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ABC MADRID 26-02-1933 página 24
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ABC MADRID 26-02-1933 página 24

  • EdiciónABC, MADRID
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LA CAÍDA DE UN TRONO Me he leído de un tirón, o, coma vulgarmente se dice, de una sentada, el nuevo libro de Alvaro Alcalá Galiano que lleva como título el mismo que encabeza estas líneas. EL noble entusiasmo con que el gran escritor defiende a la Monarquía derrocada no puede menos de despertar la simpatía de todo espíritu sincero. El estudio de las causas que determinaron el cambio de régimen merece especial atención y contiene aciertos indudables. Ellos me han recordado esta frase del diputado D. Joaquín Fanjul dirigiéndose a la mayoría: No es que vosotros hayáis traído la República; es que los monárquicos han tirado a la Monarquía Yo me permito, sin embargo, hacer una indicación (me guardaré muy bien de decir sugerencia) al culto autor de este precioso libro. La principal causa de la caída de la Monarquía está, a mi entender, en que vivió siete años sin la doble defensa de un Gobierno constitucional y de un Parlamento. Cánovas, Sagasta, Maura y Canalejas, con una mayoría detrás de ellos, eran una trinchera inexpugnable que defendía eficazmente al jefe del Estado. El general Primo de Rivera no podía cubrir él solo la responsabilidad de la Corona. Yo lo dije desde un principio, pero era demasiado modesto para que nadie me hiciese caso. Como tampoco se escuchó la voz autorizada de A B C en algunos editoriales que propugnaban, impacientes, el restablecimiento de la normalidad constitucional. Cánovas y Sagasta asumían la responsabilidad de todo lo malo, de todo lo antipático, de todo lo impopular que las necesidades políticas les obligaban a hacer. Todo lo bueno procuraban que se atribuyese a la Monarquía. Recuérdese cómo procedió Sagasta en el caso de Villacampa. Durante la Dictadura ocurrió precisamente lo contrario. La ocupación de Alhucemas, que fue un acierto de Primo de Rivera, a él exclusivamente se le atribuyó. En cambio se culpó a D. Alfonso de la disolución del Cuerpo de Artillería. Pero, en fin, ¿para qué discutir a estas alturas, como en la vieja zarzuela, si se debió o no se debió perder la batalla cta Lérida? Lo que más me ha impresionado en el hermoso libro de Alcalá GaMano es su coincidencia con otro libro reciente de autores sindicalistas, Los mártires de C. N. T. so re las causas del predominio socialista en la República española. En el libro de los sindicalistas se presenta el contraste entre Jas persecuciones que sufrieron durante la Dictadura las organizaciones obreras de C. N. T. y el trato de favor que tuvo siempre la U. G. T. Y en el libro de Alcalá Galiano se lee lo siguiente: Porque para comprender la trayectoria de la revolución es preciso recordar que el general Primo de Rivera había sido víctima de un engaño por parte del socialismo obrero. La U. G. T. afiliada a las Casas del Pueblo, al encargarse del Poder el dictador había declarado hipócritamente que era un partido apolítico, únicamente preocupado de sus problemas económicos. Creyéndolo así de buena fe, el general, deseoso de dar trabajo a las masas obreras y paz y prosperidad a España, extendió su protección a estas organizaciones, mientras dislocaba y perseguía a los Sindicatos revolucionarios y a los pistoleros rojos de siniestra snemoria. De ese modo el socialismo pudo filtrarse durante la Dictadura en las altas esferas oficiales, penetrando sus agentes en el Consejo de Estado, en el ministerio de Trabajo, en la delegación española de la Sociedad de Naciones, en Ginebra. Su apa; nte actitud pacífica hacía creer al dictador y a sus ministros que la U. G. T. sólo anhelaba justas concesiones al bienestar de la clase obrera, y- éstas se le prodigaron ge- nerosamente a cambio de- evitar huelgas revolucionarias, lográndose una tranquilidad pública que no había disfrutado el país en muchos años. Fue como un convenio mutuo entre la Dictadura y el elemento, obrero adicto a la II Internacional. Pe ro con notorias ventajas para el partido socialista español, que, sobre conseguir del Gobierno todo genero de reformas, dio un formidable empuje a su organización, alcanzando una prosperidad y firmeza que le valdría bien pronto ser el arbitro supremo de los destinos del país. En efecto; sin prever el peligro, el general Primo de Rivera había llegado a escribir entonces con ciego optimismo, que sólo existían dos grandes fuerzas políticas bien organizadas en España: la Unión Patriótica v el partido socialista español. Por desgracia, aquella afirmación fue sólo una verdad a medias, pues, al caer el dictador, la U. P. se desvaneció, esparciéndose sus numerosos afiliados como hojas secas arrastradas por el viento. Mientras tanto, sucedió lo que podía suponerse: quedaba en pie, intacta, la formidable Unión General de Trabajadores, disciplinada y reorganizada para triunfar en la lucha social. Ese fue el error de Primo de Rivera. Persiguió a todos los partidos políticos, desterró a ex ministros y senadores vitalicios, a ex diputados y ex alcaldes monárquicos, clausuró toda clase de círculos políticos, conservadores y liberales, demócratas y republicanos, pero, en cambio, respetó, protegió y hasta mimó a las Casas del Pueblo. ¿Qué tiene de particular que al venir la República sólo estuviesen en pie las organizaciones socialistas? Afortunadamente, la Historia y la Providencia dirigen las vicisitudes políticas, marcando sus destinos inescrutables. Los socialistas han incurrido en el mismo error de Primo de Rivera. Se han dormido en la suerte. Si el dictador se hubiera ido a casa al día siguiente de la ocupación de Alhucemas no hubiese muerto prematuramente, amargado por el desengaño y por la ingratitud. Si los socialistas hubieran abandonado el Gobierno al día siguiente de votarse la tonstiíución no verían quebrantada su ptmutaridád, ni hubieran dado lugar al crecimiento tan notorio como sensible, del extremismo, comunista y sindicalista. ANTONIO ROYO VILLANOVA LA REPÚBLICA EN EL CAMPO ¿Por qué no salimos al campo? Hace frío; pero aquí, en Castilla, el río es un estimulo para caminar. El sol es tan evidente, corre tan bien por los caminos sin que le estorbe ninguna sombra, que engaña con su luz al cierzo, que se lo lleva en jirones, como si en vez de sol fuese niebla. Las nubes corren también, copo espantadas, agrupándose unas veces, disgregándose otras, hasta alcanzar el horizonte. Campo pobre, de seeano, barbechos, cascajales, dificultad hasta para las plantas parásitas... Decididamente, pensamos, la República no ha llegado al campo. Son fantasías de los periódicos, elucubraciones del Instituto de Reforma Agraria, cosas que dicen en el Congreso. ¿Pero dónde están los hombres de este campo? La carretera trata de abreviar las distancias. Es una carretera clara, sin curvas, que no vacila en su destino, que no titubea. El aire la ha descarnado, y sus piedras parecen heladas. Llegamos, al fin, a un pueblo de tierra y de paja. Calles con profundas roderas y, en ellas, un agua negra, helada. La iglesia parece un palomar, y no advertimos en torno ni un vestigio suntuario, ni una casa principal que nos advierta que allí existe un rico. Todas las casas, de una sola planta, muestran la misma austerMad y la misma pobreza. Mas. de pronto, descubrimos un letrera significativo. ¿Qué dice en este letrero? Sobre una tabla gris, en torpes caracteres, leemos: Casa del Pueblo ¿Casa de qué pueblo? pensamos. Porque aquí, en este pueblo, y nunca mejor empleado el vocablo, cada uno tiene su casa, mejor diríamos, su choza. Seguimos caminando y advertimos otro letrero: Centro Republicano Radical Ya en la plaza, y no es la tabla, sino sobre la cal, que se cae en desconchones, esos desconchones de pobreza que muestran la carne del adobe, una nueva indicación política: Casino radical- socialista 1. Esto ya es otra cosa que el paisaje; aquí advenimos que ha llegado la República, y que ha llegado cpn ímpetu cuando en un pueblo tan chico ha podido establecerse esta diferenciación republicana. Este Casino tiene un mástil para colocar una bandera, y pensamos lo que será en esta plaza desierta, cuyas casas se sostienen en virtud de un difícil equilibrio, la bandera desplegada, Al fin nos encontramos a un habitante. Viene a nosotros con ese paso lento, de elegancia romana, que tiene el castellano, seguro de sí mismo- Hablamos con él. -Díganos- -inquirimos- ¿En este pueblo hay ricos? Nos mira de alto abajo y tiende después la mirada en derredor, como para mostrarnos el panorama. Al fin nos responde. -Hay alguna familia acomodada, pero aun éstas no sacan ni para mal vivir. El campo está muy malo. Ahora los sorprendidos somos nosotros. En este pueblo hay familias acomodadas, y estas familias acomodadas, que no sacan para mal vivir, constituirán aquí las clases conservadoras, serán las familias cavernícolas del pueblo. Es decir, que en este pueblo existe un capitalismo que no tiene para vivir. -Nunca ha habido aquí tanta falla de trabajo- -continúa nuestro informador- Mucha miseria. Antes salían a trabajar para donde podían, donde se necesitaba trabajo; hoy no pueden trabajar fuera del término municipal, y aquí no hay trabajo para todos. Y, aun así, los que somos propietarios de un poco de tierra hemos de pagar uno, dos y aun tres obreros, a los que no hay labor que dar. Si esto sigue no podremos pagar la contribución. La cosecha fue buena, pero el trigo no se vende o hay que darlo a precio muy bajo. Hay un acento tan patético en las palabras que nos sentimos emocionados. Esta- mos frente a un capitalista español, y contra este capitalista se ha creado en este pueblo una institución que se llama Casa del Pueblo. Este hombre, que en cualquier país del mundo militaría en los partidos de reivindicación social más extrema, en este pueblo es un conservador, un hombre de derechas qua desea el orden y todo género de garantías jurídicas para mal vivir y seguir pagando puntualmente la contribución. ¿Cuántos pueblos como éste existen en España? A ellos no llegará nunca una reforma agraria, porque la tierra no puede estar más distribuida de lo que está, y no admite otro cultivo. Son pueblos perdidos, se dirá. Pero en estos pueblos perdidos existen hombres que hoy llevan dentro de sí las ideas que pugnan y luchan en los pueblos ricos, donde las diferencias económicas son evidentes. Salimos del pueblo silenciosos y entristecidos. De nuevo la carretera recta, ya sin sol. La República ha llegado al. campo, pensamos, pero sería conveniente que el Parlamento hiciese excursiones colectivas en grandes autobuses por el campo español, que contemplase estos paisajes y estos pueblos, que hablase con estas gentes, y que moderase en ellos la lucha de clases, ya que en pueblos así no existe sino una sola clase. Con títulos de propiedad y sin ellos en cuanto pue. de vivir. FRANCISCO DE COSSIO. í nti r r iTmraiJinniír Tunrii

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