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ABC MADRID 27-04-1923 página 3
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ABC MADRID 27-04-1923 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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MADRID DI A 27 DE ABRIL D E 1 923 NUMERO SUELTO 10 CENTS. LA PALABRA DE LOS 1 UD 1O S Los judíos españo es que viven dispersos por diferentes partes del mundo serán un constante motivo de- preocupación paia loda inteligencia curiosa. Es un fenómeno que esconde muchos secretos. En primer término, esas gentes Jispeisas y desterradas podrian, si se las estudiara bien, revelarnos más de un secreto lingüístico relacionado directamente con los puntos principales de nuestra historia. Quien escucha el habla que actualmente practican los judíos sefardíes queda desde luego sorprendido por el encanto de aquellas voces arcaicas, profundamente raciales, que suenan como voces antiguas trasladadas a través de un sueñe. Pero la sorpresa alimenta cuando se descubrí que todos los judíos ha an un idéntico lenguaje castizo. No obstante las diferencias de lugar y de clima, todos los sefardíes usan el mismo idioma arcaico españo 1, aunque unos habiten la Macedonia y otros demoren en Marruecos, y aunque el lenguaje oficial sea en unos el servio, en otros el turcOj en otros el griego, en otros el árabe. Existe, pues, una unidad tdiomáttca en el mundo hebreo de origen españo 1. Este fenómeno halla fácil respuebta en cuanto se considere que los judíos fueron desterrados de España de una tz y en montón, y que el fuerte instinto tradicional y familiar ha hecho que el lenguaje de los antepasados se conserve sin importante alteración en todo el grupo sefardí. Pero esta respuesta no puede satisfacernos por completo, pues deja al margen y sin contestación otras serias interrogaciones. Los judíos, en efecto, abandonaron España todos juntos y de una vez; pero nótese que no decimos que abandonaron a Castilla, sino a España. En España se hablaban al final del siglo xv los diferentes dialectos o idiomas que hoy mismo se hablan; ¿cómo es, sin embargo, que habiendo vivido aquellos judíos. en las varias regiones españolas donde se hablan dialectos o idiomas no llevaron al destierro más que una de las. lenguas que se hablaban en España, la que llamamos castellana? No hay noticia de que algún grupo de ludios orientales, balcánicos o marroquíes hable hoy en catalán, en valenciano, en vascuence o en gallego. Todos usan un castellano castizo, que es el que aproximadamente correspondería a tierras de Segovia y Salamanca, o tal vez mejor a tierras de Toledo. Entonces se piensa que la unidad española no es algo tan arbitrario y deleznable como algunos desean suponer. Los judíos españoles, sólo con la realidad de su fenómeno, pueden asegurarnos que aquella unidad estaba ya cumplida cuando ellos abandonaron las aldeas y las ciudades españolas donde vivieron tantos siglos. La misma naturaleza especial de los hebrjos ayuda a dar va or al dato. Viajeros por necesidad comercial, trashumantes por tradición, y habitando generalmente en las poblaciones, los jddíos recogían en su seno y naturalmente el tono más pronunciado de la civilización, de la vida común del país. Si la vida urbana de Catalana, de VVenc a o de Vasconia hubiese sido profunda y fuertemente catalana, valenciana o vascongada, los judíos habrían llevado al destierro los caracteres de esas vidas locales. No fue así, como hemos visto, Salieron de las distintas partes de España hablando un único lenguaje castellano, y esto nos debe hacer pensar, repito, en que la vida general, la vida urbana y civilizada de España, estaba ya entonces seriamente unificada, Se quiere hacer creer que el lenguaje castellano ha sido impuesto hace poco tiempo por el centralismo gubernamental, por lo gue llamaríamos! as dinastías madrileñas, Pero la verdad es que la unificación españo a por el sentimiento y el lenguaje tuvo bastante más fuerza y logró más éxito en la época en que Madrid no era capital de España y estaban vigentes los fueros y los virreinatos. Ningún edicto rea 1, ninguna presión autoritaria obHgó a Bos can a escribir con galanura en habla castellana, ni a Camoens le obligó tampoco nadie a componer hermosos endecasílabos castellanos. Y cuando Cervantes habla con tanto gusto y entusiasmo de Barcelona, no nos advierte que en Barcelona predominaba un modo de vivir a la catalana: tácita y naturalmente nos hace comprender que en Barce ona las gentes principales, las gentes de la civilización, vivían a la españo a. En cuanto a los vascongados, éstos llevaban su adhesión e spañol: sta hasta el extremo de tener como elegante y casi necesario el aditamento de un apellido castellano. Así conao ahora, en la propia Castilla, quien se lla ina López Urubuut suprime, si puede, el López y lo reduce a una vergonzante L, en otros tiempos los vascongados se afanaban por castellanizar sus apellidos añadiéndose un patronímico, como López de Legazpi, o castellanizaban artificialmente el apellido; como Elcano, nombre territorial del país vasco, fue convertido por el primer circunvalador del mundo en Del Cano. ¿Qué grave obstáculo, pues, puede haber para que llamemos con propiedad a nuestra lengua, lengua española, dejando él nombre de castellana para los usos más familiares? Si Castilla, como estuvo a punto de ocurrir, hubiese asumido en su nombre a toda la nación española, entonces sería justo que se llamase 1 lengua castellana; tal como Inglaterra, al asumir el predominio de la nacionalidad, impuso ante el mundo la obligación de que se llamase lengua inglesa a la lengua del país entero. Pero nuestra nación no se llama Castilla; sé llama España. Y España toda, en un período culminante de su existencia, ha aceptado voluntariamente como lengua urbana, como lengua de civilización, la lengua española. Por cuanto hoy la cultura llega a España por la vía del Norte, tenemos la costumbre de hacer nuestras referencias y comparaciones en forma latitudinal; siempre nos comparamos y referimos con Francia, con Inglaterra con Alemania. De aquí provienen nuestros frecuentes errores de cálculo, porque operamos contra naturaleza. En otro tie mpo, la cultura venía del Oriente, y entonces operábamos con referencia al paralelo geográfico: longitudinalmente Entonces no contrariábamos a la natura ezr. enT tonces, acaso nuestra vida tuvo también mayor sentido. Ninguna tragedla será más grande, por la inutilidad del esfuerzo que la de España cuando se obstine en imitar DIARIO I LUSTRADO- AÑO DECIMONOVENO. N. 6.337 10 CENTS. la poética, las costumbres, el sentimiento y hasta el paisaje de Suiza o de Inglaterra; o la de Sevilla o Tarragona cuando insistan en parecerse a Dunkerque o Francfort. En cuestión de idioma, como en tantísimos respectos, miremos a Italia. Está Italia llena de lenguajes locales, y algunos pertenecen a países que fueron antes éxtiaordinariamente ilustres y soberbios; de todos esos lenguajes, el que se habla en To: cana adquirió la primacía. Fues en Italia no llaman a su idioma nacional con él nombre de toscano. Lo llaman italiano, y es para ellos el símbolo de esa moderna unidad nacional, por la que Italia, efectivamente ha podido librarse de la servidumbre y miseria política a que la redujo la antigua disgregación en pe queños Ectados. JOSÉ M. SALAVERRIA, FUNDADO EN EL AÑO 1 0 POR D. TORCUATO LUCA DE TENA 95 LA CESANTÍA D E LOS MINISTROS Santander, Abril, 6. Entre las conclusiones sancionadas por la Asamblea da Círculos Mercanti es está la supresión de las cesantías a los ministros. Señores asambleístas, sepan ustedes que las cesantías a los ministros no pueden suprimirse, por la sencilla razón de que ya lo están desde hace- años. Los ex ministros, s n emba go, continuaron sorbiéndolas, supongo que apoyándose en alguna fórmula especial por ellos inventada, en lo cual siempre demostraron los políticos excepcional habilidad. Y como no atestiguo con muertos, allá va lo publicado en A B C en uno de sus números de Enero de 1920: El señor duque de Lerma ha presentado al Senado una proposición de ley acerca de la cesantía de los ministros, en la cual se condiciona su concesión con arreglo a nuevas bases. La ley de Presupuestos del año 1873 de c aró suprimidas estas cesantías con las siguientes p abras: Los ministros actuales y los qué lo fueren en lo sucesivo no tendrán derecho a la cesantía. Posteriormente, en Marzo de 1899, el Sr. Silve a suspendió el derecho a las cesantías; pero... ¿habrá que decirlo? los ministros siguen cobrándola, y se da el contraste, verdaderamente ilógico, por no decir inmoral, de que un funcionario que ha dedicado treinta o cuarenta años de su vida al servicio del Estado no tenga derecho a la más modesta cesantía, y en cambio, un ex ministro cobre 7.500 pesetaa anualmente por haber desempeñado una cartera veinticuatro horas. La cesantía de los ministros debe desaparecer- -aun cuando tenga que protestar nuevamente- el Sr. Urzáíz- y para evitar maniobras de los políticos que siempre están dispuestos a sacrificarse por la Patria debe consignarse su supresión en la ley de Presupuestos que discute en estos días el Congreso. A pesar de las citadas disposiciones coma ya empecé diciendo, los exce 1 entísimos señores siguieron percibiendo las 7.50 c pesetas anua es. Hubo una excepción: la de un ex ministro de escrupulosa conciencia, el cual se negó a cobrar tsa cantidad porque consi

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