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ABC MADRID 04-01-1936 página 15
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ABC MADRID 04-01-1936 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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LA POSICIÓN DE ESPAÑA ÉN LA PRESENTÉ CRJSiS INTERNACIONAL La Prensa extranjera afirma e insiste en que España, ai igual de las otras potencias mediterráneas, Francia, Yugoeslavia. Grecia y Turquía ha sido requerida por Inglaterra acerca de cuáles sean su? propósitos respecte al cumplimiento del párrafo t c cerc dei artículo 16 del Pacto de ia Sociedad de NacLi. es en el caso de cue Ita i? cometa jr a aque contra la flota británica con tiiutivc de la aplicación da sanciones La Prensa española, refiriéndose a declaraciones del presidente del Consejo de ministros asegura que nuestra Cancillería np ha recibido semejante requerimiento, no habiendo, por lo tanto, necesitado tomar acuerdos sobre el particular. Por el momento, y en tanto no se aclare el asunto, ignora nuestro país loque haya de verdad. Sobre hipótesis es siempre peligroso discutir. Urge saber a qué c tenerse a fin de que la opinión pública pueda formar concepto y exteriorizar criterio. Es de advertir que en los. tiempos modernos ningún factor mejor cubre la labor diplomática de los Gobiernos que la expresión de la voluntad nacional. Lo confirma el ejemplo que acaba de darnos el pueblo inglés y el Parlamento británico, en relación con la proposición Layal- Hoare, referente al conflicto italo- abisinio. Si míster Baldwin pudo declararlo muerto V hasta enterrado se debió al decisivo influjo de la opinión pública expresada en la Cámara de los Comunes. Hay que lamentar que nuestro Congreso de los diputados no esté reunido, y lo es siempre que se muestre tan reacio en tratar materias internacionales. Hasta la exageraciones y aún los mismos errores pueden ser explotados por los Gobiernos, bien dirigidos, para esclarecer las necesidades y conveniencias nacionales y concretar el rumbo a seguir. España, pese a su nefasta política interior crece y se desarrolla. Por su aumento de población, de cultura general, de riquezas, cada día acrecienta su personalidad exterior. Cuenta al presente con reputados estadistas cuyas voces son atendidas y cuyos votos se buscan con afán en la Sociedad de Naciones v en los Congresos y Conferencias internacionales. Nuestro papel en ti concurso mundial sube y debe subir todavía más. Sin ser potencia de primera magnitud, estamos a la cabeza de las de segundo orden, dependiendo sólo de nosotros mismos el figurar en el lugar que nos corresponde. Disponemos de personal diplomático comparable a los mejores. Bastaría que organizásemos debidamente el Ejército y la Marina militar, que cuenta con jefes y oficiales distinguidísimos, faltándoles sólo material adecuado asequible a nuestros recursos para que impusiéramos nuestro concurso en los problemas que se ventilan. Debemos desechar apocamientos v pesimismos, decidiéndonos, de una vez, a sin jactancias, pero resueltamente, tomar posición adecuada. Corresponde a los Gobiernos la iniciativa aprovechándose de las circunstancias, no retravéndose jamás y sobre todo informando v poniendo en autos al país a fin de que se haga cargo de lo que pasa y de lo que conviene. Quien proceda así tendrá, seguramente, a su lado a la gran mayoría y abrirá- nuevos horizontes que se empequeñecen con nuestras mezquinas luchas intestinas. Precisa esclarecer, al presente, las conversaciones que respecto al Mediterráneo v al lamentable conflicto italo- abisinio se mantienen con Inglaterra v con las den- ás potencias interesadas, grandes y chicas. No es posible que se haya prescindido de nuestro país, que por su posición geográfica, por sus elementos de todo orden, por sus intereses marroquíes y por sus antecedentes históricos debe intervenir v pe ar en cuanto está aconteciendo. En la actual ciisis internacional la posición de España es obligada v se impone que lo sea. El comodín de la neutralidad tiene poquísima aplicación al caso presente. Son muchos en España los que confunden la neutralidad con el pacifismo. Partidarios de la paz, propagandistas de la paz, defensores de que se busquen todas las soluciones posibles para mantener la paz lo somos, sin excepción, los españoles todos. Lo es, a bien seguro, la inmensa mayoría de la humanidad para la que la guerra constituye la calamidad más tremenda y execrable. La neutralidad, si puede mantener la paz del neutral no lleva consigo nj impone la paz para los demás. La neutralidad de uno o de varios Estados no evita entre los demás la guerra, cuyas salpicaduras pueden alcanzar a los neutrales. De lo que se trata ahora es de resolver si con la deseada neutralidad se consigue, con mayor éxito, la paz general o si ésta se logra más fácilmente con la amenaza de concertarse contra el agresor, de acuerdo con las cláusulas del Covenant. También Francia quiere la paz, en especial entre Italia e Inglaterra. Para Francia la guerra italo- inglesa acarrearía inmensos peligros, destruyendo el equilibrio de fuerzas que garantiza sus más fundamentales intereses. Pacifista Francia, lo es en la ocasión presente por sentimientos de idéntica entrañable amistad hacia los dos citados países, y a la. vez por conveniencia nacional, ya c ue basa su pro pia seguridad soberana en la inteligencia entre ambas, a virtud de lo dispuesto en el Tratado de Locarno. De aquí que haga meritorios esfuerzos para conservar esa paz y para hallar fórmulas conciliatorias que al resolver equitativamente el conflicto italo- abisinio haga desaparecer el riesgo bélico entre amigas igualmente apreciadas y necesarias. Sin embargo, no ha dudado Francia en asegurar a Inglaterra y a los demás miembros del Pacto gínebrino que llegado el caso cumpliría escrupulosamente con las obligaciones de mutua ayuda que impone el párrafo tercero del artículo ió, al que se refiere la consulta inglesa. Nadie más interesada que Francia en evitar el choque entre Inglaterra e Italia. Así me lo declaraba hace pocos días en París personalidad autorizadísima, insistiendo, no obstante, en que Francia, por deber y por conveniencia se pondría al lado de Inglaterra de surgir el improbable y temido choque. La posición de España es muy análoga, aunque no idéntica, a la de Francia. Nuestra amistad y nuestras conveniencias en el Mediterráneo estriban principalmente en la intimidad política con Francia, Inglaterra e Italia. Unidas las tres potencias nuestra seguridad es absoluta. Ello ocurrió durante la última Gran Guerra, lo que nos permitió declarar y conservar sin quebranto y con beneficio nuestra neutralidad. Entonces, según hace notar muy acertadamente el A B C en su artículo editorial del martes, 24 de los corrientes, la contienda surgió a dos mil kilómetros de nuestras costas; hoy se reñiría a pocas millas de nuestros puertos mediterráneos, del archipiélago balear y del Marruecos español. El riesgo de ahora sería infinitamente superior al de 1914, teniendo presente, según recuerda igualmente dicho artículo, que- la Geografía es la que decide en política internacional. España, como Francia, forma parte, desde su creación; de la Sociedad de Naciones, y está oblig. da a cumplir los preceptos que la regulan. Figura entre ellos el mutuo apoyo en la aplicación de las medidas económicas v financieras que hayan de imponerse contra el declarado agresor, así como para resistir cualquier medida especial dirigida covtra cualquiera de ellos por un Estado que haya infringido el Pacto, y hasta para facilitar el paso al través de su territorio de las fuerzas de cualquier miembro de la Sociedad aue. tov. -p barte en tina acción común, para hacer respetar los compromisos de la Sociedad, juas obligaciones de España, en el particular, son idénticas a las de Francia y a las de todos los demás miembros de 13 Liga. España como Francia, con miras, tal vez menos egoístas pero no menos sentimentales, mantiene sincera amistad con Italia y ansia y le conviene conservarla y estrecharla. Pocas cosas repugnarían más al espíritu español que verse obligado a contribuir en una acción coercitiva contra su hermana peninsular latina. Lo que dice sobre este extremo refiriéndose a Francia el ilustre académico francés monsieur Joseph Bartheletny, en artículo publicado en Le Teinps del 24 del corriente, tiene perfecta aplicaciósi a España. Se espanta monsieur Barthelemy ante la posibilidad de que se llegue a) a guerra y de que en ella intervenga Francia. La guerra- -dice- -sería mundial: el inquietante silencio de Hitler lo hace prever. Cita la frase recogida del primer ministro inglés, Mr. Baldwin, afirmando que una sanción eficas que no signifique la guerra es cosa que, no existe. Propone como solución que se piense más en negociar que en imponer sanciones. Reconoce que tal es el camino emprendido por M. Laval y confía que pueda llevarlo adelante. No se decide, en ningún caso, a proponer que Francia se resuelva por la neutralidad, aún a trueque de perder la cordial inteligencia con Inglaterra, y de romper los vínculos que voluntariamente adquinó con la Sociedad de Naciones. Si la aplicación de la neutralidad fuese compatible con el Pacto de la Sociedad de Naciones y no contrariase los vínculos de estrecha intimidad con Inglaterra, Francia e Italia, todos seríamos neutralistas en España. Lo terrible es que las cosas se presentan de muy diferente manera. Sin llegar a coincidir, en absoluto, con el erudito jurista y diplomático griego Mr. Politis, quien pretende que la neutralidad es incompatible con la calidad de miembro de la Sociedad de Naciones, hay que reconocer que precisaría adaptarla a las obligaciones que impone el Pacto. La lealtad a la fe jurada así lo exige. En la presente crisis internacional España tomó ya oficialmente partido, suscribiendo, con otros cincuenta Estados, la declaración de agresor contra Italia. Dicha declaración no puede por menos de mantenerse. De ella habrá que partir para toda resolución futura. Al Gobierno, y sólo al Gobierno corresponde adoptar la actitud que más convenga a los intereses, a las conveniencias y a los compromisos adquiridos por España. Según también se consigna en el aludido artículo del A B C sólo el Gobierno posee la totalidad de informes que permiten trazar la procedente línea de conducta. Una vez adoptada será deber patriótico de todos los españoles, sin distinción de. opiniones y clases, de prestarla acatamiento, defenderla y ayudarla. En tales materias se impone la unanimidad nacional, de donde emana el prestigio, la autoridad y el éxito de los intereses patrios. Fs evidente, según queda dicho, que la posición de España en presente crisis internacional tiene grandes semejanzas con la de Francia. Allí como entre nosotros el sentimiento general es contrario a la guerra, repugnando el verse obligados a realizaría contra Italia, nuestra hermana y compañera de civilización y de raza. Allí, como aquí, es unánime el convencimiento de que Italia se ha excedido, violando el Pacto, que se comprometió a respetar con su firma; acuciada, esi cierto, por la necesidad de expansión territorial. Allí, como aquí, nadie quiere romper los vínculos de nuestras amistades políticas, ni dejar de cumplir con las obligaciones del Pacto. Todos estos diversos intereses. Francia viene trabajosa pero eficazmente manteniéndolos. Parece que España debiera inspirarse en semejante ccwducta, concordándola con nuestras pecualiares circunstancias. A mediados de octubre último los Gabinetes de París y Lasares cancei- taron. en principios generales, su recíproca acción en el Mediterráneo, caso de agresión de Italia. A la vista de lo convenido, los Gabi-

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