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ABC MADRID 02-02-1928 página 6
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ABC MADRID 02-02-1928 página 6

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página6
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nada, y, en vista de ello, al llegar el 6 de ¿ñero, vamos ai bazar de ¡a Vida, donde mercamos nuestros objetos más queridos. Antes que a los niños, nos llega el hastío, y rompemos y doblamos cuanto codiciamos, porque en nuestro inquietismo el afán al análisis es todavía mayor que el que se experimenta en la infancia. Hoy, a las pocas semanas de transcurrida la fiesta de la Adoración, he subido al desván, donde dormían mis. juguetes rotos; el aposento estaba helado, como la frente de un muerto, y allí he tropezado con la imagen de aquella jhujer que una tarde me susurró, muy cerca, al oído: ¡Aunque no te lo jure te querré toda mi vida! con el verso becqueriano, con la flor del crisantemo, que de sus hermanas tejí una corona, con aquel día de sol, lejos de Madrid, y el dúo con sordina que entonamos en pleno panteísmo, abrileño, perfumándolo con los pétalos de los rosales. Todo estaba allí; cuanto fue mi ilusión y mi dicha reposaba sin alma en la estancia destartalada, y yo, encerrado en ella, me entretenía en acariciar todo aquel presente, qué tanto tenía de pasado. Por un resquicio penetró un rayo de sol, que era mi optimismo, e inundó de. luz a todos mis juguetes. ¡El sol invernal no tenía fuerza suficiente! ¡Llevaban tantos días ateridos, rotos... ¡Es tan difícil hacer revivir una ilusión muerta! Sólo un objeto había íntegro- en la estancia. Seguramente, al mandarlo al desván con los otros no se fijaron que estaba incólume; no la había roto. Era una muñeca. Me acordé de los bolcheviques, que estos días han propalado el odio a ese juguete. Si no fueran bastantes sus desatinos y sus crímenes, esto sería lo suficiente para hacerlos odiosos. La muñeca es todo lirismo, es entretenimiento y belleza, es ingenuidad y amor, y. prepara a las niñas para cumplir el d: a de mañana el deber augusto de la maternidad. Las malas madres son las que desde su infanjeia diespreciaron y arrancaron los ojos a esas figulinas de cartón o de trapo. Mi muñeca, que es mi idea, estaba, allí, con la mirada fija y penetrante, la que yo tanto quiero, la que sufría y de la que yo he bebido sus lágrimas... Mi muñeca, símbolo de mi espíritu, musa y mascota, la qu; e yo he llevado cuidadosamente en brazos y la he levantado cpn ellos a ras de mi garganta como una ofrenda a la vida, entonando salmos de divinidad, exhaló una queja, y para. distraerla me la llevé a pasear entre la muchedumbre cortesana, arropándola solícitamente en aquel atardecer frío y cruel. Callejeando, vio soberbios autos y gente pidiendo limosna, escaparates con dbjet. os tentadores, libros y teatros, lindas, mujeres y hombres malvados, bailes exóticos y traiciones y envidias, todo lo que es bullicio a las siete de la tarde, en la hora baja, cuando parece que todo Madrid se ha lanzado a la calle y las modernas avenidas semejan un enjambre humanó. La muñeca, mi idea, que tanto gusta de vivir en el silencio, por lo visto notó el choque brusco que le producía el contacto tíe su rincón, donde ya estaba habituada, con la algarabía que la rodeaba, y con voz plañidera me dijo: -Vuélveme al desván, que tengo mucho miedo... No queríamos lanzar opiniones acerca de tema de tal trascendencia y sobre e) cual, lógicamente, no tenemos la preparación propia del especialista. La cuestión de los cereales, y especialmente la del trigo, ia tratamos en éstas columas en consideración al interés que nos merecen los problemas de Valladolid, entre los que el trigo es el fundamental de todos. Un deseo informativo nos ha llevado a querer documentarnos. Y la. respuesta ha sido casi general; cuanto se ha dicho y escrito sobre el problema del trigo, está en las conclusiones del Congreso de Valladolid, celebrado en otoño último. Consideraciones de actualidad periodística habrán. hecho conocer al lector las conclusiones capitales del Congreso, pero es posible que en el cúmulo de noticias de la Prensa hayan pasado aquéllas sin merecer mayormente la- atención. Pues bien, lo que el Congreso decidió tiene importancia excepcionall y reveja una vez más la trama de nuestra economía en forma no tan jocosa como la vio el ilustre escritor Grandmontagne. No interesan las conclusiones referentes al cultivo del cereal ni a los problemas que la maquinaria plantea, pues como eminentemente técnicos, no admiten réplica. La cuestión fundamental es la económica, entendiendo por tal la del equilibrio de fuerzas en la total economía del país, entre la agricultura y la industria, entre aquélla y la ganadería, y entre aquélla y los productos similares del extranjero. Los cerealistas dejarían de serlo si no hubieran mirado todos los problemas del país a través del trigo. Son, pues, cerealófilos y todas las observaciones que se presenten a la protección de los cereales encuentran en ellos una natural oposición. Por eso han podido decir en sus conclusiones esto: La protección arancelaria debe otorgarse en la misma cuantía a todas nuestras fuentes de riqueza, por no estimar procedente que se conceda en. mayor proporción que a los productos de la tierra a otros sectores de la producción nacional. No deja de presentar dificultades esta igualdad, pero de hecho los cerealistas la tienen casi absoluta. No sabemos que se importe en España trigo en cantidad suficiente para temer por la producción del nacional. Y en cuanto al maíz, sabido es que las entradas de éste se conceden en razón del déficit terminante de la producción española y con permisos de importación limitados en cantidad y en tiempo. Curiosa es la política arancelaria que preconiza el Congreso: Para el fomento de nuestras relaciones comerciales susceptibles de gran aumento, sería muy conveniente la celebración de Tratados de comercio, especialmente con las naciones de producción complementaria, en los que, sin disminuir la deficiente protección que, en general, tienen nuestros productos agrícolas, se hagan en los de las industrias ultraprotegidas la. s concesiones necesarias para su abaratamiento y entrada en los mercados extranjeros de nuestros productos de exportación. Es decir, que hay que proteger la agricilltura, que hasta ahora. está- mal protegida, facilitando la entrada en España de los productos industriales de otros países. Y, aunque. sobre esto, mejor que nadie dirían su opinión los industriales, ¿creen nuestros cerealistas que por ello competirian sus. trigos con los argentinos? Aquí está precisamente el error fundamental del JACINTO CAPELLA. sistema protector que ellos defienden a toda costa. Ño hay sistema protector que no- encarezca íá producción, y mal podrían exporLOS C E R E A L ES tar cereales gravados por su mismo proteccionismo, contra los de países que, además La Economía Nacional de producirlos más baratos, tienen una ecomenos libre de trabajo y cargas. Decíamos- en nuestra anterior corréspon nomía relaciones con la ganadería se resol Las ¡denr. ia que el problema del trigo plantea vieron por los cerealistas castellanos aconotros de trascendencia para toda la eco- sejando la importación estricta de la cantiestiañola. dad de maíz necesario. para el consumo da ganado, y no para otros usos. Es decíi, qca en regiones como todo el Norte de España, donde el artículo es de toda necesidad para la alimentación de la población, los cerealistas mantuvieron su criterio de puertaj cerrada, para sostener el precio de los ce reales españoles. En cambio, piden la re ducción de los derechos arancelarios para los abonos y máquinas con destino a la agricultura, y ni que decir tiene que en esto no se considera la fabricación nacional de tales productos. El criterio comercial con que los cérealistas miraron y miran sus problemas, es! exclusivamente de clase. Si todos los grupos productores hicieran lo mismo, y si el Poder público los amparase, además de no poder encontrar la armonía de ellos, en el supuesto de hallarla, la víctima sería el consumidor nacional. En cambio, en los problemas que no afectan a sus intereses colectivos, los cerealistas tienen amplitud de criterio. Establecen el principio de que es convenientísimo que el propietario de la tierra sea quien la cultiva defienden el patrimonio familiar, y las bases de los arrendamientos rústicos, coa criterios tan liberales como la defensa de su permanencia y la adquisición por el arrendatario de la finca arrendada. Admiten igualmente los retiros de obrero; orfandad, viudedad, y el sistema de beneficios compartidos por los pequeños agricultores; establecen las bases de un crédito agrícola firme para ayuda del agricultor y límite de la usura; estudian y propugnan un sistema amplio y económico de seguros; regulan el contrato de trabajo, y se muestran partidarios de la enseñanza agrícola en todos sus grados. Estos son, en síntesis, la letra y el espíritu de la clase cerealista directora de España. Han tenido siempre los hombres del campo que producían artículo de tanta importancia como el trigo, y al que se vinculaba la vida de. la mayor parte de nuestra población rural, las simpatías de la mayoría de la opinión, en menor grado que los industriales. Por una visión equivocada de la economía de- un país, se creyó siempre que deberíamos aspirar a ser independientes de todo del extranjero, y, por tanto, era necesario proteger por igual todos los sectores de la economía del país. Así lo creyeron, ante todo, los productores. Con este criterio todos los intereses son legítimos e igualmente atendibles, y, por tanto, ni la agricultura puede pedir nada que perjudique a la industria ni ésta a aquélla. Pero la realidad del comercio internacional se siente afectada por esta política y. fatalmente traduce en números los resultados de ella. Si la agricultura demanda protección en. los Tratados o convenciones en que ésta se señale sufrirán los productos de nuestra industria y al contrario. No hay solución en esto. Sin embargo la realidad es también que hemos destruido el arbolado y que los. pueblos que antes de la política cerealista vivían de. aquél y de la ganadería hoy viven del cultivo de cereales. Es- imposible volver atrás las roturaciones, restituir los biene; de propios, crear, en suma, otro tipo de vida rural hispana. La elevación de los precios del trigo llevó el arado roturador a las lindes de los pueblos. Así, toda esta gran Castilla es un gran campo de cereales, y cuando se estudian sus problemas, más que proponer remedios mirando al pasado, hay que tratar con amor la realidad presente. Comprendamos, pues, lo qne estos hombres pi j den, aunque a veces no tengan razón. FERNÁN CID, yalladolid, Enero, 192 S.

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