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ABC MADRID 14-10-1927 página 3
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ABC MADRID 14-10-1927 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADR 1 DDJA J 4 DE OCTl 135 LE D E 1927 NUM ER 3 J U LTO J 10 C l N. 1 S. fe tf i. i- DO. AÑC VIGES I M Ó T E RCERO N. 7.735 Wr 13 nido, como los españoles, un exceso de hu- central. Yo i. ecuerdo haber cíio decir a tin manidad que no se para en escrúpulos; se- amigo, del tiempo en que Cuba aún perteneres de buen diente, capaces de encontrar cía a España, que era tal la abundancia del aceptables todas las hembras de color, fin país y tan generosas y hospitalarias las cosmirar demasiado al tinte de la piel. En tal tumbres de las gentes, que un hombre a casentido, el Brasil es el campo de experi- ballo podía recorrer la isla de punta a punta mentación más rico para cuantos se inte- sin necesidad de llevar ni un peso en el bolsillo. Hoy se estila decir por ahí que los esresan por el estudio de los mestizajes. La misma civilización de Río Janeiro pañoles no han sabido hacer nada; lo cierto es un pintoresco fenómeno de mestiza- es, sin embargo, que los españoles supieron je. No necesito decir que Rio Janeiro al- crear en América una. civilización, pero cicanza extremos de cultura que invitan a vilización científica y racional, es decir, la admiración; en sus calles suntuosas, en una civilización adaptada en cada territorio sus grandes edificios y sus jardines, sus a las necesidades del clima. Y además gemonumentos, resaltan los signos de la me- nerosa. Y bella. jor civilización europea. Pero esta misma Bien; el chauffeur nos ha llevado por los grandeza con que la progresiva ciudad se encantados alrededores de Río Janeiro; nos viste hace más vivo el contraste. Nada ha hecho contemplai la playa de Copatan curioso como asistir a! paso de una cabana, Carioca, el Jardín Botánico, los banegra, caminando con su característica rrios de palacios, las avenidas espléndidas cadencia racial, emperifollada con co ores sobre la costa; sin contar el prodigio de y cintajes detonantes como sólo una ne- las montañas, que dejan caer los árboles flogra presumida sabe escoger, y verla, ana- ridos de la selva hasta el mismo borde da crónica visión de un remoto coloniaje, tran- la carretera. Lujo, majestuosidad panorámisitar por entre los tranvías, los escapara- ca, delicia del detalle, molicie íntima de los tes lujosos, las damas blancas vestidas por rincones imprevistos; placer de vivir; júbilo modistos de París, y los mulatos en chancle- constante de los ojos; alegría y elegancia ¡tas y camiseta sin mangas, y allá fuera, al largo de toda la excursión taximétrica. en el suburbio, descubrir asombrado una Hasta que otra vez nos vemos en el muelle, barriada de bohíos junto a veas, fábrica al pie de nuestro buque, con la cabeza un de hilados; pero bohíos auténticos, con poco aturdida por el desfile de tantas postasus palmeras y sus platanares en torno, sus les iluminadas. negras triponas fumando en pipa y los Otra vez al mar. El se desirremediables mulatillos revolcándose al par pega del muelle, gira transatlántico aprieta lentamente de los cerdos y las gallinas en el mue- la máquina. Lanza, en fin, el grito y poderoso lle verdor de la lujuriante vegetación tropi- de su sirena en señal de despedida. Y entoncal. Claro que esta imagen de suburbio ces ha ocurrido algo sorprendente. Ahí, soen el Trópico es veinte veces más prefe- bre el muelle, un enorme buque está atracarible (más humana que la triste y ren- do; un cargo de nacionalidad brasileña. El corosa aglomeración de casucas proletarias cual, viendo que el transatlántico español con techo de cinc, que suele circundar las saluda grandes urbes industriales de los climas la suya con su sirena, se ha puesto a sonar con una vehemencia que emociona. semitemplados. En el Trópico el hambre exasperado, delirante; casi no es una preocupación. Y el frío, Un sonar de sirena de notas cordiales, aruna despedida llena menos, porque no existe. dientes, como de un cariño que no acaba de Si no fuese por los europeos (los famo- encontrar la expresión suficientemente cálisos occidentales, como se dice ahora) los da. Dan ganas de saludar con el sombrero, países tropicales podrían vivir una ex. sten- de dirigirle reverencias de reciprocidad al cia que, sin llegar a lo paradisíaco, alcanza- efusivo buque brasileño. ría la verdadera facilidad. Suprímase de la ¿Por qué tanto cariño? ¿Por qué un ensociedad europea el frío y el hambre y se tusiasmo tan caluroso? ¿Es por los colores le habrá extirpado al hombre occidental ese de nuestra bandera, que verdaderamente reíntimo acento de tragedia que no consiguen sulta bella y. única al ondear en el tope? ¿Es disimular las magnificencias de su civiliza- por el prestigio y la sonoridad de ese nomción. La. Naturaleza entrega en los trópicos bre, que suena tan bien: España? Pero el alimento liberalmente, esto es, sin exigirle ahora comprendo. Es, sencillamente, por el dolor al hombre. Pero desde que los occiden- recuerdo admirativo que en todos estos paítales llegan, adiós felicidad. Los occiden- ses de Suramérica dejó el vuelo arriesgado tales no pueden ir a ninguna parte del mundo y bien realizado de nuestros aviadores. sin depositar la inmundicia de sus calles JOSÉ M. a SALAVERRIA. asfaltadas, sus tranvías, sus fábricas, sus cuestiones sociales y su proletariado. Y la Río Janeiro, Septiembre, 1927. necesidad de beber Champaña y de encargarse abrigos de piel en las caras modisterías de París. Para mí alcanza la categoría de un delito ELAS eso que, por ejemplo, están haciendo en Cuba los yanquis. Quiero decir que los cubanos, en su afán de poseer una civilización Hallándonos en las tremendas angustias del mismo corte que la norteamericana, han organizado su infelicidad con un método y de 1898, entre la ráp da y brutal acometida un ahinco que causan pena. Los norteame- de los Estados Unidos y el desorden interno ricanos les pasan por las narices su bri- de nuestra Patria, apenas nos dábamos cuenllante civilización, les llevan sus capitales, ta de cuanto alrededor nuestro ocurría El les amaestran en el culto de la vida intensa, Papa, el inolvidable León Xi. Il, quiso busde la vida veloz, y al fin resulta que, en car alivio a dolorosas iccertidumbres y conefecto, en la Habana existen ya rascacielos, gojas, diciéndonos que, en la imposibilidad, problemas sociales, cuestión proletaria, abri- por nuestra parte, de seguir la guerra, no gos de piel y acaso hoteles con calefacción arriesgásemos ningún alarde para impedir FUNDADO EL i. DS JUNIO DE igos POS D. TORCUATO LUCA DE TENA EL PASAJERO EN KiO ¡ANtURO ¡Insigne escamoteo! Destinar todo el entusiasmo de la navegación a esta escala en Río Janeiro; mimar en el tedio del viaje atlántico a la radiante ilusión del panorama tropical; levantarse apresuradamente, salir corriendo del camarote y ver, inmóvil y estupefacto sobre cubierta, un paisaje gris, un espectáculo lluvioso, una especie de marina holandesa diíuminada en bruma... El Pan de Azúcar resulta así una vaga aparición septentrional, y sobre el Corcovado, en vez de aquel azul imponderable que pedíamos, las pesadas nubes flotan en masas envolventes. ¡Fracaso! La bahía de Río Janeiro es uno de los cuadros más admirables de cuantos ha producido la colaboración del hombre y la Naturaleza. Pero aquí, y en este momento, se comprende la importancia total de la luz. Aquí se comprende también lo deleznable, lo frágil de la belleza tropical; se le extrae el color, y el cuadro queda inerme, sin aliento, sucio. De donde diríamos que cuando la Naturaleza aspira con mayor énfasis a lo sublime, es cuando, artista teatral y gesíiculativo, está más cerca de la impotencia. En cambio, en los panoramas de las zonas medias y septentrionales, allí donde la Naturaleza no pretende dar ningún do de pecho paisajista, es cuando acierta siempre (poesía de los campos nevados, o de las primaveras dulces, o de los crepúsculos otoñales sobre un bosque amarillento) Al contemplar la bahía de Río Janeiro envuelta en bruma y lagrimeando lluvia, acude el recuerdo de esos arrogantes divos, que en la mitad emocionada de la romanza sueltan un gallo. Ya está. El buque se recuesta contra el muelle, las amarras han quedado tensas, comienzan a trepidar las maquiniílas, avanzan las imponentes grúas de la descarga. No h- tiempo que perder. Efectivamente, toaos los pasajeros ganan las escalerillas y las pasarelas con un apresuramiento de fuga. Y en seguida, como quien tiene el tiempo racionado, a correr por todos los sitios posibles de la ciudad y sus contornos. Afortunadamente, la nunca bastante bien alabada institución del taxi existe también en Río Janeiro. Además, los conductores de taxis tienen aquí tan aprendida la lección y son, por lo visto, tan buenos propagandistas de las bellezas locales, que no es preciso siquiera advertirles nada: salen disparados a hacer el recorrido que llamaríamos oficial, y antes de dos horas el pasajero se encuentra servido, con la cabeza un poco aturdida por la especie de caos panorámico, y sintiendo como si el cerebro se hubiera convertido en un mostrador lleno de postales iluminadas. Pero el cielo gris y las montañas envueltas en bruma no logran quitarle al ambiente su sello tropical. Por ejemplo, ahí, a los primeros pasos que recorre uno en tierra, aparecen los negros. Si fueran sólo los negros no sería nada. Son además los mulatos, los cuarterones, los zambos, los indios puros: toda, en fin, la gama de esa etnología colonial que nuestras hermanas las Repúblicas del Sur y del Centro de América conocen. Los portug- ueses han te- í

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