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ABC MADRID 17-09-1926 página 1
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  • EdiciónABC, MADRID
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MADR 1 DD 1 A 17 DE SEPTBRE. DE 1926 NUMERO SUELTO 10 CENTS. iS iS F U N D A D O E L i. D E J U N I O D E 1905 P O R D T O R C U A T O L U C A D E T E N A BC DIARIO ILUSTRADO. AÑO VIGESIMOSEGUNDO N 7.399 lB ÍB MADRID. FIESTA EN LA LEGACIÓN DE MÉJICO. EL MINISTRO DE MÉJICO EN ESPAÑA (x) Y LA SEÑORA DE GONZÁLEZ MARTÍNEZ (x) RODEADOS DE LOS ASISTENTES A LA RECEPCIÓN ORGANIZADA CON MOTIVO DE LA FIESTA NACIONAL MEJICANA. (F O T O Z E G R I) EL MONTE DE SAN PEDRO Cerca de la playa de Riazor se alza el monte de San Pedro. El monte de San Pedro es uno de los más ociosos que puede liaber en el mundo. Nunca sirvió para nada; ni para alimentar un pino ni para sostener una casa. Cuando yo estudiaba Historia- r: tural, íbamos allí algunos camara (ias a buscar minerales, y, si encontrábamos un cristal de cuarzo o un trocito de mica, nos parecía haber descubierto el Potosí. Más tarde, los boy- scouts escalaron más de una vez las laderas del San Pedro, obligados por su atrevida divisa, que les manda ir siempre adelante dos o tres horas cada domingo de verano. Y bien podría decirse que no tiene otra historia el monte de San Pedro. Durante raufhos siglos, los coruñeses hemos creído que estaba aquí para caracterizar- -con su silueta un poco parecida a la de un gorro de la Legión; -las fotografías de La Coruña, a la manera que el Corcovado delata a Río Janeiro y el Vesubio revela a Ñapóles. Entonces el monte de San Pedro tenía esa importancia episódica y prescindible de un lunar o una verruga en un rostro humano; un simple valor de identificación. La escasa tierra vegetal que lo abriga apenas produce raquíticas y espinosas matas de tojo, la piedra que pudiera extraerse de él es húmeda y verdosa; no alcanza la altura precisa para tentar a los alpinistas, y sus vertientes- -que casi son derrumbaderos- -hacen imposible que dirijan allí sus pasos esas personas de bucólico corazón que gustan de comer tortillas de patata en el campo. Marché de La Coruña, hace diez o doce años, convencido de que el monte de San Pedro nunca llegaría a nada. Hace unos j días, el Sr. Casas, excelente alcalde de la capital gallega, me dijo: -Hemos pensado instalar un restauran- te en la cumbre... Y vi claramente que éste era el destino: del monte de San Pedro; tan claramente, que me extrañé de no haberlo adivina oj antes. San Pedro está aquí, como Igueldoj en San Sebastián o Archanda en Bilbao, para que lo coronen con un restaurante. Si! nunca produjo nada, fué para no torcer sU; destino; si sus laderas son tan jDcndientes, es para dar pretexto a ese funicular que adorna a todos los montes distinguidos que joroban la tierra. He intentado explicar en mis anteriores artículos cuántos y cuáles eran los dones de La Coruña como ciudad veraniega. Faltaba éste para completar el cuadro. Pues helo aquí. Evoco la mole del San Pedro, v rne digo: P e r o en verdad, para qué otra cosa podía servir? ¡Si basta mirarle... Es se-

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