que con los techos vecinos, semejase al mástil de algún buque que twiera wn amante; pero desde que su arrtor por Cecilia le ha- surca 4 uas relucientes y espesas. bía enseñado la dignidad, odiaba al amante de su madre, haAbajo, los gallos cantan en esos gallineros que los comer ciéndole responsable de la, culpa de aquella mujer débil, cla- ciantes de los suburbuios instalan en. un rincón de jardincillo o vada a su cadena por la violencia, la tiranía, todp aquello que bajo un cobertizo. Ningún otro ruido hasta las cinco. De realeja las almas altivas e independientes. Carlota, que temía tes líente, se oye. un grito: disgustos, las explicaciones, había renunciado a re $i jCÍl alS. íTa ¡J ií Señí rá Jacob, s d a Mathieu el pan! aquellos dos hombies. Ya no le hablaba a D Argentofi de su Es. la vecina de Jack. que principia su jira. Lleno su delanhijo; pero a escondidas pasaba muchos ratos de ¿Harta con tal dé panes de todos tamaños, calentitos aún y despidiendo éste. buen ofor recorre los jasaos, las escaleras, y en el ángulo Dos o tres veces vino en simón, y velada, al taltef de la de laá puertas, en donde están colgadas las latas para la leche, calle Oberkampf, preguntando por Jack, a quien vieron sus coloca ella el pan muy derechito, llamando por su nombre a sus compañeros a la portezuela hablando con una mujer, joven parroquianas, a quienes sirve de despertador; pues es el arraai- i, de una elegancia algo chillona. Corrió el rumor de que bal, st rtipre es ella la que r- -huero se levanta. tenía una querida de buten Le cumplimentaron, creyendo- ¡Aquí está el pan! ver en eso uno de esos líos extraños, pero bastante frecuentes, Es el grito de la vida, el llamamiento elocuente e irresistien los que ciertas mujeres alegres, salidas del arrabal, vuelven, ble. Ahí está el sostén del día, el pan tan duro de ganar, el que una vez ricas y de moda, al sitio donde vivivieron. da la alegría a la casa y anima la mesa. Hay que echarlo en el Esos obreros están mejor vestidos que los demás; tienen saquito del padre, en el cestito de la niña al irse a la sajela; ese aire arrogante, esa mirada distraída de los hornbres de es preciso para el café de por la mañana y para la sopa de por qui ties estas remas están enatnoradas. la noche. Para Jack eran aquellas sospechas doblemente ultrajantes; -i Aquí está el pan! ¡Aquí está el pan! y sin decir nada a Carlota, ale ó, para impedirle que volviera, Las seríales del palo crujen bajo el largo cuchillo de la re- el reglamento del taller prohibiendo toda salida. partidora. Una mella más, otra deuda, y horas de trabajo com- Desde entonces sólo se vieron de tarde en tardet en los prometidas antes de llevarse a cabo. ¡No imoorta! Ningún mojardines públicos; sobre todo, en las igjesia pues al igual de mento del día aporta las emociones de éste. Es el despertar con todas sus semejantes, tornábase devota al envejecer, por un su inmediato apetito, su instinto animal; el abrirse ía boca al desbordamiento de sentimentalismo inactivo, y también por mismo tiempo que los ojos. Así es que, con el llamamiento de una afición a honores, a ceremonias, Ja necesidad de satisfacer la señora Weber, que sube, que bajá, y a la que puede selas últimas vanidades de mujer bonita, arrodillándose en un guirse en todos los pisos, despiértase la casa, ábrense las puertas, óyense ruidos alegres en las escaleras, lanzan los niños reclinatorio. En aquellas escasas y cortas citas, Carlota hablaba conti- ruidos de triunfo y vuelven a sus casas llevando en sus brazos nuamente. eg; ún costumbre, aunque con el aire triste y algo un pan más grande que ellos, con ese movimiento de avaro, candado. Decía, sin embargo, que estaba muy tranquila, muy abrazando un tesoro que notaréis en todos los pobres infelices feliz, llena de confianza en el porvenir literario del Sr. D A -que salen de una panadería, v que da una idea bien exacta de genton. Pero un día, al cabo d, e aquellas charlas y al salir de la lo que es el pan. igVsia del Panteón: Pronta está levantado todo el mundo. En frente de Jack, -Jack- -le dijo ella con cierta cortedad- ¿podrías tú... del iOtrQ- lado- de la tátirtfca, enfréábreíise ventanas, muchas venFigúrate, no sé corno me las he arreglado; pero no me queda tanas, todas aquellas en las que se nota luz por la noche y que dinero suficiente para acabar el mes. No me atrevo a pedirle descubren ahora el misterio de aquella laboriosa pobreza. En a él, pues andan muv mal sus negocios. Y con todo eso, está una de ellas viene a sentarse con rostro triste una mujer, y enfermo ese pt- bre amisto. Podrías adelantarme- por algunos principia a coser a; máquina, ayudada por su nena, que le va- día dando tino a iuno los pedazos de tela. En otra de ellas, una joNo 1 dejó terrrtinar. Acababa de cobrar, y puso el jor- ven, ya peinada, sin duda alguna empleada de tienda, se innal en la mano a su madre, sonrojándose. Y luego, en plena clina para cortar el pan de su pobre almuerzo, por no echar luz de la callé, notó lo que no había podido ver en la sombra migajas de pan en su cuarto, barrido desde el amanecer. Más de la iglesia: rastros de sufrimiento en aquella cara sonriente, esa 3 palideces veteadas de encarnado, en las que parece mar á. -94-

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