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ABC MADRID 17-04-1931 página 51
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ABC MADRID 17-04-1931 página 51

  • EdiciónABC, MADRID
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desde que, nebulosa primero, globo incandescente después, estrella y luego planeta, ejecuta sus periplos solares. Su fuerza de atracción, -nuia a lo primero, creciente después, decrece actualmente de día en día. ¿Su mismo, volumen disminuye? ¿Y sólo su velocidad orbicular habría permanecido invariable... ¡Vamos, calle! Eso no resiste al examen. Su teoría me abría un mundo de pensamientos. Sofisma quizá, pero sofisma ingenioso, su conjetura tomaba forma. Sintiéndome quebrantado, Lapostre me acabó: ¿Quiere usted un ejemplo? El sol es una estrella fija y la luna ha cesado de girar. ¿La Juna? Protesto. ¿Es que cada noche... -Perdón, no se confunda. La luna gira alrededor de la tierra, pero ya no gira sobre sí misma, y la prueba es que no ofrece a nuestros ojos sino una cara única e invariable. -Pero, ¿qué es lo que prueba que haya girado? ¡Su forma! Un cuerpo sideral no se convierte en esfera sino porque gira sobre sí; mismo. Esta vez renuncié a discutir. -Sea- -le dije- concluya. ¿No puede concluir usted mismo? La medida de tiempo es una cosa esencialmente variable. El año actual de Júpiter dura doce de los nuestros; el de Sirio, cincuenta años; el de Algol, ni siquie. ra tres días. La tierra, lanzada en el espacio como una peonza giroscópica, se va parando como tal hasta el momento en que cese de moverse. Al disminuir sus dos velocidades, la duración de su revolución solar aumenta. Consagra a ella más tiempo, y por lo tanto 1 a duración del año terrestre va en aumento. Por el contrario, cuanto más nos remontamos en el transcurso de los siglos, menos tiempo debía durar el año, puesto que su velocidad orbicular era mayor. He ahí por qué digo que no se debe medir por años la duración de las evoluciones geológicas, puesto que el año es una fracción de tiempo esencialmente variable. ¿Y qué deduce usted de ello? -Que los dos mil setecientos sesenta siglos consignados en los monumentos, mayas sólo se hallan aparentemente en contradicción con los cálculos de los geólogos, porque éstos calculan la duración de la formación terrestre en años basados en su duración actual, mientras que los mayas los calculaban en años solares, cuya duración debió ser mucho menor; de tal suerte, que, registrados mecánicamente como por un reloj los doscientos setenta y seis mil años mayas, quizá no dieran en tiempo real nada más que de ciento a ciento cincuenta mil de los nuestros. Ahora bien; nada se opone a admitir, geológicamente hablando, que la tierra era habitable hace mil quinientos siglos. ¿Qué hubiera podido contestar yo? Los problemas entrevistos me daban el vértigo, y me quedé estupefacto escuchándole. ¿Comprende usted ahora, joven- -resumió- el gran interés que ofrece el desciframiento completo de los documentos mayas? Su calendario es de tal precisión, que cuando se haya conseguido descifrar los otros caracteres que figuran en las inscripciones se conocerá la época de las ciudades mayas con más exactitud que la de Babilonia, Tebas o Menfis, mucho más recientes aún, sin embargo. A esta obra gigantesca he consagrado yo mi humilde vida. Para llevarla a cabo hubiera tenido que efectuar mis investigaciones sobre el terreno; pero un viaje a esas regiones perdidas exige una costosa expedición, y yo soy pobre y siempre lo he sido. He ahí por qué me veo reducido a trabajar con copias, moldes o fotografías. No obstante, creo no hacerme ilusiones al pensar que he hecho avanzar el problema, aunque, por desgracia, no lo bastante para sacar conclusiones ni para adelantarme a los que, mejor dotados, se han consagrado a ello a su vez. Entonces comprendí la emoción que había manifestado al enterarse de que un organismo tan poderosamente secundado como el Instituto Carnegie realizaba las mismas investigaciones con el apoyo de capitales inagotables. Sentí él sincero pesar de haber sido el instrumento obscuro e involuntario de este organismo rival. Pero, ¿de qué serviría mi abstención en favor del anciano? Se me hubiera reemplazado por otro y la amenaza hubiera subsistido. El sabio lo comprendió por lo demás, pues recobrando su resignada sonrisa me dijo: -No se engañe usted respecto a los sentimientos que yo le expreso No he querido- hacerle ninguna súplica ni ningún reproche. Usted trabaja para unas personas que le pagan, lo. cual es su deber y su derecho. Yo no tengo suerte: eso es todo. Una pregunta me abrasaba los labios: ¿Qué misterioso descubrimiento esperaba usted de esta revelación? Lapostre fijó en mí sus pupilas descoloridas con tal insistencia, que lamenté nii pregunta: -Si soy indiscreto... El sabio tuvo una breve vacilación. Yo sentí luchar en él la confianza que le inspiraba, su orgullo de sabio y el temor a decir demasiado. No obstante, entreabrió las puertas. del secreto; ¡pero con cuántas reticencias! -Cosas... inconmensurables. Resultados inauditos... Verá usted: contemple esta imagen... r Abrió su cuaderno y me enseñó un dibujo extraño y complicado. -Esto prosiguió- -es la reproducción de una plancha del Co áex de Dresde. ¿Sabe usted lo que representa? La imagen parecía una estampa japonesa, una especie de enorme dragón, dos personajes, animales extraños. Encima, un ancho fri (TRADUCCION DE HA 2 ÍUEI, FUMAKEGA) 21 so ce caracteres parcialmente borrados. Ye reconocí mi ignorancia- ¡Nada menos que el diluvio! -proclamó Lapostre. Yo me acordé de la anotación marginal que había leído en su cuaderno. ¡Le digo a usted que el diluvio! Y si se consiguiera reconstruir por entero la inscripción que corona esta imagen, se sabría su fecha exacta y tal vez Jas circunstancias. Trascendía del sabio una asombrosa esperanza. Yo comprendí que no me lo decía todo. Es que la habrá usted descifrado? -le pregunté. El no me- respondió en seguida. -Habría que controlarlo- -me dijo al fin con voz en la que. vib raba un entusiasmo contenido- Sería necesario ir allí, visitar las ciudades muertas, estudiar las inscripciones, comparar, confirmar, probar... El anciano abdicó con la cabeza y con los hombros: ¡Ir allí. El sentimiento de su potente indigencia pesó sobre él como una carga. Sus ojos vagos y tristes expresaron un cansancio infinito. Su postración me pareció tan desmesurada en proporción con su ínfima causa, que intenté- atenuar su pesadumbre. -Después de todo- -le dije- ¿es que la humanidad sería más feliz si conociera la fecha del diluvio? El sabio me miró al pronto como si no hubiera comprendido. Luego le enderezó un sobresalto. ¡Pero, compréndame! -me dijo con súbita vehemencia- Eso no es más que un punto entre ciento. Hay otras cosas... Otras cosas tan desconcertantes... El anciano se detuvo como si él mismo vacilara ante la enormidad de lo que iba a proferir. Luego se puso a hojear febrilmente su inseparable cuaderno. ¿De veras? -preguntó con ardor sombrío- ¿De veras no le inspira nada esto? Se trataba de una nueva imagen: un rostro humano estilizado, convertido en motivo arquitectónico; pero en la raíz de la nariz nacía una especie de trompa. Timorato, aventuré: ¿Algún dios de la mitología maya, sin duda? Lapostre tuvo una sonrisa sardónica. ¡Ah! ¿Usted también? Pues bien, le felicito es- usted del parecer de la ciencia oficial. Según los mitólogos, se trataría de Itzama. ¿Y usted? ¿Yo... -su sonrisa tornóse amarga- ¿Yo? ¿Qué soy yo para esas autoridades? Un solitario; un hombre sin prestigio y sin diploma. ¿Mis investigaciones... Algo de clandestino: ¡el ejercicio ilegal de la ciencia! Y, sin embargo... El sabio vacilaba. Yo le apremié, y entonces sacudió la cabeza con obstinación. -Y, sin embargo, hay una cosa indiscutible, y es que nunca se ha encontrado en América el menor rastro de proboscidios ni aun en estado fósil. ¿Entonces... ¿Cómo explicar esta trompa? ¿La habrán inventado los mayas? -Ño. Los pueblos no inventan en materia de efigies divinas. Reúnen cuerpos, cabezas y miembros dispares, crean monstruos, eso sí; pero sólo con los elementos que ellos conocen. El Moloch de los fenicios tenía una cabeza de toro; pero es que en Cartazo había toros. Horus tenía un? cabeza de gavilán; pero el gavilán vive también en Egipto. El Siva de los hindúes tenía cinco cabezas y cuatro manos; pero estos eran órganos humanos. El pueblo de Israel, para imaginarse a Dios, se pretendió creado a su imagen. Le digo a usted que no hay invención, sino sólo adaptación. Entonces, ¿de dónde han sacado los mayas esta trompa? Sin discernir nada concreto, tuve la obscura intuición de que tocaba al fondo del asunto. Tras las reticencias del anciano presentía una hipótesis repleta de consecuencias, algo sobrehumano. Le insté a que se explicara; pero fue en vano. Permaneció impenetrable como un muro. No obstante, a fuerza de insistir obtuve esta respuesta sibilina, qué pronunció con extraña, gravedad, -y que fue todo cuanto pude sacarle: -Es una gran presunción del hombre considerarse una criatura inmutable. Luego, le oí murmurar para sus adentros: -El hombre- no ha; llegado al final. Se ha marchado. He consignado estas notas, y ahora las releo... Releo su última frase. Y creo... Creo. descubrir en ella una luz... ¡Qué idea! ¿Será posible que haya querido pretender... ¡No! ¡No! Decididamente, no puedo escribir el pensamiento que se nle ocurre. No puedo expresarlo, no puedo leerlo. ¡Eso es una extravagancia! ¡Eso raya en la demencia! No, no es eso, no puede ser eso... ¡En estos libracos se encierra el diablo! Tengo fiebre. s ¡No impoña! Ahora conozco el valor de los documentos que transcribo. También lo conoce otro, puesto que se interesa por ellos hasta el extremo de violar mi morada. Tal vez él pueda decírmelo... ¿El... o ella... Vamos, voy a tender el lazo. SOFIEDAD DE LA CASA EDITORIAL M. AGUILABj, (Se continuará.

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